por STELIO MARRAS*
Los eventos socioambientales imponen elecciones acordes a su gravedad, lo que incluye y explica reacciones también acordes, como el negacionismo y el quietismo actuales.
Para Amnéris Maroni – y su atención sociocósmica
Agradezco a Laymert Garcia dos Santos y Fernando Paixão por su lectura y aliento.
“¡Necesitamos, necesitamos olvidarnos de Brasil! / Tan majestuoso, tan ilimitado, tan irrazonable, / quiere descansar de nuestros terribles afectos. / ¡Brasil no nos quiere! ¡Estás harto de nosotros! / Nuestro Brasil está en otro mundo. Esto no es Brasil. / No existe Brasil. ¿Y habrá brasileños?”. (Carlos Drummond de Andrade, “Himno Nacional”, en pantano de almas).
“Brasil no conoce a Brasil / […] / Brasil está matando a Brasil / […] / De Brasil, SOS a Brasil”. (Aldir Blanc y Maurício Tapajós, “Peleas en Brasil”).
El futuro desde el final
Seguramente me haré eco de buena parte de mi generación al recordar haber crecido bajo la promesa de un Brasil que aún sería, aún llegaría. Era el llamado “país del futuro”, que llegaría a superar su burlona y bochornosa existencia, que tantas veces, pero aún hoy, se califica, con toda la carga negativa, de “subdesarrollado”, “atrasado”, "periférico". El futuro redentor, se imaginaba, incluso en las obras de ficción de aquella época en que el tiempo parecía correr más lento, que tal futuro debía ser alrededor del año 2000. Y he aquí que llegaron estos años, cuando ahora el colapso ecosistémico del planeta, en pleno y acelerado curso, pone en tela de juicio los hábitos y hábitats, superestructuras e infraestructuras, visiones de pasado y futuro hasta entonces mínimamente estables, así como la pertinencia del Estado-nación, como los imperativos de autonomía y soberanía en sus circunscritos territorios. ¿Qué será de esas pertinencias cuando, de ahora en adelante, las pertenencias al mundo estén constreñidas a revisiones radicales? En cuanto a nosotros, qué será de Brasil, qué será de los Brasiles[i]?
El llamado a reconsiderar nuestros lazos con la Tierra[ii], a través de un arraigo renovado a la vez local y global, responde a la emergencia misma del Antropoceno, la época geohistórica que aporta la evidencia – “interferencia humana que deja huellas en la tierra y en el clima” (TSING, 2019, p. . 163)[iii] – sobre los daños que provoca la civilización tecnoindustrial al clima y los ecosistemas, provocando también daños a la habitabilidad (y no solo a la vida humana, obviamente). O, más aún, el Antropoceno, aquella época de la “extraña perturbación humana[iv](TSING, 2019, p. 246), perturba a su vez la facilidad de aplicar, sin mayor ceremonia, nuestras habituales separaciones entre sociedad y naturaleza, organismo y medio ambiente, acción y escenario, biótico y abiótico, animado e inanimado, personas y cosas. , locales y globales, términos allí concebidos ontológicamente (por “modernos”, “humanos” o “gente de la Naturaleza”, precisamente[V]) como separados unos de otros, cada uno refiriéndose a un supuesto dominio ya agregado y circunscrito en sus propias formas y fuerzas. Pero el Antropoceno indica que estas agregaciones se están desagregando rápidamente. De estos despojos, nuevas bifurcaciones a la vista.
Frente a estas fisuras (del tiempo, del espacio, de la imaginación…), cómo enfrentar la tierra figurada en Gaia (LOVELOCK; EPTON, 1975; LATOUR, 2020), el planeta como simbiótico (MARGULIS, 1998), de eso se trata cuando, como aquí, nos propusimos la tarea de repensar Brasil, reiluminándolo desde su oscuro futuro. Uno de sus efectos más importantes es el rediseño, con la mayor claridad posible, del mapa que redistribuye aliados y adversarios, amigos y enemigos (LATOUR, 2014) – y las guerras por venir. Bifurcaciones: ¿abrirse al cosmos insurgente, a la “intrusión de Gaia” (STENGERS, 2009), o cerrarse aún más en las ya viejas y cada vez más ineficientes protecciones? El punto es que los eventos socioambientales imponen elecciones acordes a su gravedad, lo que incluye y explica reacciones también acordes, como el negacionismo y el quietismo actuales. Causas y efectos se confunden y retroalimentan cuando “un evento produce una bifurcación y, a la inversa, una bifurcación genera un evento” (SERRES, 1990, p. 121)[VI]. Es así como se pueden inaugurar otros regímenes políticos a partir del emergente “Nuevo Régimen Climático” (LATOUR, 2020), objeto de las no menos emergentes ciencias del Sistema-Tierra, exigiendo la sumamente urgente apertura de la política al cosmos, lo epistemológico y desestabilización ontológica de la modernidad[Vii].
Todo parece ahora bañarse en incertidumbres sin precedentes, el horizonte del futuro resulta ser un puro enigma frente a las bifurcaciones que se insinúan, toman cada vez nuevas formas y se multiplican ante nosotros, convocándonos. ¿Responderemos a las muchas limitaciones ecosociológicas con estrategias más solidarias y simbióticas o, por el contrario, cederemos a los llamados a una mayor competitividad y parasitismo? ¿Enraizamiento en Gaia o escapismo (LATOUR, 2017)? ¿Qué prevalecerá? Brasil seguirá reduciendo los brasis al brasileño genérico del Estado y el Mercado, gente de desarrollo y crecimiento, o sabrá florecer en sus mil particularidades, su gente de compromiso con la Tierra y la ralentización de la marcha modernista. de progreso? ¿Quiénes y cuántos serán? ¿Cuando? ¿Como? ¿Habrá tiempo? Claro enigma que se renueva “bajo el cielo llameante”[Viii]– tal, digamos, el de un Drummond metálico recuperado en la planta baja del suelo mineral, ahora colocado frente a Gaia[Ex].
