por EUGENIO BUCCI*
En la superindustria del entretenimiento, incluso en prédicas con intenciones aparentemente libertarias o antiautoritarias, la invitación al fascismo resiste latente y prevalente.
Hay elementos “fascistas” en las redes sociales. No es exactamente fascismo, como el fascismo no era exactamente bonapartismo y el bonapartismo no era estrictamente cesarismo, pero, de alguna manera abstrusa y violenta, las flechas envenenadas que vienen directamente del fascismo perforan los ojos del presente. No es difícil ver que las antorchas de los rituales nocturnos de extrema derecha que piden el cierre del Supremo Tribunal Federal en Brasilia arden con el mismo fuego que las Marchas das Torchas (Fackelzug) con el que los nazis conmemoraron el nombramiento de Hitler como canciller de Alemania en 1933.
Las antorchas nazis, presentes también en las manifestaciones racistas de Ku Klux Klan, se propagó para incendiar bosques en Brasil. Las llamas son las mismas. En definitiva, aunque el fascismo que hay no es exactamente el fascismo histórico de la primera mitad del siglo XX, sí hay elementos fascistas creciendo entre nosotros, especialmente en las redes sociales de la derecha braba.
En parte, al menos en parte, la explicación de esto se encuentra en el entorno comunicacional puesto en marcha por la superindustria del entretenimiento y por los conglomerados de medios digitales, que monopolizan globalmente los negocios de Internet. Esta industria no promueve explícitamente el fascismo, es cierto. Por el contrario, las voces oficiales que la representan dicen estar en contra de toda forma de autoritarismo ya favor de las libertades. Sin embargo, sus patrones de comunicación no sobresalen en el argumento racional y no invitan a la reflexión crítica. En cambio, prefieren las apelaciones sentimentales y los lazos libidinales, de tal manera que, incluso donde no hay signos aparentes de discursos fascistas, los patrones de comunicación invitan a la fascinación de las soluciones autoritarias. Como en el fascismo.
El problema no reside tanto en las expresiones explícitas de intolerancia, consideradas políticamente incorrectas por el Normas de la industria, sino en los estándares de comunicación que engendra, aun cuando la causa sea aparentemente buena (alertas contra el calentamiento global, por ejemplo), justa (difusión de agendas contra la desigualdad y el hambre) o bella (hombres y mujeres considerados bellos y atractivos personas movilizadas en defensa de la Amazonía). Allí también, en las campañas de marketing “de bien” (siempre con sesgo publicitario, que masifican Slogans acríticamente), la modus operandi de la comunicación no activa el pensamiento, sino las sensaciones o, más aún, un sentimentalismo melodramático.
La fórmula del melodrama, como se conoce desde Goebbels, predispone a simplificaciones pueriles de las que no surge directamente el fascismo, sino una cadena de identificaciones que se inclina más hacia soluciones ultraderechistas que hacia las ecuaciones racionales de la política orientada hacia los derechos humanos. No debe sorprender que la política, en las redes sociales, se suela considerar “aburrida”, mientras que la publicidad con un perfil melodramático se considere emocionante y divertida. Por tanto, la tarea de hacer política apasionante, en la línea de la propaganda, en total simbiosis con la propaganda, sólo sería posible dentro de la fórmula de involucrar a las masas y, en definitiva, de despolitizar la política.
Así es. Incluso en la predicación de intenciones aparentemente libertarias o antiautoritarias, la invitación al fascismo resiste latente y prevalente. Basta observar que las masas de la era digital, alojadas en las burbujas del fanatismo, tienen en la publicidad la fuente primordial de la verdad. Se comportan como si buscaran líderes e ídolos para todo, incluso para cargos que, en teoría, tienden a negar idolatrías. No pocas veces, las masas se inclinan a la veneración de algún doble del padre primordial, como diagnosticó Freud en Psicología de grupo y análisis del yo, de 1921.
Freud sostenía que los lazos libidinales se caracterizan por el rechazo de la razón, del juicio fáctico y de todo principio de realidad. No por casualidad, los habitantes de las burbujas de extrema derecha de nuestro tiempo celebran violentas profecías, envueltos en la apología del autoritarismo estatal. Como masa que son, siguen queriendo ser tiranizados, o como diría Freud, siguen queriendo ser dominados “con fuerza irrestricta”, con “afán extremo de autoridad” y “sed de sumisión”.[i] Ardiendo en los corazones horteras de las masas está el deseo de rendirse a los señores de carne y hueso, o de silicio, lo que sea.
