El estado corporativo: en transición hacia la vigilancia

Imagen: Tuur Tisseghem
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por ANTÔNIO VENTAS RIOS NETO*

La humanidad observa inerte el surgimiento de una nueva forma de totalitarismo, esta vez sólo de mercado, controlado por quienes controlan los algoritmos

“Los intereses de los Estados y las corporaciones ahora son fundamentalmente coincidentes: aumentar la producción y el consumo y garantizar el flujo internacional de los recursos naturales a precios que garanticen la tasa máxima de ganancia para las empresas privadas y estatales, en fin, para el Estado-Corporación (Luiz Marqués).

“Vigilancia: palabra clave de los tiempos futuros” (Jacques Attali).

Estamos viviendo otra transición histórica, como tantas ocurridas en el pasado, en la que las estructuras hegemónicas, moldeadas a partir de la cosmovisión imperante en cada época, guiaron el rumbo de la civilización y marcaron la larga trayectoria de la cultura patriarcal. Apoyándose inicialmente en la fuerza de las armas de los grandes imperios (Edad Antigua), luego en las contradicciones del cristianismo (Edad Media) y, más recientemente, en la quimérica idea de progreso (Edad Moderna), la homo historicus, colocándose siempre en el centro del Universo, llegó al estadio actual de la sociabilidad capitalista (Edad Contemporánea), que alcanzó su supremacía global a partir del neoliberalismo inaugurado en la década de 1970 y, así, moldeó la realidad de casi toda la humanidad según un visión tecno-mercantil del mundo, que hoy cobra expresión política a través del protagonismo de una nueva entidad denominada Estado-corporación. Al buscar el Estado mínimo, la doctrina neoliberal creó el Estado Corporativo máximo.

Este concepto de Estado-corporación está muy bien identificado y esbozado por el profesor del Departamento de Historia del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Unicamp, Luiz Marques, en su libro Capitalismo y colapso ambiental (Edición Unicamp). Por cierto, un libro imprescindible para todo aquel que quiera profundizar y comprender la gravedad de las cuestiones relacionadas con el cambio climático, y que está referenciado en las evidencias científicas más inequívocas sobre la catástrofe medioambiental en curso.

En este trabajo, Marques destaca como uno de los principales vectores responsables del inminente colapso ambiental, el proceso de cambio en la naturaleza del Estado auspiciado por el avance de las megacorporaciones. Según él, “hasta la década de 1980 hubo una irreductible diferencia de identidad entre Estados y corporaciones”, momento a partir del cual “todo el entramado de representación política más o menos democrática creado por la historia multilaica de los Estados nacionales pierde así su relativo efectividad”., generando un fenómeno en el que “los Estados se sumergen en la lógica del entramado empresarial nacional o transnacional”. Como resultado de este proceso de mutación, ahora tenemos en funcionamiento la nueva forma de sociedad anónima estatal.

Quien también identificó este fenómeno fue la filósofa Marilena Chauí, quien ve en el neoliberalismo no sólo la captura del Estado sino una nuevo totalitarismo, el totalitarismo de mercado, ya que “en lugar de que la forma del Estado absorba a la sociedad, como ocurría en las formas totalitarias anteriores, vemos ocurrir lo contrario, es decir, la forma de la sociedad absorbe al Estado”. Según Chauí, las nefastas consecuencias de este totalitarismo actual son: (1) la precariedad de la nueva clase obrera plataformizada, por no decir esclava contemporánea, constituida por el nuevo “empresario de sí mismo”, con sus dramáticos efectos psicológicos; (2) el fin de la socialdemocracia y la democracia representativa liberal y el advenimiento de los “políticos” extranjeros, cuya mediación con el pueblo ya no se da a través de la institucionalidad, sino a través de la fiesta digital (telegram, facebook, twitter, whatsapp, youtube y similares); (3) la “limpieza” ideológica (política, social, artística, científica, etc.) que pretende eliminar el pensamiento crítico y plantea una especie de rescate de ese anhelo europeo de “pureza” que creíamos superado tras los horrores de el siglo XX; (4) la supremacía del capitalismo, ahora blindado por algoritmos, como única y última forma de convivencia humana, anunciando el “fin de la historia”, en la que ya no cabe ninguna posibilidad de transformación histórica, alteridad y utopía; (5) y en el campo religioso, el predominio de la teología de la prosperidad neopentecostal, fruto de la asociación de fundamentalismos religiosos con gobiernos autoritarios. Todo este conjunto representa la expresión más novedosa y perversa del patriarcado que, bajo la égida de un “dios del mercado”, nos arrastra a un mundo distópico.

