El espejo y la lámpara.

Andy Warhol, Flores, 1964.
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por LUIZ COSTA LIMA*

Comentario sobre el libro de Meyer Howard Abrams

Los méritos y límites del libro de MH Abrams se verán mejor si lo ubicamos en el tiempo. En la tradición americana, El espejo y la lámpara. (1953) tenía detrás dos corrientes. El primero, el nueva crítica, obtuvo su nombre del título del libro que John Crowe Ransom había publicado en 1941; el segundo, con un target bien definido, el “críticos de chicago”, también conocidos como neoaristotélicos.

Si bien se distinguieron porque las “nuevas críticas” buscaron profundizar en la caracterización verbal específica del texto literario, mientras que las “neoaristotélicas” se centraron en la diferenciación de géneros y en la reanudación del tema de la mimetismo como imitación, las dos corrientes tenían en común la falta de base teórica, debido a su fundamentación en el empirismo inglés. Esta razón, además, explica por qué la designación se ha extendido a la orientación inglesa contemporánea de IA Richards, W. Empson y TS Eliot. (Para ser reemplazado, el bosquejo anterior requeriría un examen del trabajo del más valioso de los críticos estadounidenses, K. Burke, y del lado inglés, sobre todo de Eliot y Empson).

Aunque MH Abrams fue coetáneo de los “nuevos críticos” –y tuvo a Richards como asesor durante un año en Cambridge– les da poco protagonismo y la única referencia al inglés se la reserva a Eliot, a quien lee de forma distorsionada. . Quizás esto explique por qué, aunque Eliot era políticamente conservador, su crítica repudiaba la poética romántica, mientras que Abrams exaltaba el romanticismo, enraizándolo sin embargo en un pensamiento bastante atado a la tradición, el neoclasicismo. Por tanto, ya desde el punto de vista de lo que le es temporalmente cercano, Abrams asumió una posición reservada.

Imagínese ahora cómo se comportará frente a una corriente que se expande, en los Estados Unidos, en un lapso de tiempo que es sólo un poco más largo. Me refiero a lo que suele llamarse deconstruccionismo (o posestructuralismo), que tuvo su más importante exponente en el emigrante belga Paul de Man (1919-1987). Me limitaré a recordar que el deconstruccionismo entusiasmó a las grandes universidades americanas, comenzando con un simposio realizado en octubre de 1966, en la Universidad Johns Hopkins, titulado “Critical Languages ​​and the Sciences of Man”.

El propósito del simposio fue presentar al público culto norteamericano los rumbos tomados por el postestructuralismo en Francia, con énfasis en el papel de Lacan, en el psicoanálisis, Derrida en la filosofía y Roland Barthes, en la crítica literaria. Si el simposio tuvo un efecto impactante en su audiencia, éste destacó a alguien, hasta entonces desconocido, el belga Paul de Man, responsable de la casi inmediata difusión de Derrida en Estados Unidos. VERDADERO tsunami que llega a la élite académica, Paul de Man, al ser contratado por la Universidad de Yale, forma el grupo conocido desde entonces como los “Críticos de Yale”.

La verdadera revolución que se introdujo en la conducción del texto literario se produjo cuando Abrams ya se había consagrado como el gran especialista americano del romanticismo, reputación conquistada por el libro que ahora traduce y refuerza. sobrenaturalismo natural (1971), cuyo subtítulo, Tradición y revolución en la literatura romántica, resulta ser la continuación de la obra que la consagró.

Situado entre estas direcciones, llamemos a la primera textualismo, y lo contrario, que enfatizó que el texto literario es sólo la particularización de las estructuras del lenguaje, la psique y la sociedad, El espejo y la lámpara parecía fluctuar y, como mal menor, primero se ve más cerca de la primera dirección, alejándose siempre de los deconstruccionistas. (Así, su prestigio, mantenido entre los medios más tradicionales, se recupera en cierto modo cuando, tras la muerte de Paul de Man, se descubre, para escándalo de sus muchos discípulos, que, durante la guerra, todavía en Bélgica, había sido un colaboracionista, cuyos artículos periodísticos incluso defendían el antisemitismo).