Ese nuevo y temible futuro no se parece en nada a ese preciado día. El futuro ya antiguo choca con este futuro aterrador de la tierra salvaje que se volvió aterrador.[X] – o un cielo a punto de derrumbarse[Xi]. Enfrentar este futuro de civilización moderna y modernizadora en Brasil parece requerir la conjugación del lugar de habla de la minoría con, digamos, el habla de los lugares. Exigirá incluso el gesto civilizatorio de hacer oídos sordos al “grito de un mundo maltratado” (STENGERS, 2013, p. 106). No es una opción responsable negar este grito cada vez más ensordecedor. Salvo aquellos que pretenden negar de un solo golpe la política y las ciencias en la vorágine infernal de la posverdad (MARRAS, 2020a). O que pretenda, en definitiva, rechazar reinicios del mundo desde el final (MARRAS, 2020b).
En todo caso, surge una gran brecha histórico-geológica para hacer frente a cualquier vana proyección continuista basada en el convencimiento de que se trata de una mera “crisis”.[Xii] problema ecológico que pasará o que será resuelto por “nuestros responsables” (STENGERS, 2013) así como por avances tecnocientíficos basados en una tortuosa esperanza prometeica. O, dicen, será resuelto por la propia naturaleza, por su evolución indiferente a nosotros, como creen diversos extractos del negacionismo climático (y por tanto político) que prevalecen en todo el mundo. Estos son los “sonámbulos” (STENGERS, 2015), los “escapistas” (LATOUR, 2017), practicantes de una tétrica”planetariedadSalir” (CHAKRABARTY; LATOUR, 2020), de espaldas a Gaia y mirando hacia Marte, enraizados en filosofías antropocéntricas y emancipatorias de la historia guiadas por la flecha unilineal del progreso, modernistas en gran parte reaccionarios, aún incapaces de pasar del “primero” al “ primera “segunda historia” (STENGERS, 2015), de la independencia a la interdependencia.
Sí, pero todo de vez en cuando no podrá pasar como antes, no para los que siempre han estado despiertos o ahora, que ya están dispuestos a “soñar otros sueños” (STENGERS, 2013, p. 125 – traducción mía), no para cultivadores de vínculos sociocósmicos entre encuestados, tejidos en la inmanencia de regímenes de “coaprendizaje colectivo” (STENGERS, 2013, p.70 – mi traducción), no para quienes ya se niegan a doblegar la naturaleza como condición para, desde entonces , doblarse con él, no para quienes finalmente se interesan en escribir contratos naturales contra el asfixiante contrato social, contra la evidencia de que “nuestra cultura odia el mundo” (SERRES, 1990, p. 14). Para estos, el juego de dependencias e independencia, de pertinencia y pertenencia, de intercambios y participación (MARRAS, 2019b) cambia tan profundamente como el fondo de la atmósfera y los océanos, los suelos y los genomas. Los terranos o terrestres son aquellos dispuestos a reconocer que las mutaciones ecológicas corresponden a mutaciones políticas. El recalcitrante humano moderno, en cambio, se dedica al tenaz esfuerzo de ignorar cualquier imagen del mundo que no sustituya al humano desprendido del mundo.
Gaia, esta nueva sensibilidad, induce otras formas de pertenecer al mundo y de participar en él. Induce, por tanto, la aparición de otros pueblos. Así, en el Brasil megadiverso, ¿qué perfiles y nombres asumirá este “pueblo por venir”, este “pueblo nuevo” frente a una “tierra nueva” (DELEUZE; GUATTARI, 1980; 1992), este “pueblo perdido”?[Xiii] y que es capaz de hacer temblar la lengua vieja[Xiv], “gente de Gaia” (LATOUR, 2020) en contraste con la “gente de la Naturaleza” (LATOUR, 2020), con la “gente de la mercancía” (KOPENAWA; ALBERT, 2015)? ¿Con qué fuerza, entonces, los brasileños, es decir, los brasileños orientados a Gaia, enfrentarán las inevitables guerras entre mundos? Clara bifurcación a la vista: aceptar o rechazar el cielo en llamas y su amenaza de derrumbarse sobre nuestras cabezas parece ser el nombre del juego que comienza cuando el fin – o los muchos extremos y sus muchos miedos (DANOWSKI; VIVEIROS DE CASTRO, 2014) – viene a ocupar, con creciente insistencia, cualquier sana imaginación. Todo lo que se puede prever, al máximo realismo, es la guerra multifacética entre los tan diversos terran no modernos, incluidos los ex-modernos, y los tan poco diversos humanos modernos – guerra que se declara urgentemente con todas las letras[Xv]. Esto es lo que vendrá en un mundo pobre por venir. En el ocaso de Brasil, ¿vendrán los Brasiles?
¿Qué espacio corresponderá a ese tiempo que ya no puede ser captado sino por los pliegues íntimos de los humanos con los no humanos? ¿Qué pasa con las barreras territoriales? La de los servicios de salud, impotentes, ante la creciente y descontrolada aparición de zoonosis[Xvi]? ¿Qué dique podrá contener el avance de los océanos sobre la playa humana? ¿Qué tecnología de protección evitará la invasión de refugiados climáticos? ¿Con qué indiferencia das la espalda a las masas humanas acurrucadas tras vallas o náufragas en los mares? ¿Qué muro suficiente para erigir contra la atmósfera carbonizada?[Xvii]? ¿Qué “enclaves fortificados” (CALDEIRA, 1997) resistirán intactos e impenetrables? ¿A que precio? ¿Dónde, finalmente, será creíble y efectivo trazar líneas de separación y contención? Es difícil, si no contrario a toda lucidez, que sigamos confiando en las imágenes que tanto animaron los futuros antiguos, los de los siglos XIX y XX. No resistirán ni remotamente el siglo XXI.
