por ARI MARCELO SOLÓN*
¿Se prohibió a Spinoza porque era un demócrata anticapitalista o porque era ateo?
Benito nunca fue excomulgado. La excomunión es un acto eclesiástico. Lo que sufrió, sin embargo, fue un destierro por parte de la comunidad portuguesa de marranos.
¿Por qué sufrió el destierro, si en la Edad Media el averroísta Narboni tampoco creía en la inmortalidad del alma? ¿Si Maimónides, en la “Guía de perplejos”, prefirió la eternidad aristotélica del mundo al creacionismo bíblico? Si la mística judía afirma dialécticamente que el mundo surge de las contracciones (dzimidzum) de la deidad misma?
La tolerancia calvinista holandesa es un mito. Para que pudieran construir su hermoso templo, los marranos firmaron una especie de contrato con las autoridades holandesas, del cual firmaron el compromiso de que no debían permitir ninguna herejía religiosa en su seno. El brillante talmudista Spinoza había bolsos de opinión: abogó por una democracia ciudadana radical en lugar del autoritarismo monárquico de la dinastía Orange favorecida por los puritanos ortodoxos. Económicamente, una postura anticapitalista que desdeña las actividades comerciales de su próspera comunidad.
En resumen, es sólo en este contexto político-económico que las ideas heréticas (maridadas por los rabinos antes mencionados, en épocas anteriores) llevaron concretamente a la expulsión de Bento de la sagrada congregación portuguesa.
¿Por qué vuelvo sobre este tema, exhaustivamente debatido en la historia de la filosofía?
Recientemente, un profesor amigo mío, experto en la obra de Spinoza, sufrió un segundo destierro impactante. Pidió filmar la bella sinopsis en la calle de los judíos y recibió una carta ofensiva diciendo que, por publicitar obras de Spinoza, era una persona no agradecido de esa comunidad.
Conocí al profesor Melamed a través de artículos sobre el impacto de la dialéctica hegeliana en la lucha de Marx contra la pobreza. En un segundo momento, me permitió resolver el enigma de mi doctor: la clave revolucionaria laskiana de la filosofía neokantiana del derecho.
Lask, el protegido de Weber, se quedó con el relativismo de su protector a través de Fichte. Demostró que en el conocimiento hay una brecha racional y una desnudez de categorías lógicas dentro del neokantismo, pero frente a Kant abre las posibilidades de la fenomenología de Hegel, Husserl y Heidegger.
Cuando Paulson vino a Sanfran por invitación mía, dijo que mi doktorvater había escrito el mejor trabajo sobre el neokantismo de la bidimensionalidad de Lask. Siempre supe por mi asesor que la intuición de Lask se debía a sus impulsos plotiniano-neoplatónicos: un regreso a la filosofía antigua para resolver los problemas de la filosofía moderna (que Heidegger copió).
La semana pasada, leyendo Melamed, visualicé que Fichte, para superar la filosofía del conocimiento de Kant, había recurrido a un hereje judío que tomó el nombre de Maimón, como el ilustre rabino racionalista de Andalucía. Al leer el artículo, me di cuenta de que la intuición de Lask tenía su origen a través de Fichte, en Maimón: contra la filosofía trascendental de Kant, defendía un escepticismo filosófico que derivó en un intuicionismo místico. Después de todo, Maimón fue expulsado de su comunidad, pero de ahí aprendió el vacío de las categorías racionales.
En conclusión, Carl Schmitt puede incluso tener razón en que Spinoza merecía su destierro leído en portugués, sin el hermoso ritual veneciano de tocar el cuerno de carnero y las velas negras en el suelo ficticiamente asociadas con él. Hermann Cohen también defendió esta excomunión. Salomon Maimon podría haber merecido el mismo destierro cuando defendió la ilustración alemana contra la religión de sus padres; pero Melamed, un judío practicante que me enseñó el marxismo, el acosmismo de Spinoza y Maimon, nunca lo hizo.
*Ari Marcelo Solón es profesor de la Facultad de Derecho de la USP. Autor, entre otros, de libros, Caminos de la filosofía y la ciencia del derecho: conexión alemana en el desarrollo de la justicia (prismas).