El error de todos

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por LEDA TENÓRIO DA MOTTA*

En general, está en línea con el método estructuralista y lo que surge de él que la gente venga al campo a denunciar la discriminación contra hombres y mujeres.

1.

“Buenas noches a todos, a todos, a todos” es una especie de cláusula retórica de preámbulo que hoy se utiliza cada vez más en el discurso políticamente correcto. Hay ahí algo de movimiento de reforma lingüística que, incluso para medir la felicidad de la fórmula, en toda su inocencia, vale la pena recuperar.

Los estudiosos de la poética moderna conocen un pasaje de Paul Valéry –que inmediatamente hace referencia a la falta de lenguaje señalada por su maestro Mallarmé– en el que se menciona un enfrentamiento anecdótico entre un científico y un aristócrata, lo que constituye una nota semiótica perfecta. Se trata de un capítulo sobre el gran simbolismo francés, que no es nada menos que el maldecirismo, perteneciente a la colección de textos reunidos bajo el modesto título Variedad, en Brasil variedades, magistral recopilación crítica que constituye el primer volumen íntegro de las obras completas del autor en la Pléiade.

El poeta retoma las reminiscencias del astrónomo Arago sobre una extraña conversación que éste tuvo, allá por 1840, cuando estaba a cargo del Observatorio de París, con una augusta figura del entonces Palacio de las Tullerías. La criatura principesca se dirigía al antiguo establecimiento del siglo XVII –antiguamente vinculado a la Academia Francesa de Ciencias, hoy institución de enseñanza superior cerca de Montparnasse, en el bulevar justamente llamado Arago– para pedirle al sabio de este otro reino terrenal que le mostrara Le acerco el cielo.

Para servir al distinguido visitante lo más rápidamente posible, Arago le entrega el telescopio llamado Grande Luneta, una innovación tecnológica de las que orgullosamente mostró el espíritu del progreso francés de finales de siglo en la Exposición Universal de 1900, y lo invita a Contempla a través de sus lentes la más bella de las estrellas. : Sirio. Cuenta la historia que, después de escudriñar un rato el cielo, Monseñor se vuelve hacia el hombre que lo acoge y, con la expresión confidencial y la sonrisa cómplice de quien no se deja engañar, le pregunta: “Entre nosotros, señor director, ¿Estás absolutamente seguro de que esta magnífica estrella se llama realmente Sirio?

El insólito acontecimiento da lugar a una reflexión de Paul Valéry, típicamente mallarmeana y fundamentalmente relacionada con lo que su predecesor, el poeta, llamó la “crisis del verso”, en el sentido de que “cada palabra es un abismo sin fin”. No sólo es propio de una poética que entiende la obra del escritor moderno como un vano intento de recrear su instrumento –de ahí la fórmula “lenguaje poético”, que desde finales del siglo XIX alude a la intención de forjar un lenguaje dentro lenguaje, que escaparía a la comunicación ordinaria–, sino también un argumento central de la lingüística moderna, que, más o menos al mismo tiempo, está desplazando el foco de las gramáticas históricas comparativas tradicionales de la cuestión de la evolución de las lenguas, con todo que su investigación etimológica implica, en términos de lógica o filología, su sentido original –, a la cuestión del corte entre el significante y el significado.

2.

Al mismo tiempo, están redefiniendo el lenguaje como un sistema abstracto de elementos articulados, algunos funcionando en relación con otros, como en una partida de ajedrez, según la metáfora de Ferdinand de Saussure, en la que las palabras peón son valores conceptuales distributivos. En este sistema operativo invariante, el juego del lenguaje depende de esta mecánica del significado. Es esta sistemática la que el llamado giro lingüístico francés designará como “estructura”, y es el detonante del movimiento que llamamos “estructuralismo”.

De hecho, el chiste de la valeriana es serio. La duda nomenclatural del visitante desconfiado que toma por sorpresa al investigador preparado no hace otra cosa que plantear, a su manera, la cuestión semiótica del encaje o no entre el representante y lo representado. O para decirlo lingüísticamente: el tema de la arbitrariedad del signo. En toda su sencillez, es una alusión al problema de la relación o falta de ella entre el representante y lo representado, la palabra y la cosa. Y si esto interesa a Paul Valéry es porque alude a lo que está en el corazón mismo de la crisis mencionada: el sentimiento de que las literaturas tardías ya no son más que lenguaje.

“El arte clásico no podía sentirse como lenguaje, es decir, como transparencia”, escribió Roland Barthes en El grado cero de la escritura. (1953). Añadiendo que es “conciencia infeliz” de quien toma conciencia de los límites de su forma que funda dramáticamente la “escritura” –para él una “moral de la forma”– y separa la función de la literatura de la función utilitaria del lenguaje y del sentido común.

