por GUGLIELMO CARCHEDI*
El capitalismo tiende a morir. Pero no puede morir sin ser reemplazado por un sistema superior y, por tanto, sin que intervenga la subjetividad de clase.
Un argumento clave para la teoría de la historia y la revolución de Karl Marx es que “ningún orden social perece antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que puede generar” (Crítica de la economía política, prefacio). Ahora bien, si el marxismo es una ciencia, debe ser empíricamente verificable. Pero esta verificación también es importante por otra razón. Como dice Antonio Gramsci: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no acaba de nacer”. El análisis empírico también nos permite comprender por qué y sobre todo cómo muere lo viejo.
En la fase actual de la historia –es decir, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente– el capitalismo se enfrenta a un límite cada vez más insoluble debido a la contradicción entre el crecimiento de la productividad laboral, por un lado, y las relaciones de producción entre trabajo y capital, por el otro. Esta contradicción es cada vez más fuerte y el capitalismo está agotando su capacidad de desarrollarse en el contexto de esta fase histórica. La forma concreta que adopta esta contradicción, su creciente incapacidad de desarrollarse, consiste en crisis cada vez más violentas.
El punto clave es la tasa de ganancia, el indicador clave de la salud de la economía capitalista. Dentro de una nación o grupo de naciones, lo que cuenta es la tasa de ganancia. Consideremos primero la tasa de ganancia promedio de Estados Unidos, el país que sigue siendo el más importante. Las estadísticas muestran que la tasa de ganancia estadounidense se encuentra en un estado de declive irreversible. La caída es tendencia, es decir, a través de ciclos económicos ascendentes y descendentes. Sin embargo, la tendencia es claramente a la baja.
La tasa de ganancia cae debido a la naturaleza específica de las innovaciones tecnológicas, principal factor de su dinamismo. Las innovaciones, por un lado, aumentan la productividad laboral, es decir, cada trabajador crea una cantidad cada vez mayor de bienes con la ayuda de medios de producción cada vez más avanzados. Por otro lado, las innovaciones reemplazan a los trabajadores por medios de producción.
La productividad aumentó de 28 millones de dólares por trabajador en 1947 a 231 millones en 2010, mientras que los trabajadores por medio de producción se redujeron de 75 en 1947 a 6 en 2010. Dado que sólo el trabajo produce valor, una hipótesis que, si se puede demostrar empíricamente, una mayor La cantidad de producto siempre contiene un valor menor.
Esto también se aplica al trabajo mental. Se habla mucho estos días de Internet como un nuevo horizonte en el desarrollo del capitalismo. En un artículo reciente[ 2 ] Analizo la naturaleza del trabajo mental y sostengo que puede ser productivo de valor y plusvalía, al igual que el trabajo objetivo, erróneamente llamado material. Sin embargo, incluso el trabajo mental está sujeto a las mismas reglas que determinan el trabajo en el capitalismo. Por un lado, las nuevas formas de trabajo mental dan lugar a nuevas y más terribles formas de explotación y a nuevas posibilidades para aumentar aún más la tasa de explotación de los trabajadores mentales. Por otro lado, las nuevas tecnologías sustituyen el trabajo mental por medios de producción, tal como ocurre en el trabajo objetivo. A pesar de sus características específicas, el trabajo mental no es el elixir de la eterna juventud en el capitalismo.
Consideremos ahora la economía mundial. La misma tendencia de la tasa de beneficio en los EE.UU. se puede observar en todo el mundo.
Nótese la diferencia entre la tasa de ganancia del G7 y la del resto del mundo. Para empezar, desde los últimos años de la década de 1980 los países del G7 han sufrido una crisis de rentabilidad (tendencia negativa), mientras que la tasa de ganancia tiene una tendencia general positiva. Esto significa que otros países desempeñaron un papel cada vez mayor en el mantenimiento de la tasa de ganancia en todo el mundo.
El siguiente cuadro sitúa la fase actual del desarrollo capitalista en un contexto histórico más amplio.
Los gráficos 1, 3 y 4 muestran que la tasa de ganancia no cae en línea recta sino a través de ciclos ascendentes y descendentes. Y la tendencia a la baja se detiene y se revierte debido a contratendencias temporales. Hay tres tendencias principales contra la caída de la tasa de ganancia. Los tres sólo son capaces de frenar esta caída temporalmente.
