por Bernardo Ricúpero*
Apuntes sobre bonapartismo, fascismo y bolsonarismo
Al tratar de descifrar la naturaleza de lo que se llama bolsonarismo, un fenómeno que va más allá del liderazgo de Jair Bolsonaro, sería conveniente utilizar referencias ya clásicas. Creo que las interpretaciones que más nos pueden ayudar a enfrentar el desafío son las explicaciones sobre el bonapartismo y el fascismo. No por casualidad, ya han aparecido análisis, con mayor o menor propiedad, que han confrontado el caso más reciente con estos ejemplos históricos.
el 18 de brumario
Marx, al analizar el golpe de estado del 02 de diciembre de 1851 que convirtió a Luis Bonaparte en emperador Napoleón III de Francia, destacó cómo el desarrollo de la lucha de clases llevó a la burguesía a darse cuenta de “que para conservar intacto su poder social, su poder político debe ser destrozado.” O, en términos más directos, tal clase notó "que para salvar la bolsa debe renunciar a la corona" (18 brumario, PAG. 63). La crisis revolucionaria condujo a un verdadero vuelco, en el que sólo un aventurero “puede salvar a la sociedad burguesa; sólo el robo puede salvar la propiedad; perjurio a la religión; bastardía la familia; desorden, orden” (p. 124). En términos más profundos, “bajo el segundo Bonaparte” el estado parecía “volverse completamente autónomo” (p. 114), apoyándose directamente en la fuerza.
La famosa caracterización de El 18 Brumario de Luis Bonaparte motiva una viva polémica sobre si el bonapartismo debe entenderse como un fenómeno histórico específico o como la forma normal de gobierno de la burguesía desde el desenlace de la Revolución de 1848.[i] En la primera línea, el libro muestra cómo, a lo largo de la Segunda República Francesa, el proletariado socialista, la pequeña burguesía democrática, la burguesía republicana del le nacional, Los terratenientes legitimistas y la burguesía industrial y financiera orleanista se unieron en el Partido del Orden, abandonando sucesivamente el “escenario político” –agotados– hasta quedar sólo Luis Bonaparte, apoyado por el lumpenproletariado de la Sociedad 10 de Diciembre y los pequeños campesinos parcelados, los clase más numerosa de la nación.
Por otro lado, es posible argumentar, como lo hace Marx, Casi veinte años después, en La Guerra Civil en Francia, que el bonapartismo es la “única forma de gobierno posible en un momento en que la burguesía ya había perdido la capacidad de gobernar la nación y la clase obrera aún no la había adquirido” (p. 239).[ii] Es decir, el bonapartismo sería un fenómeno que surgiría en situaciones de equilibrio entre las clases fundamentales, relacionadas, según la caracterización de Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1894), a otros desarrollos históricos como el absolutismo y el Imperio alemán bajo la cancillería de Bismark.
En las décadas de 1920 y 1930
La interpretación desarrollada por Marx en las páginas de morir revolución, en 1852, es tan sugerente que inspiró varios otros análisis sobre una verdadera plétora de fenómenos históricos. Especialmente interesante es cómo autores como August Thalheimer, Leon Trotsky y Otto Bauer entendieron el fascismo, en gran parte en diálogo con la discusión anterior de Marx sobre el bonapartismo.[iii] No menos significativo, a diferencia de lo que fue más común en las décadas de 1920 y 1930, estos autores no subestimaron el peligro que representaba el ascenso de los camisas negras.
Thalheimer, en un artículo de 1928, entiende el bonapartismo y el fascismo como parte de una misma familia de regímenes políticos, siendo ambos formas de dictaduras directas del capital. Destaca, así, los puntos coincidentes de ambos: “la creciente independencia del poder ejecutivo, el sometimiento político de todas las clases, incluida la burguesía, el control fascista del Estado, al mismo tiempo que el poder permanece en manos de la gran burguesía y de los grandes terratenientes rurales” (sobre el fascismo, PAG. 117). Tanto el bonapartismo como el fascismo quisieran comportarse, además, como beneficiarios de todas las clases, lo que les haría jugar recurrentemente clase contra clase. El propio Partido Fascista tendría similitudes con la Sociedad 10 de Diciembre, ya que estaba formado por el mosaico de diferentes clases, que Marx identificó con lo que los franceses llamarían la Boheme.
