El bolsonarismo coquetea con el abismo

Imagen: Elyeser Szturm
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Por Osvaldo Coggiola*

La crisis económica y política abrió la puerta a un vasto movimiento de oposición política ya un resurgimiento del movimiento obrero.

Catorce meses después de su toma de posesión, el gobierno de Bolsonaro quedó reducido a una camarilla compuesta por familiares, milicianos (algunos en precaria libertad, otros en prisión, otros prófugos de la justicia), líderes o simpatizantes evangélicos y malversadores en diversos grados, como el bossinho de la Secom (Secretaría de Comunicación Social) que se dedica a beneficiar, con cuantiosos fondos públicos, empresas de su propiedad.

El personal militar retirado que se unió al esfuerzo merece una consideración aparte. Esta improbable “Sociedad del 10 de Diciembre” está lejos de reunir los medios políticos que le permitan llevar adelante el “modelo histórico” de su antecesora francesa (cuya existencia desconocen ciertamente los miembros de la camarilla de Tupiniquim –con el debido perdón de la gloriosa indígenas – , empezando por su increíble Ministro de la Mala Educación, Abraham Weintraub).

Recordemos que esa fue la base de apoyo político para el golpe de estado del 2 de diciembre de 1851, cuando el presidente Luis Bonaparte destituyó a la Asamblea Nacional de la Segunda República Francesa, para coronarse emperador como Napoleón III. Los “Decembristas”, como se llamaba a los miembros de la Sociedad, formaban parte del lumpenproletariat de París, la clase de individuos sin escrúpulos cuyo único objetivo era enriquecerse ilegalmente, formado por personas de dudosa fortuna, soldados desconectados del ejército, ex -convictos, fugitivos, vagabundos, dueños de burdeles, etc.

El asesinato a sangre fría del capo miliciano Adriano da Nóbrega, gerente de un burdel armado conocido como la “oficina del crimen”, realizado en una operación conjunta de los PM de Bahía y Río de Janeiro, y denunciado como tal por el propio presidente, fue menos una “quema de expedientes” (no hay misterio en eso), especialmente en relación con el asesinato de Marielle Franco, que una delimitación clara de los límites dentro de los cuales se desarrollará la acción independiente de la camarilla fascista en el gobierno (y cada vez menos en el poder). ser tolerado

Si, como escribió Lincoln Secco (https://dpp.cce.myftpupload.com/a-noite-das-facas-falsas/), el fascismo verdeamarillento de hoy no resiste ni siquiera la comparación, en cuanto a su consistencia, con sus antecedentes integralistas brasileños (y menos aún con el nazifascismo histórico europeo), vale señalar lo mismo, y más, respecto a sus pretensiones bonapartistas: las del sobrino putativo del “Grande Corso” eran las de una potencia en decadencia que buscaba recuperar su lugar en el concierto europeo e imperialista, las del capitán destituido del Ejército por terrorismo amateur son las de un país aún en conflicto con su propia unidad nacional, que sólo puede pensar (burguesamente) su lugar en el mundo alineado con una u otra de las grandes potencias.

No se hizo ninguna asociación entre el escandaloso episodio en el que Bolsonaro lanzó vituperaciones reaccionario-sexistas contra una periodista del Folha de S. Pablo, y el artículo de ella (Patrícia Campos Mello), en el mismo diario (24/12/19), “destapando” que solo espera una sanción del Ministerio de Economía por la adhesión brasileña al programa Crecimiento en las Américas, “un programa de inversión en sectores estratégicos en América Latina, lanzado por Estados Unidos para competir con la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Cinturón y Iniciativa de la Ruta o, informalmente, New Silk Road) de China.

Argentina, Chile, Jamaica y Panamá ingresaron oficialmente al programa estadounidense y Perú está en proceso. Brasil también. Infraestructura, energía y comunicaciones están a la vanguardia de la agenda de “América Cresce”. Para este programa, EE.UU. no ofrece ni un centavo (sin compromiso de inversión), exigiendo “a cambio” exclusividad en el “partnership” de los negocios más rentables y estratégicos.

El bonapartismo brasileño (y latinoamericano), a diferencia del francés, ni siquiera es bueno como gerente de burdel (en el francés, al menos, se paga por adelantado). El presidente y su camarilla carecen de “Sociedad”, es decir, de un partido político. Tras descartar el acrónimo “cristiano” con el que Bolsonaro parasitó durante 27 años en la Cámara de Diputados, incluso después de la aplastante victoria electoral presidencial de 2018, el intento de colonización del PSL, hundido en un naranjal de maracutaias y disputas por fondos públicos (más de R$ 300 millones de “fondos” del PSL, gracias a la labor del capitán como simpatizante electoral, sin contar sueldos, fondos y beneficios de gobernadores, senadores y diputados) y, sobre todo, fondos privados. Lo que podrías llamar un caso de ingratitud.