La primera es que las innovaciones tecnológicas reducen el valor de cada unidad de producto. Esto también se aplica a los medios de producción. El denominador de la tasa de ganancia puede caer y la tasa de ganancia puede crecer. Esto es seguro a corto plazo, pero a largo plazo hay incertidumbre. Si la tasa de ganancia cae, el valor de los medios de producción debe aumentar. Esto es lo que destaca el siguiente gráfico.
Este gráfico confirma lo que Marx anticipó en el planos: una sola máquina puede costar menos, pero el precio total de las máquinas que la reemplazan aumenta no sólo en términos absolutos sino también en relación con el precio de producción. A largo plazo, esta contratendencia no funcionó.
La segunda contratendencia es el aumento de la tasa de explotación. Los trabajadores producen más valor y plusvalía si trabajan más tiempo y con mayor intensidad. Y cuanto más plusvalía producen, mayor es la tasa de explotación, mayor es la tasa de ganancia. Esto es lo que ocurrió a partir de 1986, con la llegada del neoliberalismo y el salvaje ataque a los salarios. La tasa de explotación alcanzó sus niveles más altos después de la guerra, con excepción de 1950.
El siguiente gráfico relaciona la tasa de explotación con la tasa de ganancia.
Las dos tasas están estrechamente relacionadas. Esta tabla puede leerse como si la tasa de ganancia estuviera determinada por la tasa de explotación: hasta mediados de la década de 1980, cuanto más disminuía la tasa de explotación, menor era la tasa de ganancia. Desde la década de 1980 hasta 2010, por el contrario, cuanto mayor es la tasa de explotación, mayor es la tasa de ganancia. La conclusión de cualquier economista neoliberal es que, para aumentar la tasa de ganancia, debe aumentar la tasa de explotación, es decir, que hay que recurrir a políticas de austeridad (para el trabajo, no para el capital).
Bueno, es cierto que la tasa de ganancia aumenta cuando aumenta la tasa de explotación. Pero de ello no se sigue que la economía vaya a mejorar y que la crisis pueda superarse aumentando la tasa de explotación. La tasa de ganancia promedio lata incremento debido al aumento de la tasa de explotación, aunque, a diferencia del caso de un capitalista individual, lejos de significar una mejora de la economía, puede ocultar un empeoramiento. En otras palabras, puede ocultar una disminución en la producción de plusvalía por unidad de capital invertido y una mayor asignación a favor del capital. Pero sólo la producción de plusvalía (no su distribución) por unidad de capital invertido refleja el estado de salud de la economía capitalista.
La medida de la tasa de ganancia determinada únicamente por la plusvalía producida se obtiene calculando la tasa de ganancia con una tasa de explotación constante.
Como se muestra, la producción de plusvalía por unidad de capital invertido tiende a disminuir a lo largo de la fase histórica actual. Este gráfico se puede dividir en dos periodos, de 1947 a 1986 y de 1987 a 2010, y en ambos periodos la tasa de ganancia cae.
En este [último] período, la tasa de ganancia con una tasa de explotación constante también cae en el período comprendido entre mediados de los 1980, que es el del neoliberalismo. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta ahora, el sistema es cada vez menos capaz de producir plusvalía por unidad de capital invertido, un hecho oculto por una tasa de explotación creciente, pero revelado si la tasa de explotación se mantiene constante. El aumento de la tasa de ganancia con tasa de explotación variable a partir de mediados de los años 1980 no significa una mejora de la economía sino más bien su deterioro, como lo demuestra la tendencia de la tasa de ganancia con tasa de explotación constante. El pastel se reduce, mientras que la proporción de capital apropiado aumenta.
Veamos ahora la tercera contratendencia. El aumento de la tasa media de explotación a nivel global y, por tanto, la compresión de los salarios, significa, por un lado, que se reduce el poder adquisitivo de las masas y, por otro, que la plusvalía producida no puede ser invertido en sectores productivos debido a que la tasa de ganancia cae en estos sectores. Como resultado, el capital emigra a sectores improductivos, como el comercio, las finanzas y la especulación. Las ganancias de estos sectores son ficticias, son deducciones de las ganancias obtenidas en el ámbito productivo.
Mientras que en la década de 1950 los beneficios financieros representaban el 3,1% de los beneficios reales, en 2010 habían llegado al 136,5%.
