por JOSÉ RAIMUNDO BARRETO TRINDADE*
El tratamiento de las “finanzas públicas” constituye uno de los aspectos centrales de las relaciones económicas del capitalismo actual.
En las últimas cuatro décadas, el capitalismo volvió a una especie de “lecho” histórico anterior a la Segunda Guerra Mundial, algo que marcó el fin de un período en el que el credo keynesiano dominaba la ideología económica burguesa, y la “crisis de la ideología keynesiana” , como lo expresa Lauro Campos (2016),[i] define uno de los aspectos del actual escenario caótico del sistema capitalista.
Carlos Polanyi (2000)[ii] ya había registrado, en su espléndida obra, que la evolución individualista liberal llevaría a la humanidad a “una zambullida en la destrucción social”, algo que se materializó en las dos muertes globales que vivimos en la “era de la catástrofe” del siglo XX, que nuevamente parece ir hacia pasos muy rápidos.
El tratamiento de las “finanzas públicas” constituye uno de los aspectos centrales de las relaciones económicas del capitalismo en la actualidad, definida por la disputa de los intereses de los controladores de la riqueza financiera y el control de estos segmentos sobre el Estado, frente a la resto de la sociedad, y la imposición de regímenes fiscales cada vez más austeros se ha convertido en uno de los principales presupuestos del neoliberalismo como momento histórico de acumulación de capital en el presente siglo.
En el texto que sigue, discutimos críticamente las dos principales contribuciones para entender las finanzas del Estado capitalista, y cómo el choque entre estas “ideologías” es parte de una interactividad de la continuidad del capitalismo, pero que ahora está en grave riesgo sistémico, por lo que o más en el umbral que durante los años en que Karl Polanyi estaba inquieto. El objetivo es cuestionar si todavía es posible una salida interna a la lógica capitalista, o si, en definitiva, hemos entrado en un nuevo callejón sin salida histórico, y cómo estos aspectos se colocan en una agenda de soberanía nacional brasileña.
finanzas funcionales
JM Keynes (1985)[iii] estableció, como parte de la “filosofía social” de su teoría económica, que el Estado debe ejercer “una influencia orientadora sobre la propensión a consumir, en parte a través de su sistema tributario, en parte fijando la tasa de interés” y “una socialización un tanto una amplia inversión será la única manera de asegurar una situación cercana al pleno empleo”.
Este alto grado de intervencionismo estatal estuvo indudablemente influido por las condiciones de profunda crisis en que se encontraba el capitalismo en las décadas de 30 y 40. Como señaló el marxista alemán Paul Mattick (2010)[iv], para Keynes “era necesario restaurar los perturbados 'hábitos de acumulación'”, pero estaba “convencido de que se podía regular la economía capitalista para que funcionara mejor sin perder su carácter capitalista”.
El concepto de principio de demanda efectiva estructura la base teórica keynesiana. Este principio se opone literalmente al principio básico de la ortodoxia económica anterior a Keynes y, en todo caso, posterior a Keynes, de la llamada Ley de Say. JM Keynes argumenta que el empleo bajo el capitalismo no está determinado por acuerdos salariales entre trabajadores y empleadores sino por la “demanda efectiva” existente, la cual depende de la “propensión a consumir” y el “nivel de inversión”, por lo que el sistema económico puede estar en Equilibrio Incluso en condiciones inferiores al pleno empleo, ninguna fuerza interna del sistema de equilibrio puede elevar el empleo al pleno empleo. Esto sólo es posible a través de la acción coordinada del Estado.
La demanda efectiva sería una condición esperada, es decir, son las expectativas empresariales sobre la demanda futura las que determinan el empleo y la producción actuales. No es la cantidad predeterminada de empleo lo que define el producto, esto dependerá del nivel en el que se establecerá la demanda agregada. El nivel de empleo e ingreso, según este principio, depende de los gastos esperados, los cuales, a su vez, dependen de los factores determinantes de la demanda agregada, la cual se define en términos de dos componentes fundamentales: el consumo corriente y la inversión.
Estos componentes están sujetos a un conjunto de influencias y consideraciones psicológicas y sociales. El consumo corriente no crece en la misma proporción que la renta, se define como ley psicológica una propensión marginal a consumir. De esta forma, para justificar cualquier volumen de empleo, debe haber un volumen de inversión suficiente para absorber el exceso total de producción sobre lo que la comunidad quiere consumir, cuando el empleo está en un determinado nivel (KEYNES, 1985).
