por HOMERO SANTIAGO*
Said sintetiza una fecunda contradicción que supo motivar la parte más notable, más combativa y más actual de su obra dentro y fuera de la academia.
1.
En un mundo en el que durante tanto tiempo, especialmente después del 11 de septiembre de 2001, las tensiones entre Este y Oeste, dos polos geopolíticos indefinidos pero activos en nuestro imaginario, han estado en un proceso de agitación siempre a punto de estallar, el nombre de Edward Wadid Said, palestino-estadounidense nacido en Jerusalén en 1935 y fallecido en Nueva York en 2003, personifica una fértil contradicción que fue capaz de motivar la parte más notable, más combativa y más actual de su obra dentro y fuera de la academia.
En 1978 publicó orientalismo,[i] un estudio seminal que rápidamente, incluso antes de convertirse en un clásico en las humanidades de nuestro tiempo, inspiraría una amplia gama de nuevas investigaciones, especialmente en aquellos campos que gradualmente fueron llamados estudios subalternos, poscoloniales, de(s)coloniales, etc. Es muy difícil determinar el alcance y las especificidades de tales áreas de investigación, especialmente porque, como si su aparición reciente no fuera suficiente, parecen ser el tipo de olas en las que la marea está a la vuelta de la esquina, debido a la siguiente tendencia e incluso antes de que se establezca un caldo de cultivo consistente y sólido hasta el punto de persistir.
En cualquier caso, es increíble darse cuenta de que, siendo uno de los responsables de toda esta renovación de viejos campos y apertura de nuevos, el pensamiento de Said supo cultivar lo mejor y protegerse de lo peor de estas olas; En particular, libre de prejuicios, contrario a las mezquindades y a los encasillamientos conceptuales, nunca suprimió de su horizonte la idea de una humanidad unida, de una cultura cuya universalidad resulta de ser producto de una única mente, la humana. De ahí su compromiso, algunos aspectos del cual intentaremos reconstruir aquí, en favor de un “humanismo radical”.
2.
Algunas de las principales obras de Edward Said involucran y profundizan una cuestión de método que tiene entre sus referencias primarias la filología humanista, con énfasis en el nombre de Giambattista Vico, quien asume el papel de pilar teórico de esta disciplina, o más bien de este procedimiento cuyo modelo práctico contemporáneo, a los ojos de Said, es Erich Auerbach, el célebre autor de Mimetismo.[ii] El método en cuestión es, fundamentalmente, un método de lectura, ya que la pregunta clave es: ¿cómo leer?
Consideramos que éste es un aspecto fascinante que no suele resaltarse adecuadamente: muchas de las novedades en la obra de Edward Said, incluidas las más originales e influyentes, tienen su raíz en innovaciones metódicas. No tiene sentido presentar esto en su totalidad, lo cual implicaría un estudio de proporciones y propósitos diferentes. A modo de ejemplo, basta con darse cuenta de que un libro tan fundamental como Cultura e imperialismo, de 1993, puede leerse como una postura importante sobre el método apropiado para abordar ciertas obras y su conexión con la historia.
Mi método es centrarme lo más posible en unas pocas obras individuales, leerlas inicialmente como grandes frutos de la imaginación creativa o interpretativa y luego mostrarlas como parte de la relación entre cultura e imperio. No creo que los escritores estén determinados mecánicamente por la ideología, la clase o la historia económica, pero sí creo que están profundamente conectados con la historia de sus sociedades, moldeando y siendo moldeados por esa historia y sus experiencias sociales en diversos grados. La cultura y sus formas estéticas derivan de la experiencia histórica.[iii]
Una de las maneras privilegiadas de lograrlo es practicando lo que Edward Said llama a veces “historia en contrapunto” y que pretende devolver a las obras, especialmente a las clásicas, aquello que, siendo crucial para su composición, acabó por diversas razones quedando fuera de ellas; Desde este punto de vista, se trata de leer y comprender especialmente los silencios de estas grandes obras que la tradición nos ha legado.
