por JOSÉ MICAELSON LACERDA MORAIS*
Introducción al libro recién publicado
“Servidumbre económica” fue uno de los términos utilizados por Karl Marx en el Libro I de La capital, para designar la condición de explotación continuada del trabajador asalariado bajo el capitalismo. El proceso de producción capitalista “[…] obliga continuamente al trabajador a vender su fuerza de trabajo para vivir y permite continuamente al capitalista comprarla para enriquecerse […]” (MARX, 2017a, p. 652). De esta manera, la producción y reproducción de su propia relación social se perpetúa indefinidamente en el tiempo capitalista (capitalistas, por un lado, trabajadores asalariados, por el otro).
No habría mayores problemas si esta relación no implicara la apropiación privada de la producción realizada de manera social. Si la ganancia, el interés, el salario y la renta de la tierra constituyen proporciones iguales del ingreso social total, proporcionando así también igual poder adquisitivo a todos y cada uno de los sujetos sociales. Si el excedente económico se destinara a brindar las mismas condiciones y los mismos niveles de vivienda, salud, esparcimiento, transporte, educación, etc.; en definitiva, infraestructura social y económica para todos y cada uno de los seres humanos. En otras palabras, si las relaciones sociales capitalistas no estuvieran basadas en la explotación del trabajo social. Al fin y al cabo, todos somos seres humanos que, independientemente de la raza, el credo, el color y el lugar, tenemos las mismas necesidades sociales, por lo que todas las vidas deberían importar.
En el capitalismo, en general, el trabajador asalariado, productor directo de la totalidad de la producción social, sólo tiene una parte del producto que no es más que suficiente para su reproducción. Como ser humano, no tiene derecho a las prestaciones sociales derivadas de su propio trabajo. Sólo el deber de reproducirse como mano de obra, independientemente de cuántas riquezas materiales hayan producido sobre la faz de la tierra sus diversas generaciones, ya sea en forma de esclavos, siervos o asalariados.
El capitalista, sin embargo, tiene derecho a una renta diferente llamada ganancia, renta que se deriva de la producción social, que debería beneficiar igualmente a los sujetos sociales, pero que se convierte en un privilegio particular de gozar de los beneficios de la riqueza material. No es porque una persona sea más inteligente o más emprendedora que otras que deba apropiarse tanto del trabajo como del fruto del trabajo de los demás. En términos de sentido común, el hecho de que una persona sea la más fuerte no significa que deba quedarse con la comida de todos. En este caso, la única diferencia entre instinto e inteligencia (razón) sería que el primero es una característica de la naturaleza y la segunda de la sociedad humana. Sin embargo, ambos tendrían el mismo fin: la creación de ventajas sobre los demás (en la naturaleza, la supervivencia, en la sociedad humana, la explotación del trabajo social). Hasta ahora se ha demostrado que esta es la esencia de la organización social que hemos construido a lo largo de la historia, el fundamento de la economía real y de la Ciencia Económica.
La historia económica es la historia de las formas de explotación del trabajo social, desde la antigua esclavitud, pasando por el feudalismo, hasta el capitalismo. El desarrollo de la economía como ciencia, hasta nuestro período histórico actual, es tanto la forma de justificar como de crear formas más eficientes y alienantes de explotación del trabajo social. Una de las mayores virtudes de nuestra razón (inteligencia) ha sido poner al descubierto esta esencia (fundamento de nuestra forma de organización social), la explotación del trabajo social.
En esto, Marx, con su teoría del valor y la plusvalía, sigue siendo autor de autores. Nuestra mayor dificultad ha sido aceptar que podemos lograr una forma diferente de sociabilidad, aún frente a la inmensa desigualdad social lograda y el inminente colapso de los recursos naturales del planeta. En teoría, el sentido de la razón debería ser dotar al ser humano, como sujeto social, de la capacidad de establecer relaciones sociales diferentes a las que existen entre los demás seres vivos de la naturaleza (cadena alimentaria).
Sin embargo, una sociedad que basa su organización en la explotación del trabajo, concentra la riqueza social en manos de unos pocos, diferencia a su población entre ricos y pobres, elige una mera representación (el dinero) como sentido de la vida, transforma a las personas en bienes y servicios. bienes en sujetos de afecto y distinción, no hace más que reproducir una representación social de la cadena alimenticia de la naturaleza. Pues, la riqueza y distinción de unos depende de la explotación y expropiación del trabajo de muchos, en fin, del robo de muchas horas de vida a sus semejantes.
