por JONAS TIAGO SOUZA SILVEIRA*
Para Sebastião Melo y Eduardo Leite, la manifestación cultural parece convertirse en un delito, dependiendo del barrio donde ocurre
En la noche del viernes, en Cidade Baixa, fue posible ver más de 50 policías militares en apenas cuatro bloques, aunque la ciudad estaba más vacía y sin eventos.

El Carnaval 2025 ya era difícil en Porto Alegre, incluso antes de la fecha, varios bloques ya habían reportado en las redes sociales dificultades para obtener autorización para sus eventos. El popular CarnaLopo fue uno de los que tuvo estas dificultades, aún con la movilización de gente y comerciantes, su permiso fue negado un día antes del evento. CarnaLopo se realizó sin la utilización de recursos públicos y los organizadores ya informaron de un retraso superior a lo normal en las respuestas al intentar obtener una licencia para el carnaval en Cidade Baixa.
El mismo problema no parece haber ocurrido en otros barrios, como en el Distrito 4, donde varios bares ya anunciaron su programación de carnaval y todos recibieron la licencia necesaria del gobierno de Melo. Uno de estos bares, llamado Larica, por “casualidad del destino”, es propiedad de Eduardo Baldasso, quien hasta hace poco todavía era director financiero de la Secretaría de Desarrollo y Economía Creativa de Porto Alegre.
Sin autorización, se repitió una asociación ya conocida por el gobierno de Melo y Leite: la represión policial. Poco antes de las 21 horas, frente al Viejo Sucio, más de 20 policías militares ocuparon el juzgado. Al otro lado de la calle, frente a una pequeña tienda de conveniencia, había otros 20. Esto era un pequeño reflejo de lo que sería la noche; en varias otras esquinas había equipos de dos a cuatro policías militares, además de patrullas circulando cada dos minutos. ¿Pero qué sentido tenía todo esto? ¿Fortalecer la seguridad del barrio?
La Ciudad Baja también tiene sus problemas de seguridad. Recientemente hubo una entrevista con una empresaria, propietaria de una tienda de dulces, hablando sobre el tema. Había instalado una cámara de seguridad frente a la tienda, pero alguien la robó poco después. Los robos de cables de aire acondicionado, cables de cables y similares también son comunes en el barrio, lo que no es común es la actual atención policial. Me pregunto cómo se sienten los comerciantes al ver tanta fuerza policial para reprimir al público durante el Carnaval, pero no ver ni una décima parte de esa motivación durante el resto del año para garantizar el orden y evitar los robos que ocurren en las primeras horas de la mañana.

Un punto de la ciudad que siempre congrega a más gente, cercano al Bar de Lima, fue donde se produjo la primera intervención de la Brigada Militar. Se lanzaron granadas aturdidoras, gas pimienta y balas de goma contra la gente en la calle. Detalle: allí no había block party, es una esquina de la ciudad que siempre tiene mayor concentración de gente en la acera debido a los bares con cerveza más asequible.
Para Sebastião Melo y Eduardo Leite, la manifestación cultural parece convertirse en un delito, dependiendo del barrio donde ocurre. Así, la fiesta de la alegría se convierte en blanco de violencia para los participantes, pero de favoritismo para los amigos del rey.
*Jonas Tiago Souza Silveira es periodista y cineasta.
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