Brasil entre dos negacionismos

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por GILBERTO MARINGONI*

La negación pública del golpe de hace 60 años da lugar a su reafirmación y renovación constante. Implica su defensa y la prevención de que se pase realmente una página anterior.

Brasil enfrentó cuatro años de negacionismo científico, a partir de 2018. El período más grave ocurrió durante la pandemia (2020-2022), con la campaña antivacunas, impulsada por el expresidente. Fue algo abyecto, que tuvo como resultado un número incalculable de pérdidas humanas.

Para total sorpresa de cualquier espíritu democrático, volvemos a vivir un oscuro clima negacionista en 2024. Esta vez nos encontramos ante un negacionismo histórico que, al ignorar un examen coherente del pasado, bloquea la reflexión y la construcción de futuros alternativos. Intentar borrar el golpe de 1964 de la memoria oficial es una iniciativa igualmente repugnante.

Los dos negacionismos tienen diferentes motivaciones. Mientras el primero buscaba consolidar apoyos en irracionalidades y dogmas religiosos para construir una idea oscurantista, y por tanto autoritaria, el nuevo negacionismo se basa en el defensivismo, la retirada y la extraña concepción de que la mejor manera de pacificar un conflicto es renunciar a la lucha. Tenemos así un extraño negacionismo basado en la capitulación y la autodesmovilización.

¿De dónde vienen estos intentos de negar la realidad? El negacionismo es un neologismo relativamente reciente en la ciencia política. oh diccionario de políticas, organizado, entre otros, por Norberto Bobbio (1983), no lo menciona. La Academia Brasileña de Letras define el negacionismo como “una actitud sesgada que consiste en negarse a aceptar la existencia, validez o verdad de algo, como acontecimientos históricos o hechos científicos, a pesar de las evidencias o argumentos que lo prueban”. El discurso y la acción de lo que convencionalmente se llama “negacionismo” es una poderosa herramienta para la disputa política en la sociedad. El negacionismo representa la fundamentación de la negación, conformando lo que sería un tipo de doctrina o teoría.

El término adquirió aires de concepto a partir de la constitución de una idea contundente difundida por grupos de extrema derecha en los países occidentales, en las últimas décadas del siglo XX, cuya intención es construir una lectura particular de la Historia. Se trata de la afirmación de que el genocidio de los judíos por parte de los nazis en el contexto de la Segunda Guerra Mundial no ocurrió o no ocurrió en la forma o proporciones históricamente reconocidas.

Posteriormente, ganaron protagonismo en los debates sobre el medio ambiente las acciones de los llamados “negacionistas del clima”, definidos como aquellos que –contrariamente a toda evidencia científica– cuestionan la existencia de un calentamiento global de origen antropogénico, es decir, resultante de las actividades humanas. También se consideran negacionistas quienes rechazan (generalmente por motivos religiosos) la teoría de la evolución de las especies, que se convirtió, tras los descubrimientos de Charles Darwin, en uno de los fundamentos de la biología moderna.

Sigmund Freud buscó clasificar psicoanalíticamente el fenómeno de la negación –no el negacionismo– como una forma de preservación del yo, en un pequeño –cinco páginas– y complejo texto de 1925, titulado precisamente “Negación”. Escribió: “La función del juicio tiene esencialmente dos decisiones que tomar: debe conferir o rechazar una cosa o una determinada cualidad y debe admitir o impugnar si una representación existe o no en la realidad. La calidad a decidir podría haber sido originalmente buena o mala, útil o perjudicial”.

La negación funcionaría como una sublimación de lo real. Freud sigue: “negar algo en un juicio significa básicamente: esto es algo que preferiría reprimir. (…) A través del símbolo de la negación, el pensamiento se libera de las limitaciones de la represión y se enriquece”. Negar –o negar basándose en un juicio–, según Freud, “es la acción intelectual que decide la elección de la acción motriz, [que] pone fin a la postergación del pensamiento y hace la transición del pensar a la acción”. Es a partir de ahí que “la creación del símbolo de la negación permite al pensamiento un primer grado de independencia de las consecuencias de la represión”. La negación es parte de las defensas cotidianas para evitar la frustración o el fracaso.

Se puede decir que la negación, a nivel individual, tiene una función de defensa ante la incertidumbre y la inestabilidad. A través de él se evitan partes de la realidad que provocan miedo o inseguridad.

A nivel político, la negación también busca evitar inseguridades, pero puede, en determinadas situaciones, ser un dispositivo opresivo. La negación deja de ser un recurso defensivo y se convierte en una herramienta para imponer un determinado juicio de valor de una parte de la sociedad a otra. O el diktat de lo que sería una verdad sobre otra. No importa que esta verdad, objetivamente, sea mentira. Su imposición pretende crear un nuevo escenario en el que se producirán las disputas sociales. La negación en estos términos –en la esfera política– es parte de la disputa por la hegemonía.

Los dos casos denunciados al principio –la negación de la ciencia y la negación de la historia– son parte de una imposición autoritaria, que pretende bloquear acciones políticas contrarias. La negativa a examinar y criticar el golpe de 1964 no se limita a sacar de escena un orden dictatorial de clases construido a partir de aquel hito fundacional de 21 años de autoritarismo, con ramificaciones que llegan hasta nuestros días. Implícitamente, la negación es también la afirmación de su contrario.

Así, la negación pública del golpe de hace 60 años da lugar a su reafirmación y renovación constante. Implica su defensa y el impedimento de que se pase realmente una página anterior. En última instancia, implica la legitimación de un orden no democrático, envenenando el entorno político actual.[ 1 ]

*Gilberto Maringoni es periodista y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Federal del ABC (UFABC).

Nota


[1] Partes de este texto son parte de un artículo escrito en colaboración con Igor Fuser.


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