por EUGENIO TRIVINHO*
La rabia político-regresiva del bajo mundo sublima la debilidad patriarcal que depende del vandalismo institucional y el odio a la democracia
“un rostro de fuego que quiere salir y cantar, / del montón de huesos, tiempos oscuros” (Georg Trakl, 1913).*
Preámbulo – Cartas de guerra como globo de prueba
La truculencia simbólica ladra a las más altas instituciones de decisión de la República Brasileña. Incrustada en el aparato estatal, la red bolsonarista movilizó, el 10 de agosto, cartas de guerra para presionar a la Cámara de Diputados a aprobar la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) a favor del voto impreso en las elecciones presidenciales de 2022. La movilización de la convoy militar tuvo lugar el mismo día de la elección.
Altas voces del gobierno rechazaron la asociación de hechos como acusatorios. La sociedad organizada, sin embargo, tiene pocas dudas sobre el globo de ensayo del invitado en el Palacio del Planalto: el factoide, financiado con fondos públicos, representaba una amenaza no revelada.
Parte de la prensa internacional relató el hecho desde esta perspectiva: la de un mensaje aterrador a la tradición democrática, con presiones chantajeadoras contra el Parlamento, a través de un insólito desfile de subtanques y otros vehículos blindados (de Río de Janeiro) en la Praça dos Três Poderes, frente al Palacio del Planalto, en Brasilia. **
Sin ceremonia, el episodio citó, a nivel fáctico, el de la amenaza de las Fuerzas Armadas al Supremo Tribunal Federal (STF), en vísperas del juicio plenario del Hábeas corpus al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, el 04 de abril de 2018.
El impulso político asumido en el movimiento de vehículos blindados se exasperó semanas antes y durante las celebraciones del 7 de septiembre. Los arreglos de calles, a su vez, también citaron los factoides de abril y agosto, en una tautología de moda. hybris (desmedida, en la traducción griega habitual) La escalada exhibicionista de truculencia simbólica -por ahora, apacible con pesos y contrapesos institucionales- se explica, con detalles coherentes, a la luz de esquemas sublimatorios. A continuación se hace una sugerente evocación de los mandatos elementales involucrados, que el sentido común, aculturado por los valores épicos, suele olvidar.
Círculo vicioso de compensación regresiva: puesta en escena factoide para visibilidad en los medios
El psicoanálisis politizado y la ciencia política orientada psicológicamente, cuando se enriquecen con los fundamentos de la crítica feminista y se recontextualizan con la preocupación por los procesos mediáticos dominantes, ni siquiera se rascan la cabeza para admitir cuánto las pantomimas protomonárquicas del invitado de Palacio y de varios compañeros de extrema derecha eran equivalentes, a nivel simbólico, a la compensación regresiva por el miedo neurótico a la pérdida (sinónimo fantasmático de la muerte) y por la anticipación patriarcal de la impotencia fálica inminente, todo como una promulgación factoide para la visibilidad de los medios, particularmente para la horda de seguidores, desde la televisión hasta las redes sociales. El carácter insólito de esta observación (en realidad, un recuerdo) es sólo aparente: anclarse en lo esencial –en este caso, las exhalaciones autoritarias de la libido sublimada– permite a la crítica sociopsicoanalítica del poder y de la política protegerse de los errores y de la autodeterminación. -engaños. Así vislumbra la ingenuidad histórica lejos de su caseta de vigilancia.
En este sentido, tomando el proceso a la inversa, el componente lenitivo-regresivo presente en el citado factoide-enactment para la prensa nacional y extranjera acaba por asestar la herida central del infantilismo contundente del propio patriarcado: el virulento e insoportable sentimiento de inferioridad bajo el terror imaginario de la castración. La biopolítica, cuando está sombreada por la profundidad de campo sociopsicoanalítica, añade luz al corte: se trata de una sublimación autoritativamente pueril del poder sin potencia. Como admitirlo sería una vergüenza, la estructura dinámica del proceso queda obliterada y, para optimizar el camuflaje, prima la manifestación de la fuerza, en un círculo vicioso, para la disuasión pública de la final.
La puesta en escena factoide –ligada, en última instancia, a una fantasía épica, de corte ficcionalmente heroico, tan insegura como autodestructiva– equivale a un obsesivo ritual de exorcismo contra la muerte simbólica de la propia potencia como valor (en un sentido genérico, nunca reducible a la sexualidad).
Manteniendo la balanza, el miedo a este falibilismo fatal (como representación de la fobia a la pérdida del poder), combinado con la fetichización autocrática e inmadura del triunfo (militar y miliciano) a toda costa en el aparato del Estado, no logra, en algunos casos, sentido (siempre patriarcal), para extenderse a toda la red neofascista.
