por ALEJANDRO DE FREITAS BARBOSA & RICARDO LC AMORIM*
El Nuevo Régimen Tributario debe ser puesto en su debido lugar. Si se limita a ella, el país corre el riesgo de cosechar otro ciclo expansivo corto
La victoria electoral de Lula, en octubre de 2022, fue saludada por una parte importante de la prensa, segmentos sociales y la clase política. Muchos imaginaron que el nuevo presidente navegaría en un cielo de brigadier. Después de la fiesta de toma de posesión, sin embargo, hubo un intento de golpe movilizado por enloquecidas caricaturas “patrióticas”, destruyendo bienes públicos. El nuevo Presidente de la República también encontró la Cámara, el Senado, la Fiscalía General y el Banco Central con los mismos mandos apoyados o designados por el gobierno anterior. En el caso del Banco Central, es un opositor declarado. Un escenario hostil, por decir lo menos.
Por si fuera poco, durante el primer trimestre, la prensa convencional y el “mercado” jugaron su conocido juego de sabotaje, tratando de imponer un régimen fiscal insostenible para atar de manos al nuevo gobierno. Estaba previsto entonces que el ministro Fernando Haddad tomara la temperatura y ofreciera una alternativa.
A fines de marzo comenzaron a circular los supuestos y lineamientos de la propuesta del gobierno. De manera innovadora, el Nuevo Régimen Fiscal (NRF) propuso límites inferiores y superiores para la expansión del gasto primario, teniendo en cuenta las oscilaciones del ciclo económico. Al mismo tiempo, el gobierno se comprometió con metas de superávit primario, guiado por el gradualismo. Además, se priorizarán nuevas fuentes de ingresos y se revisarán las exoneraciones tributarias. No menos importante, se estableció un piso para inversiones.
Cabe recordar que el Nuevo Régimen Fiscal no vendrá solo. El instrumento irá acompañado de una reforma tributaria, que instituirá el impuesto al valor agregado y nuevas reglas para los impuestos directos, asegurando mayor eficiencia y progresividad al sistema tributario.
Para entender la propuesta, es necesario tener como pauta el ajedrez político más amplio. Para recuperar la capacidad del Estado de hacer política económica, el gobierno necesitaba mostrar su flexibilidad, no doblegarse al mercado y, al mismo tiempo, entregar algo apetecible para los poderosos.
El resultado no es un “ajuste fiscal” a la manera convencional. Se trata de sustituir la regla del Techo de Gasto, la mayor tajada en la historia económica de la República de Brasil, ofreciendo reglas creíbles y mínimamente flexibles. La propuesta combina habilidad política y conocimiento técnico y, una vez aprobada por el Congreso, permitirá que el proyecto que gane en las urnas marque sus movimientos.
Es curioso notar que la responsabilidad se ha vuelto contra el adversario, ya que, al mantener altas las tasas de interés, el Banco Central será el encargado de elevar la relación deuda pública/PIB, el indicador que funciona como el altar de las finanzas sobre el cual se proyecta cualquier proyecto. se sacrifican alternativas de desarrollo.
El anuncio del Nuevo Régimen Fiscal suscitó un intenso debate. Muchos economistas ortodoxos dieron su respaldo, mezclando cautela con entusiasmo. Al mismo tiempo, economistas heterodoxos, simpatizantes del gobierno, fueron críticos, cuestionando las ambiciosas metas de superávit primario y las bandas de expansión del gasto, consideradas bajas por comprometer el ansiado aumento de la inversión pública y el gasto social.
Sin embargo, nos parece que la polémica pierde de vista lo más importante: el desarrollo. El propio gobierno no ayuda a aclarar la discusión al insinuar que el marco, por sí solo, es capaz de acelerar el crecimiento. ¡No es!
El Nuevo Régimen Tributario debe ser puesto en su debido lugar. Si se limita a ella, el país corre el riesgo de cosechar otro ciclo expansivo corto, incluso favorecido por su efecto positivo en los indicadores coyunturales. Por ejemplo, si hay apreciación del tipo de cambio, la inflación tiende a disminuir, pero a la larga se compromete el esfuerzo que el gobierno ha llamado “neoindustrialización”.
¿Dónde vive el problema? El Nuevo Régimen Fiscal es una condición previa para una agenda de desarrollo nacional, pero no la reemplaza. Por lo tanto, no es sinónimo de desarrollo. Por cierto, en la historia económica brasileña, el desarrollo – en sus diversas acepciones teóricas y prácticas – nunca se produjo a partir de acciones exclusivas del Ministerio de Hacienda.
Corresponde al Ministerio de Hacienda y al Banco Central definir las “políticas intermedias” (fiscal, monetaria y cambiaria), las cuales deben estar entrelazadas con las “políticas finales”, a cargo de otros Ministerios (industrial, agropecuario, científico, educativo, laboral, etc.): y con las “políticas institucionales”, responsables de orientar a las empresas estatales y bancos (Petrobras, BNDES, BB, CEF, etc.), de adecuar el marco regulatorio para asegurar inversiones en infraestructura y áreas urbanas, y por la política de aumento del salario mínimo y la revisión de la reforma laboral, por citar algunos ejemplos[i].
La articulación política entre los elementos de esta tríada, necesariamente coordinada por las instancias gubernamentales y los actores sociales, es la encargada de hilvanar las acciones estructurantes de un proyecto de desarrollo nacional. Al mismo tiempo, es necesario definir prioridades a corto, mediano y largo plazo, a partir de un esfuerzo de planificación democrática, capaz de arraigarse en el territorio, promoviendo la diversificación productiva, la inclusión social y la sostenibilidad ambiental.
Esta agenda, sin embargo, no parece haber sido delineada, dejando a la sociedad a la deriva, mientras el Presidente de la República lanza importantes iniciativas, pero de limitado impacto, sobre todo en el contexto de tierra arrasada que dejó su antecesor.
Finalmente, el Nuevo Régimen Fiscal concilia, en el ámbito de la política económica, la dimensión coyuntural con las necesidades de largo plazo, pero exige un esfuerzo de planificación que está fuera de su alcance. Aparentemente no tenemos un diagnóstico de dónde estamos y dónde queremos y podemos ir.
En tiempos de tecnologías disruptivas, recomposición geopolítica y económica internacional y percepción colectiva de nuestras profundas desigualdades, ¿a qué aspiramos como nación? Esta pregunta no está en debate.
El desarrollo no se restringe a la política económica y al corto plazo. Implica una dimensión cultural, un lenguaje capaz de excitar corazones y mentes, una acción que se enfoca en el futuro, combinando lo deseable con lo factible y factible. No olvidemos: desarrollo con expansión de la democracia y reducción de las desigualdades, ese es el desafío de este gobierno, de la sociedad organizada y de las próximas generaciones.
*Alejandro de Freitas Barbosa es profesor de economía en el Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de São Paulo (IEB-USP). Autor, entre otros libros, de El Brasil desarrollista y la trayectoria de Rômulo Almeida (Alameda).
*Ricardo LC Amorim, Es becario postdoctoral en economía en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra..
Nota
[i] Tomamos prestado aquí el esquema de análisis propuesto por Pedro Cezar Dutra Fonseca, colocando la “política económica” más allá del uso común de los manuales de macroeconomía, para “abarcar toda acción del Estado que interfiere o se propone interferir en las variables económicas”, por tanto no restringida a la Corto plazo. Véase FONSECA, Pedro Cezar Dutra. “Desarrollismo: la construcción del concepto”, En: Presente y futuro del desarrollo brasileño. Brasilia: IPEA, 2014, pág. 30 y 46.
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