Por lo tanto, debemos leer los grandes textos canónicos, y quizás también todo el archivo de la cultura premoderna europea y americana, esforzándonos por extraer, ampliar, enfatizar y dar voz a lo que está silenciado, presente marginalmente o representado ideológicamente. […] Al leer un texto, debemos abrirlo tanto a lo que contiene como a lo que ha sido excluido por el autor.[iv]
Fácil es decirlo y difícil hacerlo, como bien sabe el crítico. Se requiere mucho trabajo, no solo de estudio preparatorio sino, principalmente, de aprender a controlar el propio espíritu del lector, que debe saber acercarse a las obras, incluso y sobre todo a aquellas que le desagradan, con el corazón abierto de quien se esfuerza por comprender al otro, y no solo depreciarlo, ridiculizarlo como el "malvado" de la historia, el enemigo a castigar en la plaza pública, quiero decir, virtualmente (véase, un poco más adelante, cómo Said deplora la mentalidad del "nosotros contra ellos", una cosa schmittiana hasta la médula, por cierto).
Combinar experiencia y cultura es, evidentemente, leer textos del centro metropolitano y de las periferias en contrapunto, ni por privilegio de la “objetividad” de “nuestro lado”, ni por impedimento de la “subjetividad” de “su lado”. La cuestión es saber leer, como dicen los deconstruccionistas, y no separarlo de la cuestión de saber qué leer.[V]
Esto solo es suficiente para ilustrar la centralidad y novedad de la cuestión del método de lectura en Edward Said. De allí la pregunta que surge es ¿cómo justificar este procedimiento?
3.
Unos años después de la publicación de orientalismo, cuando el nombre de Said empezaba a ganar autoridad, el antropólogo James Clifford publicó una reseña crítica del libro acusándolo de suponer una petición de principios o, peor aún, una contradicción en los términos: Edward Said protagonizaría un conflicto irresoluble entre su inclinación humanista, por un lado, y lo que sería un antihumanismo exigido por los temas y el enfoque, por otro.[VI] Tomando las propias palabras del interesado al describir las críticas que recibió, es como si él, desde el punto de vista de James Clifford, estuviera “ambivalentemente enredado en los hábitos totalizadores del humanismo occidental”; Una “dificultad inquietante”, por ejemplo, sería utilizar a Foucault, un autor supuestamente antihumanista, y al mismo tiempo coquetear con “los modos esencializadores y totalizadores del humanismo”.[Vii]
En su defensa, el primer paso de Edward Said es discutir el significado del término “humanismo”. Su uso en Estados Unidos, explica, estuvo realmente contaminado por el estructuralismo francés, que le puso las etiquetas de soberanía del sujeto, cogito, ilustración, etc., todas ellas hoy en día enemigas de las más recientes olas de pensamiento. Sin embargo, no es ese humanismo el que él defiende. Le interesa más el humanismo, cuyas raíces se encuentran en Dante y Vico, y que fue practicado por filólogos como Erich Auerbach y Leo Spitz.
De hecho, Edward Said hace una caracterización precisa de este último que, a nuestro entender, constituye una excelente puerta de entrada para comprender el alcance y el contenido de su obra. El humanismo se basa, según Leo Spitz, en palabras retomadas por Edward Said, en la convicción “en el poder de la mente humana para investigar la mente humana”.[Viii] Éste es el credo humanista más básico, al que todavía le falta una salvedad que Edward Said propone inmediatamente después: no se trata de la mente europea o asiática, ni nada parecido, sino de la “mente humana”. tout court.[Ex]
Los efectos de esta postura valiente son de extrema importancia y permean la obra de Edward Said. Esto es lo que le permite, por ejemplo, al exorcizar la práctica de afirmar que esto o aquello es simplemente una propiedad de esta o aquella tradición –“uno de los ejercicios más debilitantes imaginables”–, afirmar la necesidad de que entendamos que un Beethoven “pertenece tanto a los caribeños como a los alemanes, en la medida en que su música es ahora parte del patrimonio humano”.[X] Una de las tareas del crítico será comprender, a partir de la supuesta universalidad de la mente, sus manifestaciones locales, es decir, cómo el poder creativo de la mente funciona de un modo específico.
