por FAUSTO OLIVEIRA*
Introducción del autor y extracto de la novela recién estrenada
Thomas Piketty dijo que el mundo vive un contexto similar al anterior a la Revolución Francesa. Sospecho que no es necesario recurrir al cliché habitual de la comparación (“salvando las debidas proporciones”) para estar de acuerdo. Estoy de acuerdo con Piketty sin reservas, y tal vez incluso con más alarma. El mundo vive un estrechamiento acelerado de posibilidades y futuros, salvo los habituales plutócratas y argentinos, y sus acólitos.
Leo con satisfacción personal en el periódico El País la entrevista de Piketty, porque la publicación coincidió con la semana de lanzamiento de mi novela El Ancap. Lo tomé como un buen augurio, quizás la manifestación de un espíritu meteorológico. El tapón que durante cuatro décadas ha prohibido los debates sobre alternativas más beneficiosas para las mayorías sociales parece, por fin, haberse roto. Críticas y propuestas alternativas se filtran por todos lados.
Es en este contexto, razonablemente desesperado para los líderes liberales del país, que mi libro quiere hacer una contribución. El Ancap es una ficción con acento económico, pero cuyo alcance se expande a la naturaleza misma de la crisis social que aqueja a las sociedades contemporáneas. ¿De dónde viene tanto malestar? En la superficie de la narrativa, el libro explora lo fáctico: el predominio de la economía financiera improductiva y concentradora sobre la economía real y sus cadenas. En el territorio más subyacente del libro, El Ancap Habla con el arraigado deseo egoísta y sus consecuencias sociales: una juventud no solidaria, revolucionaria del individualismo (por lo tanto reaccionaria), seducida por proyectos de rápido enriquecimiento personal que sólo sirven a proyectos políticos de toma del Estado por argentarios.
Una sinopsis: dos jóvenes estudiantes de economía rompen su amistad cuando uno de ellos se adhiere al anarcocapitalismo, abandona la universidad, se enriquece con oficios financieros y se convierte en un influencer de internet. El otro también se enriquece, pero al incorporarse a una empresa industrial del área química. Sus caminos se cruzan nuevamente cuando se forma un lobby político para construir la privatización total de la salud pública nacional. El joven Ancap es utilizado por el lobby, pero también es utilizado para propagar el infame proyecto de destrucción del Estado conocido con el sobrenombre de “Ancapistão”. Se forma una resistencia improvisada que, en el curso de la narración, destruye creativamente el edificio conceptual de las ideologías de supremacía individual.
A continuación, un extracto de O Ancap.
“Todo economista tiene un espíritu ordenador. Todo. Somos una especie que quiere ser determinante, y todo determinante necesita saber ordenar a su manera. Si no sabe, debe fingir que sabe y pretende ordenar, que es lo que la mayoría de los economistas que ingresan al mundo de la formulación de políticas han estado haciendo durante los últimos años. Nuestros éxitos modestos y fracasos espectaculares llegan a representantes de todas las escuelas de pensamiento. Quienes se arriesgan a ordenar las economías de sus países, bajo la creencia de que ese orden puede existir de alguna manera independientemente de otros órdenes y de los intereses que los rodean, suelen responder por décadas. La regla general es que, después de nuestros períodos a menudo infructuosos en el gobierno, los economistas estamos filtrados negativamente durante un período demasiado largo; muchas veces, los errores médicos no se cobran así. Es de la esencia de la actividad, no hay escapatoria.
Somos profesionales en la gestión de los desequilibrios, pero por una de esas desgracias históricas, una de nuestras escuelas de pensamiento ha vendido a la sociedad la idea de que somos los garantes del equilibrio general. Estos son los que más practican la negación, porque empiezan a gestionar el interés económico colectivo al pretender tener el mando manual de una máquina extramundana, un sistema aislado que sólo se cierne sobre la vida, un modelo metamatemático celestial que guarda en su interior perfección en sí misma, sólo perturbada porque los seres humanos somos imperfectos. Una visión que, por ser tan vana, tan metafísica y tan delirante, sólo puede llevar a un economista a otro fracaso espectacular. Lo cual, a su vez, deberá ser desmentido por largos años de tergiversación e interpretación manejados con el apoyo de organismos mediáticos económicos que brindan este favor. La negación, esta se ha convertido en la clave para comprender los hechos y procesos económicos que afectan la vida de todos desde la época en que el equilibrio metafísico de las personas ganó un casi monopolio en el debate público.
Margaret Thatcher fue quien dio la línea de negación al negar, de manera bastante espontánea y quizás incluso sin darse cuenta, la existencia misma de la sociedad. Dijo que la gente empezó a abusar de los beneficios del Estado, y que eso tenía un precio, esas cosas que todo el mundo escucha todos los días, y de repente dice que “no hay tal cosa como una sociedad”, que solo hay hombres y mujeres y familias. Y ahí va el hilo de las justificaciones de todas las versiones y adaptaciones de un pensamiento reciente, pero que reivindica su origen en el Liberalismo de Adam Smith, negando que Smith describiera las bellezas del trabajo socialmente dividido como la llave maestra de la gran construcción social de la riqueza que las sociedades humanas pudieron disfrutar desde hace unos 200 años. Negaba la existencia de la sociedad y, ipso facto, pasó una década negando a la sociedad en Inglaterra lo que había aprendido que era su derecho. Y bueno, los viejos ingleses que conocí dicen que hubo abuso del Estado de Bienestar, y yo creo que sí, debe haber habido mucho abuso. Pero para un economista que no cree en el equilibrio general, esto es normal. Prueba el hecho, por lo demás evidente, de que la economía es la gestión de los desequilibrios. Si hay una felicidad en no creer en el equilibrio general, las expectativas racionales y todas esas tonterías, es que no necesitamos negarlo sistemáticamente.
La "no hay tal cosa como una sociedad” del Primer Ministro británico se había convertido en una especie de lema informal entre los Ancap brasileños, que eran y son vulgares y por lo tanto vulgarizaron incluso la propia construcción intelectual que está detrás del llamado anarcocapitalismo. Hicieron camisetas con la frase y otros productos comerciales. El producto que más se destacó y ejerció mayor protagonismo fue el canal de videos para jóvenes de Ancaps interesados en enriquecerse rápido y sin trabajo, que se llamó simplemente “No hay tal cosa”, comandado por un joven rico y adecuado para animar a los jóvenes a perseguir las virtudes de la vida hiperindividualista. Su nombre era Will Rich.
*Fausto Oliveira es periodista redactor del sitio web Revolución Industrial Brasileña.