El fin del pensamiento autónomo.

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por MICHEL AIRES DE SOUZA DÍAS*

Los individuos con una conciencia cosificada son incapaces de experimentación intelectual. No son capaces de reflexionar crítica y autónomamente sobre la realidad.

La preocupación de Theodor Adorno por el proceso formativo en la sociedad capitalista recorre toda su obra. Al analizar el proceso formativo en el mundo contemporáneo, se dio cuenta de que las personas son formadas por la sociedad, a través de diversas instancias mediadoras, de tal manera que absorben y aceptan todo, en función de esta configuración alienada. De esta forma, “[…] la formación de los sujetos se confunde cada vez más con la formación, con la adaptación a los mecanismos que regulan la producción y que se extienden a todo el ámbito de la vida”. (MAIA, 2009, p. 47).

En el ensayo “Teoría de la semicultura”, Theodor Adorno (2005) llegó a la conclusión de que la formación cultural en el mundo moderno ha degenerado, convirtiéndose en semiformación, entendida por él como una especie de pseudocultura, cuya característica es ser una -dimensional y limitada. La semiformación es una formación definida a priori, que se convirtió en la forma dominante de la conciencia, transformándose en semiformación socializada, bajo la determinación de la industria cultural (MAAR, 2003).

La cultura de masas, planificada y desarrollada por la industria cultural, productora de semicultura, negaba los valores trascendentes de la literatura, el arte, la música, que reivindicaban la libertad, la igualdad, la felicidad y una vida mejor para los individuos. Al negar estos valores, produjo nuevos modelos ideales de vida, como la belleza, el cuerpo, la familia, las cualidades del alma y la riqueza: “Aquí está el terrible mundo de los modelos ideales de vida sana, dando a los hombres una imagen falsa. de lo que es la vida real.” (ADORNO, 1995, p. 84). Estos ideales renovadores se plasmaron en películas, novelas, telenovelas, canciones y anuncios. En lugar de valores trascendentes de emancipación para todos, la industria cultural respondió con ideales de placer, consumo y satisfacción individual.

Para difundir los valores del mundo capitalista industrial, toda existencia fue obligada a pasar por el filtro de la industria cultural. Cuanto mayor es la perfección con la que la industria cultural duplica la realidad, más fácilmente crea la ilusión de que el mundo exterior es la extensión continua del mundo que se descubre en la película (ADORNO; HORKHEIMER, 1985). La imaginación, la autonomía y la espontaneidad del consumidor cultural se ven paralizadas por la propia constitución de los productos culturales homogeneizados. Como resultado, la semiformación se convirtió en la forma de conciencia de los individuos.

En una realidad basada en la cosificación, donde todas las cosas son niveladas por la forma de mercancía, las personas pierden su autonomía, aceptando con mayor o menor resistencia lo que les impone la existencia. En consecuencia, los hombres ya no pueden experimentar, porque entre ellos y la realidad intervienen controles técnicos que impiden una verdadera conciencia de la realidad. Para Theodor Adorno (1995, p. 150), “[…] la constitución de la aptitud para la experiencia consistiría esencialmente en la conciencia”.

Sin embargo, en las sociedades modernas, el aparato técnico ha adquirido tal poder que los individuos han sido anulados como subjetividad autónoma. La formación de la conciencia se constituye en el contexto de una sociedad administrada, que encierra a los individuos, disciplinándolos a patrones de pensamiento y comportamiento socialmente establecidos. La sociedad administrada se define por la unión entre el capital y las instituciones democráticas, buscando una mayor racionalidad técnica y administrativa, a fin de obtener una mayor organización, control y planificación de los individuos. Como acertadamente evaluó Theodor Adorno (1995, p. 43), si las personas quieren vivir en sociedad, “[...] no les queda más que adaptarse a la situación existente, conformarse; necesidad de renunciar a esa subjetividad autónoma a la que se refiere la idea de democracia”.

Theodor Adorno, en sus obras, estuvo muy influenciado por su amigo y socio Walter Benjamin, quien reflexionó sobre la pérdida de experiencia en el mundo moderno. Para Walter Benjamin (1994), con el desarrollo de la tecnología surgió una nueva forma de miseria espiritual. La experiencia formativa, que permitió la emancipación de la clase burguesa, dio paso a una experiencia empobrecida de valores e ideas que se difunden entre las personas, como la renovación de la astrología y el yoga, de Ciencia cristiana y quiromancia, vegetarianismo y gnosis, escolástica y espiritismo.

