Brasil en Moisés

Dora Longo Bahía, La policía viene, la policía se va, 2018 Acrílico sobre vidrio laminado agrietado 50 x 80 cm
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por RODRIGO MAIOLINI REBELLO PINHO*

Hablar de un suelo sin divisiones ciertamente no es hablar de este Brasil, todavía patria de comerciantes sin sonrojarse.

El asesinato de Moïse Kabamgabe vuelve a poner ante los ojos del mundo, como en una anatomía en un cuerpo vivo, las entrañas de lo que se llama Brasil. Expone un pasado que no ha sido superado, que no existe como un mero remanente, sino que vive como un legado. Como los muertos agarrando a los vivos por los cabellos, la forma esclavista colonial de objetivar el capital pulsa.

Ahora bien, ¿qué es el tristemente célebre quiosco Tropicália sino un emprendimiento comercial destinado a satisfacer los estómagos y las fantasías de los gringos? ¿Qué es Brasil sino una máquina de moler a su propio pueblo, que se alimenta de su propia carne y sangre para satisfacer necesidades ajenas?

Un Moïse torturado y asesinado por la playa, las olas que van y vienen lamiendo, el viento silbando, blancos y parejas de turistas comprando cerveza fría, mirando con consternación un cuerpo negro atado y amordazado, ya indefenso e inerte, como si eran un componente natural del paisaje inútil.

O Atlântico ao fundo do Tropicália talvez não fosse a paisagem mais apropriada ao martírio de Moïse, mas sim a orgânica lama tinta de sangue a escorrer dos morros de Petrópolis pelos braços do capital, que destrói os dois únicos mananciais de toda riqueza: a natureza e el ser humano.

La muerte de Moïse Kabamgabe nos hace querer llamar a Colón para que cierre la puerta a estos mares. Porque Moïse escapó de la vida en el Congo para encontrar la muerte aquí. Antes de la última realidad aún experimentaba la exploración. Trabajó en Tropicália, atendió turistas, durmió en la arena, trabajó al día siguiente, no le pagaron, exigió lo que era suyo y, por eso, murió. Murió en la acera pública, bloqueando el tránsito, porque su madre, como una Antígona, no aceptó el silencio inicuo y detuvo el tránsito de los autos, cuya molestia dio a luz así la muerte de Moïse.

Además de esperanza, extranjero en esta tierra, Moïse llegó aquí trayendo nada más que las marcas de los constructores, todos extraños en esta tierra: obreros, negros, inmigrantes. Pero si Moïse no nació expropiado, no nació negro y no nació inmigrante, si fue el mundo el que lo hizo trabajador, negro e inmigrante, hay que preguntarse, mil veces, si un social suelo que no estuviera dividido en clases, que si no estuviera dividido en razas, si no estuviera salpicado de Estados nacionales, sería un suelo tan fértil para que el hecho, los perpetradores y la víctima del horrendo crimen ¿florecer?

Pero hablar de una tierra sin divisiones ciertamente no es hablar de ese Brasil, todavía patria de mercaderes sin sonrojarse, todavía tierra que ya en el nombre revela su rostro de sangre, su finalidad mercantil.

De todo lo que puede decirse, nada hay que consuele a los que quedan de la tan injusta partida de quienes tan torpemente se les impide recibir el mínimo que les debía el capitalismo pionero, libertador y botín.

Queda, sin embargo, para los vivos vivir. Y, viviendo, remueve esta tierra podrida, para que nunca vuelva a ella un Moisés en cenizas, sino un Moisés en flor.

*Rodrigo Maiolini Rebello Pinho Magíster en Historia por la PUC-SP.

 

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