La “Alianza por Brasil” lanzada por Bolsonaro y familia depende, entre otras cosas, de las 500 firmas que los abanderados de la iniciativa esperan obtener a través del apoyo (¿gratis? mmm…) de iglesias y registros pentecostales, lo que significa que las alianzas probablemente ni siquiera podrán funcionar en el elecciones municipales de 2020, una situación cuanto menos curiosa para una corriente “política” que ocupa la Presidencia de la República.

El episodio de Adriano da Nóbrega -el chillido del presidente por la eliminación inconsulta de un estrecho colaborador (incluso condecorado oficialmente por iniciativa de Bolsomínia), con miembros de su familia hacinados públicamente en oficinas políticas familiares- motivó el distanciamiento público del presidente de no menos de 20 gobernadores, incluidos los del PSL, que salieron en defensa de la acción fusiladora de “sus” PM, sin molestarse en esperar las conclusiones de los informes e investigaciones del IML. Elio Gaspari concluyó que su objetivo era “poner la plaza” en los PM, sin que se le ocurriera la alternativa contraria/complementaria (que los PM “sientan la plaza” en los gobernantes), aunque esto se deduce de su observación (Folha de S. Pablo, 19/2): “Se habla mucho de la militarización del gobierno de Bolsonaro porque hay tres generales de cuatro estrellas en el Planalto... pero mandan mesas y dos están en la reserva. Los comandantes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea están a cargo de las tropas… El manifiesto de solidaridad de los gobernadores con su Policía Militar alumbra en otra dirección. Juntas, estas corporaciones tienen alrededor de 500 hombres y mujeres. Este número supera al de las Fuerzas Armadas y, al contrario de lo que sucede en el Ejército con los conscriptos, sus soldados son profesionales”.

El peligro del “profesionalismo” y de las grandes masas es… la organización y las huelgas, como la que ocurre en Ceará, con PM encapuchados disparando al azar y aumento de la delincuencia en las calles. En Sobral, el senador Cid Gomes llegó al cuartel de la Policía Militar en una retroexcavadora, persiguió a los policías en huelga y terminó siendo alcanzado por dos disparos, uno en la clavícula y otro en el pulmón.

Escaldado por el episodio con los gobernadores, Bolsonaro incluso se mostró feliz con los hechos (habló en las redes sociales de “pretensiones justas” de los PM), dividido entre el político en caída y el responsable de la ley y el orden, función que parece lo supere con creces. Como señala el periodista citado anteriormente: “En los últimos 20 años ha habido por lo menos 12 motines y seis paros de carabineros. Solo en Bahía, donde Bope mató al miliciano Adriano, hubo tres rebeliones, una de las cuales requirió la intervención del Ejército, como también ocurrió en Río de Janeiro, Ceará, Minas Gerais, Tocantins y Espírito Santo. En todos los casos los amotinados fueron ayudados por amnistías votadas por las Asambleas Legislativas y por el Congreso. El último indulto benefició a los amotinados en Espírito Santo, y el anterior apaciguó a indisciplinados de 19 estados. Vetada por Dilma Rousseff, durante la Presidencia de Michel Temer la Legislatura anuló el veto y promulgó la amnistía. Nadie hizo un pío. Casi siempre tuvieron un aliado en el diputado Jair Bolsonaro”.

Preocupado, el gran capital ya abrió una ventana al posbolsonarismo. Si un columnista Folha (“servidor federal”, como se informó) apunta al parlamentarismo, afirmando que “el país está siendo salvado por la calidad de sus diputados y senadores” (¡y acuñando el neologismo de “maiamentarismo”!), el mismo periódico que publica el STF, afortunadamente, actuó como un “muro de contención”, “un amortiguador contra algunas de las iniciativas más abusadas del presidente”. Es decir, salvar el Legislativo y el Judicial, ante el descalabro del Ejecutivo.

El problema es que, a través de Bolsonaro, el Ejecutivo salvó temporalmente el régimen político en su conjunto, incluidos todos los poderes. Las alternativas son: cambiar de régimen (lo que provocaría una crisis política capital, poniendo en la agenda la cuestión “chilena” de una Asamblea Constituyente libre y soberana, con resultados impredecibles) o buscar una alternativa para el Ejecutivo, al que están revueltos. nombres que desacreditarían, a medio plazo, a todo el régimen político burgués, como el del animador televisivo Luciano Huck (pan para hoy y hambre para mañana, como dice el refrán castellano), o que supondría arrojar al actual Gobierno al abismo de la crisis, como el ministro Sergio Moro, “muy candidato a una alternativa para el electorado conservador que puede rechazar los actos bizarros del presidente en 2022 –o que están horrorizados ante posibles revelaciones más escandalosas” [evidencia de la implicación directa del clan Bolsonaro en el asesinato de Marielle Franco, obviamente], según otro columnista del diario de la dinastía Frías.

