por Arnaldo Sampaio de Moraes Godoy*
La mirada de un español, que vivió en México, y que pensó la cultura europea en el contexto de otras normas
Luís Buñuel nos cuenta en sus memorias que Serge Silberman, con quien hizo muchas películas, había invitado a cenar a algunas personas, olvidándose, sin embargo, de decírselo a su mujer, olvidando también que esa noche cenaría en otro lugar, por un compromiso[i]. La esposa de Silberman fue sorprendida por los invitados, ella estaba en su bata, lista para irse a dormir.
Este pasaje, lugar común, es el punto de partida de “El discreto encanto de la burguesía”, que Buñuel rodó en 1972. “El discreto encanto de la burguesía” es una película radical. Podemos verlo varias veces, y siempre tenemos la sensación de que no estamos viendo el mismo ejemplar. Se llevó el Oscar a la mejor película extranjera en 1973. Hay una leyenda, fomentada por Buñuel, que envuelve este galardón con un aura de misterio. Preguntado por si tenía expectativas de llevarse el premio, Buñuel habría respondido que había sobornado a algunos miembros del jurado y que, por tanto, seguro que sería el elegido. Esta declaración despertó mucha confusión y chismes. Al final, premiado de hecho, Buñuel dejó constancia de que los norteamericanos eran gente de palabra... En “El discreto encanto de la burguesía” Buñuel sigue lo que François Truffaut llamó el “principio de la lluvia escocesa”, es decir, una “alternancia de notaciones favorables y desfavorables, positivas y negativas, lógicas e irrazonables”, que se aplica “tanto la situación como los personajes.”[ii]. desconcertante
La película nos recuerda un sueño, con angustias y desencuentros, aunque puntuado por una inquietante ironía. Son seis personas las que se juntan para una comida en común, que por diversas (inesperadas) razones no sale como se esperaba. En última instancia, la unidad representada por la comida que pretendían tener puede indicar una parodia de la última cena. El hilo conductor es la comida siempre pospuesta por un motivo inesperado, y la mayoría de las veces sin sentido. Una serie de desencuentros nos muestra también que “El discreto encanto de la burguesía” podría catalogarse como una comedia de errores. Una película de Buñuel no se somete a clasificaciones, aunque insistamos en identificarla como una película “surrealista”. Es “una historia de una cena burguesa continuamente interrumpida por todo tipo de invasiones de la realidad exterior, una radiografía de la burguesía en su intimidad”[iii]
Un diplomático de una imaginaria república sudamericana (Miranda), interpretado por Fernando Rey, está en el centro de la trama. Es don Rafael Acosta, símbolo de la hipocresía, porque era nacionalista, negando todas las críticas que se le hacían a Miranda, con mucha clase. Se mostró moralista, criticando el consumo de drogas, aunque traficaba cocaína con los amigos que lo acompañaban. Temía a la policía. Don Rafael simboliza al corrupto sudamericano que se anidaba en la alta sociedad francesa, tan (o más) corrupto que el excéntrico personaje. El “cavaignac”, el “robe-de-chambre” y los manierismos subrayan este encanto discreto y esencialmente burgués.
“El discreto encanto de la burguesía” es una crítica a las convenciones sociales. Da la impresión de que Buñuel transita con su extraña mirada en un ambiente lleno de códigos, protocolos, convenciones y repeticiones. Los protagonistas parecen ausentes del mundo real. Las convenciones que censura Buñuel forman un muro que separa la realidad del mundo extravagante vivido por los personajes.
El comandante del ejército, que fumaba marihuana y estaba en otro mundo, simboliza bien esta distinción entre realidad e imaginación. Este extraño coronel, interpretado por Claude Piéplu (fallecido en 2006) es una de las figuras más fascinantes de la película. Interrumpe un intento de cenar, con toda su tropa, porque había acordado con el dueño de la casa (y anfitrión de la cena, Henri, interpretado por Jean-Pierre Cassel)[iv] que se mantendría cerca. Preparan más comida para la pequeña tropa. Cuando comienzan a relajarse, un ordenanza interrumpe la reunión con un mensaje para el coronel. Debes irte. Sin embargo, antes de irse, responde a la solicitud del asistente de que les cuente a todos sobre algunos sueños que tuvo. El coronel se va. Invita a todos a cenar en su casa, a su debido tiempo.