Mutatis mutandis, similar infantilismo -programático y antidemocrático- en los estratos sociopolíticos, jurídico-gubernamentales y corporativo-financieros que ejecutaron el golpe de 2016 hacen el alboroto institucional, bajo legitimidad simulada y jurisprudencia de la ocasión. Vitrinas multimedios transnacionales mostraron el desempeño de los adolescentes en el Derecho a la Comodidad.
Demonización patriarcal del extraterrestre – Infantilización neofascista de la sociedad
En el repertorio simbólico masculino, el miedo a la castración, tomado a nivel individual, siempre ha hecho que la infelicidad lanzara demonios sobre los demás. La historia del patriarcado como forma de gobierno demuestra que el extranjero demonizado es a menudo equivalente a la colectividad.
En el crujido ocluido de los caninos bolsonaristas, el infantilismo que se presupone en el mencionado tono sublimatorio-demoníaco es, al mismo tiempo, un intento de infantilizar a la sociedad mediante el uso inminente de la brutalidad.*** Esta pretensión ejecutiva, a ritmo de sollozos, tiene arco tautológico desde principios de 2018, basado en la tradición del positivismo brasileño. Es un enorme acoso social, inédito después de la promulgación de la Constitución Federal de 1988. Como procedimiento político-mediático, esa toxicidad parametriza un gobierno indeciblemente dañino –desde la progresiva profundización de la desigualdad socioeconómica hasta el genocidio pandémico al aire libre–.
Las palabras, aisladas o en interacción, nunca quedan impunes, porque nunca son casuales: infantilización de la sociedad, infantilismo del poder, todo de manera brutal y extemporánea, sin atmósfera histórica. En rigor, la puerilidad se refiere a actos aislados o esporádicos. El infantilismo indica una tendencia permanente (abrazada por la insistencia sublimatoria).
Cobardía por debilidad psicopática – Cantilena del terror como lenguaje banal
No por casualidad, las mismas muecas y rostros del invitado de Palacio, de una demostración apocalíptica de supuesto poder, se trasladaron a la inflación programada del 7 de septiembre. La flema de los dos discursos presidenciales de ese día, uno en Brasilia, el otro en São Paulo, no fue diferente.
En todas las circunstancias, el montaje de escenas sonoras, con frases hechas, se hace a la sombra de la conocida cobardía que surge de la debilidad psicopática. La puerilidad neurótica que desea un mundo (institucional o no) a su imagen -infantilizado- habla la cantilena del terror como un lenguaje banal de violencia simbólica.
Esta flagrante impotencia, cuando está vigente como cosmovisión, no camufla supuestos de base: para ella, la sociedad equivale a un niño indisciplinado que debe ser adiestrado y domado, con bofetada frontal y puñetazo en el abdomen, para adaptarse. más rápidamente al “mundo real”. La exhibición seria de juguetes de fuego en la cintura equivale a la forma simbólica de bofetadas y puñetazos.
La colectividad, internamente demasiado diversa para el neofascismo, aparece como sujeta a la inferiorización: en última instancia, un niño, como etapa de crecimiento, debe ser, sobre todo, supuestamente excluido, fuera del verbo: castigado, silencioso.
Al hacerse diurna, la colusión estratégica entre amenaza de fuerza y repetición siempre intenta domar la dispersión y la evasión (figuras de desviación, diferencia, libertad) como si domara a un animal, tomado como bestia. Un niño inteligente, atrevido porque educado, no duda en transformar la insolencia en desconcierto creativo: pregunta quién es, en realidad, la bestia.
Emblemas gráficos de video de amenazas extremistas
Por remanente de poder deshilachado, el descaro de estos temerarios autoritarios encaja con la burla institucionalmente vandálica de otro simpatizante civil del gobierno federal que posó en visibilidad digital con dos revólveres cruzados sobre el pecho, echando espumarajos de rencor racionalizado y amenazando, con obsesiones extremistas, instancias del Estado en nombre de Dios, la patria, la familia, la libertad y la vida. Suena a neofascismo defendiendo valores democráticos.
Los juegos de cortocircuito léxico y semántico, muy apreciados por el infantilismo ultraderechista, están puestos en esta rueda de ardilla. Semanas antes de las celebraciones del 7 de septiembre, un militar de la reserva incluso convocó, por video, a la horda bolsonarista no solo a sumarse a las manifestaciones en Brasilia, sino también a “entrar” –“en paz”– al STF y al Congreso Nacional, desde grupos previamente organizado bajo la bandera de Brasil en la cabecera. Ante una propuesta de esta naturaleza, la sana conciencia democrática, resiliente en millones de brasileños, no tiene dudas: es la verbalización audiovisual de la barbarie antirrepublicana, disfrazada de un interés delirante – del siglo XIX – de “devolver el nación”, un recordatorio de la “liberación de la patria” contra el “comunismo imaginario”. El agente retirado sugirió “atropellar” a cualquiera que se resistiera. Curiosamente, afirmó que ya no estaba "bromeando". Pasear juntos, ondear serpentinas y acampar en Capital Federal perdió encanto. También perdió su diversión solo para asustar a los enemigos. La invitación suponía que había llegado el momento de una “actitud madura”. Un emblema de esta “madurez” es inspirarse en 1964 y sabotear la democracia. Esta última anotación desvirtúa la perspectiva de los preceptos constitucionales y, en particular, de los derechos humanos y las libertades civiles, hitos, entre otros, innegociables. Esta perspectiva tampoco juega en el servicio.
