El derecho a ir a la playa.

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por LUIZ EDUARDO SOARES*

Una parte clave de los obstáculos al desarrollo de la democracia fue y sigue siendo el “enemigo interno”, ya sea como imagen y símbolo, como categoría e idea, o como práctica y valor.

Dedicado a Manuel Domingos, Pedro Celestino y André Castro

Leí con perplejidad e indignación la entrevista a Globo por el gobernador del estado de Río, Claudio Castro, publicado el 16 de diciembre de 2023: “Estamos llevando a menores de edad que no están acompañados de tutores, que no tienen documentación, y los llevamos para que podamos realizar una investigación social sobre ellos. No hay nada de malo en ello, no hay restricciones en la playa. Si quieres ir a la playa lleva tu DNI, ve con tu tutor, podrás disfrutar de la playa de buena manera.”

¿A quién va dirigida la orden del gobernador que condiciona el acceso a la playa de menores de 18 años a la presentación de documentos y la presencia de tutores? La frase es muy clara: está dirigido a todo aquel que quiera ir a la playa. Sin embargo, ninguna información complementa el pedido.

Claudio Castro no dice, y curiosamente el reportero no pregunta, ¿cómo harán guardia los agentes del Estado en las aceras para revisar documentos y dar fe de la presencia de los responsables, quienes, a su vez, serían identificados con qué criterios?

¿Se movilizaría toda la fuerza del Primer Ministro? ¿Se construirían muros con torniquetes y taquillas? ¿La medida se aplicaría a todas las playas de Río de Janeiro? ¿Cuántos recursos materiales, humanos y financieros se invertirían? ¿Qué bases jurídicas sustentarían la iniciativa? ¿Se ha consultado a los ayuntamientos de las ciudades implicadas?

¿Se pondrían a disposición guardias municipales y otros empleados públicos para permitir el control previsto en la orden del gobernador? ¿Cuáles son exactamente los grupos de edad cubiertos por la orden restrictiva? ¿El problema que nos ocupa es realmente el acceso a la playa o se extiende a los barrios adyacentes a la costa? ¿Pueden los jóvenes visitar libremente estos barrios? ¿Algún barrio? ¿O también habría restricciones que restrinjan la circulación que no involucre las playas?

No, nada de eso: lo que la estructura lógica y gramatical de la oración indica en el nivel semántico (el orden es universal, dirigido a quienes residen en el estado de Río) se invierte en el subtexto (el orden está dirigido a algunos y algunos, no enumerados, explícitamente, pero sí implícitos (no hay duda de quiénes son).

Por otro lado, el acceso en la pantalla de juicio no corresponde a la llegada a la playa, sino al movimiento cuyo destino es la playa, movimiento que sería interceptado en el origen o en algún punto del itinerario.

El acceso puede concebirse como un bien (para ser disfrutado potencialmente -al ser común, el beneficio individual no reduce su potencial de disfrute), un derecho (para ser ejercido), una posibilidad (física, material, siempre que haya ciudadanos y cuyo bien trata del acceso, en este caso, la playa) o de un acto (estar en la playa, disfrutar de lo que ofrece, lo que presupone haberla alcanzado, haber llegado a ella) y un hecho (la playa ocupada).

Las acciones policiales que constituyen la referencia implícita del pronunciamiento de Castro ocurren en la ruta de los autobuses que transportan los fines de semana a residentes de las zonas más pobres de la ciudad y la región metropolitana hacia la Zona Sur. Es en estos enfoques policiales donde se lleva a cabo el control.

Los elegidos son llevados a centros de acogida donde esperan las investigaciones hasta que cae la noche -digo elegidos porque la categoría de sospechosos no encajaría aquí, ya que ni siquiera hay crímenes en curso, en preparación, ni signos de organización para su comisión- y todavía los tenemos No se puede contar con la anticipación paranormal de los crímenes, investigadores de informe de minoría, Película de Steven Spielberg, inspirada en el cuento de Philip K. Dick.

