el filántropo

Guignard, Las gemelas (Léa y Maura), óleo sobre lienzo, 110.00 cm x 130.00 cm, 1940.
Whatsapp
Facebook
Twitter
@Instagram
Telegram

por AIRTON PASCHOA*

Comentario al libro de Rodrigo Naves

El libro de Rodrigo Naves, el filántropo (Companhia das Letras), es, sin exagerar, un genio. Puedo decir esto con seguridad porque, como el reverso del narrador comedido, peco en exceso. Por exceso, sin duda, no tengo lengua apretada (para recordar la portada como un guante de Marcelo Serpa), peco de intemperancia, que es ese exceso de especias, sí, pero nunca de falsedades. Excelente. Basta con abrirlo y leerlo, y desde las primeras páginas sentimos su sabor a novedad. No novedad novedad sino novedad vital, de esas antiguas, tradicionales, primigenias, originales…

¡Allá! hablando de falsedades, debo corregirme pronto. Esto no es un libro, solo un libro. Son varios, por lo difícil de su forma, cosa que mucha buena gente ya ha notado y reflexionado, encontré tres, tal vez el lector magnánimo encuentre más, 350, ¿qué sé yo? y encuentra menos al lector tacaño, dos, uno. Pero está en algún lugar, me gustaría creer, entre uno y trescientos cincuenta. Como no aprecio la polémica, yo también nací con el hastío de la polémica, cada uno tiene la suya, yo tendré mis tres. Y es sobre ellos que pretendo hablar un poco.

Pero vamos en orden. El segundo libro… Primero, debo disculparme con el lector serio, quien ciertamente no apreciará esta crítica mía impresionista. Yo confieso. Pero, ¿qué debo hacer? Gracias al autor, que es crítico de arte, y muy bueno.

Como veis, todavía no he podido hablar del libro, ni de los libros. Pero no es mi culpa, dámelo. Este es uno de los efectos que provoca. Un cosquilleo, un picor, un deseo de decirlo todo, todo, poco a poco, cada palabra, sin rodeos, cada palabrota, una compulsión por confesarme sin freno y contrito, y justo en mí, ya ves, uno de los tipos que los hombres más circunspectos que conozco, y a punto de querer arrodillarse así… Todo por su culpa, está tirando de la cuerda con la que nos ahorcaremos, medio metro de lengua fuera, junto con nuestras indiscreciones, nuestra idiosincrasia, nuestros vicios inconfesables. Pero no estoy tan loco como para cometer esta locura. Tendría que despedirme de todo, tradición, familia, propiedad, Estado, Dios, patria, fiesta… ¡No! Permanezco dentro de los límites juiciosos de la revisión.

El tercer libro comprende un retrato lapidario, en ambos sentidos. Todos sabemos lo imposible que es resumir una vida en unas pocas líneas (¡proust lo dice!), y que este libro lo hace… sucintamente. Son admirables los retratos de artistas plásticos, “Anna Döring (1898-1930) y Alberto da Veiga Guignard (1896-1962)”, “Mira Schendel (1919-1988)”, pero los que pasaron sin dejar rastro, o esa vida rastreó sin dejar pasos, también no muy atrás, el ex boxeador “Rosemiro dos Santos (1944-1991)”, la chica de “Altivez”, la chica de “Vulgar”:

“Llamé a mi pene un gallo. A veces me pedía que la follara. Otros, que le hizo daño. Hacía brisa por las tardes, incluso bajo el sol abrasador. Tenía miedo de morir temprano y pasar necesidad. Provenía de una familia pobre y el sentimiento de dependencia la excitaba y la entristecía. Simultáneamente. Por eso asociaba el dolor con la protección y encontraba el sexo atractivo y aterrador. Estaba limpio. Su cuerpo higiénico hacía que incluso los actos más regordetes fueran lujuriosos. Y la violencia ocasional parecía restaurar la inocencia de la limpieza. No, no gimiendo. Simplemente hizo estas expresiones espantosas”.

¿Necesitar más? ¿Nombre? Tina. O Cris. O ambos. O el uno. Tu eliges.

