por ODILON CALDEIRA NETO*
La forma de crear y transformar el mundo –especialmente en la transformación genocida– no es un acto de barbarie absolutamente desplazado de nosotros por el tiempo, el espacio o los valores morales.
El 16 de septiembre de 1992, Yitzhak Rabin visitó el campo de concentración de Sachsenhausen en el gran Berlín. Era la primera vez que un primer ministro israelí visitaba el monumento. Diez días después de la visita, tres neonazis invadieron el espacio y prendieron fuego a una de las pocas estructuras que quedaban en el campo donde estaban encarceladas unas 200.000 personas, la mitad de las cuales perdieron la vida.
Eran judíos, comunistas, homosexuales, personas con discapacidad, en definitiva, una amplia variedad de “indeseables” para el nacionalsocialismo. La reconstrucción del espacio, finalizada en 1997, adquirió un aspecto llamativo, como podéis comprobar en las imágenes siguientes.
Fue (mejor dicho, es) un ritmo y un proceso largo, desde el genocidio hasta el negacionismo. Desde el fuego en los libros hasta las personas en los crematorios, desde el negacionismo en los Eichmann en papel hasta la destrucción de registros y espacios de memoria, el genocidio está vinculado al negacionismo y sus diversos mecanismos. La experiencia de visitar un campo de concentración fue profunda, como cualquiera puede imaginar.
Quizás esto explique por qué me tomó tanto tiempo organizar una visita, a pesar de que he investigado y escrito sobre el negacionismo del Holocausto durante décadas. Y a cada paso pensaba en los absurdos argumentos negacionistas, desde los más pueriles hasta los supuestamente articulados, que se atreven a sonar historiográficos, con una racionalidad y una técnica tan típicas no de la historiografía, sino precisamente de los arquitectos y facilitadores del genocidio. Lógicas y técnicas presentes desde la entrada al campo, en la opulenta vigilancia de la llamada “torre A” y su maldito lema “El trabajo hace libres”, hasta la “estación Z”, donde había crematorios y una cámara de gas que Soluciones racionalizadas a los problemas, aquellas que fueron acusadas de ser problemas.
Saliendo del complejo del campo y mirando hacia la izquierda, hoy se encuentra un edificio de la Universidad de Brandeburgo, dedicado al campo de las Ciencias Policiales Aplicadas. El cartel afirma el propósito educativo de esta academia de policía junto a un lugar de violaciones de derechos humanos, recordando (o queriendo convencer) que ninguna dignidad humana debe ser violada. Pero más allá de esta condición potencialmente paradójica, los alrededores del campo brindan una experiencia inquietante, además de las casas donde vivían oficiales de las SS y otros profesionales del genocidio.
El camino que va desde la estación de Oranienburg hasta Sachsenhausen está rodeado de propaganda de Alternativa para Alemania, un partido de derecha radical que invierte en discursos contra las minorías, los extranjeros y, sobre todo, en discursos islamófobos. En estos discursos, estos otros se presentan de forma tan indeseable como potencialmente exterminables, incluso en el campo hipotético. Como si la propaganda del AfD no fuera suficiente, fue acompañada por “Der III Weg”, un grupo que se presenta como de tercera vía, nacional-revolucionario, socialista/nacional, como un gran juego de escenas para no revelar su neo -Credenciales nazis.
Por tanto, para mí la experiencia de la visita es inquietante, más que “transformadora”. Si miramos el campo de concentración como sólo un trozo de escombros de un pasado traumático (o indescriptible, como sugirió Tony Judt en 'Post-War'), se convierte en una referencia a un pasado que retrocede día a día. Pero si consideramos este pasado-presente, debemos prestar atención a las violaciones cotidianas, contra los inmigrantes, contra las minorías, en el centro de Europa, en la franja de Gaza, así como a la normalización diaria de los discursos y entidades de extrema derecha.
El desafío de la interpretación, que es también un desafío de la representación, como alguna vez sugirió un gran autor, no es sólo interpretar el Holocausto a la luz de su propio evento, sino comprender cómo esa/esta manera de crear y transformar el mundo, especialmente en el transformación genocida: no es un acto de barbarie absolutamente desplazado de nosotros por el tiempo, el espacio o los valores morales. Los genocidios de hoy exponen esta premisa. Así como la propaganda neonazi en las cercanías de un campo de concentración muestra que el Holocausto es parte de nuestro tiempo presente.
*Odilón Caldeira Neto es profesor del Departamento de Historia de la Universidad Federal de Juiz de Fora (UFJF).
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