En cuanto al “país del futuro” en el Antropoceno y en presencia de Gaia, que supuestamente ya formó una unidad unificadora, supuestamente capaz de totalizar en sí (Brasil) sus diferencias (los Brasiles), ¿logrará? ¿Sigue siendo la utopía de la civilización mestiza en los felices trópicos pacificados? Pero Brasil con “z”, este de plantación Sostenida por las grandes naciones ricas del globo, Brasil trascendente a los Brasiles, Brasil “sobre todo”, esta unidad se muestra progresivamente tóxica cuanto más se la apropia la mecánica de reducir, de una vez por todas, los Brasiles a los Brasileño. Sí, pero la unidad siempre tropieza con diferencias resistentes o resurgentes. A los vibrantes llamados actuales a retomar y rearticular las diferencias llamadas clase, género e raza se suman ahora, no menos vibrantes y rebeldes, las diferencias llamadas ecológico, nuevo terreno de alteridad. Gaia y sus mil nombres[Xviii], sus mil pueblos y sus mil suelos, señalan estas diferencias en estado explosivo. En reacción, la rabia unificadora, como la de unidad-Brasil, se dedica a negar cualquier llamada ecológica a otras formas de hacer el mundo. con el mundo, no contra el mundo. Es sabido que en nombre del Brasil genérico y unitario, antes y no menos ahora, los Brasiles, particulares y múltiples, fueron y son asfixiados, sistemáticamente desarticulados y debilitados a lo largo de su historia de deliberada extinción.[Xix]¿A qué Estado, unido por origen y vocación, debe corresponder el (re)florecimiento de las diversidades? ¿Con qué monedas sabemos unificar y dividir cada vez?
Otras monedas y divisiones
El país de la Amazonía y el Cerrado, de la Mata Atlántica y la Caatinga, de la Pampa y el Pantanal, tenía todo (¿cuánto más tendrá?) para liderar el debido paso de la modernización a la contramodernización del mundo y de vida. Todo para, como pocos, saber enfrentarse a Gaia, traerla como gran aliada política y, así, poder aspirar a un reparto de virtudes a la vez sociales y naturales al ritmo de humanos y no humanos. en ritmos y escalas, velocidades y volúmenes, cualidades y cantidades que honran a ambos, honrando la vida bajo el signo de la simbiosis. El Brasil de alta biodiversidad combinado con su alta sociodiversidad fue (¿seguirá siendo?) la clave para superar las engañosas contradicciones entre economía y ecología, social y ambiental, derechos humanos y derechos de los no humanos, bienestar y buen vivir[Xx].
Parece claro que este pasaje no sucederá simplemente alternando políticas, de derecha a izquierda o viceversa. Pero ninguno, o simplemente, eliminando la diferencia entre uno y otro. Y sí, propongo, renovando ambos, sus diferencias.[xxi]. De lo contrario, y probablemente, tanto la izquierda como la derecha de la tradición política modernista seguirán adheridos a los dictados del desarrollo, crecimiento y progreso, cada uno defendiendo lo que entiende que es mejor para el individuo y para la sociedad humana. Pero ¿qué pasa con el mundo? ¿Seguirá la cultura horrorizándola (SERRES, 1990)?, pues como dice Davi Kopenawa, líder chamánico yanomami, “sin bosque no hay historia” (DIAS JR.; MARRAS, 2019). Lo mismo diremos también de la creciente pérdida de sentido de la promoción de los derechos humanos sin que este honroso y secular esfuerzo vaya acompañado de la promoción de los derechos no humanos en este milenio iniciado bajo el signo del fin. No hay derecho social sin derecho ambiental. La cuestión es que estamos aprendiendo, por las malas, ese imperativo ético (o mejor, geoético) que puede derivarse de la era del Antropoceno: la consideración ineluctablemente conjunta de ambos derechos.
Todo sucede como si rápida y progresivamente estuviéramos obligados a usar mucho más la modestia y los escrúpulos, la cautela y la atención al evocar el Brasil-unidad, esa figura tan comprometida con los ideales consagrados de Estado y nación, promotora de lo idéntico (como el brasileño) no rara vez trabajando contra las diferencias (como las de Brasil). O así será para aquellos que acepten el impacto de Gaia. En cuanto a las élites, aquí o fuera, que rechacen este choque y la evidencia del Antropoceno, negando su rostro, quedarán, quién sabe, en un ya previsible apocalipsis que se avecina, muy discutido. bunkers bajo tierra, como en Silicon Valley, excavado para protegerse contra la Tierra repugnante y los rebeldes desplazados, como los refugiados climáticos.
¿Qué Brasiles insurgentes y resurgidos podrían surgir de estos enfrentamientos? ¿Con qué monedas y divisiones? ¿Florecerá por aquí una polifacética, digamos, Gaia Brasilis? Que se pregunte con insistencia: esos brasileños orientados a Gaia, los Brasil, ¿vendrán? ¿Con qué fuerzas y formas, qué armas y aliados, contra quién? Siendo inevitable la “guerra de los mundos” (LATOUR, 2002), como la que opone humanos y terrestres, “gente de la Naturaleza” y “gente de Gaia”, nos seguirán preguntando: ¿con qué magnitud y expresión serán estas guerras? asumirse en el país amazónico que se vuelve central para la regulación del clima del planeta, central para las ciencias del Sistema-Tierra? El país de la periferia del desarrollo económico pasa a ocupar el centro del desafío de la implicación ecológica: el desafío de encontrar la libertad y la emancipación en los vínculos ecológicamente instruidos.
Los desequilibrios que pensábamos que aún existían, como lo que los economistas llaman “externalidades negativas”, se acercan furiosamente al más íntimo de los hábitats humanos. Incluso se están volviendo ontológicamente demasiado rebeldes a los excesos tanto en relación a las prácticas de domesticación como a las que avanzan sobre lo salvaje según imperativos guiados por la escala de productividad que disciplina y amalgama, en un solo propósito, las fuerzas del Estado, el Mercado. y la Tecnociencia. Pero bueno, todo se descompone bajo la fuerza de la “intrusión de Gaia” (STENGERS, 2009), de lo que, antes susceptible de ser tomado como objeto de nuestra libre manipulación y control, ahora se revela como sujeto –algo que nunca antes había ocurrido, era otra cosa, pero que, antes, nosotros, los modernos, podíamos controlar y descuidar. Que lo vuelva a decir el tiempo desestabilizador de las pandemias virales, esas que ayer y hoy (y seguramente mañana) dan cuenta de los avances desmesurados y globalizados de la alta domesticación de especies confinadas y del no menos peligroso acercamiento, desvergonzado y sin trabas, junto a especies silvestres. El surgimiento de priones Sucesos anómalos, en el caso de la “enfermedad de las vacas locas” (encefalopatía espongiforme bovina), y la aparición del nuevo coronavirus, en el caso de la covid-19, atestiguan, cada uno en sus extremos, ambos peligros.