Siguiendo el análisis de Walter Benjamim sobre la pérdida de experiencia, Theodor Adorno (1985, p. 36) concluyó que, “[…] cuanto más asegura el proceso de autoconservación la división burguesa del trabajo, más obliga a la autoconservación. alienación de los individuos, que debe formarse en cuerpo y alma según el aparato técnico”. Los individuos, al reducir su existencia al consumo y al entretenimiento idiota de la industria cultural, dejan que su interioridad sea modelada por la producción de mercancías. De esta forma, la sociedad forma a las personas a través de innumerables canales e instancias mediadoras, de tal forma que absorben y aceptan todo, en función de esta configuración alienada (ADORNO, 1995).

En el mundo contemporáneo, la organización social sigue siendo heterónoma, es decir, ninguna persona puede realmente existir en la sociedad capitalista según sus propias pasiones y deseos. A medida que el mundo fue allanado por la forma mercancía, el yo ajustado a la realidad aprendió el orden y la subordinación, a través del aparato técnico y económico, que lo abarca todo. En este sentido, “[…] los fenómenos de alienación se fundamentan en la estructura social”. (ADORNO, 1995, p. 148). La adaptación, el conformismo, la ausencia de reflexión, los comportamientos convencionales son características de esta alienación.

Así como Kant entendió, en su tiempo, la minoridad como una condición de tutela, provocada por la pereza y la cobardía del hombre en utilizar su propio entendimiento, Theodor Adorno interpretó la minoridad, en nuestro tiempo, en términos de pérdida de experiencia. Para él (1995), los hombres ya no son capaces de experimentar, pues interponen entre ellos y lo que se va a experimentar esas capas estereotipadas de modelos, formas de pensar y actuar socialmente determinadas. Adorno piensa, sobre todo, en el papel que juega la técnica en la formación o deformación de la conciencia y el inconsciente. El problema más grave estaría vinculado a la propia constitución de la conciencia, que se forma en el contexto de una sociedad cosificada, que desconecta el pensamiento de sus contenidos formativos (PETRY, 2015).

En el mundo administrado, la industria cultural juega un papel fundamental en la pérdida de la experiencia, porque es la que difunde los productos estandarizados de la semicultura. Impide el esclarecimiento y la toma de conciencia de la realidad, ya que imposibilita la reflexión crítica al difundir productos culturales pasteurizados. Al hacerlo, hace que la conciencia sea incapaz de abordar adecuadamente la realidad. Podríamos decir, por tanto, que la semiformación se caracteriza por la forma distorsionada en que los individuos experimentan la cultura, ya que la toman de manera inmediata, sin que su contenido sea apropiado por el individuo.

La semiformación se revela así como una forma de bloqueo para la realización de una experiencia, en la medida en que impide al sujeto mantener una relación viva con la cultura. Le hace establecer una conexión parcial con los productos a los que tiene acceso, lo que termina contribuyendo a la cosificación de la conciencia (PETRY, 2015).

En una sociedad totalmente cosificada, basada en el consumo y el entretenimiento estandarizado, la semieducación impide la experiencia, precisamente porque la gente odia lo diferente, lo que no es estándar, lo que no forma parte de lo establecido. En un debate con el educador alemán Helmut Becker, Adorno nos ofrece un ejemplo sorprendente de la pérdida de la experiencia. Habla de un número incontable de individuos, sobre todo en la adolescencia, que tienen una gran aversión a la educación: “Quieren quitarse la conciencia y el peso de las experiencias primarias, porque eso sólo les dificulta orientarse”. (ADORNO, 1995, p. 149). En la adolescencia se desarrolla el tipo de individuo que se pregunta: ¿para qué estudiar, si puedo escuchar música o ver televisión? De esta manera, las personas odian lo diferenciado, lo que no está moldeado, porque están excluidos de ello y también porque, si lo aceptaran, les dificultaría la vida cotidiana (ADORNO, 1995).

En otro ensayo, “Filosofía y maestros”, Theodor Adorno detecta la pérdida de experiencia en la falta de autonomía de los individuos. Al evaluar la contratación de profesores en el Estado de Hesse, Alemania, animó a muchos candidatos a poner sus propias opiniones en sus trabajos. Sin embargo, la mayoría acabó teniendo dudas sobre su propia autonomía. Para todo debe haber hábitos, normas y caminos correspondientes ya consolidados. A su juicio, esta relación entre la ausencia de reflexión y los patrones normativos era una muestra de conformidad con lo establecido, con lo vigente, mostrando una forma de pensar que tiene afinidades con el autoritarismo.