Conviene notar –incluso para tranquilizar a quienes están a punto de persignarse– que el fundamento de este aspecto de la mente humana no reposa sobre un sujeto de estilo cartesiano, que sería universal y dotado de ideas claras y distintas; En cambio, se presupone la concepción viquiana de la “sabiduría poética”, tal como se sintetiza en el principio de verum/factum.
Según Edward Said, “el núcleo del humanismo es la noción secular de que el mundo histórico está hecho por hombres y mujeres, no por Dios, y que puede ser entendido racionalmente según el principio formulado por Vico en La nueva ciencia, que sólo podemos conocer realmente lo que hacemos o, dicho de otro modo, podemos conocer las cosas según el modo en que se hicieron”.[Xi]
Entre las innumerables consecuencias de esta posición nos limitaremos aquí a destacar sólo una en cuanto al método de lectura, que recibe el nombre de mundanidad. “Mundano”, explica el crítico, es una palabra que utiliza para “denotar el mundo histórico real de cuyas circunstancias ninguno de nosotros puede separarse jamás, ni siquiera en teoría”.[Xii] Este “en teoría” destaca"; es decir, la duda cartesiana que abstrae del cuerpo y del exterior es inocua en la práctica e imposible en la teoría. Para afirmar esto, Edward Said se apoya en las críticas viquianas a Descartes.[Xiii]
En su opinión, uno de los objetivos cruciales de Nueva ciencia era “cuestionar la tesis cartesiana de que sería posible tener ideas claras y distintas, y que éstas eran libres no sólo de la mente real que las posee, sino también de la historia”.[Xiv] El concepto de mundanidad se refiere precisamente a la restitución del vínculo inextricable (más o menos así entre figura y fondo) entre nuestra mente y una “naturaleza indefinida”, diametralmente diferente de la de las ideas claras y distintas; Esto es lo que Said caracteriza además como un “defecto trágico” que impide el conocimiento definitivo.
Dejemos de lado e ignoremos esta expresión de “fracaso trágico”, que en realidad no es feliz (es más fácil ser poscolonial o anticolonial que escapar de las garras de la vieja teología); Lo que Vico parece querer indicar es quizá algo así como esa infinitud que hace de nuestro conocimiento, incluso exacto, necesariamente inacabado, una indeterminación (que no implica necesariamente imperfección) como la determinada por lo que un filósofo podría llamar el “nexo infinito de causas”. Ahora bien, lo que realmente nos importa es que dicho “defecto” pueda ser superado mediante el método; “Puede remediarse y mitigarse mediante las disciplinas de la erudición filológica y la comprensión filosófica […], pero nunca puede anularse”.[Xv]
De esta manera, podemos entender perfectamente lo que constituye la base de uno de los errores fundamentales, por ejemplo, de una visión eurocéntrica tradicional de la literatura: una falta epistémica, ya que la abstracción y la parcialidad amputan las obras de arte de todo aquello a lo que están conectadas, un poco como Descartes hacía con las ideas para aclararlas y distinguirlas. Contrariamente a este procedimiento, el método filológico bien entendido y practicado es capaz de ser mucho más riguroso que el enfoque tradicional.
Tengo en mente un enfoque racional e intelectual mucho más riguroso que, como ya he sugerido, se basa en una noción bastante precisa de lo que significa leer filológicamente, de una manera mundana e integradora [similar a lo que en Cultura e imperialismo se llamaba “lectura contrapuntística”], en oposición a lo que separa o divide, y, al mismo tiempo, una resistencia a los grandes patrones de pensamiento reduccionistas y vulgarizadores de nosotros contra ellos de nuestro tiempo.[Xvi]
Éstas son las razones por las que Edward Said propone, según el título de uno de sus ensayos, un retorno a la filología, que permita instaurar un tipo de crítica más rigurosa, más racional y, sobre todo, políticamente comprometida, como crítica democrática, según el título de la obra en la que nos basamos ahora.
