El contexto de la ocupación israelí

Soldados israelíes en la destrozada Gaza / Reproducción Telegram
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por ILAN PAPÉ*

Deshistorizar lo que está sucediendo ayuda a Israel a aplicar políticas genocidas en Gaza.

El 24 de octubre, una declaración del Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, provocó una fuerte reacción por parte de Israel. Ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el jefe de la ONU dijo quien, al tiempo que condenó enérgicamente la masacre cometida por Hamás el 7 de octubre, quiso recordar al mundo que ésta no ocurrió en el vacío. Explicó que no podemos disociar nuestra preocupación por la tragedia ocurrida ese día y los 56 años de ocupación israelí de territorios.

El gobierno israelí se apresuró a condenar la declaración. Las autoridades israelíes exigieron la dimisión de Antonio Guterres, alegando que apoyaba a Hamás y justificaba la masacre. Los medios israelíes se unieron al movimiento y afirmaron, entre otras cosas, que el jefe de la ONU “demostrado un grado impresionante de quiebra moral”.

Esta reacción sugiere que puede estar surgiendo un nuevo tipo de afirmación de antisemitismo. Hasta el 7 de octubre, Israel estuvo presionando para que se ampliara la definición de antisemitismo para incluir críticas al Estado israelí y preguntas sobre las bases morales del sionismo. Ahora bien, contextualizar e historizar lo que está sucediendo también puede provocar acusaciones de antisemitismo.

Deshistorizar estos acontecimientos ayuda a Israel y a los gobiernos occidentales a adoptar políticas que han evitado en el pasado debido a consideraciones éticas, tácticas o estratégicas.

Así, el ataque del 7 de octubre es utilizado por Israel como pretexto para practicar políticas genocidas en la Franja de Gaza. También es un pretexto para que Estados Unidos intente reafirmar su presencia en Oriente Medio. Y es un pretexto para que algunos países europeos violen y limiten las libertades democráticas en nombre de una nueva “guerra contra el terrorismo”.

Sin embargo, hay varios contextos históricos de la situación actual en Israel-Palestina que no se pueden ignorar. El contexto histórico más amplio se remonta a mediados del siglo XIX, cuando el cristianismo evangélico en Occidente transformó la idea del “regreso de los judíos” en un antiguo imperativo religioso y abogó por el establecimiento de un Estado judío en Palestina como parte de el camino a la resurrección de entre los muertos, al regreso del Mesías y al fin de los tiempos.

La teología se volvió política a finales del siglo XIX y en los años previos a la Primera Guerra Mundial por dos razones. En primer lugar, sirvió a los intereses de aquellos en Gran Bretaña que deseaban desmantelar el Imperio Otomano e incorporar parte de él al Imperio Británico. Em segundo lugar, repercutiu entre os membros da aristocracia britânica, tanto judeus quanto cristãos, que se encantaram com a ideia do sionismo como uma panaceia para o problema do antissemitismo na Europa Central e Oriental, que havia produzido uma onda indesejada de imigração judaica para a Gran Bretaña.

Cuando estos dos intereses se fusionaron, llevaron al gobierno británico a emitir la famosa (o infame) Declaración Balfour en 1917.

Los pensadores y activistas judíos que redefinieron el judaísmo como nacionalismo esperaban que esta definición protegiera a las comunidades judías del peligro existencial en Europa, centrándose en Palestina como el espacio deseado para el “renacimiento de la nación judía”.

En el proceso, el proyecto cultural e intelectual sionista se transformó en un proyecto de colonización mediante asentamientos, cuyo objetivo era judaizar la Palestina histórica, sin tener en cuenta el hecho de que estaba habitada por una población nativa.

A su vez, la sociedad palestina, bastante pastoril en aquel momento y en su etapa inicial de modernización y construcción de una identidad nacional, produjo su propio movimiento anticolonial. Su primera acción significativa contra el proyecto de colonización sionista ocurrió con la levantamiento de al-Buraq en 1929, y no ha cesado desde entonces.

Otro contexto histórico relevante para la crisis actual es la limpieza étnica de Palestina en 1948, que incluyó la expulsión forzada de palestinos a la Franja de Gaza de las aldeas sobre cuyas ruinas se construyeron algunos de los asentamientos israelíes atacados el 7 de octubre. Estos palestinos desarraigados formaban parte de los 750.000 palestinos que perdieron sus hogares y se convirtieron en refugiados.