Aún más importante, el comunista disidente alemán observa que el bonapartismo y el fascismo aparecieron después de que fracasaran momentos de avance de la movilización de la clase trabajadora. A su vez, la burguesía exhausta buscaría un salvador que le garantizara el mantenimiento de su poder social. Pero si el bonapartismo y el fascismo prometían paz y seguridad a la sociedad burguesa, también dependían de un permanente sentido del riesgo para justificar su existencia, lo que fomentaba “un estado permanente de desorden e inseguridad” (p. 119). Más allá de las fronteras nacionales, las contradicciones internas, sumadas a la ideología nacionalista, estimularon la búsqueda de la guerra.
Por otro lado, Thalheimer no deja de resaltar las diferencias entre bonapartismo y fascismo. Indica cómo provienen en parte de diferentes contextos nacionales, con variadas historias, relaciones de clase, tradiciones culturales, etc. Así, la apelación en Francia a la máscara napoleónica sería sustituida en Italia por la referencia a la máscara de César, aún más artificial y ridícula.
Sin embargo, más significativos serían los cambios que se produjeron en el propio capitalismo. Mientras Napoleón III aún operaba en medio del capitalismo competitivo, Mussolini operaba en un contexto innegablemente imperialista. La misma similitud entre la Sociedad 10 de Diciembre y el Partido Fascista sería sólo aparente, ya que la primera sería la contrapartida de las sociedades secretas obreras del siglo XIX, mientras que la segunda chocaría con el Partido Comunista.
Particularmente interesante es la observación de Thalheimer de que el fascismo no es inevitable. Asimismo, señala que contrariamente a lo que había imaginado Marx, al bonapartismo no le sucedió un gobierno obrero, sino un gobierno burgués, la Tercera República, verdad que fue precedida por la brevísima experiencia de la Comuna de París. Tal desarrollo habría ocurrido porque el movimiento obrero no tenía la capacidad de tomar la dirección política de la nación. Pero si el fascismo imperaba en 1928 en países atrasados como Italia, Polonia, Bulgaria y España, la burguesía, en países capitalistas avanzados como Alemania, ya se mostraba dispuesta a abandonar el sistema parlamentario.
Trotsky, al tratar con el fascismo, también destacó similitudes con el bonapartismo al mismo tiempo que enfatizó que serían fenómenos políticos diferentes, sobre todo porque se encontraría en presencia no de “categorías lógicas inflexibles”, sino de “categorías sociales vivas”. formaciones” (La lucha contra el fascismo en Alemania, PAG. 442). En otras palabras, expresiones como “bonapartismo” son generalizaciones que no se corresponden plenamente con la realidad, sobre todo porque “los fenómenos históricos nunca se repiten por completo” (p. 330). En términos más específicos, el revolucionario ucraniano se enfrenta principalmente a dos tipos de bonapartismo: preventivo y de origen fascista. El primero prepararía la dictadura fascista, que habría sucedido, por ejemplo, con los sucesivos gobiernos alemanes poco antes de 1933, el segundo sería un régimen mucho más estable y peligroso.
Así como para La Guerra Civil en Francia y para Engels, la característica más decisiva del bonapartismo, según Trotsky, sería que tal gobierno se desarrollara en una situación de relativo equilibrio entre la contrarrevolución y la revolución, lo que situaría momentáneamente el poder político por encima de las clases. En consecuencia, el bonapartismo parecería comportarse como un juez entre los campos en pugna, a pesar de no estar suspendido en el aire.
