Nueva cara del viejo Imperio

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por RONALDO ROCHA*

Trump intentó insistentemente, sin éxito, reemplazar el régimen político democrático-burgués por una dictadura de tipo fascista, en forma de autocracia personal.

Finalmente, el conteo doloroso y antediluviano definió en general el resultado en USA. Se anuncia la conclusión del Gobierno de Trump y la victoria de la candidatura de Biden, con doble mayoría: en sufragio personal y en el Colegio electoral, aún pendiente de una decisión formal el próximo mes, día 14. Sin embargo, el acoso político y judicial de la extrema derecha comenzó a desafiar los números, debilitar al partido opositor, perturbar el procedimiento de sucesión y convertir al futuro campo situacionista en un enemigo mortal.

Su propósito es mantener a la otra familia de la Casa Blanca bajo el bombardeo de artillería de milicias armadas organizadas, un parlamento en guerra interna y una Corte Suprema ahora hostil, con la Nación aún más dividida y polarizada. Podría surgir una crisis institucional, por mucho que los “politicólogos” y comentaristas de la luz insistan en el equilibrio mitológico de la “mayor y mejor democracia” del mundo, viéndola siempre como una universalidad abstracta que flota en la estratosfera, muy por encima de la realidad.

En la clasificación en boga, se produjo el choque entre los dos partidos con voz exclusiva en la sociedad política. El republicano, ahora simbolizado por el color rojo, proviene de la vieja corriente abolicionista burguesa-industrial encabezada por Lincoln -destinatario de una carta redactada por Marx tras la guerra civil- y se ha convertido en una asociación hiperconservadora. Cumple, en la era histórica del capital maduro y concentrado, el destino de toda clase que, sin el impulso progresista inicial, se acomodó a la condición dominante.

A su vez, el demócrata, identificado hoy por el azul, encabezó la contrarrevolución confederada -coetánea a las simpatías esclavistas de Nietzsche- y se regeneró, con un notable sentido de la oportunidad, sobre los escombros de su base oligárquica original. Así, se convirtió en la expresión típica de un capitalismo soi-disant civilizada, dispuesta a redimir todos y cada uno de los pecados precedentes, dentro del “sistema” que integra y cuya “imperfección” ha venido jurando corregir en nombre de empíricamente etiquetadas víctimas.

Sin embargo, el significado actual y mayor de la disputa en curso, que aún está lejos de terminar, va mucho más allá de la nomenclatura y un pasado que se camufló en las brumas de la historia. En realidad, la elección opuso dos bloques de características y fundamentos ancestrales, pero cuyos contornos han cristalizado recientemente, como resultado nefasto del largo ciclo económico actual, en su fase adversa. En las últimas décadas ha surgido una polarización entre las fracciones “superiores” y sus proposiciones dentro del capital.

Por un lado, la conformación reaccionaria del ahora terminal Gobierno Federal. Luego de consolidar sus cargos y posiciones internas en la maquinaria republicana, asentando su hegemonía, Trump intentó insistentemente -sin lograrlo- reemplazar el régimen político democrático-burgués, regulado por la Constitución aprobada en la Convención de Filadelfia de 1787, por una dictadura de la especie fascista, en forma de autocracia personal, expresión de un regresismo largamente albergado en lo más profundo de la sociedad estadounidense.

Por otro lado, la candidatura de la llamada oposición liberal por la jerga local, es decir, por la noción americana que se refiere a un tipo de conservadurismo que defiende algunos derechos sociales, civiles y democráticos, entre los que se encuentran las limitadas políticas de promoción de la identidad. Su arco va desde la derecha compasiva, que tiene una amplia y sólida hegemonía, hasta la socialdemocracia fiel a la establecimiento y por diversos sectores vinculados al apoyo a las libertades civiles, incluso algunos movimientos semianarquistas difusos y similares.

La prevalencia de este binomio estaba garantizada por los criterios y normas centenarios del procedimiento electivo indirecto, en el que prevalecen las circunscripciones estatales selectivas y marginadoras. La ingeniosa artimaña se encarga de aislar y desestimar las opiniones minoritarias, pues bloquea -coactiva y legalmente- la postulación de candidaturas ubicadas en algún lugar a la izquierda del espectro político, más aún de los partidos revolucionarios, especialmente cuando se vinculan a las concepciones marxistas y al movimiento. comunista.

El escenario surgido en la disputa no permite ni autoriza ilusiones, como las que manifiestan algunas figuras y sectores que se autodefinen como de izquierda. Evidentemente, sería muy erróneo decir que todos vienen de la misma bolsa y que no se han producido cambios. Ambos competidores están, sin embargo, alineados con grupos monopolistas-financieros internos –que desde principios del siglo XX controlan el Estado y mantienen intactos sus aparatos– y con la geopolítica imperialista en el ámbito mundial.