Implícito en este movimiento está el crecimiento de la deuda global. El crecimiento de las ganancias ficticias se produce mediante la creación de capital ficticio y la emisión de títulos de deuda (bonos, por ejemplo) y títulos de deuda posteriores y sucesivos además de esos títulos de deuda. Esto creó una montaña de títulos de deuda interconectados debido a un crecimiento explosivo de la deuda global.
La moneda real que es la representación del valor, del trabajo contenido en los productos. Se llama menos dinero. Se trata de una fracción mínima en relación a las otras tres modalidades de crédito. Pero el crédito representa deuda, no riqueza, y la deuda no es moneda, aunque pueda cumplir algunas de las funciones de la moneda.
El enorme aumento de la deuda y la crisis financiera que sigue son una consecuencia de la crisis de los sectores productivos, de la caída de la tasa de ganancia con una tasa constante de plusvalía, y no su causa. Este enorme aumento de la deuda en sus diversas formas es el sustrato de burbujas especulativas y crisis financieras, incluida la que está por llegar. Aunque en este caso el aumento de la tasa de ganancia debido a ganancias ficticias llega a su límite, se repiten las crisis financieras.
El capitalismo está en curso de colisión consigo mismo. Las contratendencias actúan cada vez menos y por esta razón: (i) Los medios de producción son cada vez más caros, ya que requieren una proporción cada vez mayor del PIB, en lugar de ser cada vez más baratos; (ii) El aumento de la tasa de explotación aumenta la tasa de ganancia, pero este aumento es engañoso ya que no indica un aumento de la plusvalía producida sino más bien su disminución, junto con una mayor apropiación de la misma por parte del capital; (iii) El crecimiento exponencial del capital ficticio no hace más que inflar la burbuja especulativa hasta hacerla explotar. Este será el catalizador de la crisis en los sectores productivos.
Las señales de que se acerca la próxima crisis son claras: por un lado, la continuación de la tendencia, pero irreversible, a la baja de la tasa de ganancia global, aunque con espasmos contratendencia. Por otro lado, los factores que son catalizadores de la crisis de rentabilidad son: (a) Los primeros signos de guerras comerciales que, de producirse, reducen el comercio internacional y, por tanto, la producción de valor y plusvalía. (b) Puntos calientes de guerra, especialmente en regiones ricas en petróleo, que repentinamente pueden expandirse y convertirse en guerras entre las grandes potencias. El capital de los países productores de armas aumentaría sus ganancias, pero las zonas en conflicto sufrirían una destrucción de capital y, por tanto, de la capacidad de producir valor y plusvalía. Estos últimos se verían afectados si el conflicto se extendiera más allá de las fronteras locales. c) El crecimiento de movimientos de derecha y ultranacionalistas, impulsados también por políticas neoliberales y que constituyen un caldo de cultivo para aventuras militares.
Se podría argumentar que el capitalismo puede recuperarse no en el mundo occidental, sino en las llamadas economías emergentes. Esta es una expresión ideológica para calificar a aquellas economías que, en el área imperialista, fueron dominadas y cuya función es contribuir más que otras economías sometidas a la reproducción del sistema capitalista mundial. La falacia de este argumento es que las fuerzas productivas de las llamadas economías emergentes son las de los países tecnológicamente avanzados y, por tanto, corren hacia los mismos límites, es decir, el aumento de la productividad laboral, por un lado, y la continua reducción de la fuerza laboral, del trabajo, por el otro, provocando una tendencia a la caída de la tasa de ganancia.
Después de un período inicial de expansión, emerge nuevamente la tendencia a caer la tasa de ganancia, incluido el exceso de producción que resulta de esta caída. China, India y los BRICS sufren la misma enfermedad que aflige al mundo occidental. Para dar sólo un ejemplo, el grado de dependencia tecnológica de la industria siderúrgica de la tecnología de los países avanzados varía desde el 65% para la producción de energía, el 85% para la fundición y procesamiento de productos semiacabados y el 90% para los sistemas de control, análisis, seguridad, protección del medio ambiente, etc.
También se podría argumentar que el capitalismo podría tener una nueva etapa de desarrollo a través de políticas de redistribución keynesianas con inversión estatal masiva. En una situación en la que las políticas neoliberales de carnicería social han fracasado estrepitosamente, la opción keynesiana vuelve al primer plano. ¿Pero quién puede financiarlos? Los trabajadores no, ya que en una situación de crisis, es decir, de estancamiento o reducción de la producción de plusvalía, mayores salarios significan menores ganancias.