Comprenda: al anochecer, la vida útil de la playa como lugar de diversión suele terminar. Por eso, Castro reconoce que la pena –sí, una pena sin delito, sin acusación– aplicada a los jóvenes precede y es independiente de los resultados de esa “investigación social”.

Volvamos a su afirmación: “Estamos cogiendo a menores que no están acompañados de tutores, que no tienen documentación, y los llevamos a nosotros para hacerles una investigación social”.

La frase del gobernador es maliciosamente elíptica, en forma de discurso universal: en primer lugar, bajo la apariencia de una relación diádica (emisor, gobernador y receptor, audiencia universal por mediación del reportero y, por tanto, del periódico), estipula , en la práctica, una relación triangular, al operar una distinción entre dos tipos de destinatarios: aquellos a quienes la orden está efectivamente dirigida y los otros, no destinatarios de las restricciones, que sólo presencian el acto de discurso gubernamental y cuyo obsequioso silencio (el El periodista silencia las preguntas cruciales) confirma simbólicamente la legitimidad y autoridad de la declaración emitida.

Nótese cómo la ironía mal disimulada enmascara la duplicación de tipos de destinatarios: “Quieres ir a la playa, toma tu identificación, ve con tu tutor, podrás disfrutar de la playa en el buen sentido”.

Se refiere a quienes nunca exigirán documentos ni el seguimiento de personas responsables y, simultáneamente, a quienes serán objeto de la exigencia. La superposición apenas disfraza el faccionalismo y el sesgo de la orden del gobernador bajo la evocación del interlocutor universal.

En segundo lugar, el discurso es inquietantemente elíptico y falso. Cito, nuevamente: “Estamos atrapando menores (…) y llevándolos (…) No tiene nada de malo, no hay restricción en la playa”.

No, de hecho no hay restricciones en la playa. En la playa tenemos actos (modalidades activas de estar en ese lugar) y hechos (ocupación de la playa) que prueban tautológicamente la presencia, una presencia que es lo opuesto a la exclusión.

Por lo tanto, no se negaba el acceso como bien, como hecho, acto o posibilidad (ya que cualquiera que no estuviera en la playa podría, en principio, estar allí; a nadie, en principio, se le impediría mostrar documentos y ser acompañado responsablemente). — y el carácter discriminatorio de la aplicación de los requisitos no empañaría la afirmación del acceso como posibilidad universal).

De ello se deduciría que el derecho hubiera sido preservado, el acceso como derecho seguiría siendo respetado, protegido, protegido, garantizado.

El salto del infractor reside precisamente en la confusión intencionada y astuta entre el acceso como derecho abstracto (correspondiente a la no cancelación de la posibilidad de disfrutarlo) y derecho objetivo (correspondiente al sustento de la equidad en la distribución de las condiciones efectivas de disfrute). experimentando la posibilidad).

En principio, nadie en Brasil está impedido de beneficiarse de la educación pública, es decir, el acceso a la educación, desde el primero hasta el tercer grado, es posible –y esta posibilidad es un bien precioso protegido por las autoridades responsables (desde el MP hasta el Ejecutivo, pasando por la Defensoría del Pueblo y Justicia).

Sin embargo, existen políticas afirmativas, como las cuotas, y fueron consideradas constitucionales por la Corte Suprema, en decisión unánime.

¿Para qué sirven las cuotas? Reducir la inequidad que se produce, concretamente, en la distribución de las condiciones en las que los grupos sociales experimentan posibilidades.

El gobernador de Río está introduciendo factores que reducen la equidad en la distribución de las condiciones efectivas para vivir la posibilidad.

Su decisión confronta el principio axial de la Constitución, la equidad en el acceso a los bienes públicos -creó la anticuota o cuota de exclusión-. Este es un experimento perverso en la línea de segregación racial, con aspectos sociales y raciales.

