por María Ramos & EDERGÊNIO NEGREIROS VIEIRA*
Estamos viviendo una verdadera crisis de seguridad ciudadana, que afecta principalmente a los más vulnerables, además de deteriorarse el propio llamado Estado Democrático de Derecho.
1.
Después de más de un mes internada en el hospital Duque de Caxias, en Río de Janeiro, la joven Juliana Leite Rangel, de 26 años, fue dada de alta en la primera semana de febrero de 2025. Juliana recibió un disparo en la cabeza con un rifle en la víspera de Navidad de 2024 por agentes de la Policía Federal de Carreteras (PRF), en la BR 040, en Río de Janeiro.
En la misma semana que la joven fue baleada, el Presidente de la República y el Ministro de Justicia y Seguridad Pública, Luiz Inácio Lula da Silva y Enrique Ricardo Lewandowski, respectivamente, publicaron en el Diario Oficial de la Unión el decreto nº 12.341, que tiene como objetivo reglamentar el uso de la fuerza y de instrumentos de menor potencial ofensivo por parte de los profesionales de la seguridad pública.
El documento, que reglamenta la Ley nº 13.060/2013, llega en el contexto de una verdadera escalada de la violencia policial en el país, que también incluye los casos del soldado de la PM Luan Felipe, que arrojó a un hombre de un puente en la Zona Sur de São Paulo, a principios de diciembre de 2024, así como la muerte de Gabriel Renan, sobrino del rapero Eduardo Taddeo, asesinado con al menos ocho disparos cuando salía de una tienda donde el joven intentaba robar productos de limpieza.
Aunque el tema es motivo de acalorados debates en las redes sociales y en la vida cotidiana, la genealogía de los casos de violencia policial en Brasil es antigua. Se remonta a la propia formación del Estado brasileño. En un estudio publicado en 2009, el Human Rights Watch analizó parte de los 11 mil actos de resistencia (cuando el sospechoso es asesinado por el policía), registrados por las fuerzas de seguridad de los estados de Río de Janeiro y São Paulo, en el período entre 2003 y 2009. El estudio mostró que una parte sustancial de esos actos de resistencia fueron, de hecho, ejecuciones. La investigación estima que alrededor del 80% de los informes policiales sobre actos de resistencia indicaron pruebas sólidas de abuso policial.
De los “casos aislados” a la proliferación de denuncias por violaciones a preceptos constitucionales básicos, ilustradas a través de imágenes de los propios ciudadanos bodycams (cámaras corporales) y filmaciones de terceros, reaviva el debate sobre la reducción de la letalidad policial en Brasil, país que ocupa los primeros puestos en el desastroso ranking tanto de letalidad como de victimización policial. Respecto al primer punto, según el Anuario de Seguridad, en la última década se ha producido un aumento del 190% en las muertes derivadas de la intervención policial; En números absolutos, 6.393 personas fueron asesinadas, de las cuales el 83% eran negras.
En otras palabras, esto significa que la probabilidad de que una persona negra muera en una intervención policial es 3,8 veces mayor que la de una persona blanca, teniendo en cuenta las cifras del estudio. Respecto al segundo punto, datos recientes (Instituto Monte Castelo) indican que la victimización policial también es un problema que necesita ser abordado por el Estado brasileño. Según la investigación, en 2022 hubo un aumento del 4,4% en el número de muertes de policías en servicio, en comparación con el año anterior.
2.
El debate sobre la seguridad pública en Brasil, así como otros temas, también está contaminado por disputas político-partidistas, y la discusión sobre la Ley nº 13.060/2013 colocó de un lado a figuras políticas como el gobernador de São Paulo, Tarcísio de Freitas; el gobernador de Paraná, Ratinho Junior; y Ronaldo Caiado, gobernador de Goiás; y del otro lado, el presidente de la República, Lula da Silva, además de gobernadores del Nordeste, quienes divulgaron una carta en defensa del proyecto de ley propuesto por el Ejecutivo federal.
Pero en medio de este intercambio de disparos, los grandes perdedores son los cientos de miles de muertos causados por la violencia estatal en Brasil. De hecho, estamos viviendo una verdadera crisis de seguridad pública, que afecta sobre todo a los más vulnerables, además de deteriorarse, por supuesto, el propio llamado Estado Democrático de Derecho, que tiene como uno de sus pilares “la garantía de los derechos humanos”.
De acuerdo con el Decreto Nº 12.341, de 23 de diciembre de 2024, se puede observar que los instrumentos con menor potencial ofensivo deben cumplir con lo dispuesto en el art. 23 de la Ley Nº 10.826, de 22 de diciembre de 2003; en el arte. 4º y arte. 7º de la Ley Nº 13.060, de 22 de diciembre de 2014; y el Decreto Nº 10.030, de 30 de septiembre de 2019. Análisis cuidadoso para que las disposiciones preliminares se mantengan dentro de lo propuesto en los artículos en posición superior (anteriores), asegurando así la legalidad, precaución, proporcionalidad, rendición de cuentas y no discriminación del mecanismo de Seguridad Pública.
