por YURI MARTINS-FONTES, SOLANGE STRUWKA Y PAULO ALVES JUNIOR*
La burguesía latinoamericana es capitular, antinacional y hasta fascista, cuando siente amenazado su poder
Para enfrentar la miseria y la desigualdad social que persisten como características centrales de las naciones latinoamericanas en general, es necesario comprender sus raíces históricas. Para ello, en este ensayo destacamos el papel y el carácter de las burguesías latinoamericanas, analizando las principales razones por las que esta clase dominante se opone históricamente a los procesos nacionales de mayor autonomía y superación de la pobreza de los pueblos de esta región ubicada en la periferia sistémica. del capitalismo
Las discusiones sobre la llamada “cuestión nacional” comenzaron hace más de cien años, pero continúan siendo fundamentales para la interpretación de las particularidades históricas de nuestra america (en términos de José Martí). Deben, por tanto, orientar la táctica y la estrategia de las luchas para superar la explotación y el sometimiento a intereses externos, condición de la que aún hoy somos rehenes. En este nuevo siglo, con la profundización de la crisis estructural del capitalismo, este escenario se agudiza, lo que se manifiesta en una serie de golpes de Estado y retrocesos sociales “modernos”.
Sobre la cuestión nacional
Las primeras décadas del siglo pasado vieron importantes avances en la lucha de clases, la organización de la clase obrera y la producción teórica, tanto a nivel mundial como particularmente en Estados Unidos. En el contexto latinoamericano, alrededor de la década de 1920, se hizo evidente el impacto de la Revolución Rusa: se crearon varios partidos comunistas a lo largo de las naciones del continente. Como resultado de este impulso organizativo, la recién creada Tercera Internacional (Internacional Comunista) comenzó a considerar más detenidamente a las naciones americanas, fomentando debates sobre la cuestión nacional en nuestro America. Bajo la influencia dialógica de la nueva Internacional, a comienzos del período de entreguerras todavía dirigido democráticamente por Lenin, comenzaron a sistematizarse aportes críticos para una interpretación de la realidad histórica y social de nuestras naciones.
Los análisis producidos en el período cuestionaron los dogmas positivistas y eurocéntricos, que dominaron las tesis de la Segunda Internacional (Internacional Socialista, de orientación parlamentaria y pacifista). Sin embargo, a pesar de estos avances analíticos, las limitadas perspectivas socialistas de la Segunda Internacional, endurecidas por la influencia del positivismo evolutivo del siglo XIX, pronto volverían a detener la hegemonía del movimiento comunista internacional, cuando la llegada al poder de Stalin -con la burocratización y el materialismo mecanicista que nublarían la libertad del pensamiento crítico dialéctico.
A pesar de esta regresión, los grandes pensadores americanos mantuvieron una defensa coherente de un análisis efectivamente dialéctico de la realidad de sus nacientes naciones, oponiéndose a las concepciones trasplantadas artificialmente de Europa a América. En este sentido, buscamos aquí promover una reflexión sobre la cuestión nacional en América Latina, analizando problemas y rasgos fundamentales comunes a la mayoría de los pueblos americanos, en particular: la tesis socio-histórica del evolucionismo social (stepism, o evolución social por etapas) ; y su consecuente derivación política práctica, el aliancismo (la alianza sumisa que deben realizar los trabajadores con fracciones supuestamente “nacionalistas” de la burguesía, según la idea de un supuesto primer momento “democrático-burgués” de la revolución, que sea anterior a la etapa propiamente socialista).
Entre los análisis producidos en este período, los temas más relevantes para pensar la cuestión nacional son: las interpretaciones de la formación social de los países americanos y, en consecuencia, la indagación de las particularidades de los procesos independentistas revolucionarios; la lucha contra el imperialismo, en particular los EE.UU.; las alianzas serviles de las élites nacionales con las extranjeras; la cuestión agraria (latifundios, etc.), como uno de los factores principales en la formación política, económica y social de nuestras naciones.