“El discreto encanto de la burguesía” es también una crítica a la Iglesia católica. El obispo (interpretado por Julien Bertheau) es divertidísimo. Queriendo complacer al embajador de Miranda y demostrar su conocimiento de esta imaginaria república, recuerda que la Iglesia tenía una importante misión en Bogotá. El embajador explica que Bogotá está en Colombia, no Miranda. El obispo se disculpa, pero afirma haber escuchado muchos elogios para Miranda, país de la pampa. El embajador observa que la pampa es argentina, no hay pampa en Miranda. El obispo luego observa que recientemente había leído un libro sobre América Latina y que quedó impresionado por las pirámides de Miranda. El embajador explica que las pirámides están en Guatemala. El obispo, sin desconcertarse, pregunta al embajador si está seguro de que no hay pirámides en Miranda. La geografía que conocía no llegó a Miranda. Es cierto que Miranda no entendió la geografía.
El obispo se ofrece a trabajar como jardinero en la casa de uno de los amigos de Miranda, Henri, quien una vez se escapó de la casa para hacer el amor con su esposa en el jardín. El obispo argumentó que varios sacerdotes defendían a los trabajadores y por lo tanto no había prohibición para que un obispo se convirtiera en trabajador manual. Fue el cenit de la teología de la liberación y de la Iglesia comprometida en las luchas sociales, lo que convirtió a ese obispo, a su manera muy peculiar, en un paladín de la lucha de clases. El obispo cargó con traumas de la infancia, y su relación con los jardineros y los jardines y los jardineros proviene de estos traumas. Llamado a dar la extremaunción a un jardinero moribundo, el obispo se encuentra con su pasado. Este personaje vale la pena la película. En la superficie, es marginal a la narrativa central, se siente como una desviación de la trama. Sin embargo, de alguna manera, es central en los problemas planteados por Buñuel.
La trama es sabrosa. Comienza una noche lluviosa, dos hombres y dos mujeres llegan a la casa donde imaginaban que les esperaba la cena. Se dieron cuenta de que la chimenea no estaba encendida. El dueño de la casa no se encontraba y su esposa, como se señaló anteriormente, se iba a dormir. Deciden cenar en un restaurante cercano. La esposa los acompaña, vestida como si fuera a acostarse. Curiosamente, el restaurante tenía las puertas cerradas. Fueron recibidos. Un maitre les atiende. Oyen un grito. El dueño del restaurante había fallecido y en una habitación lateral estaba siendo velado. Macabro. A pesar de que el maitre prometió que tendrían una deliciosa comida, se fueron del lugar. No fue esta vez que obtuvieron el rechazo que planeaban. Almorzarían el sábado siguiente. Se puede ver en esta escena la influencia que tuvo Buñuel en Almodóvar.
El embajador de Miranda es perseguido por terroristas, lo cual era un lugar común en el ambiente político de la época. Eso sí, cuestión de óptica y perspectiva. Los terroristas son llamados terroristas precisamente por aquellos a quienes combaten. El embajador no cree que la población pueda ser educada y bien alimentada y bien tratada. Sin embargo, juró, que no era un reaccionario... Con un revólver se defendió de una hermosa terrorista que lo perseguía.
Los amigos se reúnen para una merienda. Están en una ubicación muy elegante. Pide un poco de té. El mesero regresa mucho tiempo después disculpándose, ya no hay té. Luego piden café. El mesero regresa mucho tiempo después disculpándose, ya no hay café. ¿Como? Luego pide agua. El camarero duda en tomar la orden. Un soldado que estaba en una mesa vecina se acerca y le pide que le cuente un sueño que tuvo. Sabemos por Buñuel que el sueño narrado era un sueño que había soñado el propio director. Buñuel reconoció que a nadie le interesan los sueños de los demás. Sin embargo, cuestionó cómo podemos contar nuestra vida sin hablar de nuestra existencia subterránea, que también se procesa en nuestros sueños.[V]. Soñó con un primo, Rafael Saura, y revela que algunos de estos sueños fueron interpolados en esta película[VI]. Probablemente también haya mucho del rescate del sueño de la infancia de Buñuel; después de todo, “cuanto más se profundiza en el análisis de un sueño, más a menudo se llega al rastro de las experiencias de la infancia que desempeñaron un papel entre las fuentes del contenido latente del sueño”[Vii].