El colapso del Estado-nación, junto con el ideal democrático con el que estaba constitutivamente ligado en la mayoría de los países occidentales, también fue bien diagnosticado por el sociólogo José de Sousa Silva, cuando afirmó que “la crisis del Estado-nación también representa la crisis de la democracia representativa, ya que su práctica supone la existencia de un ente soberano y autónomo para gestionarla. Por eso, la democracia representativa ya no es capaz de representar a la mayoría de la sociedad, y se está convirtiendo rápidamente en el arte de engañar al pueblo: los elegidos no deciden y los que deciden no son elegidos. El pueblo nunca ha elegido a quienes dirigen las empresas transnacionales, la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), etc., cuyo funcionamiento se realiza lejos del escrutinio público y sin la participación de los ciudadanos. Pero ahí es donde se formulan políticas y se toman decisiones que ya están transformando, en mayor o menor medida, el futuro de las sociedades”.

El mayor agravante de esta inversión del modo de supresión de los regímenes democráticos, operado por las fuerzas del capital y ya no por las fuerzas coercitivas del propio Estado, es la tendencia a la progresiva desconstitución y desaparición del Estado, tal como prevé la El economista francés Jacques Attali, quien, a pesar de su carácter patriarcal, representa el último espacio para conquistar la garantía y mantenimiento de los derechos sociales, es decir, garantizar la permanencia de nuestra nostalgia matrística. Otro agravante peligroso es que, sin el Estado, cuya función principal es garantizar el mínimo civismo que el capital es incapaz de brindar, desaparece toda posibilidad de encauzar y moderar la violencia de la competencia depredadora y excluyente inherente a la naturaleza del libre mercado.

Otro síntoma preocupante de la crisis de la democracia capitalista es el creciente deshilachamiento del tejido social, provocado por la locura de una búsqueda incesante de una realización material inaccesible para todos, inducida por el fetiche de los placeres creado por el mercado, principal mecanismo que induce las innumerables patologías mentales que afectan a la sociedad moderna desde antes de la época de Freud. Como señaló el filósofo político John Gray, “el capitalismo liberal está en bancarrota. A pesar de toda su charla sobre la libertad y la elección, el liberalismo fue, en la práctica, el experimento de disolver las fuentes tradicionales de cohesión social y legitimidad política y reemplazarlas con la promesa de elevar los niveles de vida materiales.

En este nuevo (des)orden mundial, las empresas transnacionales representan el nuevo Leviatán. Por ello, no es raro observar, en los últimos tiempos, terribles conjeturas de reconocidos pensadores que señalan que la civilización avanza hacia una nueva y abrumadora barbarie. Uno de ellos, por ejemplo, fue el filósofo húngaro István Mészáros, fallecido en 2017, para quien “la célebre frase de Rosa Luxemburgo, 'socialismo o barbarie', necesita reformularse para nuestro tiempo en 'barbarie, si tenemos suerte'. La aniquilación de la humanidad es nuestro destino si no logramos conquistar esa montaña que es el poder destructivo y autodestructivo de las formaciones estatales del sistema del capital”.

Y es que en los últimos veinte años la realidad ha sido modelada, sin resistencia alguna, por algoritmos. Se ha ido consolidando peligrosamente una visión cibernética del mundo. Desde la revolución tecnológica iniciada en la década de 1980, la sociabilidad de mercado ha venido experimentando cambios abruptos y acelerados, con una capacidad sin precedentes para alterar el comportamiento humano. La inventiva capitalista parece no tener límites para explorar nuevas fronteras de la subjetividad y, de esta forma, crea y recrea deseos e impone nuevas formas patriarcales de vivir a la humanidad, que son aceptadas sin mayor cuestionamiento, por muy distópicas que parezcan.

Hoy ya existe un consenso de que el sistema capitalista logró, a través de la doctrina neoliberal en simbiosis con la tecnología, transmutarse, simultáneamente, en casi todos los países, en un capitalismo de plataforma, cada vez más ajeno a los regímenes democráticos. En un artículo muy esclarecedor sobre esta mutación, titulado Mercantilización de datos, concentración económica y control político como elementos de la autofagia del capitalismo de plataforma, el investigador Roberto Moraes describe, basándose en diversas fuentes de investigación, la fenomenología social, política y económica detrás de este nuevo capitalismo de plataforma, que “niega la política para manipular la democracia y promover gobiernos caóticos” y se ha convertido en el nuevo modo de reproducción de la mayoría del capital y también ha dando forma a las diversas dimensiones de la experiencia humana.

La expresión “capitalismo de plataforma” fue acuñada en 2017 por el profesor canadiense de economía digital, Nick Srnicek, y parece ser la más utilizada para describir el nuevo modelo capitalista. Otros autores, como el profesor de ciencias políticas de la equipo de Manejo Integrado de Plagas de la Universidad de California, en Berkeley, John Zysmam, prefieren el término “economía de plataforma”. Sin embargo, el término “capitalismo de vigilancia”, tal como lo concibe la filósofa y psicóloga social estadounidense Shoshana Zuboff, desde el punto de vista de una lectura política de la realidad, parece expresar mucho mejor el tipo de sociabilidad que está surgiendo. Según Zuboff, el capitalismo de vigilancia surgió alrededor de 2001 como resultado de la crisis financiera que golpeó a los gigantes de las puntocom, cuando Google enfrentó una pérdida de confianza de los inversores y sus líderes se vieron presionados para explotar el nebuloso mercado publicitario. A partir de entonces, los datos de comportamiento de los usuarios se convirtieron en un activo valioso en el mundo de las llamadas Big Techs, hoy lideradas por Amazon, Microsoft, Apple, Alphabet y Tesla.