En resumen, de manera fascinante, descubrimos que el método crítico o filológico se justifica en virtud de una determinada constitución de la realidad y del ser humano. Si se quiere, en virtud de una ontología que no es la de este aquel (el ser como ser) enteramente abstracto, pero algo cercano a lo que podemos llamar el este quatenus entia (el ser como entidades, seres), que sólo puede ser captado a través de la integración de todas sus infinitas modalidades históricas.
4.
Volvamos a la crítica de James Clifford. ¿Se le respondería? No completamente. De hecho, la impresión es irresistible de que Said, al comparecer ante el tribunal del antropólogo, confiesa desastrosamente más, no menos, de lo que su acusador podría haber esperado. Algo así: el campeón de los discursos que cuestionan la cultura occidental y su vocación “imperialista” (la expresión es terrible, pero no es difícil encontrarla por ahí) actúa como infiltrado; La cantilena teórica es traicionada por una práctica que sólo toma forma y adquiere consistencia –he aquí el punto nodal– a través de esa misma cultura y de esas categorías operativas que le son propias y que manejan algunos de sus más notorios representantes (Vico y Auerbach, por citar sólo un par de bueyes de una enorme manada).
Lo dramatizamos un poco, pero esto es en última instancia lo que está en juego en la crítica de James Clifford. Y este punto, creemos, el propio Edward Said sabe que no puede responder satisfactoriamente explicando simplemente el significado del humanismo; Por ello, en el ensayo citado anteriormente “El retorno a la filología”, también propondrá una instructiva comparación entre su obra y la del filósofo del siglo XVII Benedict Spinoza.
La tarea del humanista no es sólo ocupar una posición o un lugar, ni simplemente pertenecer a algún lugar, sino estar al mismo tiempo dentro y fuera de las ideas y de los valores circulantes que se debaten en nuestra sociedad, en la sociedad de otro o en la sociedad del otro.[Xvii]
Para justificar esta concepción del humanista como alguien que, desde dentro, se posiciona contra, Edward Said se refiere a un libro del escritor polaco Isaac Deutscher titulado El judío no judío. Allí, recuerda, encontramos: “un relato de cómo los grandes pensadores judíos –Spinoza en primer lugar, así como Freud, Heine y el propio Deutscher– estaban dentro de su tradición y al mismo tiempo la rechazaban, preservando el vínculo original sometiéndolo a un cuestionamiento corrosivo que los llevó mucho más allá de esa tradición, a veces desterrándolos de la comunidad en el proceso”.[Xviii]
Aunque la referencia no se limita a Spinoza, aparentemente es él quien proporciona el espejo (el “principal” entre todos) en el que Edward Said pretende verse: palestino y norteamericano, humanista y antihumanista, como Spinoza, nacido en la comunidad judía de Ámsterdam y desterrado de ella a los 23 años.
No muchos de nosotros podemos o querríamos pertenecer a una clase de individuos tan dialécticamente cargados, tan sensiblemente localizados, pero es esclarecedor ver en este destino el papel cristalizado del humanista estadounidense, del humanista no humanista, por así decirlo.[Xix]
Aquí, sin lugar a dudas, florece esa contradicción de la que hablábamos al principio. Dialécticamente. Críticamente. Tanto Spinoza como Edward Said combinan el humanismo con el ejercicio de un método filológico o crítico de tipo “humanista” que lleva en sí la tensión de una práctica que, desde dentro de un sistema cultural y utilizando las mejores armas que ese mismo sistema proporciona, se levanta contra él.
Vamos a entenderlo. Habría sido fácil para el joven judío Spinoza, después de su destierro, volverse antijudío (en términos actuales: antisionista) y andar despotricando contra todo el mundo; Lo realmente difícil fue seguir siendo un no judío que no fuera antijudío y, como descubrimos con asombro al leer el Tratado de teología política, tenía la capacidad de combatir la lectura judía de las Escrituras utilizando las mejores armas recogidas precisamente de la literatura judía. De la misma manera, ser un palestino que despotrica contra Israel y los Estados Unidos no es difícil, es natural; Es difícil para un palestino americano, sin despreciar nunca la cultura recibida, saber cómo orientarla en la lucha a favor de los oprimidos.