Los cacareados éxitos económicos de Paulo Guedes – reforma de las pensiones, caída de la deuda pública justo por debajo del 76% del PIB, sin dejar, sin embargo, un índice y un valor absoluto de predefault (R$ 5,5 billones), caída del desempleo – son no solo frágil, sino también volátil ante cada declaración bolsonariana del representante ministerial del neoliberalismo, como sus parrafadas sobre el parasitismo de los servidores públicos o las mucamas que asisten a Disneylandia (con sus jefes, claro), cuya causa recae sobre el Bolsa o corre por el dólar. Como en el caso de su mentor político, el propio Bolsonaro, no se trata de manifestaciones de ignorancia (aunque presente, en grandes dosis), sino de evidencia de una lógica política. Los índices económicos “al alza” no quitaron la realidad de la crisis (para el capital) ni de la miseria (para los trabajadores).

El crecimiento esperado del PIB sigue siendo exiguo, sin revertir la caída de la industria o la caída de las exportaciones (y la cadena comercial en su conjunto). La “mejora” del empleo se debió básicamente al aumento de los trabajadores por cuenta propia, que se acercan a los 25 millones, frente a algo más de 33 millones de ocupados en el sector privado, que sólo experimentó un aumento del 1,6% (información FIPE, enero de 2020).

Para poner las cosas aún más en perspectiva, 27,3 millones de personas pasaron a recibir menos del salario mínimo, una tasa absoluta y porcentual sin precedentes, constituyendo más de un tercio de los trabajadores del país (la canasta básica familiar calculada por el Dieese suma más de R$ 4 , o cuatro salarios mínimos), destacando la entrada en este rango de ingresos de personas con estudios superiores.

La reacción de los trabajadores es, por ahora, escasa y aislada. La huelga en Petrobras, el evento político/social más importante desde 2020 hasta el presente, afectó, durante tres semanas, a 21 empleados de 121 unidades de la empresa en 13 estados, que se sumaron a la huelga. El detonante del paro fue el cierre de la Fábrica de Fertilizantes Nitrogenados de Paraná (Fafen-PR), también llamada Araucária Nitrogenados SA (Ansa), con el despido de mil empleados, 396 empleados de Petrobras y 600 trabajadores tercerizados.

Cierta “izquierda” se quejó del “asedio mediático” a la huelga (como si los medios del gran capital pudieran estar al servicio de los trabajadores), perdonando a los responsables de la defensa y extensión del movimiento del muro, las direcciones sindicales, en particular los grandes sindicatos (CUT, Fuerza Sindical, CTB), que pasaron por alto (además de declaraciones formales y gratuitas) la posibilidad de un vasto movimiento de solidaridad, con un programa clasista, contra las privatizaciones (a las que la gran mayoría de los la población se opone, según las encuestas) y en defensa de la soberanía nacional, todas banderas con un enorme potencial de movilización popular.

El PT se limitó a una declaración de apoyo a la huelga, subrayando su carácter patriótico (no de clase). La huelga concluyó el 21 de febrero con la suspensión (aplazamiento) de los despidos, derivados del cierre de Fafen, al 6 de marzo. La FUP (Federación del Petróleo, CUT) consideró esto como una victoria. El juez a cargo aclaró que Fafen está cerrado y que los despidos son irreversibles. Petrobras no acepta aplicar la cláusula del Convenio Colectivo que impide los despidos colectivos, y sin negociación con el sindicato. El descuento por tiempo muerto, que fue íntegramente pagado por la empresa, se fraccionó mitad en efectivo, mitad en compensación por tiempo extra, a realizar en un plazo de 180 días. Y la pendiente judicial sobre los despidos fue tratada en la TRT de Paraná como si no fuera parte del movimiento de huelga nacional. ¿Se puede considerar esto una victoria?

A pesar de esto, la crisis económica y política abrió la puerta a un amplio movimiento de oposición política ya un resurgimiento del movimiento obrero. El principal referente político público del llamado “campo popular” (Lula), ahora libre, sin embargo, se despachó con el siguiente comunicado en redes sociales: “Hasta los que votaron contra Bolsonaro tienen que saber lo siguiente: es presidente. ¿Me voy a sentar en la silla, diciéndole que no es bueno y esperando que todo salga mal? No. Tiene la obligación de gobernar pensando en el bien, en el ser humano, en los más pobres, en la patria, en nuestra soberanía, en nuestros estudiantes, en nuestro pueblo trabajador… ¡Y déjense de tonterías!”.

Sin embargo, presionada por la salvaje ofensiva de desmantelamiento educativo, la CNTE (con el apoyo de todos los gremios educativos) “soltó” a Bolsonaro y llamó al paro general de la educación pública para el próximo 13 de marzo, mientras Andes-SN (profesores de educación superior) ha ya anunció un paro indefinido en las universidades federales, contra recortes netos de hasta 25% en los salarios de profesores y empleados. Este es el camino a seguir, mientras discutimos una orientación política que no nos obligue a esperar y actuar para que Bolsonaro “resuelva”.

*Osvaldo Coggiola. Es profesor del Departamento de Historia de la USP.

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