Como en el pasado, la misma dinámica de “supervivencia del más apto” que impulsó el capitalismo mercantil de finales del siglo XV, el capitalismo de vigilancia, según Zuboff, “es una creación humana. Vive en la historia, no en la inevitabilidad tecnológica. Fue creado y elaborado a través de prueba y error en Google, de la misma manera que Ford Motor Company descubrió la nueva economía de la producción en masa o General Motors descubrió la lógica del capitalismo gerencial”. En este sentido, la expresión “vigilancia” aquí no constituye la centralidad del capitalismo desde el punto de vista económico, sino desde el punto de vista político y social. Representa la forma en que el capital está comenzando a operar para mantener el control y la dominación sobre las sociedades.

En este capitalismo de vigilancia, la mercancía, por excelencia, será el tiempo mismo, un artículo que los humanos (solo la minoría que puede participar efectivamente en la economía de mercado) tendrán cada vez más en abundancia en un mundo cuyo trabajo se realizará progresivamente. por algoritmos. En este nuevo contexto, los dos segmentos que tenderán a dominar la economía mundial, como vemos hoy, serán los seguros y el entretenimiento, los dos refugios donde el animal humano intentará protegerse y distraerse de los horrores de la creciente distopía que está produciendo este nuevo capitalismo.

Al proponer que el capitalismo se ha estado reinventando a sí mismo como un sistema de vigilancia, Zuboff está destacando no solo la lógica económica, sino también la política detrás del mercado de plataforma que “reivindica la experiencia humana privada como fuente de materia prima gratuita, subordinada a la dinámica del mercado”. y renacen como datos de comportamiento”. Los países asiáticos como China tomaron la delantera en el dominio de esta nueva forma de poder estatal, sobre todo porque ya tenían una tradición histórica y una cultura adaptadas a relaciones sociales más autoritarias. Sin embargo, Zuboff advierte que “si destruimos la democracia, todo lo que queda es este tipo de gobierno computacional, que es una nueva forma de absolutismo”. Es por ello que la vigilancia se ha convertido paulatinamente en el nuevo motor del orden patriarcal mundial, tendiendo a destruir los regímenes democráticos y reemplazando a la democracia de mercado que prevaleció durante quinientos años.

A diferencia de versiones anteriores de reproducción del capital, el mayor impacto del capitalismo de vigilancia para el futuro de la humanidad reside en el “reemplazo de la política por la computación”. En consecuencia, Zuboff lo identificó como un metabolismo de vigilancia, ya que los pulsos electromagnéticos están prescindiendo paulatinamente del Estado hobessiano, al igual que la democracia de mercado había prescindido del absolutismo medieval. Y es aquí donde, como ya había vaticinado Attali hace veinte años, se ubica “la revolución más profunda que nos espera en el próximo medio siglo”. Si seguimos por este camino, Attali advierte que las herramientas vigilantes tenderán a ser “el objeto sustituto del Estado” y el mercado liberalismo, por naturaleza adorador de la ley del más fuerte, reinará por encima de todo y, en consecuencia, “la apología del individuo, del individualismo, hará del ego, del yo, los valores absolutos” de esta nueva realidad.

Como indica el fluir de la historia, tal como sucedió con el Sacro Imperio Romano Germánico, que sucumbió recién después de mil años de hegemonía (800-1806), el capitalismo algún día decaerá, sin embargo, según han venido prometiendo las plataformas, la Estado-nación perecerá mucho antes. A partir de la década de 1980 se inicia una inflexión que apunta en esa dirección: el declive de los regímenes democráticos, impulsados ​​por algoritmos, en los que, de manera casi imperceptible, el mercado absorbe por completo al Estado.

La humanidad observa inerte el surgimiento de una nueva forma de totalitarismo, esta vez, sólo de mercado, controlado por quienes controlan los algoritmos. Es la subordinación a la nueva hegemonía emergente de la “vigilancia”. En esta perspectiva, los pulsos magnéticos representan hoy la más novedosa herramienta de modelización de la realidad y, probablemente, la última forma de expresión de la cultura patriarcal, luego de milenios de vigencia, dado que los múltiples fenómenos y crisis combinados, de alcance planetario, que están en curso, por para bien o para mal, apuntan en esa dirección.

*Antonio Sales Ríos Neto, funcionario federal, es escritor y activista político y cultural.

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