En 1951, Theodor Adorno preveía el mismo peligro. cuando escribiste La teoría freudiana y el patrón de la propaganda fascista [1], no tenía en mente el fascismo alemán o italiano, sino la presencia de los ideales fascistas en los debates públicos en los Estados Unidos, luego lidiando con el macartismo (tan fascista como podría ser). Adorno se dio cuenta de lo que acechaba en la democracia: “Dado que sería imposible para el fascismo conquistar a las masas a través de argumentos racionales, su propaganda necesariamente debe desviarse del pensamiento discursivo; debe estar orientado psicológicamente y debe movilizar procesos irracionales, inconscientes y regresivos”.[ii]
Releído ahora, lo que Adorno señaló en 1951 no se limita a las huestes fascistas, ya sea en Italia en la década de 1930 o en los Estados Unidos en la década de 1950. El teórico de Frankfurt parece describir no la propaganda abiertamente fascista, sino el conjunto planetario de comunicación de la era digital, en la que el entretenimiento, el periodismo sensacionalista y las redes sociales, con sus innumerables falsificadores, se enredan en un bufón babel, a la vez caótico y certero. Este ambiente comunicacional definitivamente no está guiado por “argumentos racionales”, sino por “procesos irracionales, inconscientes y regresivos”, para usar las palabras de Adorno con cuidado.
Los procesos de los que habla Adorno se impusieron como una constante en las plataformas sociales y en la industria del entretenimiento en general (la industria que practica la extracción del ojo y los datos personales, como veremos más adelante). Las identificaciones, ahora en términos de Freud, viajan en el mismo registro y, también ellas, representan un cuello de botella para la razón. Recordemos también que, para Freud, las identificaciones estarían en la “prehistoria del complejo de Edipo” y serían “la conexión afectiva más antigua con otra persona”[iii]. Esto puede significar, entre otras cosas, que la civilización viene después de una naturaleza en la que prevalecen las identificaciones o, más aún, puede significar que, en la formación de la subjetividad, el proceso de identificación precede al establecimiento del complejo de Edipo.
Ahora bien, el ambiente comunicacional que privilegia las identificaciones opera de manera pueril y no cumple con los requisitos para orientar el diálogo indispensable para el ejercicio de la política democrática. En este punto, la dialéctica de la Ilustración da una segunda vuelta de tuerca. Lo que rige el aparente caos de la comunicación es la ideología en su sentido más profundo y desconocido.
Aquí, vale la pena al menos matizar el significado adoptado en este texto para la palabra ideología. No se trata de la ideología en su sentido banalizado, el que ha asimilado el sentido común, el de la ideología reducida a un montón de declaraciones o una lista de afirmaciones que cabe en una hoja de papel. Comúnmente se cree que los dichos del programa de un partido encarnan una “ideología”. Todavía hay quienes son más reduccionistas, quienes afirman que ideología es todo lo que no concuerda con la verdad que profesan, siendo esta verdad la copia primaria de la propaganda a la que se imaginan afiliados.
Fue así, con este miserable léxico, que la palabra entró en el lenguaje actual, como sinónimo de una lista de intenciones o valores declarados y conscientes. No es desde esta perspectiva que el término se invoca aquí. El sustantivo ideología ingresa a este texto desde un significado más profundo que busca tocar capas alejadas de la superficie del discurso, la conciencia y la intencionalidad. La ideología así entendida, tal vez lejanamente relacionada con lo que Althusser llamó “ideología en general”[iv], es más traicionera, más inconsciente y más estructurante.
No se percibe en el plano del significado, sino en las leyes que rigen el modo en que el significante se adhiere a su significado. Es ella quien convoca al sujeto a adherirse por sensaciones, por lazos libidinales, por identificaciones, independientemente de lo que se enuncie, en contra oa favor de tal o cual lado de la política. Esta ideología más profunda, que, vale insistir, se relaciona con la forma de sentido y no con el orden del sentido, vive en la matriz de la industria del entretenimiento y las redes sociales. Precisamente porque es vago, es asesino.
