El Dios de Maradona.

Dora Longo Bahía. Escalpo Paulista, 2005 Acrílico sobre pared 210 x 240 cm (aprox.)
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por FLAVIO AGUIAR*

Maradona carnavalizó el fútbol y se carnavalizó a sí mismo, convirtiéndose en el Gran Payaso, donde el Clown no es descenso, al contrario, es reconocimiento y absolución de la precariedad humana.

Leí muchas observaciones sobre la relación entre Maradona y Dios. Van desde el recuerdo de su gol a Inglaterra, en 1986, “con la mano de Dios”, hasta aquel en que Maradona demostró que Dios puede ser humano, y viceversa. Este último, subrepticiamente, lo acercaba a Cristo, Dios hecho hombre, al Ecce Homo, en la frase atribuida a Pilatos en el Evangelio de Juan. Maradona, exuberante, pero sacrificado en el altar de la fama y, para regocijo de sus contrincantes ideológicos, también en las drogas.

Ninguna de las comparaciones me satisfizo. Todos fallaron por millas. Porque el Dios de Maradona, si se revela, es precristiano. Es Dionisio o Baco. Erróneamente, se asocia a este Dios con la ilusión de la embriaguez, que es una adicción al consumo. El vino de Dionisio es el de la lucidez, “in vino veritas”, y su embriaguez es la del teatro, la fascinación por la iluminación de la vida a través del espectáculo.

Dionisio era el Dios de muchos nombres; Baco, o Baco era uno de ellos, asociado con razón o sin ella al dios arcaico Iacchus quien, hasta donde se sabe o se conjetura, era adorado de manera remanente en las procesiones que celebraban los Misterios de Eleusis, uno de los rituales más antiguos de la antigua Grecia.

De hecho, podría haber un vínculo arcaico con el Cristo de los Evangelios, porque los Misterios de Eleusis partían de los cultos agrarios anteriores a la antigua Grecia, que celebraban la muerte y el renacimiento de las fuerzas de la naturaleza. El mismo Dionisio, se creía, nació dos veces, incluyendo en su trayectoria la superación del estigma de la muerte, como Cristo y, en cierto modo, el teatro mismo: el personaje trágico, al morir, renace en otro plano, y para siempre, porque sería el que muere en un espectáculo para renacer en otro más tarde y, como Drácula, chupar la sangre de los espectadores entregados a la lucidez extasiada de las pasiones iluminadas, un pálido espejo en la platea de lo que divinamente sucede en el plano de la ficción que nos alucina a través de un tiempo, para devolvernos más lúcidos al plano de la “realidad”.

Así fue con Maradona, que constantemente nacía, moría y renacía, que le metió un gol con la mano a los ingleses y otro en el que regateó a toda la selección inglesa, incluido el portero, y al mismo tiempo redimió su país de la derrota y la estupidez de la Guerra de Malvinas, provocada por una dictadura que moría sin otra salida. No hay entrada.

Maradona carnavalizó el fútbol y se carnavalizó a sí mismo, convirtiéndose en el Gran Payaso, donde el Clown no es descenso, al contrario, es reconocimiento y absolución de la precariedad humana, es venganza de hombres reales contra falsos dioses con pies de barro, es otorgamiento de dignificar nuestra debilidad como humanos, reconociendo nuestros límites, nuestras peculiaridades, elevándonos a una condición de lucidez frente a lo que somos, dejamos de ser y queremos llegar a ser: sobrevivientes.

Maradona fue un sobreviviente. Sobreviviendo a la pobreza, sobreviviendo a la dependencia química, sobreviviendo a la deificación capitalista de su condición de futbolista de renombre. Negó el fútbol como un enriquecimiento para los demás, lo convirtió en una alegría para él y para su gente.

Maradona, el Dios que hizo de la vida un estadio donde bailó y bailó para siempre.

* Flavio Aguiar es periodista, escritor y profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (Boitempo).

 

 

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