Los agronegocios y la distribución desigual de los riesgos

Imagen: Elyeser Szturm
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por HENRI ACSELRAD*

Campeón mundial en el uso de pesticidas, Brasil también demostró ocupar la primera posición en términos de ecosubordinación a los flujos del capitalismo global

“Agro es el único sector de la economía brasileña que no teme a la competencia internacional” – declaró un candidato presidencial[i]. Faltaba el hecho de que, para exportar sus commodities agrícolas, Brasil ocupa el primer lugar en el mundo en consumo per cápita de pesticidas, con 5.2 litros por persona al año.[ii] En otras palabras, la mencionada competitividad se basa, en parte, en el hecho de que ningún país quiere competir con Brasil en el uso récord de sustancias que contaminan los ríos, los suelos y la salud de los trabajadores. La toxicidad es, por tanto, intrínseca al modelo agrícola imperante, que concentra en los países del Hemisferio Sur los principales males ambientales asociados a la rentabilidad de las corporaciones agroquímicas. Entonces veamos.

Los plaguicidas son una mercancía emblemática del tipo de capitalismo que tomó forma en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Esta forma de acumular riqueza articula sistemáticamente la producción a gran escala y el consumo a gran escala. Así, permite a las grandes corporaciones generar altas ganancias al asociar la obsolescencia prevista de los productos con el consumismo. ¿Cómo se pone en práctica esta asociación? En el caso del capital agroquímico, el ciclo de vida útil de las sustancias –pesticidas, fungicidas, etc. - está limitado. Con el tiempo, pierden eficacia, lo que justifica la invención de nuevas sustancias.

Al mismo tiempo, los monocultivos -en su mayoría exportadores de commodities- son previamente planificados por los agronegocios como unidades de consumo masivo de estas sustancias. Esta vinculación económica y tecnológica, esta retroalimentación circular entre la agroindustria y la industria química, explica el crecimiento sistemático en el número de sustancias, el volumen de consumo de estas sustancias y la presión ejercida por las corporaciones para la aprobación de nuevas sustancias, tanto con la legislación energía, así como las agencias reguladoras.

Esto explica por qué los organismos reguladores, incluidos los del área de la salud, son vistos por algunos como instrumentos para “inducir la inversión privada” y la “competitividad de las exportaciones agrícolas” en lugar de proteger la salud pública. Cito un artículo publicado en 2017 por un miembro de esta agencia: “La demora en la liberación de productos agroquímicos en Brasil, cuya agricultura será responsable de alimentar a más de 2,5 millones de personas en el mundo, en 2050, es un desastre”; “Por lo tanto, existe una necesidad urgente de desbloquear y modernizar el marco regulatorio”.[iii]

En esta perspectiva, la regulación se entiende más como un paso para agilizar la cadena de acumulación de riqueza privada –argumento sustituido aquí por “combatir el hambre en el mundo”– que como un espacio para evaluar riesgos y garantizar derechos. Las industrias, por su parte, piden agilidad en la aprobación de sustancias, aunque aprovechan la demora en ciertas reevaluaciones de riesgo cuando estas pueden llegar a establecer restricciones para sustancias ya en uso.[iv] Este desvío del objetivo de la actividad regulatoria – pensar más en la competitividad que en la protección de la salud – es compatible con una concepción del desarrollo que ve al país como una “máquina de crecimiento económico” que reduce el campo brasileño a una máquina de crecimiento del consumo de plaguicidas – una un consumo productivo intermedio por parte de los monocultivos y un consumo colateral, improductivo o final, impuesto a los trabajadores del campo, vecinos de las zonas de monocultivos y consumidores de alimentos.