El Covid-19, por su virulencia y letalidad, nos enfrenta a consecuencias, excesos, fugas y desbordes en las relaciones con lo que llamamos naturaleza. Por lo tanto, es apropiado designar introducción saltos evolutivos de patógenos animales a humanos, zoonosis. Y dado que el origen de las pandemias zoonóticas solo puede explicarse por la intersección de agencias humanas y no humanas en una situación de perturbación descoordinada, se vuelve plausible suponer, en este Brasil:plantación que deteriora implacablemente sus grandes biomas, como la Amazonía, la Mata Atlántica y el Cerrado, “la probabilidad creciente de que el país se convierta en el foco de las próximas pandemias zoonóticas” (MARQUES, 2020, sin paginación), novedad Hotspot de infecciones virales o no virales conocidas o desconocidas. Es un análogo del cielo cayendo sobre nuestras cabezas. o como un deus ex machina que inesperadamente, o no tanto, irrumpe en la parte más ordinaria de nuestra cotidianidad, sin, sin embargo, determinar el desenlace de nuestras dramáticas tramas socioambientales.
Inevitablemente, será necesario volver a aprender a sentir y pensar a partir de los bosques en proceso de deforestación, la diversidad de fauna y flora en riesgo de extinción masiva, la erosión y desertificación de los suelos, los terribles y ya incalculables efectos de los paisajes tomados por los monocultivos bajo plaguicidas. y todo tipo de pesticidas controlados por las grandes corporaciones mundiales, los “ríos aéreos” tropicales que regulan el clima y la lluvia, la contaminación desenfrenada de ríos, lagos y océanos, la disrupción del tejido atmosférico, el derretimiento acelerado, en algunos casos ya irreversible, de los casquetes polares[xxii], así como zoonosis emergentes, bacterias superresistentes, devastación de ecosistemas por donde se mire, en fin, los “desviados de la tierra” y los “levantados del suelo”[xxiii] –desde ese suelo que, respondiendo al cielo no menos amenazante, se abre bajo nuestros pies. ¿Qué camino mínimamente lúcido y responsable se puede trazar sin considerar centralmente a estos no humanos sin los cuales los humanos nunca se han sustentado? Otros pactos con el cosmos que responde piden paso (MARRAS, 2014). Otros contratos de otros contactos. Otras “co-respuestas” (MARRAS, 2018). Otro pudor para otros poderes. Finalmente, otras monedas en el mundo arruinado. La tierra muere, ¡viva la tierra! ¡Brasil muere, viva el Brasil!
La franqueza y la fuerza de los vulnerables
También era común para mi generación escuchar siempre, más positivamente que negativamente, y en todo el espectro político, que Brasil era el granero del mundo. A partir de la década de 1970, los llamados productos primarios comenzaron a ser denominados, por diversos sectores, entre ellos la prensa, ., ya que han ido creciendo a escala industrial, rápido y voluminoso, enfocados aún más al comercio exterior. A los granos, cereales y minerales, también se empezó a sumar la ganadería, con una fuerte presencia. La orientación productiva del tipo plantación, operando en Brasil desde el primer siglo de la colonización, primero con mano de obra esclava y luego con mano de obra barata y mayoritariamente precaria, no sería otra, en su sentido general, en relación a la carne animal. La llamada agroindustria brasileña está al borde de la producción a gran escala, con Brasil hoy, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), con más ganado que personas. Todo lo que, a su paso, se interpone como alternativa, imponiendo desaceleración y contención, todo lo que hay es candidato a enemigo del progreso, de ese nato repelente de alternativas. Tales enemigos, huérfanos de la tierra y del trabajo, de sus ecologías y sociologías vitales y creativas, se vuelven entonces vulnerables. ¿Solo quedará sucumbir?
Como las cosas y las personas tienden a ir de la mano, ambos lados ganan, en la producción del tipo plantación, figuración igualmente escalable. Es difícil ignorar, por tanto, que la reducción de las personas a individuos y poblaciones juega un papel decisivo en la reducción de las existentes a lo escalable. Es el brasileño genérico así reducido por Brasil uno. Esto es lo que se ve en los campos y cuerpos perfilados por la monocultura de seres e ideas (SHIVA, 2003), humanos y no humanos.[xxiv]. En una brújula de mercado, todo lo que hay debe ser rápido, sin trabas, homogéneo, uniforme, replicable, reemplazable, poco diverso. El Brasil grande anunciado, ese “tan majestuoso, tan ilimitado, tan irrazonable”, según el poeta de Minas Gerais, ese Brasil que “quiere descansar de nuestros terribles afectos” (ANDRADE, 1951), pretende sin embargo que su fuerza está en en esta escala de velocidad y tipo plantación. Y, sin embargo, como nos muestra esta pensadora de la escalabilidad, Anna Tsing (2019), no existe una fuerza de escala que alcance la totalidad total.
Sí, algo siempre se escapa, se supera, se multiplica y se diferencia – como podemos deducir de la noción de naturaleza del filósofo pragmatista William James, según la cual “la naturaleza no es más que el nombre del exceso”[xxv]. Por todas partes se ve que en la ordenación de los grupos humanos también sucede lo mismo: desbordamientos, fugas, mutaciones, diferencias que no dejan de diferenciarse (TARDE, [1895] 2007), excesos que amenazan con romper formas y marcos. ¿De la identidad fija del Registro General, tan ligada al Estado, se pueden esperar resurgimientos pletóricos de identidades móviles entre los Brasiles de adentro? ¿Pueden brotar de los iguales a sí mismos devenires creativos que vuelvan a trazar las conexiones entre el pasado y el futuro, ya no dictados por la primacía del progreso unilineal que tan fácilmente distingue lo atrasado de lo avanzado, lo subdesarrollado de lo desarrollado, lo periférico de lo central? Del brasileño genérico, nos preguntaremos finalmente, ¿se escapará el Brasil original, es decir re-originado?