Confieso que las palabras del gobernador tuvieron un efecto devastador en mí: si ya no hay límites, ni pudor, si el cinismo puede exponerse sin vergüenza, si la racionalidad ya no es un parámetro para las discusiones, si el discurso de la máxima autoridad del Ejecutivo Si puedes sacrificar cualquier compromiso de respetar la inteligencia de tus interlocutores, ¿qué puedes esperar de los ciudadanos que te escuchan?

El pacto que establece las condiciones mínimas para el diálogo en el espacio público democrático fue roto unilateralmente.

En el vacío prosperan el negacionismo y el nihilismo, venenos corrosivos, armas de destrucción masiva de lo que, un día, con buenas (aunque idealistas) intenciones, se llamó sentido común: el consenso mínimo indispensable para la vida en común, un sustrato que no lo hace. previene las diferencias, al contrario, las hace posibles y les da sentido.

El gobernador disparó contra lo que vio y golpeó lo que no vio: apuntó a las críticas del parlamentario a las acciones policiales e implosionó los fundamentos intersubjetivos de la lengua y la cultura.

Castro declaró la guerra (sin cuarteles ni banderas, la guerra hobbesiana por la subordinación del significado a la fuerza, la guerra de todos contra todos) socavando el campo del entendimiento mutuo, implosionando el discurso como espacio público para la argumentación racional. Y, como decía Shakespeare: cuando falta el lenguaje, prevalece la violencia.

Mi perplejidad se vio agravada por la posición del TJRJ.

La manifestación del gobernador fue apoyada por el presidente del Tribunal de Justicia de Río, juez Ricardo Rodrigues, quien, según El Globo, el 16 de diciembre de 2023, “revocó (…), este sábado, la medida cautelar otorgada por la jueza Lysya Maria da Rocha Mesquita, titular del 1º Juzgado de Niñez, Juventud y Ancianos del Distrito de la Capital. En el mismo, el magistrado determinó que el gobierno estatal y el ayuntamiento se abstengan de aprehender o llevar a niños, niñas y adolescentes a comisarías o unidades de acogida, excepto cuando sean sorprendidos cometiendo delitos. La medida formó parte de las acciones preventivas de la Operación Verano que refuerza la seguridad en las playas de Río (sic)”.

El informe sigue: “El presidente del TJRJ también consideró que los casos de derivación de adolescentes abordados a la institución de acogida no violan su derecho a entrar y salir (…) La acción fue interpuesta por el Ministerio Público, que cuestionó la motivación para los acercamientos. El parlamentario afirmó que, los días 25, 26, 29 y 30 de noviembre y 2 y 3 de diciembre, la Operación Verão envió a 89 adolescentes al Centro de Recepción Adhemar Ferreira de Oliveira (Central Carioca), en Cidade Nova, luego de haber sido abordados por agentes de seguridad. Estos jóvenes, según la Fiscalía, denunciaron que fueron llevados sin explicación alguna y que el equipo técnico encontró motivo para acoger sólo a uno de ellos”.

Pero la escalada de ataques a la equidad continuó. La principal organización de prensa de Río de Janeiro, El Globo, defendió, en un editorial del 21 de diciembre, la decisión del gobernador y la actuación policial.

Refiriéndose a principios constitucionales y límites legales, el texto consideró: “Todos estos aspectos deben ser tomados en cuenta. Pero no se puede perder la noción de la realidad”.

¿De qué realidad se trata esto?

La violencia de los robos ha asustado especialmente a los habitantes de Copacabana. Esta violencia es real, es repulsiva y debe ser repelida, contenida y prevenida.

Pero hay otra realidad: la violación de los derechos de los adolescentes negros pobres, la humillación arbitraria, la violencia que supone bloquear la libre circulación y el sometimiento discriminatorio: no pagan por los crímenes que perpetraron, sino porque tienen el mismo color y origen social que algunos. de los perpetradores; Pagan al gobierno y a la policía para que rindan cuentas de quienes, con razón, exigen castigo y control, y toman el lugar de los verdaderos culpables, a quienes la policía no identificó ni arrestó. Pagan por la incompetencia de la policía.