En otro momento, todavía en la década de 1940, Adorno, entonces en sociedad con Max Horkheimer, ya lo había anticipado: “La ideología así reducida a un discurso vago e intransigente no se vuelve más transparente ni más débil. Precisamente por su vaguedad, la aversión casi científica a fijarse en todo lo que no se puede verificar, funciona como instrumento de dominación”. [V]
Tal era la “industria cultural” que describían Adorno y Horkheimer. Esta fue la “sociedad del espectáculo”, que vio Guy Debord y que sigue ahí, de pie. Es así como hoy el mundo está monopolizado por los conglomerados de plataformas sociales, entretenimiento y tecnologías digitales. Estos gigantes del capitalismo desechan la “obra del pensamiento” y prefieren las “identificaciones”, las sensaciones (de ahí el sensacionalismo), las estesias industrializadas.
Dada su naturaleza, esta industria se niega, en la medida de lo posible, a considerar las reglas del Estado, reglas que, para bien o para mal, tienen su estructura en fundamentos (adulterados o no) propios de la razón. Una característica crucial de esta industria es que opera en todo el planeta, instalada a una altitud operativa por encima del alcance de la legislación nacional, y produce para sí misma un lugar desde el cual puede rechazar con arrogancia cualquier intento de regulación democrática. No acepta ser regulada por la democracia; por el contrario, actúa como quien quiere regular los cánones de la política, redefiniendo el significado de la palabra libertad y la palabra censura, ahora en términos privados.
Todo esto hace más improbables y costosos los espacios críticos a través de los cuales la democracia puede establecer límites al mercado, al poder ya la concentración de capital. Entregados a su propia lógica de acumulación, los medios digitales y la industria del entretenimiento prefieren “procesos irracionales, inconscientes y regresivos” a los argumentos de la razón. La democracia se encuentra frente a barreras que desconocía. El autoritarismo latente produce sus collages y adhesiones y, por tanto, el autoritarismo aparente gana adeptos. Es en esta perspectiva que los patrones de comunicación de las redes favorecen, como caldo, la propagación de discursos fascistas.
Hoy experimentamos el advenimiento de una nueva Caverna de Platón. Sus paredes están hechas de pantallas electrónicas, lo que ya ha sido señalado por algunos. En estas pantallas reinan las imágenes y los datos digitales. Los datos han surgido como una nueva religión del empirismo que se considera objetiva. El capitalismo se ha convertido a los datos y los ve como el petróleo del siglo XXI, es decir, como el activo más valioso de la economía global. En un artículo de portada de 2017, el semanario inglés The Economist clavó la aparición del nuevo activo[VI]. La revista sustenta su tesis sobre el crecimiento de las empresas que se han agigantado recopilando datos, no cualquier dato, que existe en abundancia exponencialmente creciente, sino ciertos datos específicos, los datos de los usuarios de estas empresas (estos usuarios son, de hecho, , las mercancías de estas empresas).
Estas empresas tienen nombres: Alphabet (la empresa propietaria y matriz de Google), Amazon, Apple, Facebook y Microsoft. Estos son los conglomerados más valiosos del capitalismo contemporáneo. No son extractores de aceite, sino extractores de datos o, en términos más amplios, como se mencionó anteriormente, son extractores de miradas, que aportan datos como un valor adicional.
El capital se especializa en extraer datos de la humanidad y los comercializa, esto en la superficie registrado por The Economist. En el fondo, lo que la revista no señala, el capital ha desarrollado redes subterráneas para aprisionar la mirada. Aprisionando la mirada, estas redes también aprisionan la imaginación y el deseo. Al cautivar la mirada de las masas, el capitalismo refabrica incesantemente el lenguaje y mantiene unidas a las masas (o burbujas). Son operaciones complejas, que no nos interesan ahora mismo.[Vii] Lo que nos interesa, más bien, es que la nueva Caverna de Platón mantiene cautiva la mirada, lo que corresponde a mantener cautivas a las masas y, más aún, mantener a las masas en estado de masas (sobre todo cuando los individuos creen recibir servicios “a la medida”).
Los medios por los que el capitalismo recopila datos incluyen ofertas que aparentemente entran en conflicto con las mentalidades fascistas, como cierto “libertarismo” comercial, que tiene la pornografía como uno de sus ejemplos. Resulta que allí no hay libertad sexual, sino confinamiento del deseo, como intuyó Herbert Marcuse cuando creó el concepto de “dessublimación represiva”. Con las inevitables limitaciones (el concepto está anticuado, habiendo aparecido en el libro Eros y la Civilización, publicado originalmente en 1955), Marcuse se dio cuenta de que, al ofrecer canales para una supuesta satisfacción sexual, el capitalismo no liberaba, sino que encarcelaba en otra escala.