Se puede esperar (y para que esto funcione) que los escapes vengan desde dentro incluso de las “ecologías simplificadas” del mundo. plantación (TSING, 2019, p. 226), como desde dentro del propio capitalismo, a su manera en el centro o en la periferia. Traer, en respuesta a los monocultivos industriales tóxicos, policultivos y regímenes simbióticos de múltiples especies. Parece más que evidente que la manera plantación de la reproducción humana y no humana se define por la abstracción de ecologías particulares, la abstracción de sus limitaciones socioambientales locales, como condición para la industrialización y la exportación rápida y en cantidad escalar de . a todo el mundo[xxvi].Sí, pero también en todas partes, el común(DARDOT; LAVAL, 2014), respondiendo a la escalabilidad plantación, trata de salir de la mercancía, los bienes comunes no escalables que se rebelan contra la apropiación, se desmantelan, se destacan de ella, como la Naturaleza transfigurándose en Gaia, los bienes y recursos se vuelven ecológicamente encantados, las vulnerabilidades humanas adquieren una fuerza y figuración sin precedentes cuando se combinan con vulnerabilidades no humanas[xxvii]. Es necesario invertir mucho en sordera y ceguera, en desinformación y posverdad para seguir evitando la apremiante “necesidad de una ética colectiva frente a la fragilidad del mundo” (SERRES, 1990, p. 124).
¿Saldrán las brasileras de la brasilera? De esto depende el florecimiento de otras nociones y prácticas de independencia y emancipación, entretejidas con, y no contra, vida y mundo. Sí, hay una manera, ya que los Brasiles, manifiestos o potenciales, todavía pueden mostrar tantas particularidades que, por sí mismas, ya amenazan con ir contra la corriente de la producción acelerada, homogénea, serial, lineal, reducida a gran escala. plantación-orientado. Es que donde prevalecen tales e irreductibles diferencias, también allí la abstracción de la monetización encuentra serias dificultades para imponerse y desarrollarse. Las diferencias (en términos del término, no las que pronto se convierten en la medida del mismo) pueden resultar sensibles y resistentes, pueden convertirse en impedimentos, aunque siempre combatidos con hierro y fuego, a la fijación de precios monetarios de las entidades y seres humanos, al esfuerzo continuo por abstraerlos de sus orígenes y consecuencias, esfuerzo por borrar los rastros de producción e ignorar las huellas ecológicas.
Las diferencias en las formas de hacer el mundo son el escollo en este camino que pretende ser rápido, evidente, incontestable. Pero cómo negar, en pleno Antropoceno registrado en las estratigrafías, ante Gaia y las exigencias del “Nuevo Régimen Climático”, que ahora ya no se encuentra el camino, digamos, por en medio de la piedra (MARRAS, 2015)? Ahora nosotros, los modernos, podemos encontrar, como nunca antes, la evidencia más factual de que el común (commun, los comunes, bienes comunes) ha dado siempre a la comunidad vínculo y condición de existencia. La comunidad humana nunca fue sólo una comunidad de humanos. Nunca autónomo, autorregulado, cerrado en sí mismo, respondiendo sólo a sí mismo. Era necesario que los mediadores no humanos fueran tomados como “meros intermediarios” (LATOUR, 1991, p. 189 – nuestra traducción) – es decir, mudos portadores de fuerzas técnicas y naturales ya preparadas y compuestas, domesticadas de una vez por todas, utilitarias comportamiento impasible y predecible – para sostener el antropocentrismo modernista, su imagen de autonomía y autocracia. Pero he aquí, ahora tales fuerzas y formas comienzan a exhibir comportamientos y características impredecibles, complejos, no lineales, multiplicadores de bifurcación, animados y altamente peligrosos, móviles y vulnerables. Si los terranos (ya no modernos), si los brasileños (ya no los brasileños) aceptan tales nuevas propiedades de este cosmos particularmente perturbado por las actividades de los humanos-tecno-capitalistas-del-tipo-plantación, entonces la fuerza de las vulnerabilidades está anclada en el ya desafío civilizatorio de hacer brotar jardines de las ruinas[xxviii].
Si Brasil está a favor de la escalabilidad, Brasil, la gente que vendrá, estará a favor de la no escalabilidad. ¿Dónde más depositar nuestras mejores apuestas? Nada es más peligroso para la proliferación bárbara y desenfrenada del capital que las diferencias que se resisten a la estandarización, este modo de reproducción que depende de la clonación de la fisonomía y la conciencia, esta monocultura de formas y significados, esta disciplina que alinea humanos y no humanos, cultivadores y cultivada bajo el signo de producción basada en pocas variedades – como la brasileña en Brasil, como la soja en el Cerrado, como la ganadería en Mato Grosso. Pero el sentido histórico que instruye la época del Antropoceno trastorna lo que antes se aceptaba como indiscutiblemente fuerte y débil, robusto y frágil, protegido y vulnerable. Imaginación fisurada.
Choque de ecologías políticas opuestas. Lo que era tan fácil de despreciar como el folclorismo, las barreras al desarrollo, una imagen de carencia y pobreza, de atraso y subdesarrollo, puede ganar otra línea de fuerza al conectarse con las consecuencias de la modernización capitalista planetaria. Lo que eran sólo culturas antes de la Naturaleza se convirtieron en potentes agentes de respuesta a ese tiempo, el Antropoceno, que por definición implosiona la diferencia ontológica entre cultura y naturaleza. Nuevas alianzas a la vista. Una vez que las vulnerabilidades humanas se combinan con las vulnerabilidades no humanas, la seguridad alimentaria y la seguridad ecológica comienzan a formularse juntas, desde entonces la concreción combinada se fortalece, la alienación abstraccionista se debilita, la vulnerabilidad se convierte en un agente activo y útil, una fuente de otras ciencias y políticas posibles. , otros mundos y humanos. Otros brasileños por aquí.