La máquina de crecimiento del consumo de plaguicidas va acompañada, a su vez, de una máquina de producción de desconocimiento sobre los riesgos de su uso. La producción de desconocimiento sobre los riesgos del consumo y exposición a plaguicidas forma parte de las estrategias empresariales conocidas como “disuasión”, ya ensayadas con anterioridad por las industrias tabacalera y minera.[V]

Tales estrategias siguen diferentes etapas: (i) la negación de la validez de la crítica, con la movilización de una contraciencia apoyada por las empresas y con la diseminación de dudas en la percepción popular de los riesgos; (ii) el reconocimiento de que existe un problema, ofreciendo para su tratamiento respuestas limitadas, gestos simbólicos de mitigación o transferencia de responsabilidades (en el caso de los plaguicidas, el alegato de que el problema es el mal uso y disposición de los envases del producto por parte de los trabajadores) ; (iii) manejo de críticas por la amenaza pública de la posibilidad de pérdidas catastróficas de mercados y divisas para el país; o afirmar que la guerra en Ucrania amenaza al mundo con una inseguridad alimentaria que requiere el uso de pesticidas; o justificando el doble rasero normativo por la diferencia climática entre países del Sur y del Norte. Pero aún frente a estas estrategias disuasorias, los movimientos sociales persisten en su observación crítica.

En un video reciente producido por el canal europeo ARTE,[VI] un maestro de escuela de la comunidad de São Tomé, objeto de la fumigación con pesticidas, en Limoeiro do Norte, en Ceará, expresó la siguiente percepción: “quien decide usar pesticidas no vive en las áreas fumigadas”. Esta percepción es perfectamente extensible al ámbito internacional, cuando comprobamos que, en los países más industrializados del Norte, tiende a prevalecer el principio de precaución en relación con el uso de plaguicidas, mientras que en los países pobres del Sur, la presunción anterior prima la inocuidad de las sustancias. Mientras la Unión Europea discute un proyecto para reducir a la mitad el uso de productos tóxicos en la agricultura para el año 2030,[Vii] Brasil está experimentando una ola de lanzamientos acelerados a partir de 2019.

En 2018 se exportaron 80 toneladas de pesticidas desde Europa, 1/3 de los cuales tenían prohibido su uso en la propia Europa.[Viii] Por otro lado, se estima que el 30% de las sustancias autorizadas en Brasil están prohibidas en Europa.[Ex] Este doble rasero normativo, que hace que las grandes corporaciones exporten productos de riesgo desde países que no permiten su uso, significa en realidad la adopción de un doble criterio de asignación de derechos. Brasil tolera niveles de residuos de pesticidas para la soja cincuenta veces superiores a los valores admitidos en la Unión Europea. La desigualdad ambiental allí incrustada significa, como hemos visto, desigualdad en el acceso a los derechos, lo que demuestra que la llamada “sociedad del riesgo” es, en realidad, una sociedad del riesgo desigual.

Aunque naturalizado por empresas que tratan de explicarlo por razones climáticas, esta división internacional de la contaminación es compatible con el tristemente célebre Memorándum de Summers, escrito por el economista jefe del Banco Mundial en 1991 y filtrado para su publicación por la revista The Economist en vísperas de la Conferencia de la ONU de 1992. La racionalidad económica, decía este economista, justificaría que los países periféricos sean el destino preferencial de las prácticas más dañinas para el medio ambiente: “(1) porque los más pobres, en su mayoría, no viven la tiempo necesario para sufrir los efectos de la contaminación ambiental; (2) porque, en la “lógica” económica, las muertes en los países pobres tienen un costo menor que en los países ricos, ya que los residentes de estos países reciben salarios más bajos”.[X]

Esta lógica discriminatoria –de una especie de economía política de vida o muerte– se aplicó efectivamente a nivel internacional, a menudo más acentuada, a partir de las reformas liberales, que permitieron a los inversionistas internacionales presionar a los gobiernos locales para que flexibilizaran las normas ambientales, como condición de su implantación en economías periféricas o de apertura de mercados a las importaciones, lo que favorecía la imposición de daños y riesgos a los más desposeídos.