De hecho, el gobierno bonapartista estaría basado en “la policía, la burocracia, la camarilla militar”, funcionando como un “gobierno de sable”. Por otro lado, el creador del Ejército Rojo señala que la fuerza no existe de forma independiente: “el sable en sí no tiene programa. Él es el instrumento del orden”. El bonapartismo, como el anterior cesarismo, sería por tanto “el gobierno de la parte más fuerte de los explotadores” (p. 439), posición que ocupaba entonces el capital financiero.
En este sentido, el bonapartismo no podía distinguirse del fascismo ni de la democracia parlamentaria. Sin embargo, la diferencia entre estos gobiernos no sería social, sino en relación a la “forma política”, distinción que los estalinistas no percibieron. Tal miopía les impediría, según Trotsky, aprovechar oportunidades revolucionarias, como las que habrían aparecido en Francia durante la Segunda República y que serían aún más prometedoras en la década de 1930.
En Brasil
Además del fascismo, El 18 Brumario de Luis Bonaparte ha seguido inspirando algunos de los análisis marxistas más interesantes de la política. En Brasil, en particular, la categoría de “bonapartismo” ya tiene una historia considerable.[iv] En las páginas de Política Laboral, publicación de la organización que pasó a ser conocida como POLOP y que tuvo entre sus inspiradores a Trotsky y Thalheimer, el concepto ya había aparecido para tratar la situación política anterior a 1964.
Tras el golpe, el teórico y líder de esa organización, Ruy Mauro Marini, desarrolló el argumento en un artículo publicado en la revista chilena arauca, sugiriendo que estaríamos ante un bonapartismo militar. Destacó que en un contexto en el que “las tensiones sociales habían llegado a un punto crítico” (Contradicciones y conflictos en el Brasil contemporáneo, PAG. 540), el gobierno fuerte que hubiera querido la burguesía se habría visto facilitado por el aumento, a partir de la segunda mitad de la década de 1950, de la presencia de capital extranjero en el país.[V]
Por su parte, el profesor de la USP Francisco Weffort elogia el texto de Marini y reconoce que el bonapartismo es la categoría relacionada con la experiencia europea más parecida al fenómeno brasileño que pretendía describir. Sin embargo, hace una salvedad: “en todo caso, nos pareció conveniente evitar el uso de esta expresión, que nos hubiera obligado a hacer comparaciones, que están fuera del alcance de este artículo, entre países con diferentes formaciones capitalistas” (El populismo en la política brasileña, P. 70).
Aun así, no es difícil ver que gran parte de la inspiración del politólogo al tratar con lo que él llama populismo proviene de El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Considera, en términos muy similares a los de Francia después de la Revolución de 1848, que en Brasil después de la Revolución de 1930 “los señores del poder político no representan directamente a los grupos que dominan las esferas básicas de la economía” (p. 49). También porque, al igual que el equilibrio entre las clases fundamentales en la primera situación, en la segunda prevalecería en la segunda un estado de compromiso entre las distintas clases y fracciones de clase, incapaz de reemplazar a la burguesía cafetera como grupo hegemónico. En este contexto, entraría en escena un “nuevo personaje”, las masas populares urbanas, dotando de mayor legitimidad al Estado. Tal situación, a su vez, haría posible que el jefe de Estado se comportara como un árbitro entre clases.
Otro politólogo de la USP, André Singer, al analizar la experiencia reciente de los gobiernos del PT, también hace uso de El 18 Brumario de Luis Bonaparte. En el fenómeno que él bautiza como lulismo, el líder volvería a comportarse como árbitro ante las clases. Sin embargo, así como Luís Bonaparte se identificaría con la clase más numerosa de Francia a mediados del siglo XIX, el campesinado, Lula se identificaría con la clase más numerosa de Brasil a principios del siglo XXI, el subproletariado.[VI] Pero tanto el campesinado como el subproletariado serían incapaces de representarse políticamente, vinculándose así al bonapartismo y al lulismo. Tal situación allanaría el camino para que los líderes se presenten como beneficiarios de todas las clases, en el caso brasileño más reciente combinando, por ejemplo, la reducción de la pobreza, a través del aumento del salario mínimo y políticas sociales, con posibilidades de ganancias sin precedentes. para el capital financiero.