Hoy, en ciertos mecanismos de recolección masiva de datos, hay algo análogo a lo que señalaba Marcuse, aunque menos rudimentario. Lo aparentemente libertario de las tecnologías digitales debe contrastarse, a efectos analíticos, con la tendencia a la concentración de multitudes de clientes fieles, es decir, la tendencia a la concentración de masas dentro de la nueva Caverna de Platón. La nueva Caverna de Platón se compone de campos de concentración de lo imaginario. Para mantener los lazos libidinales de las masas, la industria puede recurrir a procedimientos que, en apariencia, parecen liberar a los individuos del dominio que la industria misma no puede dejar de ejercer.
De este modo, si bien las imágenes electrónicas y los datos digitales no proclaman corolarios abiertamente fascistas, existe en ellos esa propensión a un trasfondo antiemancipador, con un estilo que recuerda, con mucho, a la propaganda del fascismo, con su peculiar manera de aprisionar el deseo y la imaginación de las masas excitadas.
En este paisaje cavernoso, los avances tecnológicos favorecen discursos que se oponen belicosamente a la modernidad, como en una regurgitación que trae de vuelta amenazas que deberían haber sido suplantadas por el advenimiento de la modernidad. Los viejos ataques superficiales del fascismo italiano y el nazismo alemán, que invadían la privacidad de los bienes comunes, no fueron superados, sino que se vieron agravados por las tecnologías del presente. El estado de vigilancia parece absoluto, con algoritmos capaces de anticipar cada movimiento íntimo de cada individuo con precisión microscópica.
En la nueva caverna de Platón, no sólo los cautivos no pueden ver a través de los muros que los retienen, sino que, más aún, los muros pueden ver a través de ellos, sus cuerpos y sus miserables disimulos. Se impone otro “gran hermano”: ya no ese gran hermano orwelliano, ya no la máxima autoridad que examinaba a todos, sino otro más penetrante, resultado del chismorreo de todos contra todos, en una especie de totalitarismo difuso –aunque, por el momento, no actúes alrededor de uno Líder visible. El poder de la tecnología y el capital se vuelve opaco e intangible, mientras la intimidad de cada uno se muestra con la transparencia impotente de una gota de rocío. ¿Y qué es el totalitarismo sino el estado donde el poder es opaco y la privacidad transparente?
La voluntad regurgitada, que se beneficia de los muros de imágenes y datos digitales de la nueva Caverna de Platón, se convierte a veces en un pastiche de sí mismo, en un chiste de mal gusto. Los Jefes de Estado pronuncian declaraciones que no ocultan su fijación, no en el falo, sino directamente en el órgano sexual masculino, en una nostalgia del fascismo literal. pierda la fascio, o, en lugar de la suya, la fascino.
Haz es el nombre de un haz de listones atados entre sí por tiras de cuero rojo, en forma de garrote, generalmente con una hoja de bronce en un extremo, como un hacha con un mango más grueso. Este objeto de origen etrusco, símbolo fálico explícito, se convirtió en el tótem del fascismo italiano.[Viii]. O fascino ou fascino es menos conocido. Es un amuleto supersticioso que fue muy popular en la antigua ciudad de Pompeya, antes de que el Vesubio lo calcinara en el 79 a.C. El objeto, generalmente de pequeñas proporciones, que cabía en la palma de la mano, era la escultura de un falo erecto, a veces provisto de un par de alas. Se creía que, al ser la encarnación de un falo divino (Príapo), tendría poderes mágicos para repeler el mal de ojo.[Ex]
Volvamos a los personajes de estos jefes de Estado. Ellos, cuando no hablan de fascino con exaltaciones y exultaciones priápicas, estallan con profusas referencias verbales a la fase anal. Se inclinan por el discurso abiertamente escatológico, tanto que en ocasiones utilizan expresiones poco usuales en el panorama político, como la palabra “poo”.[X]
¿Qué hacer en medio de la ranciedad escatológica? Tal vez necesites pensar. El fascismo regurgitado aún no nos ha matado, pero la tormenta que viene del pasado sigue castigando.
