por MARCOS DEL ROÍO*
Extracto de la introducción del autor al libro recién publicado.
Prólogo al final de la historia.
1.
El discurso sobre un presunto “fin de la historia”, en las más diversas versiones, teológicas o filosóficas, forma parte de la tradición intelectual cultural de Occidente.
Su nueva irrupción a finales del siglo XX se asocia con la desintegración del socialismo de Estado (en particular, la URSS) y la representación ideológica de la universalización del imperio liberal de Occidente. Si bien este tema tiene una trayectoria considerable, la generalización y universalización de la modernidad capitalista a finales del siglo XX le otorga un sustrato concreto que no estaba presente en las formulaciones anteriores.
Actualmente, la ideología del fin de la historia en la concreción del imperio universal de Occidente se conoce como globalización neoliberal, coincidiendo, en esta ocasión, con el resultado de un proceso sociohistórico concreto de larga duración. La ideología y el proceso de occidentalización del mundo parecen converger finalmente en la universalidad del mercado capitalista y el individualismo egoísta de la propiedad, tal como lo define el globalismo neoliberal, sin que ninguna alternativa parezca viable.
De hecho, el objetivo del imperio universal ha sido perseguido por Occidente desde el siglo XI, cuando su deseo de dominación se condensó en la institución eclesiástica latina, que se convirtió en la potencia nuclear del orden social del feudalismo, necesitado de un poder estabilizador y una fuerza impulsora para la expansión externa.
La identidad de Occidente se definió entonces en torno al poder de la Iglesia, con la ruptura con la Iglesia bizantina, con la superposición del poder del emperador y los reyes, con la concentración y concepción jerárquica del poder en su propio interior y con la propuesta, como corolario, del imperio universal del cristianismo. Este debía abarcar toda la Isla de la Tierra, cuyo centro era Jerusalén, es decir, toda la parte habitada por seres humanos, ya que otras supuestas islas estarían, si no desiertas, pobladas por seres no humanos.
Fue en este contexto que surgió la discusión sobre la existencia o no de antípodas (literalmente, aquellos que tienen los pies en el lado opuesto, entendidos, sin embargo, como aquellos que viven en el lado opuesto), al mismo tiempo que se creaba la imagen del otro inferior y negativo – el subalterno – proyectado sobre todo lo que significaba interposición o resistencia a la realización de lo homogéneo. imperio mundi.
El subalterno que debe ser sometido al exterminio o a la resignación, y al que, por definición, se le niega un protagonismo sociohistórico autónomo, es un grupo social interno a Occidente, esta formación sociocultural compleja y multifacética, un bloque histórico, que puede ser un género (mujeres o transexuales), portadores de discapacidades o enfermedades endémicas (los discapacitados físicos, los leprosos, los locos), adeptos a una religión (cualquiera otra que la definida por la Iglesia de Roma) o a un estado social (los trabajadores manuales pobres).
2.
El mundo natural y otros grupos socioculturales ajenos u opuestos a Occidente se configuran como externalidades, y su externalidad se define por la religión, la forma de organización del poder o la racialización que se les dirige. Durante la evolución histórica de Occidente, los subalternos experimentan un proceso continuo de recreación social y cultural, tanto en el proceso productivo como a través de las instituciones responsables de la reproducción ideológica y cultural del orden, a la vez que construyen cosmovisiones fragmentarias y formas de acción político-cultural de asimilación y resistencia al poder imperante.
Por el significativo aporte que ofrece a la definición de la identidad de Occidente, la siguiente exposición estará delimitada por la dimensión política de la representación del subalterno presente en los autores “clásicos” de la teoría política, enfatizando la cuestión de Oriente, como representación política del otro externo.
Aunque se toca este tema (en el primer capítulo), no se trata de un trabajo más sobre el imaginario de Oriente (mitos, leyendas, literatura, publicidad o un campo específico del conocimiento), sino de un análisis del papel de la negación y la subordinación del otro en la construcción de la identidad de Occidente y del proyecto de imperio universal, un proceso en el que la representación política de Oriente es uno de los aspectos más importantes.
Oriente es la representación por excelencia del otro de Occidente, su verdadera antípoda, su complemento perverso, considerado inferior, despreciable, a menudo peligroso, en ocasiones objeto de deseo, que corre el riesgo de penetrar en el núcleo mismo de Occidente, conectando con el otro interno de características análogas. Así, la negación y subordinación de Oriente, mediante su occidentalización, es el prerrequisito para la realización del imperio universal.
Este Oriente, como realidad y representación, se desdobla en un Oriente interno, pues se origina en la misma matriz cultural grecorromano-cristiana, considerado medio imperfecto por el carácter “cismático” de su cristianismo o por el régimen político despótico (Bizancio y Rusia), y un Oriente externo, poseedor de riquezas bajo el control de seres y culturas “inferiores” que pueden y deben ser conquistados, pese a que en ocasiones aparezcan como temibles (Turquía, Persia, India, China).
Aún dentro de este marco de representaciones, América aparece como el extremo Occidente, dividido en dos por la expansión de la modernidad y el individualismo propietario: el Occidente norteño, perfeccionado y completo (Estados Unidos de América), y el Occidente meridional, inferior e incompleto (Iberoamérica). Estas representaciones son antiguas, pues incluso antes de Heródoto, Oriente y el Sur eran considerados partes inferiores en las representaciones culturales del mundo generadas a orillas del Mediterráneo.
3.
Con la decadencia del orden feudal, el proyecto de un imperio universal comenzó a propugnarse a través de una alianza entre la Iglesia católica y los estados territoriales ibéricos que surgieron como respuesta a la crisis y como instrumento de expansión de Occidente, hasta que, con la aparición de la modernidad capitalista, a partir del siglo XVIII, el motor del proyecto de imperio universal pasó a ser el Estado nacional.