Esta limpieza étnica fue notada por el mundo, pero no condenada. Como resultado, Israel siguió recurriendo a la limpieza étnica como parte de su esfuerzo por garantizar el control total de la Palestina histórica con el menor número posible de palestinos nativos. Esto incluyó la expulsión de 300.000 palestinos durante y después de la guerra de 1967 y la expulsión de más de 600.000 de Cisjordania, Jerusalén y la Franja de Gaza desde entonces.

También está el contexto de la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza. Durante los últimos 50 años, las fuerzas ocupantes han impuesto castigos colectivos continuos a los palestinos en estos territorios, exponiéndolos a una persecución constante por parte de los colonos y las fuerzas de seguridad israelíes, y encarcelando a cientos de miles de ellos.

Desde la elección del actual gobierno fundamentalista mesiánico israelí en noviembre de 2022, todas estas duras políticas han alcanzado niveles sin precedentes. El número de palestinos muertos, heridos y detenidos en la Cisjordania ocupada Disparo. Para colmo, las políticas del gobierno israelí hacia los lugares sagrados cristianos y musulmanes en Jerusalén se han vuelto aún más agresivas.

Por último, también está el contexto histórico del asedio de Gaza que dura 16 años, donde casi la mitad de la población está compuesta por niños. En 2018, la ONU ya advertía que la Franja de Gaza se convertiría en un lugar no apto para los seres humanos en 2020.

Es importante recordar que el asedio se impuso en respuesta a las elecciones democráticas ganadas por Hamás tras la retirada unilateral israelí de Gaza. Aún más importante es remontarnos a la década de 1990, cuando la Franja de Gaza estaba rodeada de alambre de púas y desconectada de la Cisjordania ocupada y de Jerusalén Este después de los Acuerdos de Oslo.

El aislamiento de Gaza, la valla que la rodea y la creciente judaización de Cisjordania fueron una clara indicación de que, a los ojos de Israel, Oslo significaba ocupación por otros medios, no un camino hacia una paz genuina.

Israel controlaba los puntos de entrada y salida del gueto de Gaza, incluso vigilando el tipo de alimentos que entraban, limitándolos en ocasiones a un determinado número de calorías. Hamás respondió a este debilitante asedio lanzando cohetes contra zonas civiles de Israel.

El gobierno israelí afirmó que estos ataques fueron motivados por el deseo ideológico del movimiento de matar judíos –una nueva forma de nazismo– sin tener en cuenta tanto el contexto de Nakba como el asedio inhumano y bárbaro impuesto a dos millones de personas y la opresión de sus compatriotas en otras partes de la Palestina histórica.

Hamás, en muchos sentidos, fue el único grupo palestino que se comprometió a tomar represalias o responder a estas políticas. Sin embargo, la forma en que optó por reaccionar podría conducir a su propia ruina, al menos en la Franja de Gaza, y también podría proporcionar un pretexto para una mayor opresión del pueblo palestino.

El salvajismo de su ataque no puede justificarse de ninguna manera, pero eso no significa que no pueda explicarse y contextualizarse. Por muy terrible que haya sido, la mala noticia es que no se trata de un acontecimiento que cambie las reglas del juego, a pesar del enorme coste humano para ambas partes. ¿Qué significa esto para el futuro?

Israel seguirá siendo un Estado establecido por un movimiento de ocupación colonial, que seguirá influyendo en su ADN político y determinando su naturaleza ideológica. Esto significa que a pesar de su autorretrato como la única democracia de Oriente Medio, seguirá siendo una democracia sólo para sus ciudadanos judíos.

La lucha interna en Israel entre lo que se puede llamar el Estado de Judea –el Estado colonizador que quiere que Israel sea más teocrático y racista– y el Estado de Israel –que quiere mantener la statu quo – que conmovió a Israel hasta el 7 de octubre, volverá a estallar. De hecho, ya hay señales de su regreso.

Israel seguirá siendo un Estado de segregación racial – como afirman varias organizaciones de derechos humanos – independientemente de la evolución de la situación en Gaza. Los palestinos no desaparecerán y continuarán su lucha por la liberación, con muchas sociedades civiles a su lado, mientras sus gobiernos apoyan a Israel y le otorgan una inmunidad excepcional.

La solución sigue siendo la misma: un cambio de régimen en Israel que proporcione igualdad de derechos para todos, desde el río hasta el mar, y permita el regreso de los refugiados palestinos. De lo contrario, el ciclo de derramamiento de sangre nunca terminará.

*Ilan Pappé es historiador y director del Centro Europeo de Estudios Palestinos de la Universidad de Exeter. Autor, entre otros libros, de Diez mitos sobre Israel (Ed.Tabla).

Traducción: Pedro Paulo Zahluth Bastos.

Publicado originalmente en el sitio web de Red Al Jazeera.


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