Un poco peor fue el caso de un artillero del Ejército que, también en video, aludiendo a su puntería profesional, durante el período electoral de 2018, puso en el punto de mira a un miembro del STF como su blanco ideal. En un video anterior, el mismo narrador retirado, en defensa del bolsonarismo injerencista, había amenazado a la Presidencia del Tribunal Superior Electoral (STE) y a tres miembros del STF. El militar, que en su momento el Comando del Ejército (CEX) afirmó no representar a la institución, desató una andanada de maldiciones contra abogados, políticos, periodistas, artistas y un miembro de la Policía Federal. Correspondió a Celso de Mello, entonces decano del STF y ahora ministro jubilado, entregar la mordaz represalia institucional: “discurso sucio y sórdido”, con “lenguaje profundamente insultante” y “palabras superlativamente groseras y boçales” – un “ ultraje inaceptable” a la Corte, a la democracia y al sistema de justicia en su conjunto.
Solo esta lista. Representante de una cola interminable, trae a la memoria escenas similares de la época de la dictadura cívico-militar-empresarial en el país; y recuerda desastres autoritarios en naciones vecinas.
La comunidad universitaria radicalmente democrática no dispensa pimienta (iluminación, si se quiere) cuando hace falta: no oculta que la trayectoria crítica del sociopsicoanálisis, en la estela de los estudios de cibercultura, emprendería buenos avances interdisciplinarios si pudiera averiguar, en nombre de la democracia como valor universal, hasta qué punto el inconsciente perverso y pueril es estratégicamente videofílico y no se acompaña de ansias de exhibirlo.
Con la licencia extra de comparar grandes saltos, el intento de infantilizar la inferioridad de la sociedad con revólveres cruzados sobre petos videográficos o con alusiones alucinatorias a las armas es, en esencia, del mismo orden que la cobardía de los talibanes disparando al azar con fusiles al cielo para disolver las recientes protestas de cientos de hombres y mujeres afganos en Kabul. La máxima audacia que emerge de la desesperación, cuando se convierte en fuerza política, especialmente para las mujeres -mujeres islámicas sumamente valientes- avergüenza, en términos de acción madura en el mundo, la sublimación patriarcal que promueve las armas a la mano para camuflar huidas temerosas de la castración como un autoterror insoportable.
Vergüenza pública del patriarcado
Vale, para énfasis, una palabra más sobre el esquema sublimatorio-disuasorio del infantilismo como conducta política del inframundo.
En la política convencional como en la vida cotidiana, no hay expresión de éxtasis ni de jactancia sin anclarse en la fragilidad ocluida. Este es, por cierto, el modus operandi base mediante la cual la hipérbole tradicional y moderna del patriarcado realiza la apropiación compensatoria del poder, en nombre de la identidad política del varón y sus fetiches antropológicos habituales (monoteísmo, patriotismo, heteromonogamismo, familiarismo conservador, propiedad privada de los medios de producción, etc.).
Como no podía ser de otra manera, la expresión del signo de este modus operandi incluso incluye una estética oral facial y corporal gestual. Típica y conocida, prescinde de las molestias de descripción para evitar también molestias de lectura.
La bravuconería, la vejación pública de la garganta y el brazo, siempre descansa sobre pies corroídos. Son aires de mouco incorregibles, en esculturas de bustos sin base. Por cierto, los ocupantes de turnos institucionales más prósperos sin otras naciones, cuando pueden, derrochan esos aires con misiles transcontinentales. La política (de exhibición) de la fuerza, vista a través de su infantilismo y su deseo de infantilizar lo ajeno, sólo demuestra esto: el auge supuestamente humanista de la simulación de la responsabilidad político-institucional se manifiesta en el “adultismo” mutuo con juguetes sofisticados. El poder y la puerilidad hacen círculo en el huerto de la furia más diabólica.
En Brasil, como los salvajes, ávidos de la militarización de la sociedad, creen firmemente en los proyectiles, si el invitado de Palacio vuelve a insinuarlo, como lo hizo en noviembre de 2020 a causa del Amazonas, que movilizará convoyes para atacar a Estados Unidos. la próxima semana, no pasará mucho tiempo antes de que un estruendoso aplauso galvanice la viabilidad, cantando victoria.