Pero el retrato de mi corazón, no sé por qué, es el del comunista parisino “Eugène Varlin (1839-1871)”, obrero, manual e intelectual, que dedicó su brevísima vida a la causa libertaria:

“Alrededor del mediodía del 27, Varlin deja de defenderse. Durante veintiséis horas vaga por las calles de París. A las tres de la tarde del 28, cansado, se sentó en un banco de la rue Lafayette. Su apariencia es la misma: cabello largo, barba oscura, solo los ojos oscuros muestran cansancio. No había hecho nada para ocultar su identidad. Un transeúnte lo reconoce y lo denuncia. Varlin es conducido ante un general, quien ordena su ejecución. Antes de morir un saludo: '¡Viva a República!', '¡Viva a Comuna!'. Tenía treinta y dos años incompletos”.

La conclusión es terrible y nos hace preguntarnos por qué Varlin, como otros líderes de la Comuna, dejó de postularse, por qué se rindió. Es posible asumir, con muchas posibilidades de acertar, y así poner a prueba nuestra capacidad de estar expuestos al dolor. Sin ilusión reconoció que su vida había terminado, prefiriendo por tanto renunciar a ella, aunque en teoría lo tuviera todo por delante, que renunciar al sueño que vivía, y que tardaría en resurgir de las cenizas. , como él sabía, sin ilusión. ¡Viva Varlín!

Otro retrato que me fascina, no sé si por la técnica o por la temática, es el del viejo escritor sobre Xoxota. “Doce años” llama a la pieza pequeña, me refiero a la obra de teatro, una lección de cómo mamar a los niños pequeños. No se trata de un tratado comunista, como podéis ver, quién se los come. Coges a una pichonita en estado puberal, por esa edad adorable, desnuda, para evitar el bochorno de desnudarla, y... Pero escuchemos los labios de la magnus magister:: “Sobre todo, necesitas saber medir tu saliva. Si la humedad excita, ya que proporciona un mejor contacto entre las partes, su exceso disgusta. Y las chicas son criaturas exigentes. Requieren control y precisión. Como ciertas aves, emprenden el vuelo al menor ruido y escapan del trance al que con tanta dificultad las conducimos. También es necesario saber administrar el tiempo. Se impacientan cuando nos excedemos. Ellos son saludables. Reparten fantasías”.

Si conozco bien a mis amigos, dirán que esta vez pueden adivinar fácilmente por qué aprecio tanto el nuevo arte, el lenguaje cuninha, llamémoslo así, — porque descubrí el pedófilo inconsciente en mí... ¡Ah! amigos, como los necesitamos! Pero están equivocados. hago veneno. Es público que vampirizo a jovencitas de 42 a 102 años y que prefiero “tener la lengua enredada, pelos o trompetas” que lamer jabón, aunque sea de niño.

Perdóname, creo que me emocioné demasiado y ya comencé a hablar del segundo libro, al que pertenece la maravillosa miniatura lúbrica, y que está lleno de estos narradores modestos, medio kafkianos, a quienes les encanta traducir los mayores disparates en impecables lógica. Hay uno muy raro, “Aventura”, de un moribundo, baleado por casualidad, que se arrastra por la ciudad, escondido, porque odiaría molestar a los demás con su carne putrefacta, que odia los domingos, problemas que tiene con la continuidad. desde la escuela secundaria, que va a visitar la casa de su novia Bárbara al otro lado de la ciudad, pero que parece haber estado abandonada por mucho tiempo, que regresa en metro, yendo a enterrarse en lo profundo de la tierra con él, así que para no molestarnos con el olor… Un perfecto polis man, sin duda, muy urbano… él, no la ciudad, cuyo ambiente parece cargado del mismo olor.

No sé, no, pero confieso que no me gusta, me huele a guerra. Lo que me gusta, lo que prefiero, lo que realmente amo es la Poesía. ¡Oh! poesía, poesía eterna, eternamente capaz de secar nuestras lágrimas en este valle sin valor... ¡no sabe si existe por destilación, o por sedimentación, o lo que sea! tanta alegoría química y geológica para terminar, a modo de tambor, chocado y materialmente aniquilado, como cualquier final de la Bienal (¿comienzo?): “Me siento hecho de paja, polvo, metales, algodón, carne, viruta — y la falta de armonía en el conjunto me amarga como el infierno.”