Si hay dos realidades a considerar, no son equivalentes y una no sirve para justificar la otra, porque la detención aleatoria no constituye una política de seguridad, la violación racista de la equidad no garantiza la seguridad en Copacabana.

Más bien, profundiza la separación, objetiva y subjetivamente: por un lado, abordando el miedo de los residentes de la Zona Sur a la población objetivo de las incautaciones policiales en los autobuses y, por otro lado, intensificando el sentimiento de injusticia y odio justificado contra A los agentes de policía (y a las instituciones que los apoyan) se les impide viajar a la playa a los jóvenes.

¿Es este el método del Estado democrático de derecho para vaciar la tan criticada polarización que fractura a la sociedad?

¿Es así como se reduce la violencia y el crimen?

El editorial concluye: “Por supuesto, los agentes de policía deben tener discreción, no pueden andar deteniendo a adolescentes negros pobres sólo para justificar su trabajo. Pero la policía debe actuar de forma preventiva, antes de que se produzcan delitos. Esto presupone aproximaciones, revisiones, controles. El MP y las Cortes tienen un papel importante para frenar los excesos y exigir el respeto a la ley. Sin embargo, no se puede limitar el trabajo de la policía. Esto sólo beneficiaría a los delincuentes, que se sentirían libres de cometer delitos”.

La superficialidad, la estrechez y los clichés ideológicos marcan la pauta. Cuesta creer que un periodista responsable hubiera escrito una frase tan increíblemente tendenciosa, con un fundamento tan insensible a la dimensión racista de sus palabras: “Esto (la restricción del trabajo policial, entendido aquí como la ejecución de las acciones cubiertas por este artículo y ese editorial) sólo beneficiaría a los infractores…”

¿No beneficiaría a todas y cada una de las personas inocentes que sufren abusos autoritarios?

¿No beneficiaría el concepto de Justicia y seguridad jurídica, al demostrar que las instituciones se niegan a negociar el valor central de la equidad en la contra demagógica de las medidas voluntaristas?

El 17 de diciembre, reaccionando a la decisión del presidente de la Corte, las diputadas del PSOL Renata Souza y Talíria Petrone presentaron una denuncia ante el Ministerio Público de Río y el MP Federal contra la detención y conducción de adolescentes sin ser sorprendidos en las playas o en su camino a las playas.

El 21 de diciembre, la Defensoría Pública del Estado de Río de Janeiro apeló ante el instituto de “denuncia”, dirigido al STF, alegando que, en el AdI 3446, el propio STF ya había decidido exactamente prohibir estas incautaciones arbitrarias y discriminatorias.

El objetivo de la Defensoría del Pueblo fue garantizar la autoridad del fallo unánime de la ADI 3446. Aún se espera la posición definitiva del STF.

Mientras continúa el vallado legal, lo más triste es ver que no hemos abandonado el lugar.

En 1993 publiqué artículos e investigaciones sobre el mismo tema. A finales de 1992 ocurrió lo que se llamaría “arstão” y el tema del acceso a las playas invadió los titulares.

En estos treinta años, Río ha sido un laboratorio de la brutalidad policial letal y de las más diversas violaciones, siempre bajo el argumento de que si el método no funciona es porque no lo aplicamos con suficiente energía: necesitamos más de lo mismo. con más fuerza.

La estupidez, el desprecio por las pruebas, el negacionismo, la obsesión por la guerra contra las drogas y el encarcelamiento masivo nos han hundido en el precipicio de la barbarie.

Es fácil señalar con el dedo a directivos y políticos, dada la decadencia del estado de Río.

Gobernadores y políticos encarcelados, erosión institucional, aumento de la violencia armada, avance de las milicias, decadencia económica, expansión de la informalidad y el eterno retorno de las mismas dinámicas degradantes.

Es fácil acusar a otros, pero ¿qué pasa con aquellos que sienten que representan la conciencia inmaculada de las élites?

¿Qué tan responsable eres en este lamentable proceso?