La introducción anterior era necesaria para que la siguiente condensación tuviera sentido.

Para Abrams, quien creía que las llamadas ciencias exactas son en realidad exactas, no exactas, el pensamiento analógico con un papel en la historia recurre a una pequeña gama de variantes. El título de su obra busca acentuar la dualidad analógica básica que impregna las reflexiones sobre poesía y pintura desde Platón. "Espejo" (espejo) es la metáfora predilecta para decir de la poesía y la pintura como imitación de la naturaleza, como “lámpara” (aceite) es la oposición según la cual tales artes resaltan la interioridad del creador, iluminándola con palabras, líneas y colores. Siendo “espejo y “lámpara” las analogías básicas y antagónicas, Platón para el primero, Plotino y Longino para el segundo son sus fuentes radiantes fundamentales.

El hecho de que Plotino y Longino también pertenecieran al pensamiento antiguo solo demostraría cuán pequeño es el rango de analogías disponibles para el pensamiento humano. Y el hecho de que la "imitación del espejo" tenga una historia mucho más larga subrayaría cuánto favorecería nuestro pensamiento a lo tradicional. Sin embargo, para ser justos, debemos agregar que Abrams no es tan esquemático: el privilegio de la imitación no impide que haya divergencias en la afirmación de lo que el arte imita. Por no hablar del desacuerdo entre Platón y Aristóteles –tarea que Abrams cumple de la manera más trivial posible–, la adopción de la traducción latina, imitación, consagrado por Horacio, se acompaña del famoso pareado “enseñando y deleitando” (prodesse et deletere), lo que, a su vez, daría lugar a la alternativa de mantener la doble demanda o enfatizar sólo el deleite.

Pero no sólo eso: en el siglo XVIII, Batteux y Lessing, en obras publicadas respectivamente en 1747 y 1776, subrayaron que la imitación es alcanzable por deducción o por inducción. Si a Abrams, sin embargo, no le interesa una historia del arte tomada como “imitación”, es porque su propósito se centraría más bien en la teoría romántica, precisamente en la que enfatizaría la analogía de la bombilla. Sin embargo, no deja de ser curioso que la fuente de la lámpara romántica se encuentre por él en el pensamiento neoclásico. De ahí las similitudes que el autor descubre entre los enunciados del neoclásico inglés por excelencia, el Dr. Johnson, y el “Prefacio” a baladas líricas (1800), de Wordsworth, a menudo tomado como el manifiesto del romanticismo inglés.

En cualquier caso, Abrams está de acuerdo en que la metáfora del espejo dio paso paulatinamente a la de la lámpara, representada por la figura del genio creador. De ahí que proponga que, en definitiva, hasta principios del siglo XIX, la reflexión crítica en Occidente estuvo dominada (a) por la teoría mimética platónica, (b) por la rectificación aristotélica parcial, (c) por el pragmatismo, “que ha durado desde la fusión de la retórica con la poética en las épocas helenística y romana casi hasta finales del siglo XVIII” y (d) por la teoría expresiva del romanticismo inglés (y un poco antes del alemán). (Al no decir una palabra sobre la autonomía de la obra de arte, demuestra que ignora a sus contemporáneos).

* Luis Costa Lima Profesor emérito de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC/RJ) y crítico literario. Autor, entre otros libros, de El terreno de la mente: la pregunta por la ficción (Unesp).

Publicado originalmente en Revista de reseñas no. 11 de marzo de 2011.

referencia


MH Abrams. El espejo y la lámpara: teoría romántica y tradición crítica. Traducción: Alzira Vieira Allegro. São Paulo, Unesp, 480 páginas.

 

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