Del significado externo de la colonización al imperialismo
Como premisa de las causas fundamentales que subyacen a las desigualdades producidas en los países latinoamericanos, señalamos el “sentido externo” de nuestra colonización –concepto desarrollado por Caio Prado Júnior (2000)–, proceso que vincula el vector mercantil de nuestra evolución nacional a la expansión del mercado mundial. A través de la colonización, sujetos a una metrópolis dominante, nos insertamos en un sistema de poder en el que los circuitos comerciales y financieros seguían la lógica del intercambio desigual, basado en el precepto de “comprar barato y vender caro”. Esta lógica – materializada a costa del despojo de las riquezas, el genocidio y la esclavización de los pueblos nativos americanos y africanos – fue la base de la acumulación primitiva de capital (MARX, 2013), convirtiéndose en el fundamento de la formación social de los países de América. .
Es importante señalar que la inserción de los países latinoamericanos en la acumulación primitiva está en la base de su formación económica y social; si bien esto permitió una acumulación sin precedentes en los países centrales, impidió el desarrollo de las colonias, al extorsionar sus riquezas enviándolas al exterior (CUEVA, 1983). Este proceso, sostenido por más de tres siglos, conformó la herencia colonial y la matriz económica, social, cultural y política de nuestras naciones. De hecho, el mismo Caio Prado generaliza a otros países del continente su clásica afirmación del “sentido de colonización” brasileño: Brasil como parte del negocio capitalista europeo (PRADO Jr., 2000).[i]
Tomar esta afirmación en su raíz significa entender la formación que aquí se produce como una experiencia única del colonización, que supedita el sentido de construir toda nuestra estructura social a los intereses del mercado europeo (VIEIRA, 2018). La particularidad de nuestra colonización tiene como tríada básica: el latifundio; la tendencia al monocultivo; y el trabajo forzoso (en última instancia, la esclavitud). Como consecuencia de esta combinación se produjo la cristalización de una sociedad segregada, que respondía a las necesidades de acumulación que demandaban las economías centrales del capitalismo.
El desagradable legado colonial no fue superado por la independencia política -restringida e incompleta- que se produjo en los primeros tres cuartos del siglo XIX. Tales procesos de independencia truncados respondieron sólo a cambios en el dominio de los países centrales, y representan un patrón de desarrollo capitalista oligárquico-dependiente (CUEVA, 1983). En general, las sociedades latinoamericanas, generadas a partir de los procesos de independencia, continuaron teniendo su modo de producción basado en el esclavismo, la concentración de la tierra y la producción de bienes primarios, principalmente destinados al mercado exterior.
La emancipación del estatuto colonial, además de no significar la superación de determinantes fundamentales del período anterior, mantuvo su núcleo y permitió profundizar sus raíces, en particular, por la mayor inserción de los países en el mercado mundial, a partir de la intereses del nuevo dominio imperial que se impuso: el de Inglaterra. Así, el declive de los países ibéricos (Portugal y España), primeros usurpadores de pueblos y territorios americanos, y la puesta en marcha de procesos políticos independentistas no supusieron un quiebre en las condiciones de intercambio desigual y orientación de la producción en función de las demandas externas.
Por el contrario, algunos países se involucraron más activamente en mantener la misma lógica. Esta mayor integración al mercado mundial se dio a partir de dos vectores: las condiciones reales de cada país, y los cambios resultantes del avance de la industrialización en los países centrales del sistema capitalista. De esta manera, ingresaron primero Chile, Brasil y luego Argentina, que había desarrollado infraestructura económica en la fase colonial y fue capaz de producir condiciones políticas estables (MARINI, 2017).
El final del siglo XIX estuvo marcado por cambios significativos en el centro sistémico geopolítico: se proyectaron nuevas potencias en el exterior, especialmente Alemania y Estados Unidos, este último, con una política particularmente centrada en el continente americano. En los países centrales también hay una reorganización de la producción, basada en el aumento de la industria pesada y la tecnología. De esta forma, la economía pasa a concentrar sus unidades productivas, creando las condiciones para el surgimiento de monopolios. Esta característica es la marca principal de la nueva fase de desarrollo del capitalismo: el imperialismo.