Aplaudiendo la violación de los derechos elementales, avalando la humillación de los jóvenes pobres y negros, aceptando el pacto fáustico, ¿será así como se revertirá la caída al abismo? No creo.

Por el contrario, actuar así, dar un golpe parlamentario contra la presidenta Dilma para entronizar una agenda neoliberal (el puente hacia el futuro), apoyar abusos de los principios jurídicos para arrestar a Lula y excluirlo de las elecciones de 2018, abriendo el camino al fascismo. —, tolerando la manera de adaptar la Constitución a los intereses utilitarios del momento, higienizando las playas de presencias inconvenientes, silenciando las 20.791 muertes causadas por acciones policiales, en el estado de Río, entre 2003 y 2022, de las cuales menos del 10% Llegado a los tribunales, en este sentido, el pozo será más profundo y nuestra debacle imparable.

Por pacto fáustico me refiero al intento de obtener seguridad a cualquier precio, aunque sea vendiendo el alma de la democracia, aunque sea rompiendo la Constitución, aunque sea mediante un golpe, una artimaña o una gambeta en el orden jurídico. estructura.

Sostengo –e hice de esta creencia el lema de mi activismo– que la seguridad no se logrará por estos medios, ya que o existirá para todos o nadie estará a salvo.

Antes de concluir, sería interesante visitar el pasado. Alguna vez fuimos diferentes. Todo podría haber sido diferente. Entonces, ¿por qué no pensar seriamente en cambios profundos?

Bueno, había una vez un lugar donde había luz, o mejor dicho, el inmenso sol del verano de Río. Pero quien puso la ruta del sol en el mapa de la democracia emergente fue Leonel Brizola.

Elegido gobernador en 1982, se apresuró a abrir el camino a los pobres y a los negros. Además de incluir compromisos antirracistas en el programa de gobierno, inspirados en Abdias Nascimento, Lélia Gonzales, Caó y Darcy Ribeiro, creó nuevos accesos a la ciudad (Linha Vermelha), a la educación (Cieps), a la cultura popular (Sambódromo) y al playa (el espacio público en el que -supuestamente- nos despojamos de los signos de distinción y celebramos la igualdad).

Elegir al líder gaucho no significó sólo regresar al presente, a las luchas que precedieron al golpe del 64, retomar el hilo de la historia; También representó afirmar una perspectiva cosmopolita y generosa, la mejor autoimagen que Río podía ofrecer: acogedora y contraria al espíritu rencoroso del regionalismo provincial.

El ensayo de una socialdemocracia tropical junto al mar, reduciendo distancias –sociales, materiales y simbólicas– para promover el gran encuentro: el partido como utopía.

Por tanto, en cierto sentido, el acceso universal a la playa era en el proyecto de Brizola como el parangolé en la obra de Helio Oiticica: el experimento sensible para nuevas sintonías con la naturaleza y la comunidad; el foco en ciudades sin puertas, con tráfico fluido, de norte a sur; espacios abiertos y accesibles; espacios urbanos abiertos a la danza de la convivencia democrática.

La izquierda menos inflexible y dogmática ya había intuido el profundo significado de la declaración de los titanes, en la canción “Comida” de 1987: no queremos sólo comida, queremos comida, diversión y arte.

En 1982, cuando la población brasileña volvió a elegir gobernadores, aunque en condiciones restrictivas, la sociedad estaba cambiando y el mundo se acercaba a grandes transformaciones: el colapso de la Unión Soviética y el surgimiento del orden neoliberal globalizado.

Mientras tanto, la dictadura brasileña, al lento ritmo de la distensión gradualista, completó su obra, transfiriendo al futuro un legado ruinoso: deuda externa, inflación galopante, concentración del ingreso, miedo, veto a la participación, censura, persecución, tortura, asesinatos políticos. y licencia ilimitada para controlar la violencia según la clase, el color de la piel y el territorio.