Bueno, tal vez James Clifford no estaba del todo equivocado después de todo. Simplemente no habría comprendido que la paradoja o contradicción que él acusaba y denunciaba, en este caso, era precisamente el aspecto más fructífero del procedimiento crítico propugnado por Edward Said. “El humanismo […] es una técnica de perturbación”; “Tenemos que practicar una manera paradójica de pensar”.[Xx] Algo que se revela mucho mejor en el espejo de Spinoza: el humanista norteamericano desagrada tanto a los griegos como a los troyanos, así como el antiguo holandés desagradaba a los judíos y a los cartesianos. ¿Y cómo llevar a cabo esta hazaña de disrupción fructífera de doxa ¿Obtenido programáticamente?
Volvamos al principio: por el método de lectura. “El humanismo se trata de leer”[xxi] reitera Said de una vez por todas; En cierto sentido, toda la cuestión se reduce a saber leer, leer bien, lo que uno lea. En primer lugar, porque implica “pensar con cuidado”. La práctica de la filología implica una manera de pensar y de pensar críticamente. Como pocos, Friedrich Nietzsche se dio cuenta de ello desde su juventud y no dejó de elogiar el “espíritu filológico” como una especie de entrenamiento eficaz del intelecto (entrenamos a un caballo para que camine y, curiosamente, creemos que el buen pensamiento surgirá de forma natural).[xxii] En cualquier caso, pedimos permiso para ilustrar el tema de una manera más prosaica, por así decirlo.
Las leyes de Lidia Poët, una serie italiana cuenta la historia de las dificultades que enfrenta un joven licenciado en derecho en Turín a finales del siglo XIX, tratando de convertirse en abogado. En el primer episodio, el Dr. Poët asume la defensa de un joven acusado de asesinato. Todos dan ahora el caso resuelto, argumentando que las circunstancias y las pistas incriminan irrefutablemente al acusado; La única sentencia esperada, por tanto, es la pena de muerte. Ahora todo parece tan claro, tan incisivamente incriminatorio que… la joven, contra todo y todos, desconfía del veredicto esperado.
En el curso de las tribulaciones que le cuesta este posicionamiento, asistimos a un diálogo breve y sagaz. ¿Es realmente culpable el acusado?, pregunta un periodista. “Digamos que cuando todo el mundo piensa así, siempre tengo dudas”, responde Poët. «En estos casos, ¿cómo se procede?», insiste el periodista, y luego vienen las palabras que más nos interesan: «¿Nunca has estudiado filología? […] Cuando un texto se transmite en varias versiones, la más fácil suele ser la menos probable. La descarto y me concentro en todas las demás».
Es casi imposible encontrar una manera más clara de demostrar que la lectura filológica, la paciencia metódica, la desconfianza bien entrenada, el ojo atento a las contradicciones (las malas contradicciones, por supuesto, aquellas que son trucos que pretenden involucrarnos en el engaño), preparan e implican una forma de pensamiento crítico. No es poca cosa, y menos aún si consideramos sus consecuencias éticas y políticas.
Puesto que, como bien sabe el humanista, “la escritura es una serie de decisiones y elecciones expresadas en palabras”,[xxiii] No hay manera de concebir la lectura de otro modo que como una operación tan intelectual como política, lo que reitera la importancia del método apropiado. No existe una lectura ingenua o apolítica; Al igual que escribir, la forma de leer es siempre una cuestión de tomar posición. La filología humanista de Edward Said puede entonces convertirse en una figura de la crítica, de la crítica democrática, especialmente después del 11 de septiembre.
5.
Aunque no es habitual definir la obra de Said de esta manera, estoy convencido de que su obra expresa una posición firme filosófico. Durante la mayor parte de su carrera trabajó en un departamento de inglés enseñando literatura comparada. Yo viví en los Estados Unidos; Si estuviera en Francia o Brasil, por ejemplo, nunca le negarían sus credenciales de filósofo. Las tradiciones locales tienen un peso inevitable en las etiquetas; Es normal.