En un mundo desacralizado por el liberalismo, comerciantes y soldados, además de sacerdotes y pastores, ahora también se ven acompañados por administradores y naturalistas. Sin embargo, el principio de universalidad está limitado por el principio de nacionalidad, de modo que la trayectoria de la modernidad es una disputa entre Estados por la hegemonía económica y política dentro del mercado capitalista que define los contornos de Occidente y su imperio sobre el mundo.
La cultura política del liberalismo, elemento constitutivo de la modernidad capitalista occidental, a través del discurso de la libertad de poseer cosas y de la razón de sí, que permite la igualdad formal de contratación en el mercado, contribuyó a la continuidad de este proyecto imperial de occidentalización del planeta, habiendo tenido éxito debido a su capacidad intrínseca de universalización cultural y a la fuerza económica y militar que lo acompaña.
Al concebir la libertad a partir del individuo y su capacidad de apropiarse de las cosas del mundo, el liberalismo ve al otro como un límite y un obstáculo, lo que da lugar a la reinvención permanente de la subalternidad, justificando la acumulación de capital y la occidentalización universal, basándose en una racionalidad instrumental inherente a ella. Los conceptos de despotismo y totalitarismo emergen en la teoría política liberal como ejemplos de representación negativa del otro, con referencias, en particular, al origen de la existencia de Oriente.
Como un grado de universalización mayor que el del mercado capitalista y la cultura liberal, incluso de naturaleza democrática, nunca surgió fuera y contra Occidente, la alternativa a su proyecto de dominación sólo pudo ser construida por la acción política y cultural de sujetos sociales sometidos y representados como subordinados dentro del propio Occidente.
Tanto las herejías de la era feudal como los movimientos democrático-radicalistas que impugnaban el individualismo propietario poseían, en embrión, un potencial de universalización sociocultural mayor que el de las clases dominantes occidentales, ya que no requerían la existencia de subordinados, aunque su poder de difusión era mucho menor y presentaban el riesgo de regresión socioeconómica. En otras palabras, tenían una capacidad limitada para la construcción hegemónica.
4.
Sólo con el surgimiento del movimiento y la teoría comunista, a mediados del siglo XIX, la modernidad, en proceso de consolidación, adoptó una visión crítica del mundo que tiene su punto de partida en el Occidente subalterno y que ve en el otro la realización de la libertad.
Al fomentar la resistencia y la formación de una subjetividad social antagónica desde las clases subalternas, la teoría comunista crítica de inspiración marxista cuestiona la voluntad de dominio del Occidente moderno, basada en la acumulación de capital. Al mismo tiempo, comienza a considerar Oriente como un elemento de emancipación, que debe ser disuelto como objeto de poder y representación negativa de Occidente, convergiendo con el movimiento de ascenso de las clases subalternas del núcleo de Occidente.
Por lo tanto, al criticar el proyecto de imperio universal, la teoría comunista propugna la disolución de Occidente mismo, así como de Oriente como su representación negativa, en la corriente común de las culturas humanas, por obra de los antípodas del imperio.
En una apuesta por su poder explicativo y de instigación de la iniciativa política, se utilizarán abundantemente en el curso de esta exposición categorías generadas por la tradición teórica de origen marxista, particularmente aquellas formuladas por Antonio Gramsci en su Quaderni del JailAlgunos de ellos redefinidos y ampliados en su significado. Este es el caso del bloque histórico, que se utiliza como categoría explicativa de toda la modernidad capitalista occidental, sin limitarse a ciertas formaciones sociales específicas.
Las nociones de hegemonía y revolución pasiva serán utilizadas también en su sentido más amplio, abarcando segmentos o la totalidad de Occidente y sus zonas de expansión, pues sólo así podrá comprenderse la idea que se pretende desarrollar, de la hipotética realización del imperio universal del Occidente liberal.
Dado que el universo categorial de Antonio Gramsci se articula fundamentalmente en torno a una filosofía de la praxis, que se despliega en una teoría de la acción política crítica de la modernidad capitalista, no hay lugar para una interpretación teleológica del devenir histórico.
Como esta observación no es suficiente, debemos recordar (y como se verá abundantemente) que en más de una ocasión Occidente, tal como se define aquí, corrió el riesgo de desintegrarse, por el efecto mismo de su naturaleza contradictoria, que señala alternativas de desarrollo e indica la posibilidad tanto del fracaso como de formas variadas de realización del imperio universal.
Desde esta perspectiva, al no existir una naturaleza estática ni a priori, Occidente sólo puede ser visto en el proceso histórico en el que construye y realiza su esencia, del cual la ideología del imperio universal, en sus diversas facetas, es un elemento constitutivo y activo.
(...)
Las décadas transcurridas desde la declaración del “fin de la historia”, la declaración de que el imperio universal de Occidente finalmente había sido establecido, han sido de hecho décadas de avance de la barbarie y de claros signos del resurgimiento de Oriente –China, en particular– como posible fuerza opositora a Occidente, liderada por Estados Unidos, cuyo poder económico está en declive y cuya inversión en fuerza militar está aumentando la amenaza a la humanidad.
La crisis estructural del capital, que avanza en paralelo a la crisis del Imperio Universal de Occidente, pone en riesgo la supervivencia misma de la Humanidad, finalmente hecha concretamente una.
*Marcos del Río es profesor de ciencia política en la Unesp-Marília. Autor, entre otros libros, de prismas de Gramsci (boitempo). Elhttps://amzn.to/3NSHvfB]
referencia

Marcos Del Roio. El imperio universal y sus antípodas: la occidentalización del mundo (y su crisis). São Paulo, Boitempo, 2025, 296 páginas. [https://amzn.to/44pPYzT]
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