En Goiás, específicamente, estos mecanismos son ignorados por la actual administración estatal, que coloca la escalada de violencia policial, especialmente en 2022/2023, bajo control autoritario, demostrando un total desinterés en la transparencia de los datos relativos a la victimización y muertes por agentes de seguridad pública.
En ese sentido, el activismo de grupos en defensa de los derechos humanos y la seguridad pública ciudadana, como el Grupo “Madres por la Paz” –integrado por madres, padres y familiares que perdieron a sus hijos adolescentes por la letalidad policial, junto a las “Madres del CIP” –que tuvieron a sus hijos menores quemados vivos en el proyecto socioeducativo–, siguen con gran atención, indignación y preocupación esta paradoja del Estado, que debería ocupar el rol de proveedor de seguridad pública, pero que, en los hechos, termina actuando como productor de dolor, duelo y sufrimiento.
Un hecho que se puede observar en la creciente furia estatal que a veces desaparece con los individuos, a veces lleva a cabo casos de flagrante violación de derechos, como la tortura y el exterminio de personas que ni siquiera acceden a los principios fundamentales contenidos en el inciso LV del artículo 5 de la Constitución Federal, como la presunción de inocencia, el sistema adversarial y la amplia defensa.
3.
El estado de Goiás ocupa el 3er lugar en cuanto a índices de mortalidad en acciones de seguridad pública. En la entidad federativa, por cada diez muertes violentas ocurridas en 2021, tres ocurrieron durante acciones policiales. En proporcionalidad, Goiás tuvo la segunda mayor proporción (30,6%) de muertes en intervenciones policiales en relación a muertes violentas intencionales en el país.
Esta alta letalidad de las fuerzas de seguridad del estado se explica por una política de confrontación, donde se intenta "apagar incendios con gasolina", incentivada y ratificada en las actuaciones discursivas del gobernador Ronaldo Caiado, que busca seguir la táctica de Maquiavelo: "una mentira dicha mil veces se convierte en verdad" y busca convencer al pueblo brasileño de que, en Goiás, el problema de la seguridad pública ha sido resuelto.
El lema “o un criminal cambia de profesión o cambia de estado”, un mantra constantemente repetido por el político vinculado a la ex UDN (Unión Democrática Nacional), consiste en un eufemismo para la frase “un buen criminal es un criminal muerto”, siempre que el CEP (código postal) o color/raza del “criminal” no sea de Jardins o Setor Bueno, barrios lujosos de Goiânia, o tenga tez clara.
Sin embargo, cabe destacar que la política de seguridad, basada en “disparar primero, preguntar después”, ha encontrado apoyo entre sectores importantes de la sociedad brasileña, incluidas las clases media y baja. La alta letalidad policial es aplaudida por gran parte de la sociedad, sobre todo cuando los individuos son supuestamente culpables y tratados como daños colaterales cuando son niños, adolescentes o víctimas de las infames balas perdidas; En la verdadera guerra urbana que vive el país, la letalidad policial expone la cara más abyecta y violenta de una política de (in)seguridad pública lejos de ser cívica.
El Decreto nº 12.341, de 23 de diciembre de 2024, puede traer alivio, dotando de un mínimo de preceptos democráticos y republicanos a la política de seguridad pública. La crítica desproporcionada al documento representa, como lo señaló un manifiesto publicado por ex ministros de Justicia, “un desconocimiento del texto”. Los antagonismos intrínsecos del debate político no pueden convertirse en un obstáculo para la moralización del uso de la fuerza por parte de los agentes de seguridad del Estado, especialmente en un país donde los abusos y el autoritarismo parecen estar en la génesis de la formación nacional.
Ratificamos el manifiesto de los ex ministros porque entendemos que “Más allá del discurso de carácter meramente ideológico, es difícil no percatarse de que el decreto supone una evolución significativa en la credibilidad de las instituciones, especialmente de la policía, sin la cual la confianza se erosiona, en detrimento de la construcción de una sociedad más segura, más justa y más pacífica”. Y vale la pena recordar que cuando el tema es la violencia policial, citar al personaje icónico de la película Tropa 2 EliteCapitán Nascimento: “Lo que puedo decir con seguridad, señoras y señores, es que el policía no aprieta el gatillo solo”.
*María Ramos Es activista de derechos humanos y una de las fundadoras del grupo “Madres por la Paz-Goiás”.
*Edergénio Negreiros Vieira é Candidata a doctora en sociología en la Universidad de Brasilia (UnB).
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