El capitalismo, al liberar al individuo de la servidumbre feudal, también creó una nueva forma de servidumbre. Sin embargo, bajo la apariencia de la libertad jurídica de ese individuo, porque “[...] el trabajador pertenece al capital incluso antes de venderse al capitalista. Su servidumbre económica está a la vez mediada y ocultada por la renovación periódica de su venta, por el cambio de sus patrones individuales y por la oscilación del precio de mercado del trabajo” (MARX, 2017a, p. 652-653).
La servidumbre económica en el capitalismo está directamente asociada con una forma específica de valor y sus contradicciones. a la vez ocultas y evidenciadas en el valor de cambio, y, que se expresan en una relación social, también específica, la relación valor-capital. Lo cual, a su vez, sigue basado en la separación del productor directo de sus medios de producción y subsistencia (proceso de proletarización) y la concentración de estos medios en manos de una pequeña clase de capitalistas dueños de todos los medios de producción y de subsistencia. subsistencia de la sociedad.
A su vez, valor es una palabra que encierra innumerables significados para (y entre) varias áreas, como la economía, el derecho, las matemáticas, la música, la lógica, la filosofía, la pintura, etc. En términos generales, el valor puede representar tanto una propiedad intrínseca de un objeto o individuo como expresar una relación entre objetos e individuos. Cuando afirmamos que el valor de la raíz cuadrada de 4 es igual a 2, este resultado representa un valor intrínseco derivado de la fórmula misma. Del mismo modo, cuando decimos que una persona tiene un gran valor, relacionamos este término con ciertas cualidades del individuo, como el coraje o la paciencia, por ejemplo.
El valor como expresión de una relación (ya sea social o de comparación entre objetos) se presenta siempre como resultado de atributos y procesos que ocurrieron u ocurren en la interacción entre objetos e individuos y entre estos últimos. Esto se debe a que toda relación implica la existencia pasada o presente de la comparación de un conjunto de cuantificadores y calificadores propios de la interacción social. Las relaciones y los procesos son propiedades intrínsecas de la existencia social, su cuantificación y calificación establece un conjunto de normas, hábitos, legados, leyes, “valores”, etc., necesarios para la vida colectiva y su reproducción como sociedad. Por tanto, el valor se presenta como resultado de relaciones y procesos sociales, de lo que se puede deducir una categoría de análisis con atributos de clara dimensión histórica.
Esta breve digresión deja claro que el valor debe entenderse siempre en dos dimensiones: (1) como un fundamento, un atributo, una característica esencial, directamente relacionada con un momento histórico determinado; y (2) como expresión de algo, el efecto, la apariencia, que se manifiesta por algún elemento (material o no) de aceptación social general. Entre la causa y la manifestación del valor, en cada período histórico, existe un conjunto de mediaciones, en constante proceso de transformación, que actúa alterando las relaciones, los procesos y el contenido mismo del valor.
La historia del pensamiento económico revela tanto el descubrimiento de la ley del valor, fundamento de la economía como ciencia, como los avances y retrocesos en su tratamiento. También indica cómo el valor puede ser tanto una categoría que revela la naturaleza histórica de las sociedades como una construcción intelectual utilizada para justificar y reproducir una determinada forma de producción y distribución del producto social.
Formular una teoría del valor fue el primer paso para hacer de la economía una ciencia. Aunque la economía ha sido reconocida como tal desde Adam Smith, todavía no hay consenso sobre el problema del valor. Contemporáneamente, el problema del valor parece haberse vuelto irrelevante dentro de la Ciencia Económica. En cualquier caso, coexisten tres líneas distintas de tratamiento económico del valor. En primer lugar, la corriente de los clásicos por la que el valor debe expresar los precios de mercado, es decir, una teoría del valor debe explicar necesariamente la formación de precios en el sistema económico.
La segunda, representada por Marx, quien derivó de la teoría del valor de los clásicos, entre otras cosas, una teoría de la explotación de la fuerza de trabajo en el modo de producción capitalista. En tercer lugar, la teoría del valor de utilidad de los marginalistas, para quienes el valor es una variable subjetiva y no está directamente relacionada ni con la producción ni con la distribución, ya que los mercados son, por las fuerzas decisivas de la oferta y la demanda, formadores de precios y repartidores óptimos de la oferta productiva. factores
De los tres aspectos descritos anteriormente, podemos entender que el valor es igual al precio (clásicos), el valor no está directamente relacionado con el precio (neoclásicos), y el valor como forma histórica específica de producción y reproducción de las relaciones sociales de explotación y expropiación, capitalismo. Con mucho, este último aporte parece ser el más prometedor para pensar una teoría del valor que relacione economía y sociedad; y no hacer de ellos “cosas” de existencia separada, como ha hecho la propia economía neoclásica, o simplemente, hacer desaparecer como por arte de magia la lucha social en torno a la distribución del excedente económico.