La siguiente escena es antológica. El grupo original está en casa del coronel, quien los había invitado a cenar. Hay un pequeño museo. Entre los objetos, un sombrero que habría utilizado Napoleón en la batalla de Wagran. Bromean, recordando que hay muchos sombreros similares en Francia. Cuando comienzan su comida, se abre una cortina y descubren que están en un teatro, en el escenario, actuando. Angustiados, no saben qué decir, no conocen la trama, aunque un “punto” vuele lo que deberían decir. Buñuel nos cuenta que tuvo sueños parecidos a la recurrencia. El espectador está perdido y ya no sabe qué es un sueño o una realidad o una película o una experiencia personal.
En sus memorias Buñuel explica esta escena teatral[Viii]. Nos cuenta que soñó que tenía que representar, en escena, en unos minutos, un papel que ni siquiera sabía la primera palabra que tenía que pronunciar. Ese sueño a veces era largo y complicado. Estaba ansioso, aturdido, asustado por su impaciencia y los abucheos que recibía del público. Luego busca al director de escena, al director de teatro. Dicen que se levantará el telón y hay que darse la vuelta. No hay más tiempo que perder.
Posteriormente, el embajador y sus amigos son arrestados. Un policía obsesionado con la aplicación de la ley coordina el movimiento. En la prisión, los policías mencionan que el día es de celebración. Se celebra el "día del sargento ensangrentado". Se trata de un policía violento, que torturaba a jóvenes, lo que se revela con una escena de tortura, que se desarrolla junto a un piano, del que salen cucarachas. Interviene un ministro todopoderoso. En el momento en que ordena la liberación del embajador y sus amigos, se escucha el ruido de varios aviones. El espectador no sabe qué razones invocó. Además, el llamado “sargento sanguinario” es ayudante del policía incorruptible, quien se vio obligado a liberar a don Rafael y sus amigos.
“El discreto encanto de la burguesía” es una película que se desarrolla en forma de sueños superpuestos. El espectador los compara con sus propios sueños, por lo que podemos añadir una nueva versión a los dos lenguajes que apuntaba Sigmund Freud. Está el sueño y el material en el que se basa el sueño, una relación que la mayoría de las veces es incomprensible. Cuando nos encontramos con los sueños de otros, agregamos nuestras experiencias oníricas. En este esfuerzo podemos admitir que puede haber un lenguaje onírico común, distinto del lenguaje verbal. Es el tema del arquetipo en el simbolismo onírico, imágenes primordiales y espontáneas al que se refería Carl Gustav Jung.
“El discreto encanto de la burguesía” es también una película de época. Enfrenta los temas de esa época, como el narcotráfico, la guerrilla, la corrupción política, que de alguna manera son problemas que trascienden en el tiempo y que marcan nuestros días. Es la visión de un español, que vivió en México, y que pensó la cultura europea en el contexto de otras normas. Lo que le era familiar se volvió extraño. Quizá porque, para Buñuel, toda la extrañeza del mundo le resultaba sustancialmente (y no sólo soñadora) familiar para él.[Ex].
* Arnaldo Sampaio de Moraes Godoy es profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo-USP.
Ficha técnica: Dirigida por Luis Buñuel. Fotografía por Edmond Richard. Guión de Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière. Con Fernando Rey, Paul Frankeur, Stéphane Audran, Jean-Pierre Cassel. Francia, 1972. 1h 42m. Francés.
Los grados :
[i] BUÑUEL, Luis, Mi último aliento, São Paulo: Cosac Naify 2009, pág. 343. Traducción de André Telles.
[ii] TRUFFAUT, Francois, Las peliculas de mi vida, Río de Janeiro: Nova Fronteira, 1989, pp. 287-288. Traducción de Vera Adami.
[iii] ASCHER, Néstor, Luis Buñuel, in Folha cuenta sin años de cine, Río de Janeiro: Imago, 1995, pág. 73.
[iv] Con el tiempo, Jean-Pierre Cassel es el padre de Vincent Cassel, quien protagonizó “Black Swan”, así como algunas películas en Brasil. Vincent Cassel habla un elegante portugués.
[V] BUÑUEL, Luis, Mi último aliento, cit., p. 137.
[VI] BUÑUEL, Luis, Mi último aliento, cit., loc. cit.
[Vii] FREUD, Sigmund, interpretación de sueños, Río de Janeiro: Imago, 1996, p. 227. Traducido bajo la dirección general de Jayme Salomão.
[Viii] BUÑUEL, Luis, Mi último aliento, cit., p. 136.
[Ex] Dedico este breve ensayo a Alessandra Cardoso, economista y entusiasta de los textos freudianos y las cintas de Buñuel.