No hay males ni contratiempos que impidan, por el contrario, la imaginación de ese otro Brasil políticamente ecologizado, en la altura exacta de su magnitud y diversidad ecológica y social. ¿Qué sería de Brasil si sus Brasiles socioambientales tan diversos estallaran? Opone al brasileño de “Plantaciónoceno” (HARAWAY, 2016) al Brasil del Antropoceno es vislumbrar una guerra de los mundos en curso. Esta guerra tiene, en este país lleno de diferencias, el terreno más propicio donde puede ser escenificada y desplegada, porque aquí las contradicciones están a la vista, tal es la brecha de la desigualdad social estructurada en siglos de esclavitud humana, tal es la modernización con fórceps, el tractor y la motosierra, impulsada por un capitalismo bárbaro, desregulado, violento. Todo aquí reúne los elementos que, en su conjunto, amenazan la estabilidad de este gran granero mundial, bajo el cual se mantienen todo tipo de abusos, explotaciones, iniquidades, plusvalías sociales y naturales.
No será exagerado, en suma, imaginar a Brasil –de los brasileños y de los brasileños– como un paisaje humano y no humano particularmente apto para desarrollar tramas de fines y reinicios del mundo. O, finalmente, de mundos, en plural. "¿Tal papel principal aquí?" – preguntarán los incrédulos –, “¿en este país periférico destinado a la exportación de productos primarios?”. Sí –diría inspirándome en Anna Tsing–, precisamente aquí, aquí mismo donde desde la alta escalabilidad, nunca concluida de una vez por todas, puede estallar como respuesta una constelación de actividades no escalables. La novedad es hija de las tensiones. Todo gigantismo crea y trae consigo sus propias debilidades y vulnerabilidades, pudiendo lo comunal desplegarse desde lo colosal[xxix], como comida ., la agroecología del plaguicida, el policultivo del monocultivo, la diversidad del uniforme, el minifundio del latifundio, el cooperativismo de los conglomerados, el cuidado de la negligencia, el freno de la aceleración productiva. Los países llamados “en desarrollo”, posicionados ecológica y económicamente como Brasil, pueden abrir otras bifurcaciones allí donde solo quedarían “alternativas infernales” (PIGNARRE; STENGERS, 2005), allí donde solo habría todo o nada de crecimiento , del progreso como relato imperial, sin oposición, y sin el cual, como pretende el lema de la bandera, no puede haber orden. Pero es en el carácter particularmente inconcluso de Brasil donde puede residir su mayor suerte. No se da históricamente que los males colectivos produzcan siempre nuevos autoritarismos, nuevos rostros fascistas, reaccionarios de la peor calaña.
Del infierno social y ecológico puede surgir todo lo contrario[xxx]. ¿Vendrán los brasileños a exorcizar al brasileño? ¿Vanguardias ecopolíticas a la vista? ¿Se pueden asociar virtualmente los lugares de habla con los discursos de los lugares? Ambos discursos, conectados de infinitas maneras, ¿afirmarán sus vulnerabilidades en nuevas formas de pensar, sentir, responder, actuar? ¿Sobrevivirán los brasileños a Brasil? El tiempo lo dirá, porque de eso se trata el tiempo: sus sentidos meteorológicos e históricos, geológicos y antropológicos conspirados.
*Stelio Marrás Profesor de Antropología en el Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de São Paulo (IEB/USP).
Publicado originalmente en Revista IEB, No. 77.
Referencias
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CALDEIRA, TP do Río. Enclaves fortificados: la nueva segregación urbana. Nuevos Estudios Cebrap, No. 47, 1997, pág. 155-176
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Notas
[i] Perrone-Moisés (2009, p. 58) observa que “'brasis' es una expresión común, en documentos portugueses del siglo XVI, para referirse a los indígenas de la colonia sudamericana. A medida que la expansión colonial alcanzó nuevos territorios y distintas poblaciones indígenas, la expresión dio paso a diferentes etnónimos. La expresión fue recuperada por los autores brasileños llamados indianistas del siglo XIX”. Me inspiro en Renato Sztutman (a quien estoy muy agradecido) para un uso más amplio de “brasis” (comunicación personal), a fin de abarcar, como pretendo aquí, vastos grupos repartidos por todo el territorio nacional, ya sean existentes o no. han venido, se vean o no como mestizos. Entiendo que la unidad de los “Brasiles” se encuentra en la diversidad que cultivan. Tal diversidad, en la fuerza del término, apunta a formas alternativas de hacer un mundo con el mundo (y no contra él). Sugiero que se oponga la figuración unitaria del “brasileño” a la del “brasis” –ambos, en adelante, escritos sin comillas. Corresponderá al público lector evaluar el alcance heurístico pretendido de este par de opuestos en la economía de este texto.
[ii] Hago uso aquí de la distinción de Latour (2017, p. 140) entre “Tierra” y “tierra”: “Por convención, 'tierra', en minúsculas, corresponde al marco tradicional de la acción humana (humanos en la naturaleza), y 'tierra' Terra”, en mayúsculas, a un poder de actuación en el que se reconoce algo así como una función política”.
[iii] “La crisis de habitabilidad de nuestro tiempo es algo diferente, y es esta diferencia la que se señala en el término Antropoceno. El Antropoceno no marca el amanecer de la perturbación humana. Como he estado mostrando, la perturbación humana puede ser parte de los ecosistemas resilientes del Holoceno, como los bosques campesinos. El Antropoceno marca, en cambio, un quiebre en las coordinaciones, algo que es mucho más difícil de corregir. Somos empujados a nuevas ecologías de proliferación de muerte” (TSING, 2019, p. 112).