En el caso de los plaguicidas, la capacidad de asignar los mayores riesgos al medio ambiente ya los trabajadores del Sur ha sido el medio para que las transnacionales solucionen los problemas derivados de la presión de la sociedad de los países del Norte por una transición ecológica. El modelo de acumulación de riqueza ha podido así continuar sin mayores cambios, ya que la concentración de los males de salud y ambientales se reserva a las personas de las economías periféricas, donde se utilizan sustancias más nocivas y persistentes que en los países del norte. Esta desigual división de riesgos supone que los países periféricos tienen menor capacidad de autodefensa frente a los daños, considerando élites políticas y económicas adictas a la rentabilidad neo-extractivista, así como trabajadores rurales presionados por la precariedad laboral y pequeños productores amenazados por la competencia de los grandes. propiedades de monocultivo. .

En esta división internacional de riesgos, los consumidores de los países importadores de commodities del Norte sólo serían responsables del riesgo para la salud asociado al consumo de alimentos importados o alimentos producidos con insumos importados. Sabemos que, caracterizados por sus economías menos industrializadas, los países latinoamericanos siempre han ocupado una posición de dependencia tecnológica en relación con las economías capitalistas centrales a través de la importación subordinada de bienes de producción de mayor complejidad tecnológica. En la actual condición neoextractivista, a esa ya conocida subordinación económica y tecnológica, se le agregó una subordinación ecológica, una ecosubordinación por la cual estos países juegan el papel de receptores de los flujos neocoloniales de productos tóxicos (además de los inmensos stocks de productos tóxicos obsoletos - organoclorados y organofosforados peligrosos - ya depositados, según la FAO, en gran parte en África).

Como campeón mundial en el uso de pesticidas, Brasil ha demostrado ocupar, con el apoyo de la bancada ruralista en el Congreso, la primera posición mundial en términos de ecosubordinación a los flujos del capitalismo global: el agua y la fertilidad del suelo se exportan a cambio de productos que contaminan el suelo, el agua, el aire y el cuerpo de los trabajadores. Es gracias a este eco-sumisión sistémico y a esta geoeconomía perversa –que transfiere todos los costos sociales y ambientales a terceros más desposeídos, tanto a nivel internacional como dentro de los países– que el capitalismo global ha podido seguir reproduciéndose sin alterar su estándar ambiental. .depredador y, desde el punto de vista sanitario, discriminatorio.

* Henri Acselrado es profesor del Instituto de Investigación y Planificación Urbana y Regional de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (IPPUR/UFRJ).

 

Notas


[i] La totalidad del debate presidencial, 29/8/2022, https://noticias.uol.com.br/eleicoes/2022/08/29/debate-uol-integra.htm

[ii] V. Tavares, Liberación de plaguicidas bajo orden expresa, revista poli, EPSJV/Fiocruz, año VI, n.32, ene.feb.2014, p.17.

[iii] Regulación, el debate que falta, Valor económico, 18 / 8 / 2017, pág. A12.

[iv] Renata Vieira, Liberada general, Época, 5/8/2019. PAG. 21

[V] P. Benson y S. Kirsch, Capitalism and the Politics of Resignation. Antropología actual, Prensa de la Universidad de Chicago, v. 51, núm. 4, agosto de 2010, pág. 459-486.

[VI] ttps://www.arte.tv/fr/videos/095070-000-A/pesticides-l-hypocrisie-europeenne/2022

[Vii] Amelie Poinssot, Plaguicidas: las negociaciones européennes s'ouvrent para una reducción masiva en el continente, 23 de junio de 2022, https://www.mediapart.fr/journal/international/230622/pesticides-les-negociations-europeennes-s-ouvrent-pour -une-reduction-massive-sur-le-continent

[Viii] ttps://www.arte.tv/fr/videos/095070-000-A/pesticides-l-hypocrisie-europeenne/2022

[Ex] LM Bombardi, Geografía del uso de plaguicidas en Brasil y conexiones con la Unión Europea, FFLCH – USP, São Paulo, 2017.

[X] Déjalos comer contaminación., El economista, 8 de febrero de 1992

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