El gran legado de la economía neoclásica y sus desarrollos, como la utilidad marginal, el equilibrio general y la síntesis neoclásica, es todo menos compatible con cualquier tipo de sociedad que no apunte a su propia autodestrucción. Destrucción de lazos sociales, ya que el proceso económico capitalista excluye a gran parte de la sociedad de la forma económica de mercado, haciendo innecesario un gran contingente humano para la economía. Destrucción de la naturaleza a través de un proceso depredador de producción y consumo, incompatible con la preservación misma de toda la vida en el planeta. Destrucción masiva mediante armas nucleares u otros medios e instrumentos derivados de la ciencia.
Es importante aclarar que estos problemas sociales y globales no existen debido a la teoría neoclásica. Por el contrario, dado que sus presupuestos son el equilibrio y la optimización, el enfoque de su problema económico no puede ir más allá de los límites de un problema de elección de maximizar o minimizar una función (consumo o producción). No es que estudios de esta naturaleza no sean importantes, han contribuido en gran medida a comprender, por ejemplo, que la ganancia se maximiza cuando el ingreso marginal es igual al costo marginal o, incluso, la selección de insumos para obtener un determinado nivel de producción al mínimo. costo.
Incluso hicieron de la economía neoclásica la forma dominante de enseñanza y producción científica en el área. La pregunta, entonces, no puede ser sobre la validez de la teoría neoclásica, internamente es válida y consistente, en tanto se construye como un conjunto de enunciados matemáticos. La pregunta a plantearse debe ser por qué, aún frente a tal desarrollo de la teoría económica, se ha llegado a una situación históricamente limitante, tanto social como ambientalmente. La única respuesta posible parece estar relacionada con el problema de la apropiación privada del excedente económico social.
Entender el valor como sustancia y como forma de sociabilidad específica (capitalismo) puede ayudar a comprender tanto los motivos como los límites de una sociedad fundada en la servidumbre económica y con tendencias autodestructivas (sociales y ambientales). Nuestra hipótesis es que el valor, como fundamento de la sociedad capitalista, ya lo largo de su desarrollo histórico, se desliga de su sustancia, el trabajo vivo en forma de trabajo abstracto. En otras palabras, con la expansión y transformación del capitalismo, como forma dominante de organización social, la producción y acumulación de riqueza se vuelve autónoma del propio trabajo vivo.
Esta hipótesis no es original. Por ejemplo, Carcanholo (2011), enfatizó el carácter de la “desmaterialización progresiva de la riqueza capitalista”. Para él, a partir de Marx, el valor es un proceso (siempre en desarrollo), pero para el cual se hace imposible llegar a su límite. Pues, aún, según ese autor, la desmaterialización completa de la riqueza representaría la destrucción del valor de uso, es decir, una imposibilidad, porque “[...] la destrucción del valor de uso implica la destrucción del ser humano y, por tanto, , de valor en sí mismo, ya que se trata de una relación social entre hombres. La destrucción del valor de uso sería la del valor, la de la mercancía y la de la sociedad […]” (CARCANHOLO, p. 72)
Sin embargo, la perspectiva que adoptamos es que la desmaterialización de la riqueza capitalista, es decir, del valor, tiene un límite mucho más elástico. De modo que corresponde tanto a un proceso de separación del valor de la plusvalía como de autonomización del valor del trabajo abstracto, liberando el proceso de acumulación de los límites impuestos por la producción material de valores de uso.
Por tanto, el capitalismo del siglo XXI asume nuevas y poderosas características, entre las que destacamos: (1) la separación entre resultado (riqueza) y causa (fuerza de trabajo social en general), lo que no implica necesariamente la destrucción del valor de uso, pero sí lo hace en gran parte secundario al proceso de acumulación; (2) el establecimiento de un nuevo motor del proceso de acumulación (digital-financiero), que se alimenta y nutre de ceros y unos, en un circuito semicerrado (intra, interempresarial, intersectorial y mundial); (3) la impresión de un carácter secundario a la producción de valores de uso y su proceso de acumulación, que pasan a servir sólo como válvulas de ajuste y compensación de las transacciones financieras, legales o no; y (4) la creación de instituciones y mecanismos que permitan el lavado de grandes sumas de dinero, como una necesidad sustantiva de esta nueva etapa del capitalismo (aunque este tema específico no se analiza en este libro).