[iv]Sería prudente señalar que la definición del Antropoceno como, digamos, la huella geológica de los humanos no parece del todo correcta, ya que estos humanos (como los modernos, en particular, pero cualquier otro, en general) nunca han actuado excepto en estrecha asociación con humanos tecnológicos de todo tipo. La particularidad modernista tiene lugar, más bien, en la escala y velocidad de sus acciones. El Antropoceno no nos habla, por tanto, de la injerencia de la especie en una naturaleza supuestamente pura e intacta, derivada por sí misma. Nos habla de embrollos.
[V] Sobre la ecología política que informa el significado de estos términos, véase Latour (2020). Nótese aquí la sinonimia que estoy forzando entre “modernos”, “humanos”, “gente de la naturaleza”, “gente de la mercancía”. Es decir, tomando “humanos” y “naturaleza” como categorías propias de los modernos.
[VI] Debo señalar, con el tiempo, que este esfuerzo por señalar el surgimiento de bifurcaciones en pares opuestos se inspira, en gran parte, en lo que Antonio Candido (1995, p.12-13) reconoció en el modo de argumentación de Sérgio Buarque de Holanda en Raíces de Brasil: la “metodología de los opuestos”, a su vez inspirada en el “criterio tipológico de Max Weber”. Es, en Holanda vía Candido, la “exploración de conceptos polares”, de modo que “la visión de un determinado aspecto de la realidad histórica es adquirido, en el sentido fuerte del término, por el acercamiento simultáneo de los dos; uno plantea al otro, ambos se interpenetran y el resultado tiene un gran poder de clarificación” (CANDIDO, 1995, p. 13). Aquí proyecto esta metodología para una historia basada en un futuro temible que se acerca tan rápidamente y que por eso mismo nos llama a revisar nuestras bases más arraigadas de pensamiento y sensibilidad. El objetivo es prestar alguna colaboración a la urgente tarea de repoblar nuestro imaginario con los innumerables mundos posibles movilizados por tipos polares, International Trade Centre ellos y más allá de ellos. Su caracterización responde a una estrategia metodológica más que a un fundamento ontológico. Son dualidades al servicio de multiplicidades.
[Vii] Sobre el concepto de modernos (modernidad, modernización, modernismo) y su ineludible relación con la escalada de destrucción ecológica en el planeta, cf. Latour (1991, 1999 y 2017).
[Viii]Y si “todo es triste bajo el cielo resplandeciente […], bajemos la mirada al designio de la naturaleza ambigua y reticente: teje, redoblando su amargura, otra forma de amar en amargo amor” (ANDRADE, 1951) . En un esfuerzo por hacer que la poesía de un Drummond sople nuevos significados, hoy, a los lectores sensibles al ecosistema dramático del planeta, diremos que el amor también, más allá de lo semejante y más allá o por debajo de los humanos-entre-ellos, pide que “descargamos nuestros ojos” a la Tierra; pide abrirse al mundo, ya no más vasto cuanto más está siendo devastado por el ardor de la conquista y el control, del bienestar selectivo a expensas del bien común.
[Ex] Cf. Wisnik (2018) y, como nota a pie de página, Marras (2019a).
[X] Consideremos aquí, de entrada, los dos significados que asume el carácter terrorífico de Gaia: el que aterroriza y el que nos convoca a volver a la tierra. Todo sucede como si las formas de conjugar estos sentidos determinaran destinos y desenlaces del futuro.
[Xi] El insistente tema del hundimiento del cielo se puede encontrar en Michel Serres (1990, p. 80), con su esfuerzo por torcer la lengua blanca: “Qué hombros diligentes soportarán, ahora, ese cielo inmenso y fisurado que, nosotros miedo por segunda vez? tiempo en una larga historia, podra venirse abajo en nuestras cabezas? O, por supuesto, en el monumental libro de Kopenawa y Albert (2015), ya reverberando cielo y mundo, espíritus y bosque en lengua yanomami dirigido de vuelta a los blancos.
[Xii] A diferencia de cualquier otra crisis, dice Stengers (2015, p. 41), la llamada crisis ecológica “no es un mal momento que pasará”. Observo, de paso, que las crisis, dignas de ese nombre, tienen el don de desdibujar fronteras o acentuarlas. ¡Bifurcaciones!
[Xiii] Antes de concluir el libro con un fragmento de “Gilles Deleuze, este sobrino uterino de Oswald de Andrade”, Danowski y Viveiros de Castro (2014, p. 159) escriben en el lenguaje de Deleuze: “Hablar en el FIM del mundo es hablar de la necesidad de imaginar, ante un Nuevo Mundo en lugar de este mundo actual nuestro, un gente nueva; las personas desaparecidas Un pueblo que crea en el mundo tendrá que crear con lo que les dejemos del mundo”.
[Xiv] “El escritor utiliza palabras, pero creando una sintaxis que las introduce en la sensación, y que hace que el lenguaje actual tartamudee, o tiemble, o grite, o incluso cante: es el estilo, el 'tono', el lenguaje de las sensaciones o el extranjero lengua en la lengua, la que pide a un pueblo que venga, ¡ay! gente de la antigua Catawba, ¡oh! gente de Yoknapatawpha! El escritor tuerce el lenguaje, lo hace vibrar, lo abraza, lo escinde, para arrancar el percepto de las percepciones, el afecto de los afectos, la sensación de la opinión, apuntando, esperamos, a este pueblo que aún no existe” (DELEUZE ; GUATTARI, 1992, p. 228). El tema del lenguaje por venir, por así decirlo, es frecuente en Deleuze, como en su ABC (DELEUZE, 1994-1995): “A veces necesitamos inventar una palabra bárbara para dar cuenta de una noción con nuevas pretensiones”. Es innecesario, en este punto, señalar cuán esencial es la invención de nuevas palabras para nuevos pueblos y nuevos mundos.
[Xv] Guerras, diría yo, no contra individuos o grupos, sino contra, respira Stengers (2015, p. 44), “lo que les da autoridad”.
[Xvi] Sobre las íntimas y muy peligrosas relaciones entre el deterioro de los ecosistemas y la aparición de zoonosis, existe ya abundante literatura. Véase, por ejemplo, Wallace (2020).