De acordo com Lênin (1987), até a transição do século XIX para o XX, a base do sistema econômico foi a livre-concorrência e o livre-comércio, em que a concentração da produção e capital, e o surgimento de monopólios foram as principales características. A partir del surgimiento de los monopolios, rasgo fundamental del imperialismo, el proceso de acumulación capitalista produciría una tendencia creciente a la concentración, tanto del capital industrial como del capital financiero. El resultado de esta reorganización fueron grandes monopolios sedientos de nuevos mercados y nuevas fuentes de materia prima, lo que obligaría a la anexión de las regiones menos desarrolladas industrialmente del planeta. En sus palabras “el capitalismo se ha convertido en un sistema universal de opresión colonial y asfixia financiera de la inmensa mayoría de la población mundial por parte de un puñado de países 'avanzados'”.
Esta nueva división internacional del trabajo, orquestada por las naciones imperialistas, les permitió retener altas ganancias y transferir los costos sociales y económicos de mantener su riqueza a otras naciones. De esta manera, pudieron mantener su posición de dominio hegemónico, basada en la reproducción del subdesarrollo, la pobreza y la dependencia de las naciones que sometían, como las de América Latina. En este contexto, vale la pena caracterizar el papel asumido por la burguesía en los países latinoamericanos, pero para ello es necesario resaltar primero una característica fundamental de la economía de los países periféricos, con su economía basada en las exportaciones: a diferencia de los países centrales , en la que la actividad económica está subordinada a la relación entre las tasas de plusvalía y la inversión, en los países dependientes el mecanismo económico fundamental proviene de la relación exportación-importación. Así, aunque la plusvalía se obtenga dentro de la economía, se realizará en el mercado externo, a través de la actividad exportadora. Es decir, el excedente que se puede invertir está directamente influenciado por factores externos, y la plusvalía realizada en la esfera del comercio mundial pertenece en su mayoría a capitalistas extranjeros, quedando la burguesía local –en la economía nacional– sólo una parte de ese excedente. valor. .
Estas pérdidas, sin embargo, fueron compensadas por las burguesías latinoamericanas a través del incremento del valor absoluto de la plusvalía, lo que significa la mayor expropiación y sometimiento de los trabajadores, fenómeno que Marini (2017) denominó como “sobreexplotación de la fuerza de trabajo”, y lo que constituye, en palabras del autor, “el principio fundamental de la economía subdesarrollada, con todo lo que ello implica en términos de bajos salarios, falta de oportunidades de empleo, analfabetismo, desnutrición y represión policial”. En resumen, la compensación a nivel de la esfera de circulación es un mecanismo que opera a nivel de la producción interna en los países latinoamericanos y la superexplotación de los trabajadores está ligada a las fuerzas productivas de estas economías, fundamentalmente por el hecho de que la actividad económica más importante está sujeta a la producción de bienes primarios (MARINI, 1990).
Esta compleja formación económica y social, basada en el latifundio y la tendencia al monocultivo, contó siempre con el apoyo y las ganancias de las clases dominantes, socios minoritarios locales de los capitalistas de las naciones poderosas. Son sectores burgueses que se beneficiaron de intercambios desiguales y actuaron como intermediarios y representantes del capital internacional. Identificar esta particular dinámica de dominación impuesta a los países latinoamericanos es fundamental para buscar construir un verdadero movimiento de emancipación: sin la superación del capitalismo y el imperialismo, que se aprovechan de cimientos enraizados en la herencia colonial, no hay posibilidad de garantizar las condiciones de acceso a los bienes comunes. bienes y riquezas socialmente producidos.
Fue en la profundización de las contradicciones generadas por el avance del poder de Estados Unidos sobre los países de América que se desarrollaron las luchas y reflexiones marxistas sobre el imperialismo y las particularidades del capitalismo latinoamericano. La identificación del imperialismo yanqui como enemigo especial de los demás pueblos de América ya es evidente en las primeras décadas del nuevo siglo. No ocurrió lo mismo, sin embargo, en relación con el carácter deletéreo de las “burguesías internas” antes llamadas “burguesías nacionales”. Y he aquí uno de los temas más controvertidos en los choques teóricos de las primeras décadas del siglo XX, un debate en el que se destacan grandes marxistas que interpretaron auténticamente los problemas nacionales de sus países (e incluso de América Latina en su conjunto), como el peruano José Carlos Mariátegui, el cubano Julio Antonio Mella y el brasileño Caio Prado Júnior, entre otros pensadores.
