por LUCIANO ALENCAR BARROS*
Las consecuencias de seis años de gobiernos de derecha en el poder
En un año electoral que puede (¡o no!) revertir el equilibrio de poder en Brasil a favor de un gobierno de centroizquierda, el país vive un escenario de desastre, con destrucción ambiental, estancamiento económico, aumento de la inflación, concentración del ingreso y deterioro de varios indicadores sociales. Este es el ominoso legado de casi seis años de gobiernos de derecha en el poder.
Según datos del INPE, solo en el primer trimestre de 2022 se deforestaron casi mil kilómetros cuadrados de la Amazonía, valor más alto para el período de la serie histórica reciente. El país acumula desastres ambientales y las noticias negativas sobre el medio ambiente son recurrentes en los medios, como en relación a la minería ilegal en los últimos meses. Sin mencionar el aterrador avance de la agenda (y acciones) anti-indígenas. Esta devastación ambiental y el desprecio por los pueblos originarios en teoría ocurriría a favor del crecimiento económico, lo que no se corresponde con la realidad.
Si se confirma a IPEA pronostica crecimiento del producto brasileño del 1,1% en 2022, el país habrá crecido alrededor de un 6% desde 2017, el primer año completo del gobierno de Temer. Esta cifra, que ya es extremadamente baja para una economía emergente, se torna aún más preocupante si se tiene en cuenta la caída de casi 7% que sufrió el nivel de actividad entre 2015 y 2016. Así, manteniendo la tasa de crecimiento del 1%, Brasil ¡regresará en 2024 al nivel de producto real observado diez años antes!
Además del estancamiento económico, Brasil vive un fuerte proceso de concentración del ingreso, con una tendencia a la baja en la participación del producto interno bruto destinado a la clase trabajadora desde 2016, año del golpe parlamentario. Agregue a esta inflación de dos dígitos y el catastrófico escenario brasileño puede comenzar a entenderse.
Cabe señalar que, si bien la crisis de la pandemia ha contribuido a esta situación caótica, la precede el proceso de estancamiento económico y concentración del ingreso. Incluso antes del advenimiento de la pandemia, cientos de miles de personas ya habían sido arrojadas a la indigencia, y el país volvió al mapa del hambre. Y la situación no hace más que empeorar, de modo que la inseguridad alimentaria afecta ahora a más de la mitad de la población.
Es claro que el gobierno del Partido de los Trabajadores tiene su parte de responsabilidad en el escenario actual. La depresión iniciada en 2015 se debe básicamente a errores de política económica, hecho que, sumado a la ausencia de reformas estructurales y al desmantelamiento de las bases de apoyo (en la ilusión de gobernar solo desde la cúpula), hizo posible la destitución de 2016 y el ascenso de los gobiernos de derecha. Pero, ahora que han pasado casi seis años desde la inflexión política, ya no es posible culpar al PT de todo.
Siempre es bueno tener en cuenta que, en tiempos de bajo desempleo (que era inferior al 5% en 2014), a la clase capitalista le interesa frenar la economía para generar desempleo y contener los salarios. Este hecho ayuda a explicar la agenda de austeridad introducida en la última década. Y como una adicción que busca consuelo en su propia adicción, la austeridad contribuye a la desaceleración económica, utilizada como justificación para profundizar las políticas de austeridad, en un proceso que se retroalimenta.
El propio estancamiento económico es también un detonante para la introducción de cambios institucionales que lo profundicen, como las reformas laborales y de seguridad social, vendidas como medicina amarga para la crisis. Tales reformas eliminan derechos e intensifican la concentración del ingreso, reduciendo el poder adquisitivo de la clase trabajadora, que se inclina más al gasto, contribuyendo al estancamiento.
Pero toda redistribución tiene ganadores y perdedores. Mientras la población vive en la pobreza, gana el piso superior, por lo que la clase capitalista ha ido aumentando sus tasas de ganancia y su participación en el ingreso nacional. Tal vez el ejemplo más notorio sea el de Petrobras: mientras la empresa repartió más de 100 mil millones en utilidades y dividendos en 2021, la porción más vulnerable de la población volvió a cocinar con estufa de leña, ante el alza vertiginosa de los precios de los combustibles. Y muchas veces no hay nada que cocinar.
La conclusión obvia a la que se llega es que la destrucción económica y ambiental observada en los últimos años, con su reflejo en el desgaste del tejido social brasileño, es el legado innegable de los últimos seis años de gobiernos de derecha. La pregunta es hasta dónde llegará este proceso, o si las elecciones de fin de año lo frenarán. Y si una eventual renovación política permitirá al país reorientar su camino hacia un crecimiento económico sostenible con redistribución del ingreso.
* Luciano Alencar Barros es estudiante de doctorado en el Instituto de Economía de la UFRJ.