Necrosis odia a la democracia
El infantilismo neofascista del poder no es nunca el de la estupidez, la falta de coraje o el repliegue táctico al aplicar golpes en fechas históricas de celebración patria. Se trata, más bien, de adornar los penachos galliformes con el belicismo de la insuflación de masas y con la amenaza del uso de la brutalidad: se trata de la permanente propensión al sabotaje estatal. El resto son copiosas cantidades de faroles sin protagonismo continuo.
En lugar de una operación de inteligencia discreta, con obediencia a las directrices republicanas y sin agresión a la democracia, el culto palaciego de las dictaduras prefiere la incorregible demostración de robustez, en férrea tracción y vejación, una promiscuidad que combina músculo mediático y un pequeño cerebro institucional.
El fulcro regresivo de este infantilismo -vale la pena subrayar- encierra, en su conjunto, una odiosa necrosis en relación a la democracia como valor universal y su diversidad multicultural y radical. Este rechazo vehemente a priori, que se confunde con la caza del “comunismo imaginario”, se expresa incluso cuando, con petulante oportunismo, se tolera la democracia sólo para sacar de ella el mayor beneficio.
Por cierto, el jugo batido de la “guerra cultural” bolsonarista es este: mantener a toda la sociedad mediáticamente “ocupada”, subordinada a la agenda mediocre de factoides disuasivos, bajo el azote de una catástrofe política inminente sobre la cabeza de todos. Esta estrategia simplista, de conocido alcance militar, no depende de que, el día previsto, haya cuajada en favor de acuerdos entre bastidores, frustrando a la propia horda instrumentalizada, rehén preadolescente de maniobras gubernamentales, populista "fuego amigo".
Desafío democrático de vida o muerte
Desde la perspectiva de esta rabia, la infancia perversa del poder, cuando es entrenada y experta, es una tiranía largamente planeada, intensamente rumiada y, con un entrenamiento ansioso por una corteza del mundo, exitosamente llevada a cabo bajo un miedo generalizado. El mero intento recurrente de concretar –sollozando, tragado, frustrado– el núcleo de este infantilismo corresponde sólo a la infancia trastornada del poder. Por ahora, al parecer, la frágil democracia brasileña queda a merced de esta segunda travesura igualmente perversa, a la sombra de la locura de la primera, sin lastre mayoritario para aventuras subtanques y tiroteos de media docena en la capital del país.
La contención institucional de estos impulsos políticos del hampa, tan virulentos como el bolsonarismo, es, en cierto modo, factible en un momento dado o durante un tiempo determinado. Los contrapesos políticos y legales aún vigentes en las instancias republicanas nacionales han impedido, por cierto, en la hora “h”, lograr un peor accidente institucional, de cierre de horas de carácter intervencionista. En sociedades abismalmente desiguales, como las latinoamericanas, especialmente Brasil, la vicisitud habitual –en esencia, el desafío democrático de vida o muerte– es la conversión de esa precaria contención en una realidad normalizada a largo plazo.
Valor del sociopsicoanálisis de la política neofascista
Cualquier equipo, uniformado o no, que acabe por aburrirse de la reflexión anterior debe, en nombre de los irresistibles estados de ánimo, cobrar tributo directo a las raíces psicoanalíticas francesas y alemanas. A pesar de las molestias autoritarias, el psicoanálisis y sus variantes socialmente orientadas son, desde las primeras décadas del siglo XX, irreversibles. Este artículo los reconoce como cruciales para comprender los procesos y comportamientos políticos, en particular los vinculados al neofascismo.
El abordaje –sucinto y comunicativo– de las relaciones entre infantilismo, poder autoritario y sublimación inspira el tratamiento de un fenómeno macroestructural del humus esencialmente similar, en otro registro reflexivo, esta vez de infantilización en la cultura: la regresión psicosocial en el contexto de la masa. adherencia al uso de “pegatinas digitales” en redes sociales en la palma de la mano.
Una puerilidad postindustrial envuelve la vida de las personas en la edad adulta. Desde la infantilización beligerante en el ámbito de la política convencional hasta la infantilización del signo en la escala de la cibercultura, se observa, entre diferencias de naturaleza y proporción, la épica similar de una infancia domesticada y cosificada, inducida por los poderes actuales, en la dirección del statu quo. Materia para un próximo artículo.
* Eugenio Trivinho es profesor del Programa de Posgrado en Comunicación y Semiótica de la PUC-SP.
Notas
* Versos en prosa de “Metamorfose do mal”, publicado en De Profundis (São Paulo: Iluminuras, 2010, p. 85). Traducción de Claudia Cavalcanti.
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