Podemos considerar brevemente que el nivel de empleo y de renta sólo aumentará si se produce un desplazamiento de la demanda efectiva, lo que se refiere a un triple movimiento: (i) aumento de la eficiencia marginal del capital; (ii) caída de las tasas de interés, y (iii) aumento de la propensión marginal a consumir de la comunidad.
Fue a partir de estos elementos teóricos, muy brevemente resumidos aquí, que los autores poskeynesianos atribuyeron un papel clave al Estado en la conducción de las políticas económicas con el fin de gestionar y equilibrar el ciclo económico, condicionando las finanzas públicas a su papel “funcional”. en relación con el logro de esos objetivos.
Abba Lerner (1957)[V] expresa claramente el significado de lo que vino a llamar “finanzas funcionales”: “Si no hay suficiente gasto, de modo que el nivel de empleo es demasiado bajo, la diferencia puede ser cubierta por el Estado (…). Si hay un gasto excesivo, para que aparezcan los síntomas de inflación, el Estado podrá corregirlo”.
La concepción de las finanzas funcionales está ligada a una tradición teórica muy antigua que presupone la acción del Estado como principal mecanismo de “reforma del capitalismo” y, como tal, las finanzas funcionales corresponden al uso de la política fiscal, déficit política presupuestaria y monetaria (actuando sobre la tasa de interés) con miras a lograr los objetivos de control del ciclo económico, especialmente manteniendo el sistema económico operando en “pleno empleo” y con baja inflación.
Según Abba Lerner (1957), existen tres reglas que rigen el rumbo de la economía: (i) “el Estado mantendrá en todo momento un volumen adecuado de gastos en el sistema”. La economía capitalista sufriría una predisposición al “bajo consumo”, por lo que sería “necesario que el Estado gaste más o reduzca sus ingresos fiscales”, haciendo uso de la déficit presupuesto o incluso “emisión monetaria”, con miras a incrementar la demanda agregada. Según esta percepción, los ingresos tributarios no pueden “ser considerados un medio de sostenimiento del Estado, sino un instrumento para reducir los ingresos y, por ende, el nivel de gasto [consumo] de la sociedad”; (ii) el “Estado mantendrá la tasa de interés en el nivel que conduzca al punto óptimo de inversión”, haciendo uso de la emisión de valores públicos y operaciones para este fin. mercado abierto; (iii) no hay validez económica en el equilibrio presupuestario o limitación de la deuda pública. “El Estado emitirá todo el dinero necesario para aplicar las [dos primeras] reglas”.
Wray (2003)[VI], uno de los autores poskeynesianos más interesantes, considera que “el gasto público nunca está limitado por la cantidad de valores que los mercados están dispuestos a comprar (…) solo por el deseo del sector privado de proporcionar bienes, servicios y activos a los gobierno a cambio de moneda del gobierno", de modo que cualquier cosa que esté a la venta en términos de moneda nacional puede obtenerse mediante la creación de dinero fiduciario por parte del gobierno". Así, en esta percepción, el Estado capitalista asume la capacidad de un “deus ex-máquina” al servicio de la lógica de la acumulación, algo que denota el papel del Estado keynesiano, en términos de Lauro Campos (2016) “para preservar relaciones capitalistas”, evitando su colapso.
La teoría keynesiana atribuye al Estado un papel anticíclico permanente, actuando como fuerza externa determinante sobre las denominadas “fallas de mercado” y elevando el ingreso neto nacional mediante la generación de actividad económica adicional. Sin embargo, a diferencia del análisis keynesiano, las finanzas públicas están de hecho limitadas por las condiciones de reproducción y acumulación del capital y, si bien también sirven funcionalmente a un control cíclico parcial, no tienen la capacidad de dinamizar la acumulación, teniendo mucho más de un función "restricción" sobre la masa de capital de préstamo disponible en la economía.
Los límites de la llamada “economía mixta” en la gestión de los ciclos económicos de crisis y el avance de la acumulación de capital pusieron al descubierto la propia crisis de la “ideología keynesiana”. A partir de la década de 1970 se hizo evidente la incapacidad del keynesianismo para contener las contradicciones inherentes al capitalismo. La caída de la tasa de rentabilidad de las principales empresas capitalistas del centro, que se tradujo en una caída del nivel de inversión, afectando la recaudación tributaria, y el aumento del desempleo, convergieron en el agotamiento del patrón de crecimiento capitalista de la posguerra.