*Eugenio Bucci, periodista, es profesor de la ECA-USP. Autor, entre otros libros, de Brasil en el tiempo de la TV (Boitempo).
[El presente artículo es una pequeña parte de la conferencia “Segura o Fascio”, presentada el año pasado en el Ciclo “Mutação – Todavía bajo la tormenta”, organizado por Adauto Novaes. El texto completo se publicará próximamente en la colección que traerán todas las conferencias del ciclo.]
Notas
[i] freud, s. Psicología de grupo y el análisis del yo y otros textos. Traducción de Paulo César Souza. São Paulo: Companhia das Letras, 2011. Edición electrónica. Kidle. El pasaje citado se encuentra al final del Capítulo X: La Misa y la Horda Primigenia.
[ii] ADORNO, Theodor W. “La teoría freudiana y el patrón de la propaganda fascista”. En: Ensayos de Psicología Social y Psicoanálisis. São Paulo, Unesp, 2015. Disponible en: https://blogdaboitempo.com.br/2018/10/25/adorno-a-psicanalise-da-adesao-ao-fascismo/.
[iii] freud, s. Psicología de grupo y el análisis del yo y otros textos. El pasaje citado se encuentra al final del Capítulo VII: Identificación.
[iv] ALTHUSSER, Luis. Aparatos Ideológicos de Estado: nota sobre los Aparatos Ideológicos de Estado (AIE). Río de Janeiro: Edições Graal, 1985, 2ª edición, p. 85.
[V] Ídem, pág. 137.
[VI] “El recurso más valioso del mundo ya no es el petróleo, sino los datos”. The Economist. 6 de mayo de 2017.
[Vii] Para quien esté interesado, hay más sobre esto en BUCCI, E.. Extractivismo de la mirada, el valor del goce y las palabras en reflujo. REVISTA BRASILEÑA DE PSICOANÁLISIS. Organismo Oficial de la Federación Brasileña de Psicoanálisis Volumen 53, n. 3 · 2019. Págs. 97-116.
[Viii] El término italiano fascio de origen latino (fasces), designa un artefacto de origen etrusco, que consiste en un haz de finas estacas, o palos, atados con correas de cuero rojo (de ahí fasces), que se asemeja a un garrote, cuya longitud corresponde aproximadamente a la mitad de la altura de un hombre. En la antigua Roma, la fasces litorales – la fascia que contiene una hoja de metal en un extremo, como un hacha – fue llevada en solemnidades por el licor, figura encargada de la seguridad de los jueces. O fasces representaba el poder de los jueces para azotar o decapitar a los infractores. (Ver más sobre fasces em Diccionario Oxford de literatura clásica, Río de Janeiro: Jorge Zahar Editores, 1987, p. 226.) En el siglo XIX, el fascinación eventualmente fueron grupos armados, unificados en torno a propósitos políticos o militares. En el siglo XX, el símbolo se incorporó como inspiración para el fascismo. En su primera formación, la banda de Mussolini se llamaba fascia de combate (https://sibila.com.br/cultura/a-historia-etimologica-da-palavra-fascismo/13340) En su simbología, el fascio evoca unión, fuerza, soberanía y poder. En su aspecto físico, el fascio contiene todos los elementos del símbolo fálico.
[Ex] Varios de estos amuletos se encuentran en exhibición en el Museo Antropológico de Nápoles (en el Gabineto Secreto del Museo Archeologico Nazionale di Napoli). ver en https://en.m.wikipedia.org/wiki/File:Tintinnabulum_Pompeii_MAN_Napoli_Inv27839.jpg. El término fascino está en el origen del verbo fascinar y, según algunas fuentes, del adjetivo fescenina. No existe una conexión etimológica segura entre los términos fascismo y fascino, pero el magnetismo sonoro inconsciente, producido por el probable falso cognado, magnetiza el discurso fálico de los deslumbrados neofascistas.
[X] “Bolsonaro sugiere 'hacer caca cada dos días' para reducir la contaminación ambiental”. G1. 9 de agosto de 2019. https://g1.globo.com/politica/noticia/2019/08/09/bolsonaro-sugere-fazer-coco-dia-sim-dia-nao-para-reduzir-poluicao-ambiental.ghtml. Consultado el 22 de octubre de 2019.