Cabe señalar que, en estas primeras décadas, además de la mencionada Revolución Rusa (1917) y otros importantes avances en la organización de los trabajadores de la ciudad y del campo –como la Reforma Universitaria de Córdoba (1918), organización sindical, la creación de nuevos partidos políticos y alianzas obrero-campesinas–, también se destaca el impacto de la Revolución Mexicana (1910), proceso que fomentó el intercambio de políticas e ideas entre los pueblos de América.
Las burguesías internas antinacionales de América Latina
Desde una perspectiva ligada a la praxis revolucionaria, además del problema del imperialismo, otro tema fundamental para los pueblos de América es la necesidad de comprender objetivamente la acción política limitante operada por las “burguesías internas” latinoamericanas, una clase dominante que nunca fue “ nacional”, como fue pensado, especialmente en la primera mitad del siglo XX, por ciertos teóricos críticos, pero siempre aliados subalternos de la burguesía en los países centrales del capitalismo. Clases, por tanto, “antinacionales”.
Considerando que el proceso de emancipación política está en el origen de la nación, las secuelas de este movimiento implican las particularidades sociohistóricas de los sectores que componen las clases sociales aquí creadas. El problema, que involucra directamente la cuestión nacional, se vincula con temas recurrentes y fundamentales de la tradición marxista, tales como: las formas y relaciones sociales que se organizan en nuestros países, la sociedad y el Estado (IANNI, 1995).
La reflexión sobre la “cuestión nacional” se remonta al siglo XIX, cuando en Europa había un intenso debate sobre el significado de “nación”. En este período, “naciones” como Serbia, Irlanda y Chequia –pueblos con su propia etnia y lengua– estaban bajo la ocupación de las potencias imperialistas de la época (HOBSBAWM, 1991). Cobra fuerza la idea de que la “nación” se caracterizaría por la “unidad” etnolingüística; y por lo tanto, cada una de estas unidades debía unirse políticamente en un solo estado.
Este tema, tematizado en el contexto del comunismo internacional por Lenin y Rosa Luxemburgo, impone la necesidad no sólo de recuperar la consolidación misma de las instituciones políticas que conducen a la dirección y organización del Estado, sino también de abordar aspectos que explicitan la desigualdad y orden opresivo dominado por las naciones imperialistas.
Para ejemplificar cómo la cuestión nacional fue un tema decisivo para el contexto que precedió a la “Revolución de Octubre”, Rosa Luxemburgo llama la atención sobre el programa del Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Rusia (RSDP) y sus legítimas preocupaciones sobre el tema.. En el programa RSDLP, el líder de los espartaquistas mostró cuán importante era la supresión de los Estados y la completa igualdad de derechos para todos los ciudadanos, sin diferencia de “sexo, religión, raza o nacionalidad” y aún así, proclamó las premisas de que el “la población de la nación debe tener derecho a asistir a escuelas gratuitas y autónomas que enseñen el idioma nacional”, y “a usar su idioma en las asambleas, así como en todos los cargos estatales y públicos” (LUXEMBURGO, 1988).
Entre los exponentes de los partidos comunistas en Alemania y Rusia, es Lenin quien demuestra, además de la lucha de clases dentro y fuera de los territorios nacionales, la existencia de la lucha entre las “naciones opresoras” y las “naciones oprimidas”, que también debe estudiarse en el horizonte clasista la correlación de fuerzas y las condiciones sociales, políticas y económicas que definen las estructuras de una determinada clase social. En un intento por defender la posición de los comunistas en relación a las luchas nacionales para enfrentar al imperialismo, el líder intelectual y bolchevique reconoce que “hasta ahora, nuestra experiencia común en este tema no es muy grande, pero poco a poco iremos reuniendo documentación que es cada vez más abundante” – identificando la cuestión nacional como un elemento decisivo para la consolidación de las “necesidades revolucionarias” (LÊNIN, 1971).