Gobernar los estados, en aquel período en el que la dictadura toleraba el funcionamiento de algunos órganos democráticos, requería prudencia y audacia, una desafiante paradoja representada poéticamente en forma de “esperanza equilibrista”: retrato de la época y tema de la memorable canción de João Bosco y Aldir Blanc, que se había convertido en una especie de himno de amnistía.

Había un electorado con mil y una demandas reprimidas y acumuladas que contemplar; recursos escasos para gestionar; parámetros legales impuestos por la dictadura a ser observados; entorno político inestable que enfrentar; inseguridad jurídica y, en el aire, amenazas tácitas de intervención: la espada de Damocles de la regresión alzada sobre las cabezas de los líderes que se oponen al régimen militar.

En este ambiente de esperanzas, promesas, tensiones e incertidumbres, en el verano de 1984, Brizola determinó la creación de tres líneas de autobús, conectando la Zona Norte con la Zona Sur, pasando por el Túnel de Rebouças: 460, 461 y 462.

Las playas se volvieron accesibles para los residentes de los barrios más pobres de la capital. La experiencia de la ciudad cambió para quienes hasta entonces habían estado confinados en la aridez de lo que se llamaba suburbia.

También cambió para los visitantes tradicionales, que comenzaron a convivir con una diversidad que antes estaba aislada e invisible. Reacciones racistas aparecieron y quedan registradas en reportajes y documentales.

El gobernador fue criticado, circularon propuestas para revocar decisiones sobre transporte durante el fin de semana e incluso hubo quienes sugirieron cobrar la entrada para “filtrar” a los visitantes y vaciar las playas de gente no deseada. Los no deseados, por supuesto, eran los pobres, los negros, los “suburbanos”.

Esta democracia emergente comenzó a ser puesta en jaque, en este caso no por la dictadura, sino por sus condiciones históricas de posibilidad más profundas: el racismo estructural y la naturalización de la jerarquía de clases, legados del colonialismo y la esclavitud, marcas atávicas del capitalismo autoritario.

Una parte clave de los obstáculos al desarrollo de la democracia fue y sigue siendo el “enemigo interno”, ya sea como imagen y símbolo, como categoría e idea, o como práctica y valor.

La doctrina de seguridad nacional estableció la categoría de enemigo interno, que existía al menos desde la década de 1940, a raíz de la Guerra Fría y la expansión de la influencia estadounidense.

Así, por mediación de esta figura conceptual, se superpuso las áreas de incidencia de dos tipos de instituciones: Fuerzas Armadas y Policía, proyectando las primeras su autoridad sobre las segundas -y no al revés, naturalmente, para países eminentemente-. razones políticas.

El papel pivote de esta categoría (enemigo interno) es clave porque produce un doble giro: en primer lugar, desplaza a los comunistas del lugar de oposición política, descalificándolos como actores legítimos en la disputa ideológica y redefiniéndolos como infiltración extranjera, destinada a socavar soberanía nacional.

Pero la cosa no termina ahí. En el mismo movimiento, subrepticiamente, reposiciona a los detentadores circunstanciales del poder y a las Fuerzas Armadas como expresiones permanentes de la propia nacionalidad, manifestaciones inmanentes del sustrato esencial de la nación, que, por alguna magia metafísica, se habría consolidado como entidad territorial y institucional.

Todo sucede como si la nacionalidad emanara del espíritu del pueblo y se encarnara en el ejército –como nos enseñó Manuel Domingos.

Todavía no sabemos qué significan nacionalidad, espíritu y pueblo, pero entendemos muy bien lo que está en juego: quien se oponga a esta amalgama ideológico-místico-política -una amalgama identificada con la propia nación- será considerado un enemigo de la nación. .

La etiqueta de enemigo trae consigo consecuencias prácticas, ya que el personal militar adopta un lenguaje y procedimientos bélicos para enfrentarse a los enemigos. A diferencia del adversario, que pone en riesgo el mantenimiento del poder, el enemigo representa una amenaza existencial y debe ser eliminado, aniquilado, masacrado, extinguido, neutralizado.

Para los opositores, la disputa de las elecciones; a los enemigos, la muerte.

