El hombre del abrigo alemán

Wassily Kandinsky, Negro y violeta, 1923.
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por BERNARDO AJZENBERG*

Comentarios al libro de Julio Ambrozio

Un hombre muerto en el malecón de Río de Janeiro y un extraño joven que sustrajo sus documentos. Así comienza O Homem do Coco Alemão, una novela corta que mezcla investigación policial y existencialismo, con un tratamiento estilístico esbelto, económico y minimalista.

El protagonista se llama Antônio Arapuca do Alto. Como un zombi macunaímico, en posesión de tales documentos sale en busca de los familiares del muerto. Al mismo tiempo, un par de policías mambembe inicia la llamada investigación oficial del caso, que se desarrolla entre Río y la montañosa Petrópolis.

Las pistas no son concluyentes, el proceso de investigación es lento y, al final, después de seguir las aventuras de la clase media baja en Arapuca, ni siquiera sabemos cuál es la conclusión correcta.

Sin embargo, esto no debe desanimar al lector, ya que el elemento principal de la obra de Júlio Ambrozio no está en las tramas ni en el suspenso que podría surgir de una trama como esta. Está, más bien, en la forma elíptica de su expresión, en la forma en que construye diálogos y descripciones como si tuviera a mano un colador de palabras. Sólo lo esencial sobrevive al filtrado de la escritura de este autor.

Un enfoque tan formal ciertamente dificulta la comprensión del libro en una primera lectura, pero poco a poco, despojándose de un disfrute más tradicional, habrá valido la pena, para el lector, adentrarse en este universo narrativo limpio y sin adjetivos.

Véase, por ejemplo, la siguiente descripción: “El coche cruzó por el lado contrario, subiendo por la obra. La niebla era espesa. Alaor tiró del freno. Fijó su mira. Blandió la escopeta, forzando el pestillo. El calor asaba la hierba y hervía el lago. El diputado deslizó su mano dentro de su chaqueta. Tomado de la botella todos los días. Se limpió la boca y habló en voz alta…”.

O el montaje de este diálogo entre Arapuca y una mujer llamada Zilá Bauer, con quien tiene sexo, en su casa, ubicada “justo en la curva de la carretera”:

“Se pegó a la pared. Y habló:
– Este, ¿cuál es?
Los autos siguieron.
- ¿Eso? Oh, es mi sobrino.
Como siempre lo han hecho.
– Zilá, ¿por qué no tuviste un hijo?
Una ambulancia vino al rescate”.

Ambrozio, de Petropolitan, no pudo resistir la tentación de construir, en El hombre del abrigo alemán un delegado “erudito” que hace referencias a Verlaine, Hammet, Stefan Zweig y otros nombres de la cultura universal. A pesar de sonar artificial y repetitivo, este recurso no compromete el libro.

Destaca la audacia de su reseco y árido método de composición. En cierto momento, por ejemplo, Arapuca simplemente desaparece, de una manera repentina que no vale la pena explicar aquí para no delatar el juego del autor, dejándonos con la sensación de visualizar fotogramas esparcidos por el aire.

Típico, quizás, de una época bastante tonta, de fragmentación generalizada, en la que, como ella dice, la narración se disuelve ante nuestros ojos, como las olas en la arena de Copacabana. Si hay un muerto en la playa, mejor que mejor.

*Bernardo Ajzenberg es periodista y escritor. Autor, entre otros libros, de Mi vida sin baño (rocco).

Publicado originalmente en el diario Folha de S. Pablo, el 16 de marzo de 1997.

referencia


Julio Ambrozio. El hombre del abrigo alemán. Sao Joao del Rey. ed. Puente de las Cadenas, 85 páginas.

 

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