No sé con cuántos ni con qué autores está conspirando nuestro filántropo en la oscuridad de la noche, pero uno de ellos es sin duda nuestro mayor poeta (y uno de los más grandes de Occidente en el siglo XX). El progreso poético de ciertos fraseos, a veces de piezas enteras, evoca los grandes versos libres del artista Itabi. Si no, veamos este dulce y delicado poema, “Cidade Grande”, restituido, digamos, a versos del gran poeta Drummond:

“¿Quién construyó esta ciudad
la levante para verla desde arriba
para no habitarlo.
Nada me encontrará. a las nueve y media
Me calzo los zapatos y bajo a la calle.
Veo los coches pasar.
Algunas personas regresan de los cursos nocturnos. Ellos estan muy tristes
personas que toman cursos nocturnos.
Enfrente, los últimos empleados lavan el suelo del bar.
Tres jóvenes pasan a mi lado,
deben ir a alguna fiesta.
Tampoco lloverá.
Nunca pude recordar lo que papá hizo en la noche.
Una vez, al parecer, empezó a estudiar griego, no sé si lo aprendió. Necesito comer mejor, me he estado sintiendo un poco débil por la mañana.
El portero del edificio viene a hablar conmigo.
Me siento profundamente miserable esta noche.
Ni siquiera lloverá. El aire no tiene humedad.
Dos chicas caminan del brazo
y hay quienes hablan de la homosexualidad femenina.
En la calle Trostesi compro un periódico. No hay duda
Los periódicos perdieron gran parte de su respetabilidad después de que dejaron de ser
……………………………………………………………………………………………… ..            compuestos de plomo”.

Podemos hablar de uno u otro verso, todos ellos, sin duda, su ruptura, su ritmo, pero no el poema inscrito en la prosa, y dividido aquí en versos, a modo de demostración. Poema en prosa, literalmente.

En esta prosa medida, pero no medida, el deseo, la inquietud, la inquietud, de vez en cuando brotan aquí y allá, hasta el punto de que el narrador tiene que juntar ambas manos y apelar a Dios, como en el delicioso “Verano”. ”: “Ah, Señor, la senilidad que no basta. ¿Dónde encontrar la paz, si por todos lados el calor las pone ante los ojos? Son jóvenes, casi ingenuas y debajo de sus camisetas llevan dos palomas nerviosas, como si el espíritu santo, duplicado, habitara bajo una ligera tela de algodón [...] Son magdalenas. son pecadores Sin arrepentirse absolutamente de nada. Por eso, Señor, ten piedad de los que en las aceras sufren trances insoportables. Danos la gloria de despreciarlos, la indiferencia. Concédenos la línea del horizonte, Señor. Sólo la línea del horizonte lejano. Y si no es mucho pedir, concédenos erecciones intermitentes, desmotivadas y leves sobresaltos nocturnos. Amén."

Aun así, aún queda el tiempo de geometrizar, de descomponer, de analizar estas erupciones casi incontrolables, con sus “pues”, sus “peros”, sus “es muy cierto”, su encadenamiento de razones, sus loco-lógicos torneos: “(…) Al sol, hasta ellos sudan. Y es por eso que no se ven limpios. Pero hasta eso, Señor, excita, esa ligera acidez de tantos pecados. Bien es cierto que la estrecha franja de vientre que dejan a la vista los higieniza. Esto realmente ocurre con las carnes más frías. Sin embargo, descompensada, la temperatura corporal baja y con ella se va mi paz, deambulando por interminables superficies. Lo que nos salva es que por ahora se alimentan bien, y por tanto también se componen de tomos. Los volúmenes, Señor, son entidades menos tentadoras: tan llenos, tan suficientes. Superficies, n. Necesitan contacto para realizarse, y luego nos perdemos. El cabello, tráelo largo, liso u ondulado. Por eso mismo, superficial. Corren de atrás, de superficie a superficie: ¡el diablo! (…)”.