[Xvii] Bifurcación: “¿Viviremos dentro de los muros de nuestras ciudades o bajo la cúpula de las constelaciones? ¿Cuál? ¿En cuál de ellos, uno u otro, nos encontramos?” (SERRES, 1990, p. 100).
[Xviii] Referencia al coloquio internacional denominado “Los mil nombres de Gaia – del Antropoceno a la edad de la Tierra”, realizado en la Fundación Casa de Rui Barbosa, Río de Janeiro, entre el 15 y el 19/9/2014, realizado por el Departamento de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro (PUC-Rio) y por el Programa de Posgrado en Antropología Social del Museo Nacional (Universidad Federal de Rio de Janeiro – UFRJ) y concebido por Deborah Danowski, Eduardo Viveiros de Castro y Bruno Latour. Cf. Los Mil Nombres de Gaia (2014).
[Xix] Un panorama de esta larga historia de rebeliones populares en Brasil se puede ver en Dantas (2011).
[Xx] Se han multiplicado los estudios, como los etnográficos poscoloniales, que señalan, al igual que en los países andinos, vigorosas respuestas alter-globalistas local-globales, tanto conceptuales como prácticas, como las de “buen vivir" es de "vivir bien”, que confrontan “alternativas infernales” (PIGNARRE; STENGERS, 2005 – mi traducción), como la “hechicería capitalista”, que opone desarrollo y pobreza, progreso o muerte. Para señalar algunos de estos estudios, ver: De La Cadena (2015), Schavelzon (2015) y Medina (2011).
[xxi] Entiendo la reorientación política que vislumbra Latour (2017), para quien tanto la derecha como la izquierda, una vez enfrentadas a Gaia, están igualmente desprevenidas. Pero no estoy de acuerdo con su receta, que prevé el abandono sumario, por caducado, de esta oposición. Sería, como dicen, deshacerse del bebé con el agua sucia del baño. ¿Cómo no reconocer, pregunto, que es del lado de la izquierda política donde se ubican las principales matrices intelectuales y prácticas históricas, inspiradas en principios y sentimientos de solidaridad, simbiosis, empatía por el otro, ayuda mutua, cooperativismo? ¿Dónde más esperar, si no de esta larga y fluida tradición de resistencia y reivindicación de derechos, que estos principios, previamente forjados para la promoción de intercambios sociales justos, puedan en adelante extenderse al mundo y fundar, al mismo ritmo, intercambios cósmicos? Por lo tanto, la noción misma de intercambio llama a la ampliación (MARRAS, 2019b)
[xxii] Llama la atención que las bifurcaciones las planteen los puntos de inflexión en la deforestación de la Amazonía (a partir de la cual la selva corre el riesgo de sabanizarse indefinidamente), como también, en otro ejemplo, en el deshielo de Groenlandia (cuyo avance la hace imposible de recomponer del hielo). Estas y muchas otras evidencias similares han sido anunciadas a diario por científicos y periodistas especializados (por mencionar sólo estos) en todo tipo de vehículos académicos y no académicos alrededor del mundo. En efecto, se comprende bien por qué el reaccionario modernista ataca a las ciencias, que son, para nosotros, dispositivos de fonación de ecologías, climas y ambientes.
[xxiii] Cf. “Levantados do piso”, canción de Milton Nascimento y Chico Buarque para el libro Terra (SALGADO, 1997).
[xxiv] al ahorro de plantación mentalidades correspondientes de plantación, cosas escalables para personas escalables El camino plantación a los que sometemos otras especies terminan por someternos a nosotros. Todos somos seres de plantación.
[xxv] La frase ganó estatus de epígrafe en el libro de Latour (2020), del cual la retiro para citarla aquí.
[xxvi] "La plantaciones disciplinan a los organismos como recursos, sacándolos de sus mundos de vida. Los inversores simplifican las ecologías para estandarizar sus productos y maximizar la eficiencia y la velocidad de replicación. Los organismos se eliminan de sus ecologías nativas para evitar que interactúen con especies compañeras; están hechos para coordinarse solo con réplicas, y con el tiempo del mercado” (TSING, 2019, p. 235)
[xxvii] Este es el caso, por ejemplo, de la vigorosa producción agroecológica, en todo Brasil, del Movimento dos Sem Terra.
[xxviii]"Las ruinas son ahora nuestros jardines”, escribe Tsing (2014, p. 87)
[xxix] De repente, lo que se considera invulnerable puede verse arruinado en muy poco tiempo por patógenos invisibles que arrasan con plantaciones transgénicas y ganado sobredomesticado con sus perfiles genómicos mucho más vulnerables cuanto menos biodiversos. Desde entonces, la seguridad alimentaria de poblaciones enteras se ha desplazado hacia ecologías antes vistas como vulnerables, pobres, atrasadas, subdesarrolladas, periféricas. Parece claro que los desastres ecosociales de la producción plantación-orientados –como los conocidos casos históricos de las papas en Inglaterra y el caucho en el Amazonas– tienden a repetirse con tal frecuencia que hará que la civilización tal como la conocemos sea insostenible. Cabe preguntarse si el mercado aprenderá que los ingresos solo pueden continuar a partir de ahora si van acompañados de moderación. O si sabrá escapar, por ejemplo, de la “trampa de la soja” (SILVA et al., 2020). Nada de la escalabilidad de la soja fuera de la no escalabilidad de las redes multiespecies que pueden sostenerla en el mediano y largo plazo. En otras palabras, no más sostenibilidad económica sin sostenibilidad ecológica.
[xxx] O como señala el dialéctico Buarque de Holanda (1995, p. 180) en su libro clásico reescrito desde 1936: “nunca la historia nos ha dado un ejemplo de movimiento social que no contuviera los gérmenes de su negación”. En el mismo sentido, Pelbart (2013) busca utilizar el reverso del nihilismo como fuente de resistencia. Digamos: si el nihilismo es rehén de la deriva mecánica de lo probable, su reverso apunta a la creación viva de lo posible. Hay dos registros: uno va de la mano con lo intrascendente, el otro dedica atención al arte del cuidado. Uno sigue resuelta y rápidamente, otro vacila y disminuye la velocidad.