De la muestra no exhaustiva de casos presentados en las páginas precedentes, no es difícil ver cómo situaciones muy variadas pueden ser interpretadas bajo la inspiración de El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Contienen tanto análisis que enfatizan la dinámica entre las diversas clases y fracciones de clases presentes en el libro, como los de Thalheimer y Singer, como aquellos que enfatizan el equilibrio entre las clases fundamentales, como Engels, Trotsky y Weffort. También se puede destacar cómo la autoridad gubernamental se comporta como árbitro entre clases, como lo hacen los autores brasileños, cómo es posible insistir en que actúa como gendarme de las clases dominantes, como lo señalan los autores que se ocupan del fascismo. Además, el número de situaciones nacionales y momentos históricos estudiados es enorme.
En definitiva, la gran variedad de casos podría llevar a preguntarse si merece la pena tratarlos bajo la misma inspiración. Por otra parte, la interpretación que hace Marx del bonapartismo no debe verse con rigidez, como una especie de fórmula en la que deben encajar todas las situaciones. Al contrario, debe inspirar análisis que ayuden a dar sentido a la enorme riqueza de la realidad.
gobierno de Bolsonaro
Eso es lo que trataremos de indicar al tratar del improbable gobierno de Jair Bolsonaro. Significativamente, su elección, en 2018, se produjo en un momento de agudización de la lucha de clases, lo que puede ser atestiguado por una reducción cíclica en la tasa de ganancia agregada de la economía y un aumento en el número de huelgas (Marcelino, 2017; Martins y Rugitsky , 2018 ). No es casualidad que en ese contexto se desarrollaran las “Jornadas de Junio” de 2013, que marcaron el inicio de la crisis de los gobiernos del PT. La elección presidencial, al año siguiente, ocurrió en un clima de intensa polarización, en el que el candidato opositor Aécio Neves (PSDB) no reconoció el resultado de la elección. El breve segundo mandato de Dilma Rousseff se dio en medio del deterioro económico, sabotaje de la burguesía y manifestaciones masivas, encabezadas especialmente por las clases medias, que se movilizaron contra la corrupción revelada por la Operación Lava Jato.
Este escenario abrió el camino para el golpe parlamentario que sacó, en 2016, a Dilma de la presidencia. La reemplazó su adjunto, Michel Temer (PMDB), un político tradicional que, al prometer intensificar la liberalización económica, se aseguró el apoyo del llamado mercado, pero no pudo detener la ola de contestación política. La campaña para las elecciones presidenciales de 2018 siguió así un clima frenético, en medio de disparos. noticias falsas las grandilocuentes revelaciones de Lava Jato, la detención y prohibición de la candidatura del primer puesto en las encuestas, el expresidente Lula, el atentado con arma blanca a Bolsonaro, etc. El 29 de octubre, en medio de un sentimiento generalizado de agotamiento, se produjo un resultado que poco antes parecía improbable: Bolsonaro resultó elegido presidente con el 55% de los votos, frente al 45% del candidato del PT, Fernando Haddad.
De hecho, el recrudecimiento de la lucha de clases hizo que la extrema derecha ocupara, en poco tiempo, el espacio que tenía ante la centroderecha, cuyo candidato, Geraldo Alckmin (PSDB), recibió menos del 5% de los votos en el primer turno. . De la nada, un oscuro diputado que en sus 28 años en la Cámara se había destacado solo por iniciativas como elogiar al torturador Brilhante Ustra se convirtió en un “mito”. Curiosamente, su insignificancia se convirtió en una cualidad, supuesta prueba de que no se habría vendido al “sistema” corrupto.
Incluso se produjo una fiesta para Bolsonaro, reuniendo, a la manera de la Sociedad 10 de Diciembre, un ex actor porno, un heredero de la casa de Bragança y una legión de capitanes y mayores de nuestras fuerzas del orden. Elegido presidente, nombró un ministerio que buscaba combinar una orientación conservadora en las costumbres con un programa de reformas económicas liberales.