El giro racionalista es la marca del filántropo, el primer narrador del libro, reflexivo, reflexivo, reflexivo, reflexivo, y que abarca varias identidades. Como nosotros… ¡sin ofender, por favor! Porque filántropos, después de todo, todos lo somos. Yo, por ejemplo, filántropo mucha gente, otros pocos, filántropo menos, raro, filántropo no muy, pero esto es lo de menos... Porque quiero a todos, como al filántropo, como a mí mismo, y me reconocí en varios de mis hermanos, a pesar de los disfraces, cambios de piel, clase, edad, género, sin dejar nunca de ser filántropo, ese pequeño ser apegado a la última brizna de razón, razón formal, lógica, instrumental, apegado a sus semejantes, solidario y cómicamente solitario, rumiando sus pensamientos como rumores, y soltando como gases, nuestras podridas y pobres facultades intelectuales.

Como nosotros, por tanto, pero en estado puro, cristalino. Por eso es especial este filántropo, es una especie de loco, y Rodrigo Naves pinta un retrato extraordinario en primera persona, un autorretrato de la locura sobria en tiempos del capitalismo loco, un autorretrato no de él, sino de nosotros, de todos nosotros, pequeños yoes en perpetuo combate por sobrevivir mínimamente, con dignidad, sin enloquecer, y enloquecer irremediablemente, a diario, mansamente, lúcidamente. Porque cada vez estamos más en el mismo barco… hundiéndonos seguro, pero ¿qué hacer?

Duele, te enfada, te dan ganas de reír verlo serenamente agitado en su esquizofrenia ética, esgrimiendo líneas de conducta, programas, principios, dando consejos, convocando experiencias, escuchando rumores interiores, desde el proporción? del recto? en busca de la sabiduría, de saber vivir y saber morir, imponiendo tareas y más tareas, manuales e intelectuales, promesas y más promesas, de ahora en adelante, siempre, y luego los ejemplos regurgitan, llevándose todo el libro, de oreja a oreja. oído, en definitiva, un militante autista en medio del turbocapitalismo con todas las turbinas activadas. Dios quiera, la Psiquiatría llegue pronto a un diagnóstico preciso de esta terrible enfermedad de fin de siglo, una especie de PME, Psicosis Maníaco-Eticida… igualmente fatal.

Los efectos de la máquina alucinada del capital, desempolvada, todos los sentimos, son devastadores, a escala mundial ya escala personal. Es de este fabuloso retrato nuestro, de nuestras quimeras de vida recta, quimeras, es decir, de donde el libro saca su fuerza, su poder crítico. tu poder Pues ¿cómo entender a un filántropo sin hombres? ¿Cómo entender la filantropía sin humanidad? ¿Cómo entender la filantropía lisiada?

Ni que decir tiene que el filántropo, celoso de su humanidad y de nuestra humanidad, ciertamente escribe, o al menos acaricia proyectos de trabajo sostenido, como Ética y Economía, Ética y Capital y otros. ¿Alguien cree todavía en el capitalismo ético, o el capitalismo ginecológico, es decir, el capitalismo con un toque humano? Si crees, solo mira a los filántropos que producen esta teratología ideológica en la que vivimos o morimos.

Creo que me excedí una vez más. Pero vuelvo a mi proverbial sobriedad. Debemos saludar en este precioso librito el nacimiento de un gran escritor. ¡Ojalá no le suceda la misma nefasta suerte a él, ya nosotros, que perdimos otro enorme talento literario, secuestrado por el cine y liberado sólo al final de la vida, por la acción generosa de tres mujeres! (Hablo de Paulo Emílio…) Que Rodrigo Naves encuentre en la literatura, en los momentos que le faltan, el consuelo que el duro trabajo de la crítica de arte no le ofrece. Pues no es de extrañar que nunca haya dejado de ser “una alternativa más práctica”. Aprendimos que cuando no hay nada que hacer, es hora de empezar a escribir literatura.

*Airton Paschoa es escritor, autor, entre otros libros, de Ver barcos (Nanquín).

Salvo ajustes ocasionales, publicado bajo el título “Nosotros, los filántropos” en la revista Ficções nº 4, segundo semestre de 1999.

referencia


rodrigo naves, el filántropo. São Paulo, Compañía. de Letras, 168 páginas.

 

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES