por RENATO STECKERT DE OLIVEIRA*
Mientras la soja y los minerales dominan las exportaciones, la desindustrialización está transformando las economías en «fábricas para los pobres». El reto del Mercosur no es solo firmar acuerdos, sino reinventar un proyecto tecnológico común que escape a la trampa de las materias primas.
Desde el 6 de junio, Brasil ejerce la Presidencia Pro Témpore del Mercosur. Durante su reciente visita a Francia, el presidente Lula anunció que la firma de un acuerdo comercial con la Unión Europea sería el objetivo central de este mandato.
No es poca cosa. Como sabemos, este acuerdo lleva negociándose unos veinte años, abordando cuestiones extremadamente complejas, desde la importancia de los productos agrícolas en la agenda exportadora del Mercosur, que despierta el espíritu proteccionista de los europeos, especialmente de Francia, preocupados por la estabilidad de sus respectivas economías agrícolas, hasta los problemas de regulación ambiental, de los que Europa se ha convertido en la gran defensora en los últimos años.
Pero el presidente Lula tendría otro tema que incluir en la agenda de su presidencia del Bloque: el desarrollo tecnológico-industrial, base del desarrollo económico conjunto de los países de la región.
Desde su creación, el Mercosur ha mostrado una gran timidez en este sector, considerándolo un problema más a resolver mediante la definición de aranceles aduaneros entre sus países, especialmente Brasil y Argentina, que cuentan con las mayores economías industriales. Economías que, dicho sea de paso, han venido sufriendo pérdidas crecientes, no solo en su participación relativa en el comercio internacional, sino, en consecuencia, en la generación de riqueza para sus respectivos países.
El caso de Argentina es sin duda el más dramático. Si tomamos el año 1975 como punto de partida de una serie histórica marcada por una creciente desindustrialización, el crecimiento demográfico en ese período equivale al aumento del número de pobres en la población, lo que significa, en palabras del economista Carlos Leyba de la Universidad de Buenos Aires, que a partir de ese momento la economía argentina se convirtió en una «fábrica de pobres».
Menos dramático, pero no menos grave, el descenso de la participación de la industria en la economía brasileña a niveles de la década de 1940 condujo a una reprimarización sin precedentes de la economía, que se volvió cada vez más dependiente de la agroindustria y la extracción minera. Las campañas para movilizar a la opinión pública a favor de la agroindustria, que sería "popular", en lugar de advertir sobre los riesgos que representa esta situación, la presentan como una situación virtuosa, como si el país finalmente hubiera encontrado su "vocación agrícola".
Como resultado, representando apenas el 1,1% del comercio mundial, la tríada de soja, petróleo y mineral de hierro constituye la principal agenda de exportación del Mercosur. Incluso en el comercio interno, la participación de los bienes industriales ha ido disminuyendo, dando paso especialmente a los productos chinos.
Las políticas económicas forman parte del ejercicio de la soberanía de los estados nacionales, y en tiempos de globalización, cada gobierno tiene pleno derecho a aprovechar las ventajas comparativas que considera de su país en el sistema económico global. Sin embargo, esta comprensión y las políticas posteriores de los sucesivos gobiernos de la región han provocado el debilitamiento de las estructuras industriales y explican en gran medida las dificultades económicas y sociales actuales del bloque.
El Mercosur no se creó para imponer opciones a sus países miembros. Sin embargo, su propósito común, al declararse, al firmar el Tratado de Asunción, «convencidos de la necesidad de promover el desarrollo científico y tecnológico de los Estados Partes y de modernizar sus economías para ampliar la oferta y la calidad de los bienes y servicios disponibles, a fin de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes», les impone responsabilidades comunes en el establecimiento de estructuras institucionales capaces de diseñar un nuevo enfoque para el desafío del desarrollo industrial, sin lo cual se verían comprometidos los objetivos generales del tratado.
Atrás quedaron los tiempos en que el desarrollo económico e industrial se proyectaba mediante políticas de sustitución de importaciones. Si bien la consolidación de una escuela latinoamericana de pensamiento teórico y político en esta dirección, así como sus logros prácticos, constituyen un legado ineludible de aquel período, hoy es necesario ir más allá, como, de hecho, los Estados Partes del Tratado se han declarado convencidos.
La tecnología, sin la cual es imposible imaginar la acumulación de riqueza y bienestar en una sociedad, ha dejado de ser una variable intercambiable por otros bienes y mercancías. Se ha convertido en el centro dinámico de los procesos sociales que intervienen en la actividad económica.
Más que simples máquinas y bienes materiales, la tecnología está cada vez más entrelazada con los procesos de producción, desarrollo, control y aplicación del conocimiento a la actividad económica. La tecnología es, ante todo, una forma de abordar los problemas desde el conocimiento, y poseer tecnología significa tener la capacidad de proyectar una economía a escala global, apropiándose de una proporción cada vez mayor del valor producido en las cadenas internacionales de producción y distribución de bienes.
Al centrar su mandato pro tempore al frente del Mercosur en la firma del acuerdo comercial con la Unión Europea, el presidente Lula tiene la oportunidad de tomar simultáneamente la iniciativa para dotar al bloque de los instrumentos necesarios para la planificación conjunta de la reconversión estratégica de sus economías. Solo así este acuerdo tendrá consecuencias virtuosas para nuestros países, situándolos a la vanguardia de los desafíos de la inestabilidad y la competitividad en un mundo cada vez más basado en el conocimiento, la ciencia y la innovación tecnológica y económica continua.
La propuesta de una Comisión de Alto Nivel, encargada de coordinar estudios y proponer políticas regionales orientadas al desarrollo conjunto de los países del Bloque, sería un primer paso. En estos momentos de crisis internacional, es necesario revivir y relanzar la tradición que generó el pensamiento latinoamericano independiente a otro nivel.
Éste será el camino no sólo para avanzar en los objetivos del Mercosur, sino para avanzar hacia la tan ansiada unidad latinoamericana, dejando atrás la etapa de ser rehenes de los intereses puestos en disputa en el escenario internacional.
*Renato Steckert de Oliveira Es profesor jubilado de sociología en la UFRGS. Exsecretario de Estado de Ciencia y Tecnología de Rio Grande do Sul..
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