La crisis capitalista que se había iniciado en la producción se propagó rápidamente durante las décadas de 1970 y 1980 a la demanda, ya que la reorganización productiva de las empresas de los países centrales buscaba recomponer sus márgenes de ganancia, presionando hacia una compresión de los salarios reales y estimulando la precariedad del empleo, la subcontratación y desplazamiento de las unidades de fabricación a la periferia del sistema.
El enfoque neoclásico
El enfoque neoclásico del “presupuesto equilibrado” asume la “teoría cuantitativa del dinero” y la “teoría de los fondos prestables”, para las cuales es válido el principio de equivalencia ricardiana entre tributación y deuda pública. Esta percepción establece que el endeudamiento del Estado desplaza los préstamos del sector privado en la economía, teniendo sólo un efecto sobre la tasa de interés, desplazándola hacia arriba y resultando, a través de la teoría cuantitativa del dinero, en un aumento de los precios. La consecuencia analítica resultante es la del llamado Estado objeto, es decir, las finanzas públicas se reducen al equilibrio presupuestario impuesto por la disciplina fiscal.
La percepción neoclásica está ligada a la noción dominante del Estado como una “entidad” neutra, que define cada actitud del Estado como una acción separada y que además repercute en la economía de manera aislada. Cabe señalar que esta concepción repercute en la idea de “independencia” del Banco Central, como ocurre, por ejemplo, en EE.UU. Es interesante notar que en todos los momentos de crisis estructural (1930, 1970, 2008) y conflictos bélicos, la déficits los presupuestos son determinados por el ejecutivo presidencial con el pleno consentimiento de la Junta de la Reserva Federal (ver STUDENSKI & KROOSS, 1963[Vii]; BERLÉ, 1982[Viii]; DUMÉNIL & LÉVY, 2014[Ex]).
El llamado “teorema de equivalencia ricardiana” es la versión neoclásica reciente, desarrollada por Robert Barro (1974)[X], a partir de la noción ricardiana expuesta en el Capítulo XVIII de la Principios de Economía Política y Tributación. El enfoque de la “equivalencia ricardiana” mejora, en términos de modelo, el supuesto de que financiar el gasto público mediante la emisión de deuda tiene el mismo efecto sobre la actividad económica que financiarlo mediante impuestos, anunciado por David Ricardo hace casi 200 años.
En este sentido, nos parece que las críticas dirigidas a Ricardo se aplican a los modelos neoclásicos contemporáneos, aun con la salvedad de que estos modelos son formalmente mucho más complejos y especifican hipótesis que no estaban presentes en Ricardo. Para Barro, por ejemplo, los consumidores (contribuyentes) serían agentes racionales “altruistas”, de modo que cada generación presente contribuye con un monto igual a los costos correspondientes a su participación en el flujo de beneficios generado por el sector público, con contabilidad exacta en la transmisión de “utilidades” entre generaciones.
Según esta teoría, existe competencia entre el Estado y los capitalistas por los llamados “fondos de préstamo”, resultado de la decisión intertemporal de las familias entre consumo y ahorro. El crédito se limita a la noción de “préstamos reales”, en los que los bancos gestionan “pasivamente” el volumen global de ahorro disponible. Imagina que los cambios en déficits del gobierno no afectan los ahorros de los hogares. Este análisis está distorsionado porque no considera los componentes del sistema crediticio y la dinámica de acumulación de capital (TRINDADE, 2017)[Xi].
El corolario general de esta interpretación es la condición de que todo ahorro (S) generado en el sistema encuentre, de alguna manera, aplicación productiva (I) y que sean las decisiones subjetivas de ahorrar las que determinen la inversión. Esta percepción genera la versión predominante de las finanzas públicas basadas en el equilibrio presupuestario o finanzas sanas, estableciendo la imposibilidad de mantener déficits gobierno, a menos que se suponga una inflación de costos a largo plazo.