Menos constreñido por la tradición, al menos hasta el giro estructuralista que empuja a las filosofías contemporáneas y ultracontemporáneas hacia el antilogocentismo o antifalologocentrismo, que acabará cuestionando la conexión entre la palabra y la cosa, un diálogo de Platón, el Crátilo,ya volvimos al problema. Esto se explica en el subtítulo, en una de sus posibles traducciones: Sobre la corrección de los nombres. Con la diferencia de que, en este caso, son dos los que vienen a buscar conocer más de cerca el cielo de la verdad, y hay polémica en torno a esa corrección de palabras en la que el noble del bulevar Arago visiblemente descree.

Un tal vez parmenídeo, el Crátilo del título, defensor de la idea de la estabilidad de todo en este mundo, y un tal vez heraclíteo, si no era un sofista que veía al hombre como la medida de todas las cosas, Hermógenes, más inclinado considerar la inestabilidad cósmica general, para él redescubrible en el flujo de los discursos. El primero está seguro de que todo lo que se repite constantemente está por eso mismo bien nombrado, el segundo está convencido de que ni las cosas existen siempre del mismo modo, ni la denominación estable puede concordar con el cambio eterno.

Allí, como en los dominios de Arago, hay una conversación que es en gran parte de tono jocoso, tanto que Sócrates se detiene en etimologías fantasiosas, especialmente en lo que respecta al verbo homérico, tanto más tranquilamente cuanto que, por su parte, tiene razón. . que la razón de la Logos va más allá de nuestros bajos coloquios –, que sustituye y complica la escena valeriana.

Para la ironía socrática, en el diálogo se oponen dos tesis. Un dicho naturalista, por el cual cada objeto recibía el nombre que le convenía, según una conveniencia natural. Y un dicho convencionalista, cuyos nombres resultan de las costumbres, o de un acuerdo previamente hecho entre los sujetos hablantes, no habiendo otra correspondencia que la extrínseca entre lo evocado y lo que realmente es.

Así, por ejemplo, para Cratilo, Agamenón y Dioniso serían palabras justas, porque “Agastos epimomé” significa “el admirable perseverante”, que es el nombre dado al comandante supremo de los griegos en la Guerra de Troya, y “opinión didous” significa “el que trae el vino”, lo que también se aplica al dios de la embriaguez. Desde el otro punto de vista, el nombre es tanto una cuestión de uso que el propio Hermógenes no está convencido de la relevancia de su nombre, que entraría en conflicto con Hermes, el mensajero, cuyos hermosos dones de comunicación lamentablemente no heredó. Lo mismo piensa de los nombres de los sirvientes domésticos, por poner otro ejemplo, que acuden puntualmente cuando se les llama, sea cual sea su nombre. (La cultura esclavista brasileña da prueba de ello –se podría decir– cuando la persona esclavizada toma el nombre patricio de la familia del agricultor.)

La lección de Sócrates, al final, será la inherente a la coartada trascendental del realismo metafísico, que establece un vínculo entre la verdad y el ser. Sí, piensa el filósofo, aquí abajo las palabras son generalmente convencionales e injustas. Pero en el plano superior de las ideas, el nombrador perfecto, el verdadero nomotete - a diseños del lenguaje, diríamos ahora, para nombrar al poeta – él los ordena. “¿No es cierto, Hermógenes, que todas las cosas que el espíritu y el entendimiento producen son dignas de alabanza, mientras que las que no son producidas por ellos son dignas de censura?”, pregunta Sócrates al hasta entonces defensor del abismo de la palabra. A lo que él responde, momentáneamente derrotado: “Totalmente”.

Si el sueño de la lengua perfecta nunca muere, como lo demuestra Gérard Genette en Mimólogos: viaje a Cratylie (1976), donde tenemos una revisión exhaustiva por parte de un estructuralista de los poetas y teóricos de la poesía divididos entre el sentimiento de perfección o imperfección de su material, lo cierto es que la modernidad y la posmodernidad son más bien hermogenistas. Esto va desde las vanguardias artísticas que arruinan la razón poética con sus sinsentidos hasta las nuevas filosofías y nuevas críticas que trabajan desde el texto hacia adentro, dando fe de que aquello de lo que habla el lenguaje… Es el idioma.

3.

Ahora bien, es con estos mismos desarmamentos epistemológicos que trabajan hoy en día los estudios de género más prestigiosos. Ya que en general está en línea con el método estructuralista y lo que de él se desprende, vienen al campo a denunciar las discriminaciones de lo masculino y lo femenino, entendidas como puras representaciones, o conminaciones del significante, carentes de sustancia y discrecionales. Destacando su reivindicación del tratamiento discursivo de la sexualidad en Michel Foucault.

