por MARCO MAZZARIA*
Comentario al libro considerado como “la máxima expresión del barroco alemán”
Entre los admiradores destacados de El aventurero Simplicissimus (1668) es Thomas Mann, quien en un breve prefacio a la primera edición sueca de la novela la presentó como un raro monumento literario, una obra magnífica e inmortal “de la más rigurosa grandeza, colorida, salvaje, cruda, divertida, apasionada y degradados, llenos de vida, familiarizados con la muerte y el demonio, en sus secuelas contritos y completamente hastiados de un mundo que se desangra en sangre, robo, voluptuosidad”.
Estas palabras fueron escritas en 1944 y la matanza de la Segunda Guerra Mundial hizo intensamente actual el trasfondo de las aventuras de Simplicius Simplicissimus, es decir, la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que diezmó cerca de un tercio de la población alemana. Pero que este monumento literario no sólo es actual en tiempos de guerra, eso el lector brasileño podrá percibirlo ahora, en la exuberancia plástica de innumerables aventuras, con la traducción que llega a sus manos.
Estructurado en cinco libros y un Continuación (1669) el simplissimus marca el comienzo de la novela alemana moderna y su singularidad pone en perspectiva los diversos intentos de clasificarla: novelas picarescas o de aventuras, novelas bélicas, de edificación cristiana, comic romano, novela de formación, así como otras denominaciones, sólo aprehenden aspectos parciales de esta obra sui generis.
Dada la profusión de episodios que se extienden desde París a Moscú (con el héroe como prisionero privado del zar, al final del libro V), e incluso con incursiones en Oriente, sería impracticable proceder con una mayor esquema completo de la trama. En su movimiento general, la novela traza un arco que va desde el “simplismo” ingenuo de un muchacho que aún a los trece años desconoce por completo el mundo hasta el “simplismo” convencido y maduro de un piadoso ermitaño que, sirviéndose de madera jugo, brasil, escribe su historia en una isla desierta y la hace llegar a Europa a través de marineros holandeses. Desde la idiotez de su existencia en las profundidades de un bosque (“Sí, yo era tan perfecto y completo en mi ignorancia que me era imposible saber que no sabía nada”), el niño se ve arrojado a la realidad de la guerra en la forma más violenta, cuando el soldado llega a su casa e inmediatamente comienza a torturar, asesinar y violar.
Simplicius sobrevive gracias a su infinita ingenuidad y desde entonces comienza a deambular por el caótico y monstruoso mundo de la guerra, un juguete de inconstancia que finalmente reconocerá como lo único constante en la vida terrenal. Discípulo de un ermitaño al principio; paje y luego bufón de un poderoso señor; temido soldado y glorioso héroe en la figura del “cazador de Soest”; bajo el nombre Beau Alemán, cantante de ópera y galán irresistible en París; vagabundo deformado por la viruela y la sífilis tras los excesos sexuales parisinos; embaucador y charlatán allá en tierras germanas; peregrino y nuevo aventurero en sus últimos pasos mundanos: he aquí algunas temporadas de la trayectoria de Simplicio por el mundo al contrario de quien se despide al final de la historia, resistiendo con inquebrantable convicción el esfuerzo de los holandeses por traerlo de vuelta a Europa: “¿Por qué habría de querer volver a esa gente? […] ¡No!, que Dios me proteja de tales intentos”.
Si el mundo modelado por Grimmelshausen es intrínsecamente malo, las fuerzas que lo gobiernan -el dinero y la violencia- se encarnan de forma emblemática en el criminal Olivier, que justifica su robo con la Principe (Isla del) de Maquiavelo y se revela, en hechos y palabras, como la más pérfida (y moderna) entre los innumerables personajes que se cruzan en el camino del héroe. Notable en la novela es también el desvelamiento de las motivaciones económicas de la guerra, la percepción de que tiene una dinámica incontrolable y que sólo puede cesar con el agotamiento total de su gran víctima, la población civil.
La caracterización hegeliana de la historia como un “mostrador de carnicería” encuentra aquí una de las ilustraciones más expresivas, pero sin que Grimmelshausen deje entrever significado alguno fuera del plano religioso. No es de extrañar, por tanto, que los modelos utópicos que aparecen en la novela tengan todos un trasfondo teológico: las visiones del lunático Júpiter, que profetiza el advenimiento del reinado universal de un “héroe alemán”; el maravilloso episodio en el lago Mummel, cuando Simplicius viaja al Centro Terrae al encuentro de la sociedad de los pequeños hombres acuáticos; o incluso la comunidad de anabaptistas húngaros. Una cierta excepción entre las utopías es el contacto con la sociedad suiza, libre del flagelo de la guerra y por tanto “tan extraña como si estuviera en Brasil o en China”. Este contacto, sin embargo, se debe a la peregrinación al santuario de Einsiedeln, que Simplicius emprende junto a su amigo Hertzbruder (pero, a diferencia de este último, cocinando los guisantes que hay que poner en los zapatos).
O Simplicissimus se presenta comúnmente como la máxima expresión del barroco alemán. Así es, pero quien quiera entender esta novela exclusivamente desde las alegorías o los tópicos barrocos sólo estará dando vueltas sobre paja sin grano, pasando por delante de una obra cuya fuerza reside, sobre todo, en la profusión y densidad de aventuras basadas, hasta cierto punto medida, en vivencias del autor, también en el realismo grosero y plebeyo de una narración que en muchos sentidos constituye una contracorriente a la estética barroca.
Son precisamente estos rasgos los que conservan toda la frescura y actualidad de la novela y permiten comprender la fascinación que ejerció, en el siglo XX, sobre el Brecht de Madre Coraje (personaje tomado de Grimmelshausen), el Döblin de la novela Wallenstein, el Thomas Mann de Doctor Fausto o incluso Günter Grass, que en la narración El encuentro en Telgte rinde homenaje al autor de la Simplicissimus.
* Marco Mazzari Profesor del Departamento de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la USP. Autor, entre otros libros, de laberintos de aprendizaje (Editorial 34).
referencia
Hans Jacob Christoffel von Grimmelshausen, El aventurero Simplicissimus. Traducción: Mario Luiz Frungillo. Curitiba, Editora UFPR, 664 páginas.