Francisco de Oliveira fue otro importante autor que abordó el tema mencionado a partir de su tesis sobre “los derechos del antivalor”. Si bien se trata del análisis de un elemento externo al proceso de acumulación y reproducción de la fuerza de trabajo, “el patrón de financiamiento público de la economía capitalista” durante la Estado de bienestar, representa, a su vez, un poderoso penetración sobre las transformaciones del valor en el contexto del siglo XX. Para Oliveira (1988, p. 14), “[…] el patrón de financiación pública 'implosionó' el valor como único supuesto de la reproducción ampliada del capital, deshaciéndolo parcialmente como medida de la actividad económica y de la sociabilidad en general”.
La tesis presentada en este libro es que estas transformaciones del valor, tal como las entiende correctamente Oliveira, están inscritas en las leyes generales del movimiento del capital y sus metamorfosis. Por tanto, el análisis del capital, el trabajo y la acumulación, en el siglo XXI, necesita ser recontextualizado, ya que nos enfrentamos a: (1) un nuevo patrón sistémico de riqueza (financiarización); (2) una revolución tecnológica duradera y de largo alcance; (3) un nuevo estándar de automatización; (4) un nuevo conjunto de bienes, sectores y servicios de base tecnológica; y (5) un nuevo Estado (neoliberal), tanto comandado como rehén del capital, que actúa como instrumento para implementar este nuevo patrón de riqueza y reorganizar las relaciones sociales según ese patrón.
También es digno de mención en esta introducción “los nuevos fenómenos del capitalismo contemporáneo”, destacados por Francisco Teixeira y Celso Frederico, analizados en el trabajo Marx en el siglo XXI. Estos nuevos fenómenos se resumen bajo el nombre de “cooperación compleja”. Siguiendo la metodología de Marx, estos autores enfatizan la “cooperación compleja” como un desarrollo “natural” de la gran industria, tal como lo fue de la manufactura. La particularidad de la “cooperación compleja” reside en una forma de producción mercantil en la que el movimiento social del capital une, en una sola existencia, el capital-dinero, el capital-productivo y el capital-mercancías; a diferencia de “[…] la gran industria, en la que el capital dinerario era un negocio privado de los bancos; el capital productivo, de los industriales; y el capital-mercancía, de los comerciantes” (TEIXEIRA & FREDERICO, p. 109).
Según ellos, la “cooperación compleja”, además de ser una forma menos progresiva que la gran industria, también representaría la forma limitante del capital; dado que opera en el límite de la frontera de sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto. Menos progresista porque el neoliberalismo, la reestructuración productiva y la repartición social del trabajo, como momentos de este conjunto, representarían un movimiento ofensivo contra la clase obrera, tanto en términos de destrucción de la legislación protectora del trabajo asalariado como sindical. Se puede decir, sin lugar a dudas, que Teixeira y Frederico lograron actualizar “O Capital” con respecto al proceso global de producción de capital en el capitalismo contemporáneo (capitalismo digital-financiero-de vigilancia).
La gran pregunta que queda abierta, que todos los autores citados en esta introducción ayudaron a posicionar con mayor claridad, y que pretendemos desarrollar en los siguientes capítulos, puede formularse de la siguiente manera: ¿y si el capital y su respectivo proceso de acumulación logran generar la medios para reproducirse más allá de la frontera de reemplazar el trabajo vivo por el trabajo muerto? Si esto realmente se presenta como una posibilidad, podemos decir, con gran convicción, que nos dirigimos hacia un contexto social mucho más brutal que en cualquier momento de la historia humana.
*José Micaelson Lacerda Morais es profesor del Departamento de Economía de la URCA. Autor, entre otros libros, de La última revolución: crítica de la economía política.
referencia
José Micaelson Lacerda Morais. El capitalismo y la revolución del valor: apogeo y aniquilamiento. São Paulo, Amazon (Publicación independiente), 2021, 130 páginas.
Bibliografía
CARCANHOLO, Reinaldo. Capital: esencia y apariencia. São Paulo: Expresión Popular, 2013.
MARX, Carlos. El capital: crítica de la economía política. Libro I: el proceso de producción del capital. São Paulo: Boitempo, 2017.
OLIVEIRA, Francisco. El surgimiento del antivalor: capital, fuerza de trabajo y fondos públicos. San Pablo: Nuevos estudios, No. 22 de octubre de 1988.
TEIXEIRA, Francisco José Soares; Federico, Celso. Marx en el siglo XXI. São Paulo: Cortez, 2009.