Aun adoptando, según la ocasión y las condiciones reales, políticas, métodos y discursos diferentes, ninguna de las partes en la disputa interna renuncia a áreas consideradas estratégicas para su propio y común Poder, especialmente cuando las decisiones conciernen a pueblos y naciones dependientes. Por el contrario, practican el sabotaje, la intervención, la intriga y la guerra. Recuérdese que los demócratas Lyndon Johnson y Barack Obama, con la conocida conducta, gobernaron durante la deposición de João Goulart y Dilma Rousseff.

Ciertamente, las masas y los ciudadanos tienen razones dramáticas para combatir el trumpismo, las hordas que lo sustentan, los intereses que representa y el caciquismo que, además de promisorio, busca permanentemente. Por otra parte, el proletariado y el pueblo norteamericano, aun afectado por la grave crisis del capitalismo en forma de pauperización y desempleo, además de mostrar un enorme descontento, aún carece de un camino autónomo y alimenta esperanzas infundadas, a veces en uno, a veces en el otro derechista. polo.

También en Brasil sería en vano buscar consecuencias decisivas, provocadas por una determinación externa, como si el cambio de inquilinos en Washington tuviera el poder mágico de cambiar el clima de Brasilia. Sin embargo, la sucesión presidencial allí repercutirá de alguna manera en la burguesía de aquí, sobre todo a través del proverbial “complejo de chucho” –para usar la expresión de Nelson Rodrigues– de pertenencia al empresariado brasileño, que históricamente se ha constituido en una situación de subalternidad. .

Así, interferirá en sus negocios e interferirá en sus movimientos políticos, incluso entre las cumbres burocráticas del Estado en varios niveles, con énfasis en Itamaraty y los cuarteles, que viven de manera especial las relaciones diplomáticas y militares. Finalmente, exacerbará los problemas domésticos e internacionales del Gobierno de Bolsonaro, que ahora está perdiendo a su padrino y su muleta global. Tales fricciones tienen repercusiones públicas y, en el seno de la coyuntura, podrían adquirir cierta relevancia táctica.

Evidentemente, la curva que marca el aislamiento planetario del grupo acampado en la Meseta subió un punto más, generando nuevas y multilaterales dificultades. Al mismo tiempo, poco después de la Día de la inauguración, el Plateau se ocupará de una tal Sofia's Choice. Una opción es mover algunas piezas de la política exterior y hacer adaptaciones ministeriales impulsadas por el tiempo que vuela, sin la misma belleza virgiliana. Tempus Fugit, citado en la tierra de los supremacistas blancos por la obra maestra del gran pianista negro Bud Powell.

Otra es chocar retóricamente con su principal aliado en el Norte –“la pólvora”–, generando incertidumbre y fisuras en el propio campo. Ciertamente, los actuales gobernantes brasileños nunca abandonarán sus propósitos licenciosos, de entrega y de autoacoplamiento, que ya han sido explicitados y demostrados. Ante la situación creada, corresponde a las bases populares, aunque necesiten adoptar ocasionales ajustes tácticos en sus movimientos, mantener un rumbo firme y resistente a la reacción bolsonaria, en los diferentes espacios y dimensiones.

Se trata de impulsar iniciativas solidarias con las naciones, pueblos y trabajadores latinoamericanos, en defensa de la soberanía y contra el yugo imperialista. Reforzar y mantener alianzas de carácter democrático y progresista en Brasil, para detener el retroceso y defender el régimen descrito en las cláusulas fundamentales de la Constitución. Fortalecer, en la recta final de las elecciones municipales, así como en la segunda y decisiva vuelta, la unidad más amplia para aislar, bloquear y derrotar a la extrema derecha, en cada localidad y con las coaliciones necesarias.

Finalmente, es de suma importancia el esfuerzo por promover la acumulación de conquistas parciales en los diversos campos en que se desarrolla la lucha de clases, con miras a -en beneficio de la oposición proletaria y popular- cambiar los términos que prevalecen en la correlación de fuerzas, militando incansablemente para acabar con el gobierno de Bolsonaro y sus políticas reaccionarias. Esta es la forma adecuada y consecuente, en la coyuntura actual, de combatir a los representantes más extremos, represivos y feroces del capitalismo.

*Ronaldo Rocha es sociólogo, ensayista y autor de Anatomía de un credo (capital financiero y progresismo productivo).

 

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