Por eso, según él, el nazismo todavía sobrevivió, no porque la gente creyera en sus doctrinas, sino porque éstas estaban determinadas por conformaciones formales del pensamiento, como el convencionalismo, el realismo exagerado y la voluntad de adaptarse a lo imperante: “En la incapacidad del pensamiento de imponerse, ya acecha la potencialidad de encuadramiento y subordinación a cualquier autoridad, del mismo modo que hoy, concreta y voluntariamente, las personas se inclinan ante lo que existe”. (ADORNO, 1995, p. 71).

La pérdida de la experiencia también se puede observar en el ámbito mismo de la reflexión filosófica. Theodor Adorno (1995) se dio cuenta de que la ocupación con la filosofía, que debería permitir una mayor independencia de pensamiento, llevando a los individuos a la autonomía, se convirtió en lo contrario de eso. Al someterse la filosofía a las reglas del conocimiento científico, abandonó su capacidad de reflexión. Este hecho es el resultado de las propias normas científicas. La ciencia, que nunca aceptó nada sin verificación y prueba, es decir libertad y emancipación de todos los dogmas, creencias e ideologías, se ha convertido ahora en una nueva forma de heteronomía.

Es lo que muestra Theodor Adorno (1995, p. 70) en este pasaje: “La gente cree que se salva cuando sigue reglas científicas, obedece un ritual científico, se rodea de ciencia. La aprobación científica se convierte en un sustituto de la reflexión intelectual de lo fáctico, de lo que debe constituirse la ciencia. El pectoral oculta la herida. La conciencia objetivada se sitúa como un procedimiento entre ella misma y la experiencia viva.

Adorno también valoró que la falta de aptitud para la experiencia está ligada a la pérdida de la conciencia histórica. Lo característico de la sociedad capitalista es el deterioro de la memoria, ya que la sociedad burguesa está subordinada, de manera universal, a la ley del cambio. Las relaciones materiales de intercambio entre los hombres son, por su propia naturaleza, atemporales, al igual que la racionalidad técnica, los bienes y el trabajo. La producción y reproducción del capital liquida el tiempo y toda experiencia auténtica. El resultado es que, en la vida cotidiana, las personas están eternamente atadas al trabajo, al entretenimiento y al consumo. El mundo se reproduce a sí mismo a imagen de sí mismo, como un eterno presente. La pérdida de la memoria se convierte en una ley objetiva del desarrollo del modo de producción capitalista. Theodor Adorno (1985, p. 190) señala: “La cosificación es el olvido”.

La barbarie de Auschwitz es la prueba más contundente de la pérdida de la experiencia. Los individuos con una conciencia cosificada son incapaces de experimentación intelectual. No son capaces de reflexionar crítica y autónomamente sobre la realidad. En este sentido, Auschwitz es parte de un proceso social objetivo, de una regresión asociada al progreso, un proceso de objetivación que impide la experiencia formativa, sustituyéndola por un reflejo afirmativo y autoconservador de la situación actual. Auschwitz no sólo representa el genocidio, en un campo de exterminio, sino que simboliza la tragedia de la formación, en la sociedad capitalista (MAAR, 1995).[i]

*Michel Aires de Souza Días Doctor en Educación por la Universidad de São Paulo (USP).

Referencias

ADORNO, TW Progreso. Luna Nueva, No. 27, pág. 217-236, diciembre. 1992. ADORNO, TW Educación y Emancipación. Río de Janeiro: Paz e Terra, 1995.

ADORNO, TW Teoría de la Semicultura. Revista Primera Versión, año IV, n. 191, mayo/agosto. PAG. 1-20, 2005.

ADORNO, TW; HORKHEIMER, M. Dialéctica de la Ilustración. Río de Janeiro: Jorge Zahar, 1985.

BENJAMIN, W. Experiencia y pobreza. En: BENJAMÍN, W. Obras Escogidas: Magia y Técnica, Arte y Política. São Paulo: Brasiliense, 1994. p. 114-119.

MAAR, WL A modo de introducción: Adorno y la experiencia formativa. En: ADORNO, TW Educación y Emancipación. São Paulo: Paz e Terra, 1995. p. 11-49.

MAAR, WL Adorno, Semiformación y Educación. Educación y Sociedad, v. 24, n. 83, pág. 459-476, 2003.

PETRY, F. Experiencia y Formación en Theodor W. Adorno. Educación y Filosofía, v. 29, núm. 57, pág. 455-88, enero/junio. 2015.

Nota

[i] Este texto forma parte del artículo “Educación, experiencia formativa y pensamiento dialéctico en Theodor W. Adorno”, publicado en la Revista TRANS/FORM/AÇÃO (UNESP), v.5, n°4, oct/dic 2022.


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