Es lo que se puede ver, por ejemplo, en Judith Butler, dispuesta a reconocer, en cuestiones de género (1990), cuyo autor es Historia de la sexualidad (1976) supo definir el sexo como el “efecto o producción de un régimen de sexualidad” y la diferencia identitaria como el resultado de una “ficción reguladora”. En este punto el libro llega a la famosa lectura que hace Foucault de los diarios de la hermafrodita Herculine Barbin, que se veía a sí misma como mujer y era vista como tal, pero a quien las instituciones judiciales del siglo XIX le impusieron el nombre y el sexo de un ciudadano varón. . Destacar cómo el filósofo opera en el manejo de narrativas, incluidas en este proceso las notariales.

Siendo Michel Foucault quien, al entrar en los espacios de Collège de France, en 1970, como el visitante del bulevar Arago, no está en absoluto convencido de que el orden del lenguaje coincida con el orden del mundo. El que propuso, literalmente, en su conferencia inaugural en esta otra venerable institución de la era de los reyes –pronunciada en 1970 y publicada ese mismo año con el título El orden del discurso – que los dominios del objeto son inseparables de los poderes de afirmación de los discursos. Esto es lo que le hará medir el control de los cuerpos sexualizados, antes de la construcción social, aunque esté perfectamente atento a la marcha objetiva de la historia, a las normas textualmente reguladas, en el corazón de los documentos escritos que se ocupará conscientemente de desarchivar. .

De hecho, foucaultianamente, toda disciplinarización que afecta no a la sexualidad en sí, sino al discurso de la sexualidad es compatible con el conjunto de crónicas –literarias, religiosas, éticas, jurídicas, psiquiátricas, biológicas…– en las que está codificada. Siempre en términos de la “pareja legítima y procreativa”, como dicen las primeras líneas del primer volumen de la Historia de la sexualidad, subtitulado El deseo de saber. Aquí, el análisis de la realidad externa se realiza desde la perspectiva de la textualidad o estructura de los documentos.

Por eso el filósofo puede afirmar, como leemos en estas páginas, que el sexo es una “idea”. Decirnos que esta idea es tanto más “necesaria para el establecimiento de costumbres y tradiciones” cuanto que el sexo sólo existe como algo reprimido, que está bajo “prohibición de nombrar”. “Debemos guardar silencio sobre el sexo”, leemos al principio del libro.

Es en esta dirección aparentemente paradójica que puede entenderse el subtítulo del primer volumen de la gran obra. Se trata de hacer que el sexo “diga lo que es”, a partir de los propios dispositivos de censura puestos en marcha en los anales de la cultura. De hecho, desafiar los controles establecidos para la interdicción. Foucaultianamente, el poder y el conocimiento no están separados, uno se une al otro, confundiendo acción y locución. Lo que redefine toda la comprensión de la política.

A diferencia de los términos de la crítica del capitalismo, aquí enfrentarse a lo establecido no significa proponer la implementación de una nueva praxis política, nuevos universales, otra ética. Actuar políticamente significa desafiar todas y cada una de las regulaciones. “El análisis crítico se centra en los sistemas de cobertura del discurso, busca detectar los principios de ordenación, exclusión y rarefacción del discurso”, leemos en el orden de discurso (Foucault, 1976). Para los expertos, esta detección –que podríamos llamar descodificación– agota la política de Michel Foucault. Aunque la filosofía de Foucault sirva hoy como grito de batalla revolucionario, desde esta perspectiva no habría combate ideológico que no implicara, desde el principio, la reimposición de una nueva ideología.

Teniendo en cuenta todo esto, se podría pensar que hay algo engañoso en la referencia del actual estudios de género a los círculos lingüísticos franceses, entre los que se forman, de hecho, algunos de sus representantes más bienvenidos. Por un lado, evocan todo, desde Michel Foucault hasta Jacques Derrida, pasando por Jacques Lacan, para dar el corte genérico a la ficción somática. O, como diría Lacan, que se proclamaba barroco y, como el poeta, hablaba en un lenguaje extraño, llamando a las identidades de género “semblantes” y siendo “hablar"(hablar), mezclando ontología y habla. Por otro lado, siguen atribuyendo la discriminación sexual al heterocapitalismo.