Triunfalismo neoliberal y neoclásico
Durante el siglo XX tuvimos el enfrentamiento entre estas dos formas de defensa ideológica del capitalismo. Hasta la tercera década de ese siglo de extremos, prevaleció el credo neoclásico y su percepción minimalista del Estado y la sociedad. Desde mediados del siglo XX se ha impuesto la ideología keynesiana, en muchos sentidos más solidaria con las condiciones de vida de una parte considerable de la población trabajadora, pero limitada y muy alejada de cualquier forma de proximidad a una transformación más expresiva de la sociedad capitalista. relaciones de producción.
El retorno triunfal de la ideología neoclásica se da a través de la conformación de un conjunto de prescripciones de políticas liberalizadoras y con un fuerte contenido ideológico contrario a cualquier forma de solidaridad social e intervencionismo estatal en la economía, base del contenido teórico del programa neoliberal, teniendo como exponentes de este movimiento, nombres como Friedrich Hayek, Milton Friedman y Ludwig Von Mises, entre otros. Vale la pena señalar que, a pesar de que no puede decirse que la obra de esos autores constituya un cuerpo cohesionado e integrado de una “escuela económica neoliberal”, sí podemos delimitar al menos como hito histórico de deliberación una más o menos sistemática agenda de dirección de la acción política y propagandística el encuentro idealizado por Hayek en Mónt Pelerin (Suiza) en 1947, como ya discutió Juarez Guimarães en un artículo en el sitio web la tierra es redonda.[Xii] En general, la ideología económica neoclásica, rebautizada como neoliberalismo, se ha convertido en el credo del capitalismo durante los últimos cuarenta años, y el credo keynesiano anterior se abandonó a un grupo más pequeño de creyentes de izquierda.
Nos encontramos en esta tercera década del siglo XXI en torno a una doble crisis económica ideológica burguesa: por un lado, la imposibilidad del triunfalismo keynesiano, al no satisfacer más los intereses del capitalismo monopolista y su esencia financiera; por otro lado, la renovada crisis de la ideología neoliberal y su pretendido tecnicismo neoclásico, expuesta por la continua caída de la rentabilidad de las empresas capitalistas centrales y por la reanudación de la disputa entre viejos y nuevos centros de acumulación, visible en el nervio expuesto de la guerra en Ucrania.
Es necesario reinventar el socialismo para el siglo XXI en oposición a las diferentes versiones del capitalismo, como condición básica para concebir una historia futura de la humanidad.
*José Raimundo Trinidad Es profesor del Instituto de Ciencias Sociales Aplicadas de la UFPA. Autor, entre otros libros, de Crítica de la economía política de la deuda pública y del sistema de crédito capitalista: un enfoque marxista (CRV).
Notas
[i] CAMPOS, Laura. La crisis de la ideología keynesiana. São Paulo: Boitempo, 2016.
[ii] POLANYI, K. La gran transformación: los orígenes de nuestro tiempo. Río de Janeiro: Campus,
2000.
[iii] KEYNES, John Maynard. La teoría general del empleo, el interés y el dinero. São Paulo: Nueva Cultural, 1985.
[iv] MATTICK, Pablo. Los límites de la economía mixta. Lisboa: Antígona, 2010.
[V] LERNER, AP Economía del Pleno Empleo. Madrid: Aguilar, 1957.
[VI] WRAY, L. Randall. Trabajo y dinero hoy: la clave para el pleno empleo y la estabilidad de precios. Río de Janeiro: Contrapunto, 2003
[Vii] STUDENSKI, P. Y KROOSS, HE Historia financiera de los Estados Unidos.. Nueva York: McGraw-Hill, 1963.
[Viii] BERLÉ, Adolf A. La República Económica Americana. Río de Janeiro: Forense, 1982.
[Ex] DUMÉNIL, G. & LÉVY, D. La crisis del neoliberalismo. São Paulo: Boitempo, 2014.
[X] Barro, Robert J. 1974. ¿Son los bonos del gobierno riqueza neta? Revista de economía política 82 (6) 1095-1117.
[Xi] TRINDADE, JR. Crítica de la economía política de la deuda pública y del sistema de crédito capitalista: un enfoque marxista🇧🇷 Curitiba: CRV, 2017.
[Xii] Juárez Guimaraes. Una nueva “guerra fría”. La tierra es redonda. Acceso en: https://dpp.cce.myftpupload.com/uma-nova-guerra-fria/.
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