Doble giro, insisto: el mismo gesto conceptual que descalifica al otro califica a quien lo realiza.

Además, esta operación semántica engendra la tesis de almas gemelas: la nación y las Fuerzas Armadas; ambas emanaciones de una esencia común, destinadas al vínculo eterno.

Por todas estas razones, disolver la categoría de “enemigo interno” (abandonando así la doctrina de seguridad nacional) tendría que ser la tarea más urgente y decisiva de la Nueva República, creada con el impulso del movimiento “Diretas, Já”, cuyo contornos fueron ganando cuerpo y voz a lo largo de la década, y que finalmente se inauguraría con la promulgación de la Constitución Ciudadana, en 1988.

Era necesario desatar el nudo que unía la política a la guerra –es decir, a los militares–, desbloquear el mecanismo que superponía la seguridad nacional a la seguridad pública, al personal militar a los policías.

En otras palabras, el compromiso número uno del Estado democrático de derecho, para merecer este título, en el momento mismo de su instalación, tendría que ser sacar a los militares de la política y a la policía, es decir, desmilitarizar la política y la opinión pública. seguridad.

De lo contrario, las Fuerzas Armadas seguirían protegiendo la vida política, mientras el orden social de la ciudadanía, fundado en la garantía de los derechos individuales y colectivos, seguiría confundido con la estabilidad del poder económico hegemónico sobre el Estado.

De esta manera, la democracia estaría condenada a simplemente hacer un relevo en el gobierno de exponentes de un mismo proyecto hegemónico, del mismo modo que la policía y el sistema penal seguirían regidos por el “combate” contra los “enemigos” (de la “sociedad”). ” o “buenos hombres”). ”).

¿Hemos cumplido la tarea número uno? No, los electores enfrentaron límites impuestos por la correlación de fuerzas y, en las décadas siguientes, la práctica echó raíces, siguiendo el rastro de las tradiciones más oscuras, originadas en las profundidades más remotas de nuestra historia.

La dictadura quedó eclipsada pero aún mantuvo sus garras en la defensa no sólo corporativista, sino también ideológica y política de las Fuerzas Armadas.

De ahí el veto a la justicia transicional y la extensión misma de la transición democratizadora a las tres fuerzas y la policía, cuyo modelo forjado durante la dictadura permaneció intacto en la Carta de 1988.

Creamos un monstruo que coexistió con muchos logros cívicos, pero los limitó. El monstruo es un enclave institucional de doble cara, refractario a la autoridad política y civil. El genio de las Fuerzas Armadas parecía a los incautos haber regresado definitivamente a la botella, hasta que un capitán la descorchó.

La policía, en cambio, nunca simuló siquiera la contención, la subordinación a controles externos (ni siquiera del MP) o al mando de los gobernadores.

Hemos creado un doble enclave, en medio del salón del Estado democrático de derecho, que respira dispositivos, de vez en cuando lucha y se afirma, otras veces se retira, se arrincona, concede, se compromete, retrocede.

En el horizonte, libre, ligero y suelto, el personaje diabólico se burla de nosotros y mancha de sangre la República: el infame “enemigo interno”, esa amalgama práctico-moral-conceptual, que trae consigo un fuerte atractivo emocional.

En la playa, es él quien expulsa a la multitud y grita “suburbanitas”, látigo en mano, gritando: “no hay inocentes en las afueras, no los hay en las favelas, como en Gaza. Cancelar las líneas de autobuses, amurallar las colinas, invadir las favelas, exterminar a los condenados. Quédate con los niños, ese es el idioma que entienden”.

¿Qué tal si retomamos el hilo de la historia desde aquí?

* Luis Eduardo Soares Es antropólogo, politólogo y escritor. Exsecretario de Seguridad Pública de la Nación. Autor, entre otros libros, de Desmilitarizar: seguridad pública y derechos humanos. Boitempo: 2019. [https://amzn.to/4754KdV]

Publicado originalmente en el sitio web viomundo.


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