El hombre de arena

Maria Bonomi, Faber, xilografía sobre papel, 118 x 80 cm.
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por AFRANIO CATANÍ*

Comentario a la novela de ETA Hoffmann.

El hombre de arena, publicado originalmente en 1817, representa solo una faceta del trabajo del escritor, compositor, empresario teatral y abogado alemán Ernest Theodor Whilhelm (1776-1822). Habiendo adoptado el seudónimo de ETA Hoffmann, cambió la W de su nombre real por una A, en homenaje a Wolfgang Amadeus Mozart.

A lo largo de su vida, Hoffmann hizo muchas cosas. Sin embargo, la actividad musical fue la ocupación que más le fascinó, habiendo dejado composiciones para ópera y una serie de artículos críticos sobre Bach y Beethoven, entre otros. Fue abogado durante muchos años, hasta que fue destituido de un cargo oficial por unas caricaturas que publicó en la prensa que consideraban una falta de respeto a las autoridades. Solo volvió a las actividades legales en 1814, habiendo sido nombrado consultor de la Corte de Apelaciones en 1816.

Pero también había literatura. En la presentación de una de las ediciones de la novela (ed. Imago), Fernando Sabino destaca que Hoffmann “se consagró como escritor con sus relatos de misterio y terror, que lo hicieron conocido y aclamado como uno de los novelistas alemanes más expresivos. ”, llegando incluso a influir, con el paso del tiempo, en grandes escritores como Baudelaire, Maupassant, Poe, Wilde, Dostoievski, Álvares de Azevedo y Fagundes Varela.

El hombre de arena reúne las principales características de los textos de Hoffmann: su sentido de lo grotesco, lo morboso, lo fantástico, lo sobrenatural. En esta novela corta, dividida en tres partes -en realidad, tres episodios- se puede observar, a medida que se desarrolla la historia, la transmutación del narrador: deja de ser Natanael, Clara o Lothar, para volverse omnisciente. La primera parte comienza con Nathanael contándole a su amigo Lothar sobre unos fantasmas que lo han acompañado desde la infancia.

El más terrible de ellos es el Sandman, entendido por Nathanael como “un hombre malo, que viene buscando niños que no quieren irse a la cama. Les echa puñados de arena en los ojos, que caen en sangre, y los lleva a la luna para alimentar a sus nietos”. Es decir, difícilmente habría algo más horrible para grabar en la mente de un niño. Además, Nathanael responsabiliza a Coppelius, el abogado, de la muerte de su padre; tanto Coppelius como su padre practicaban la alquimia en secreto. Natanael se convenció más tarde de que Coppola, el mercader de barómetros, no era un Coppelius disfrazado, llegando incluso a decir: los dos “sólo existen en mi mente, fantasmas de mi propia eu, y se convertirán en polvo tan pronto como los reconozca como polvo”. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, los acontecimientos confirman algunas de las preocupaciones iniciales de Natanael.

Sin duda, la tercera parte de la novela es la más fascinante, pues es allí donde se concretan las sospechas de Natanael. También hay una relación inquietante entre el personaje principal y un autómata, programado para realizar casi todas las operaciones. Es precisamente este autómata el responsable del desenlace un tanto inesperado de la trama.

Fernando Sabino, en la citada ponencia de El hombre de arena, insiste en resaltar la extraordinaria intuición de Hoffmann para penetrar en los dominios del subconsciente, no dudando en catalogarlo como el “verdadero precursor de las exploraciones de la psicología moderna”. No sé si el texto de Hoffmann llega tan lejos. Pero está llena de situaciones que rozan el absurdo y de la mejor literatura de terror existente, esa que revive al Sandman que está latente en cada uno de nosotros.

*Afranio Catani, profesor jubilado de la USP y profesor invitado de la UFF, es autor, entre otros, de Origen y Destino: pensando la sociología reflexiva de Bourdieu (Mercado de letras).

Publicado originalmente en extinto Periódico, el 31 de octubre de 1986.

 

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