No el capital, porque la rentabilidad ya es tan baja que los beneficios se reducirían aún más. ¿El Estado entonces? ¿Pero dónde puedes encontrar el dinero? No puede tomarlo del trabajo ni del capital, por las razones mencionadas. Por tanto, debe recurrir a la deuda pública. Pero esto ya es alto y también contribuye al crecimiento de la burbuja. La respuesta keynesiana es que el Estado debe recurrir temporalmente a la deuda pública para financiar grandes proyectos de inversión pública. Las inversiones iniciales podrían favorecer otras inversiones y éstas aún más otras, en una cascada multiplicativa de creación de empleo y riqueza. En este punto, el aumento de los ingresos del Estado podría utilizarse para reducir la deuda pública. Este es el multiplicador keynesiano. Pero no funciona.
Después de las primeras inversiones inducidas por el Estado, los capitalistas en condiciones de realizar obras públicas tienen que hacer pedidos a otros capitalistas. Estos son los que ofrecen los precios más baratos, los capitalistas cuyos trabajadores son más productivos y cuyo capital es más eficiente y, por tanto, los que emplean proporcionalmente más medios de producción que mano de obra. En otras palabras, son los capitalistas quienes producen menos plusvalía por unidad de capital invertido.
En cada paso de la cadena de inversión, el trabajo aumenta en términos absolutos pero disminuye en porcentaje, por lo que la tasa promedio de ganancia cae. Por otro lado, un mayor crecimiento del capital implica la desaparición de los capitalistas más débiles, aquellos que proporcionalmente utilizan más trabajo que medios de producción. Cuando se cierra la cadena de inversión, hay menos trabajadores empleados, se produce menos plusvalía y la tasa media de ganancia cae. El análisis empírico lo confirma: el aumento del gasto público corresponde a una caída de la tasa de ganancia.
La correlación es negativa (-0,8). Este gráfico muestra que hasta la década de 1980, el aumento del gasto estatal no pudo detener la caída de la tasa de ganancia. El argumento keynesiano falla. A partir de 1980, la tasa de ganancia aumentó junto con el gasto público. Sin embargo, crece porque crece la tasa de explotación y no porque crece el gasto estatal. De hecho, si la tasa de plusvalía permanece constante, la correlación negativa es válida para todo el período secular, incluido el período del neoliberalismo, desde los años 1980 en adelante.
Este gráfico muestra que a lo largo de esta fase histórica el crecimiento del gasto del Estado no logró frenar y revertir la caída de la producción de plusvalía por unidad de capital invertido, es decir, la caída de la tasa de ganancia que mide el estado de salud de la economía. capital, la tasa de ganancia a una tasa constante de plusvalía. Este resultado se repite en cada crisis concreta: el gasto público aumenta en el año anterior a la crisis en los diez casos. No pueden evitar la crisis.
La falacia del razonamiento keynesiano es que no tiene en cuenta las consecuencias de las políticas de inversión gubernamentales para la tasa de ganancia, que es la variable clave en la economía capitalista. La razón de la correlación negativa es, como acabo de decir, que en cada ciclo de inversión, la inversión en medios de producción es, como porcentaje, mayor que en fuerza laboral, como predice la teoría marxista.
Pero si las políticas de gasto público no pueden detener la crisis, ¿pueden ser la salida de la crisis? La tesis keynesiana sólo sería válida si en el año posterior a la crisis el gasto público aumentara junto con la tasa media de ganancia. Con la tasa de ganancia a una tasa de explotación constante, la tesis de que la recuperación se debe a un aumento en el gasto público fracasa en los diez casos. La política keynesiana no puede aumentar la producción de plusvalía por unidad de capital invertido.
En resumen, aumentar el gasto público desde el año anterior a la crisis hasta el año posterior no puede evitar que la crisis explote; y el aumento del gasto público en el último año de la crisis y en el primer año posterior a la crisis no logra reactivar la rentabilidad del sistema. Ambos resultados contradicen la teoría keynesiana.
Ante el fracaso de las políticas económicas keynesianas y neoliberales, no parece haber otra salida que la que genera espontáneamente el propio capital: una destrucción masiva del capital. La crisis de 1933 sólo se superó gracias a la Segunda Guerra Mundial. Salimos de la crisis no porque se destruyera el capital físico. Si el capital es ante todo una relación de producción, una relación entre capital y trabajo, la guerra provocó la destrucción y la regeneración del capital como relación de producción.