Esta discusión impuso, desde el siglo XIX, grandes debates y divergencias dentro del movimiento socialista: la misma Rosa Luxemburgo disentía de Lenin, por la idea de los “orígenes burgueses de la polémica nacional” (LUXEMBURGO, 1988). Más tarde, el tema se incorporó a los debates sobre el programa del Partido de los Trabajadores Socialdemócratas de Rusia (RSDLP). Lenin, como uno de los líderes del partido, siempre tuvo el tema en la agenda. Sus afirmaciones al respecto indicaron que en Rusia no sería posible hacer triunfar la revolución socialista sin prestar especial atención a la cuestión nacional: porque la ideología de Estado del nacional-liberalismo pretende salvaguardar “los privilegios estatales de la Gran Rusia”. burguesía” (LENIN, 1986).
La polémica con Rosa Luxemburg deriva del entendimiento de Lenin de que el revolucionario alemán no se dio cuenta de lo fundamental que es la cuestión nacional para la autonomía de las naciones y, por tanto, de su importancia para el proyecto revolucionario. Para Rosa, la defensa de Lenin de la cuestión nacional resultaría en la reestructuración del estado nacional burgués. Sin embargo, es importante subrayar aquí que tal valoración no corresponde a las afirmaciones de Lenin, para quien la autodeterminación de las naciones debe ser una de las exigencias del programa del partido revolucionario, que, como tantos otros, sólo puede ser plenamente implementada cuando la revolución socialista es victoriosa.
Se advierte que el esfuerzo de Lenin va en la dirección de elaborar algunas tesis sobre la cuestión nacional, sin quitar del horizonte el “asalto al cielo”, como propósito central dentro del orden del capital y la consecuente lucha de clases que enfrenta el POSDR. El rasgo particular que se desentraña es entender que la lucha de clases se desarrolla dentro de un “terreno nacional”, adquiriendo un “carácter internacional”. La lucha de la clase obrera contra la explotación exige una firme solidaridad y una estrecha unidad de los trabajadores de todas las naciones, así como la resistencia a la política “nacionalista burguesa” es independiente de su nacionalidad. De esta manera, es necesario comprender el carácter de clase de la cuestión nacional para que no genere ilusiones y confusión entre la clase obrera, evitando así, como acertadamente señala Lenin: “dividir para el disfrute de la burguesía”; “la negación del derecho a la libre determinación significará, en la práctica, el apoyo a los privilegios de la nación dominante” (LENIN, 1986).
En América
Cuando observamos el caso de América, pronto nos damos cuenta de que esta noción de “nación”, a diferencia de los europeos e incluso de los asiáticos, no conviene a nuestros pueblos. No es adecuado pensar en nuestras naciones mestizas predominantemente en términos étnicos y mucho menos lingüísticos (dados nuestros idiomas impuestos por las metrópolis). Estos formatos prefabricados de interpretación que nos llegaban (y aún nos llegan) de la realidad europea, perturbaron la autenticidad de muchos análisis de la tradición crítica, especialmente hasta mediados del siglo XX.
Para entrar en este debate, primero es necesario darse cuenta –como muestra Caio Prado (2000)– de que nuestros países se constituyeron a partir de la expansión mercantil de las fronteras europeas. Esta condición nos sitúa en la “periferia” del capitalismo, este sistema cuya consolidación estaría basada no sólo en las riquezas materiales, sino también en el conocimiento americano (CASTRO, 1951).
Tales discusiones fueron centrales en estos tiempos de formación de una auténtica reflexión sobre las realidades nacionales, conduciendo a una polarización problemática: en uno de los extremos, los marxistas de concepción mecanicista o dogmática, que pretendían enmarcar artificialmente nuestras realidades en el modelo europeo ( considerado entonces como "universal"); por otro lado, los intelectuales progresistas, a veces cercanos al marxismo, pero excesivamente relativistas, que se apartan de la tradición crítica totalizadora al exagerar las supuestas “especificidades regionales” de sus pueblos (LÖWY, 2006).