En términos más amplios, la elección de Bolsonaro se da en medio de un panorama de ascenso internacional de la extrema derecha en países tan diversos como Hungría, Polonia, India, Filipinas y Estados Unidos y que puede relacionarse con la crisis económica de 2008. Desde entonces, la asociación que se había desarrollado, desde la segunda posguerra, entre capitalismo y democracia se ha vuelto menos cierta, e incluso se puede imaginar que se abre un momento diferente del capitalismo.
En Brasil, la burguesía hegemonizada por el capital financiero ha reaccionado con entusiasmo a la agenda liberal propuesta por el gobierno de Bolsonaro. Para sacarlo adelante cuenta con la ayuda de los presidentes de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, y del Senado, Davi Alcolumbre. Incluso se habla, con cierto alivio, de un “parlamentarismo blanco”, curiosa situación en la que, a pesar del sistema presidencial, gobernaría el Congreso. El centro-derecha desarrolló en consecuencia una relación esquizofrénica con el gobierno: defiende el programa económico, pero muestra reticencias con la agenda aduanera.
Incluso porque con Bolsonaro la burguesía no gobierna directamente. Sin embargo, no hay duda de que el capitán no se comporta como un árbitro entre las clases como, en cierto modo, lo fueron, en su momento, Getúlio Vargas y Lula. Actúa más como un gendarme de la clase dominante, dispuesto a imponer las medidas que propugna, al mismo tiempo que, para justificar su presencia al frente de la nación, favorece la agitación permanente. La burguesía, en cambio, ve en el presidente a alguien capaz de llevar a cabo una agenda para la que sería incapaz de obtener votos en las urnas. En resumen, la burguesía usa a Bolsonaro quien, a su vez, usa a la burguesía.
Pero al pensar en la relación entre el aventurero y la burguesía, puede ser una buena idea volver a las advertencias de un autor prácticamente olvidado. Thalheimer, ya en 1928, indicaba cómo el equilibrio entre los dos elementos es inestable, bastando un acto para entrar en la dictadura. Señaló, sin embargo, que “en este acto, la burguesía es sólo un elemento pasivo, pues su papel se limita a crear las condiciones para que sea socialmente “salvada” y políticamente violentada. La violación, en cambio, la realiza el héroe del golpe de Estado” (p.122).
*Bernardo Ricúpero Profesor del Departamento de Ciencia Política de la USP
Artículo publicado originalmente en el blog. marxismo21
Referencias
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WEFFORT, Francisco. El populismo en la política brasileña. Río de Janeiro: Paz y Tierra, 1980.
[i] Sobre el bonapartismo, véanse, entre otros, Draper, 2011; Poulantzas, 2007; y Rubel, 1960.
[ii] Ya en 1856, Engels, en un texto escrito para los cartistas, indicaba que el golpe demostraba que “las dos fuerzas enfrentadas tenían una tercera fuerza en el campo” (Engels, apud., Draper, 2011: 405).
[iii] No me ocuparé de la interpretación de Bauer debido a la mayor atención que presta a la economía, una dimensión de la que aquí sólo me ocuparé lateralmente. Sobre la relación entre bonapartismo y fascismo, véanse, entre otros, Dulfer, 1976; Linton, 1989; Poulantzas, 1974.
[iv] Véase: Demier, 2012.
[V] Una señal de que el bonapartismo estaba en el horizonte brasileño antes de 1964 es la conclusión de la tesis Habilitación de Fernando Henrique Cardoso, defendida en noviembre de 1963, en la que, al evaluar la relación de la burguesía con los sectores tradicionales y el capital extranjero, considera que “cada vez que aumentan las presiones innovadoras , expresando una ruptura en el equilibrio tradicional, el bonapartismo aparece como la solución” (Cardoso, 1972: 190).
[VI] Paul Singer definió al subproletariado como “aquellos que 'ofrecen su fuerza de trabajo en el mercado laboral sin encontrar a nadie dispuesto a adquirirla a un precio que asegure su reproducción en condiciones normales'” (Singer, 2012: 77).