Con la economía de guerra pasamos de la esfera civil, plagada de un alto desempleo, con un bajo nivel de utilización de los medios de producción y una tasa de ganancia decreciente, a una economía militar caracterizada por el pleno empleo tanto de la fuerza laboral como de la población. los medios de producción, con la producción de material militar garantizada por el Estado, con altos niveles de ganancias y rentabilidad y altos niveles de ahorro. Después de la guerra, la economía militar se convirtió en economía civil.
El gasto público como porcentaje del PIB cayó de alrededor del 52% en 1945 al 20% en 1948, es decir, en la llamada “edad de oro” del capitalismo. Los altos niveles de ahorro garantizaban el poder adquisitivo necesario para absorber nuevos medios de consumo, lo que a su vez requería la producción de nuevos medios de producción. Toda una serie de inventos originados durante la guerra se aplicaron a la producción de nuevos productos. En Estados Unidos, el aparato productivo salió ileso. Pero en los demás países beligerantes hubo una inmensa destrucción de medios de producción y de fuerza de trabajo.
El capitalismo se ha revitalizado durante un cuarto de siglo. ¿Pero a qué precio? Un cuarto de siglo de reproducción ampliada ha costado decenas de millones de muertes, sufrimientos atroces y una inmensa miseria. Así, los trabajadores, además de financiar la guerra, tuvieron que pagar para dar nueva vitalidad al sistema.
Después de la llamada “edad de oro”, que, sin embargo, no estuvo libre de la caída de la tasa de ganancia (ver gráficos 1 y 6 arriba), el sistema entró en un largo declive que ha durado alrededor de medio siglo, sin ver Alguna luz al final del túnel. ¿Nos dirigimos hacia un colapso inevitable que pondrá fin al capitalismo? No creo que el capitalismo se destruya a sí mismo. No está en la naturaleza de la bestia. El capitalismo emergerá de la crisis, pero sólo después de una destrucción suficiente del capital, ya sea financiero o en la esfera productiva.
Pero es difícil imaginar en este momento qué forma podría tomar esta destrucción de capital. La forma en que se destruya el excedente de capital determinará la forma que adoptará el capital cuando salga de esta fase histórica. La crisis de 1929 sólo salió con la Segunda Guerra Mundial.
Un principio fundamental de la teoría marxista es la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción. La fuerza productiva es la productividad del trabajo; Las relaciones de producción son la relación capital/trabajo. La contradicción es ésta: cuanto más aumenta la productividad laboral, más trabajo expulsa al capital. La caída de la tasa de ganancia es la expresión concreta de esta contradicción. Esta contradicción es una piedra angular del sistema capitalista y, por tanto, también en su actual etapa de desarrollo. La característica específica de la actual fase histórica es que esta contradicción se vuelve más difícil de resolver y cada vez más explosiva.
La capacidad de supervivencia de la actual fase histórica se está agotando, el capitalismo tiende a morir. Pero no puede morir sin ser reemplazado por un sistema superior y, por tanto, sin que intervenga la subjetividad de clase. Sin esta subjetividad, se renovará y entrará en una nueva fase en la que su control sobre su trabajo será aún mayor y más terrible. Una condición para que esto no suceda es que la lucha sacrosanta de los trabajadores por mayores inversiones estatales, por reformas y por mejores condiciones de vida y de trabajo se lleve a cabo desde la perspectiva de la oposición irremediable entre capital y trabajo y no desde la perspectiva keynesiana de colaboración de clases. . .
*Guglielmo Carchedi. es investigador principal del Departamento de Economía y Econometría de la Universidad de Ámsterdam. Autor, entre otros libros, de Sobre la identificación económica de las clases sociales (Renacimientos de Routledge).
Traducido por el sitio web. resistir.info [http://resistir.info/crise/carchedi_04jan17.html]
Notas
[1] Los datos están deflactados y se refieren únicamente a sectores productores de valor.
[2] Carchedi, 2014, “Vino viejo, botellas nuevas e Internet”, Organización del Trabajo, Trabajo y Globalización, Vuelo. 8, norteo 1.
la tierra es redonda existe gracias a nuestros lectores y seguidores.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
CONTRIBUIR