El hecho es que lo que nos propone es una propuesta filosóficamente robusta, que quizá podría caracterizarse como una transición, o más bien un “retorno”, por usar su palabra, de la filosofía a la filología. Como si se invirtiera el eslogan programático del joven Nietzsche en su lección inaugural en Basilea, es decir: Philosophia facta es lo que es la filología., “lo que era filología se convirtió en filosofía”,[xxiv] Said podría resumir los propósitos de su obra en la siguiente tesis: “lo que era filosofía debe convertirse en filología”.
Es una lástima, una lástima muy dolorosa, que aunque continuemos por los caminos abiertos por Edward Said, muchos a menudo no lo lean. Al menos esa es mi impresión.
No es casualidad que parezca que cuanto más se amplía el espectro de lecturas literarias, filosóficas, etc., como él siempre defendió, más se debilitan las preocupaciones por la calidad de la lectura realizada, como si el acto de leer, tomado en serio, fuera disociable del de pensar críticamente, como si fuera suficiente en sí mismo, como si éste pudiera hacerse sin mayores consecuencias.
Así pues, se lee mal, se piensa mal y, sobre todo, se dice mal, en los dos sentidos que permite el adverbio; Así sucede cuando los huesos del oficio filológico son sustituidos por la facilidad de las condenas inmediatas e irreflexivas, anacrónicas y emotivas; esas mismas que dentro de un par de años (con suerte) habrán perdido relevancia, contrariamente al destino que prevemos y deseamos para las obras de Edward Wadid Said.
* Homero Santiago Es profesor del Departamento de Filosofía de la USP.
Notas
[i] Cf. Dicho, orientalismo:Oriente como invención de Occidente, São Paulo, Companhia das Letras, 2007.
[ii] Cf. Auerbach, Mimetismo. La representación de la realidad en la literatura occidental, São Paulo, Perspectiva, 2021. Ver la “Introducción a Mimetismo” de Said incluido en esta edición.
[iii] Dijo, Cultura e imperialismo, São Paulo, Companhia das Letras, 1995, pág. 23.
[iv] Igual, págs. 104-105.
[V] Igual, págs. 321-322.
[VI] Cf. Clifford, “En orientalismo", en Dilemas de la cultura. Antropología, literatura y arte desde una perspectiva posmoderna, Barcelona, Gedisa, 2001.
[Vii] Dijo, Humanismo y crítica democrática, São Paulo, Companhia das Letras, 2007, pág. 27.
[Viii] Ídem, pág. 47.
[Ex] Misma misma.
[X] Cultura e imperialismo, ob. cit., pág. sesenta y cinco.
[Xi] Humanismo y crítica democrática, ob. cit., págs. 29-30.
[Xii] Ídem, pág. 71.
[Xiii] En este caso, la principal referencia de Said parece ser un texto de Auerbach, por supuesto, sobre la crítica de Viqui al cartesianismo; cf. “Vi a todos los prisioneros con Descartes”, en Auerbach, Literatura y método global, Milán, Nottetempo, 2022.
[Xiv] Ídem, pág. 31.
[Xv] Misma misma.
[Xvi] Ídem, pág. 73.
[Xvii] Ídem, pág. 101.
[Xviii] Lo mismo, págs. 101-102. El hermoso ensayo de Deutscher se traduce al inglés. El judío no judío y otros ensayos, Río de Janeiro, Civilización Brasileña, 1970.
[Xix] Ídem, pág. 102.
[Xx] Lo mismo, págs. 102, 108.
[xxi] Ídem, pág. 105.
[xxii] Un solo ejemplo: «La filología, en una época en que se lee demasiado, es el arte de aprender y enseñar a leer. Solo el filólogo lee despacio y medita durante media hora sobre seis líneas. No es el resultado obtenido, sino este hábito lo que lo hace digno». (Nietzsche, Trabajos completosvol. Humano, demasiado humano, Yo, frag.19 [1], París, Gallimard, 1988)
[xxiii] Humanismo y crítica democrática, ob. cit., pág. sesenta y cinco.
[xxiv] Nietzsche, Home et la philologie classique, Encyclopédie de la philologie classique, París, Les Belles Lettres, 2022, p. 45.
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