Así es como toda la teoría de Paul B. Preciado, alumno de Jacques Derrida, va en contra de la vida contemporánea manipulada empíricamente por un régimen industrial postglobal que impone una gestión tecnológica de los cuerpos. Para el culto autor de Texto Drogadicto (2008), nuestros cuerpos han sido, desde la Segunda Guerra Mundial, gobernados imperialmente por mecanismos de control muy concretos propios de las sociedades tecnológicas. “Durante la segunda mitad del siglo XX, un régimen farmacopornográfico se materializó en los campos de la psicología, la sexología, la endocrinología…”, leemos en el capítulo del libro llamado “La era farmacopornográfica”. De ahí la respuesta que toda su obra propone dar a la violencia capitalista: utilizar los mismos recursos “tecnobiopolíticos” existentes para fabricar una nueva corporalidad, otra subjetividad, sin marcas de identidad. De eso se trata Manifiesto contrasexual (2000).

Aquí todo vuelve a prácticas performativas de comportamiento. El objetivo es derrocar el sistema sexo-género, como se llama ahora al género, con inyecciones de hormonas, faloplastias, prótesis y otras intervenciones prácticas. Así, lo arqueológico se vuelve presente y anticuado, una cuestión de tiempo. Lo que era ritual se vuelve social. Lo semiótico se vuelve “semiótico-técnico”, en términos del propio Paul Preciado. La cultura patriarcal –que Claude Lévi Strauss, como nuevo etnógrafo, relacionaba con el orden masculino inherente a su fundamento simbólico, porque es inseparable de la reglamentación de la prohibición del incesto y de la inscripción de la ley paterna que organiza los clanes humanos– se abre hasta la propuesta de un cambio que no es menos que fisiológico.

Cabe añadir que tales pragmatismos también menosprecian las conceptualizaciones de los llamados pensamientos descoloniales o decoloniales, que también se mueven en el ámbito de la crítica de Logos, argumentando que es sobre todo el lenguaje el que preside las jerarquías de las culturas dominantes, por lo tanto, lógicamente o logológicamente transmitido a los dominados.

Incluso en culturas bilingües –señala el filósofo senegalés Souleymane Bachir Diagne, un afroamericano franco-estadounidense que estudió con Jacques Derrida en Escuela Normal Superior, en París, en los años 1980 –, una lengua es más importante que la otra y la lengua “menor” busca el centro, la lengua de la otra. La servidumbre y sus relaciones con el lenguaje es el tema de los intrigantes propósitos de su De un idioma a otro. La hospitalidad de la traducción (2022). Las estipulaciones del lenguaje alcanzan las mentalidades, incluso en lo referente a la división del trabajo sexual. Esto explica el elogio a la traducción en este nuevo campo centrado en la diversidad.

4.

Volviendo a “todes”: en su uso por los franceses, captious también parece ser el sueño de una lengua neutral con la que sueñan ahora los activistas contrasexuales. Y la afirmación de “todes” es particularmente vana. Al fin y al cabo, si el lenguaje no es un lugar neutro desde el que se enuncia la realidad del mundo, y si la máquina del lenguaje es por definición estereotipada –de ahí el poeta moderno que la desactiva–, y si en esta ingeniería el signo envía categorías generales y universales de salida dicotómica, por la fuerza de la oposición del significante y el significado, ¿qué diferencia puede hacer una simple terminación flexiva o un sufijo en la defensa del antibinario?

*Leda Tenório da Motta Es docente del Programa de Postgrado en Comunicación y Semiótica de la PUC-SP. Autor, entre otros libros, de Cien años de la Semana de Arte Moderno: El gabinete de São Paulo y el conjuro de las vanguardias (Perspectiva). Elhttps://amzn.to/4eRXrur]

Referencias


BARTHES, Rolando. El gradiente cero de la escritura: París, Umbral, 1953.

BARTHES, Rolando. lección. París: Seuil, 1978.

BUTLER, Judit. Problemas de género. Feminismo y subversión de la identidad. Routledge & Chapman Hall Inc., 1990.

DIAGNE, Souleymane Bachir. De lengua a lengua. La hospitalidad de la traducción. París: Editios Albin Michel, 2022.

GENETTE, Gerard. Mimólogos. Viaje a Cratyie. París: The New York Times, 1976.

FOUCAULT, Michel. Historia de la sexualidad. La voluntad de saber. París: Gallimard, 1976.

FOUCAULT, Michael. El orden del discurso. Conferencia inaugural en el Collège de France, diciembre de 1970. París: Editions Gallimard, 1971.

PRECIOSA, PB Adicto al texto. Sexo, drogas y biopolítica en la era farmacopornográfica. Traducido por Maria Paula Gurgel Ribeiro. Nueva York: Routledge, 1.

PRECIOSA, PBManifiesto contrasexual. Prácticas subversivas de la identidad sexual. Traducido por Maria Paula Gurgel Ribeiro. Londres: Oxford University Press, 2022.

SAUSSURE, Fernando. Curso de Lingüística General. París: Payot, 1972.

VALÉRY, Paul. Variedad. Obras. París: Gallimard-Pléiade, 1960.


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