De estas dos concepciones defectuosas surgirían errores de interpretación histórica que conducirían a graves errores políticos. En el campo de las ideas revisionistas, se destaca el pensamiento nacionalista-ecléctico de Haya de la Torre -de la Alianza Popular Revolucionaria Americana-, quien defiende que el marxismo sería un pensamiento “europeo”, nacido de sociedades extranjeras, y que por tanto sería No sirven los análisis de la América. Esta es una posición derivada de la pequeña burguesía, y que resultaría en una suerte de indigenismo “filantrópico” (MARTINS-FONTES, 2018).
Haya visitó la URSS y fue admirador de Lenin, pero no del Lenin total –intelectual y hombre de acción–, sino del gran líder que movilizaba multitudes. Además, absorbió ciertas ideas antiimperialistas (HAYA DE LA TORRE, 2017) –pero solo en la medida en que interesó al paternalismo burgués-nacionalaprista, con sus pretensiones de gran vanguardia libertaria.
En el otro polo de estos desaciertos, el error del marxismo vulgar (de matriz eurocéntrica) deriva del intento de elaborar los problemas de América dentro de esquemas que, si bien pudieron ser correctos en el caso de los pueblos europeos, no fueron adecuados para nuestros pueblos, perjudicando la elaboración de una visión más justa que hubiera podido tener eficacia práctica. Este problema tuvo su “resolución” histórica, como se sabe, en la dura derrota sufrida por el movimiento socialista en nuestros países a partir de la década de 1960, con la instalación de regímenes militares contrarrevolucionarios de perfil bonapartista (RAGO FILHO, 2001).
Entre las cuestiones fundamentales en torno a estos debates está la idea de que en nuestras naciones el colonialismo había moldeado modos de producción “feudales” –y que esto nos dejó remanentes después de la independencia, por lo que era necesario realizar una “revolución burguesa” previa– . Una consecuencia de esto sería la orientación estratégica que defendía la alianza de los comunistas, de manera sumisa, frente a fracciones de las clases dominantes (partes de la burguesía que se creía tenían intereses “nacionales”).
A partir de las vastas consecuencias sociales y teóricas de la Revolución Rusa, se crearía la Internacional Comunista, organización dentro de la cual se profundizarían las discusiones marxistas sobre la realidad de los pueblos de América. En estos nuevos debates, grandes pensadores críticos norteamericanos pasarían a tener un papel protagónico, brindando acertadas interpretaciones histórico-dialécticas de nuestros problemas nacionales, conceptos que convergen en la necesidad de un movimiento obrero independiente (uniendo campo y ciudad), que -aunque puede establecer alianzas urgentes urgentes – no someterse a grupos burgueses supuestamente “nacionales” (inexistentes). Hoy, en un contexto de recrudecimiento de la crisis estructural del sistema, con el consiguiente aumento de la violencia capitalista (actualmente en forma neoliberal), vemos el verdadero rostro de la burguesía latinoamericana: capitular, antinacional y hasta fascista, cuando siente su poder amenazado.
*Yuri Martins-Fontes Doctor en Historia Económica (USP/CNRS). Autor, entre otros libros, de Marx en América: la praxis de Caio Prado y Mariátegui.Alameda).
*Solange Struwka es ddoctorado en psicología social por la USP.
*Paulo Alves Jr., doctor en sociología por la Unesp, es profesor de historia en la Unilab (BA).
Versión revisada de la primera parte del artículo “El pensamiento crítico y la cuestión nacional en la América Latina de entreguerras”, capítulo del libro La dimensión cultural en los procesos de integración entre los países latinoamericanos (Prolam-USP/FFLCH-USP, 2021).
Referencias
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Nota
[i] Cayo Prado Jr. extiende su idea de Brasil a América Latina en un interesante manuscrito, lamentablemente poco conocido y que aún no ha sido publicado en un libro por problemas relacionados con los derechos de autor, ya que el autor aún no ha hecho pública su obra, y sus herederos aún tienen derechos económicos derechos sobre los escritos marxistas y difusión de ideas; ver: “Zonas tropicales de América” (11/07/1936), perteneciente al Fondo Caio Prado Jr./ Archivo IEB-USP: referencia CPJ-CA024a, p.89-117 (cuaderno).