Nota sobre el lugar del discurso

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por RENATO ORTIZ*

El sujeto sociológico puede “hablar” de los temas más diversos, pero sin olvidar que no tiene el monopolio de la interpretación de lo social.

Todo discurso está anclado en algún lugar, es decir, en un espacio específico desde el que se enuncia un significado. Por ejemplo: el discurso filosófico. Supone la existencia de una tradición (conceptos, temas, estilo, autores) dentro de la cual se inserta y desarrolla la reflexión. O el discurso literario, con sus reglas y normas que definen un territorio en el que se expresan demandas narrativas y estéticas.

Existen múltiples discursos que se entrecruzan entre sí (médico, jurídico, etc.) y que se visualizan unos a otros en función de sus especificidades; En términos más abstractos, “hablan” desde un lugar. La idea de “lugar del habla” (las comillas son intencionales), sin embargo, surge como una especie de marcador de otros significados en el debate contemporáneo.

No se trata sólo del espacio desde el que se enuncia, sino también de “quién” enuncia. El “lugar” y el “quién” adquieren entonces relevancia. Con el surgimiento de los movimientos feministas, los estudios de género y las más diversas reivindicaciones identitarias, la expresión ganó rápidamente legitimidad y pasó a formar parte del léxico actual, extendiéndose desde la esfera de la política al conocimiento. Este es el contexto de esta breve nota que escribo, en la que quisiera comprender la relación entre lugar de discurso y Ciencias Sociales.

Mi esfuerzo crítico y reflexivo será explicar las virtudes y problemas que de ello se derivan. Empiezo por las virtudes. Para ello, vuelvo a una vieja discusión muy querida por Karl Mannheim. Dijo que el pensamiento permanecería incompleto mientras sus marcas sociales permanecieran ocultas. Cito al autor: “La tesis principal de la sociología del conocimiento es que afirma la existencia de modos de pensamiento que no pueden ser comprendidos adecuadamente mientras sus orígenes sociales permanezcan oscuros” (Mannheim, 1982, p. 97).

Objetivar lo que estaba oculto implicaría una ganancia de conocimiento. Es en este marco que se insertó la cuestión de las clases sociales; Era necesario hacer explícita esta condición del pensamiento para que, finalmente, pudiéramos sortearla (no necesariamente superarla); De esta manera la sociología dejaría de ser simplemente “burguesa”.

Karl Mannheim ciertamente no sospechaba las condiciones que marcan actualmente la discusión sociológica –género, raza, etnia, colonización–, sin embargo, la dimensión epistemológica a la que se refería permanece: cómo objetivar las condiciones restrictivas del sujeto dentro de un campo dado del conocimiento. En este caso es importante el marco intelectual en el que se sitúa el pensamiento, lo que nos lleva a la pregunta del “quién”.

Un ejemplo: estudios de género en arqueología. Por un lado, hacen explícito un aspecto importante de la historia del homo sapiens: la dominación masculina. Los datos materiales (no podemos olvidar que el fundamento de la Arqueología son los restos materiales: huesos, flechas, piedras, restos de viviendas, instrumentos, cerámicas) revelan que las sociedades pasadas, al menos a partir del Neolítico (existen dudas sobre si debemos incluir o no parte del Paleolítico) están segmentadas y son desiguales. La división sexual del trabajo indica la existencia de una jerarquía de género alejada de la imagen del primitivismo igualitario imaginada por varios autores.

Sin embargo, los estudios de género no se limitan a la cuestión de la dominación masculina; abarcan un aspecto propiamente conceptual. Se trata de una crítica a un determinado modo de conocimiento, en este caso, la Arqueología como disciplina científica. Se afirma así que el statu quo disciplinar, es decir, la tradición en la que se anclaba el conocimiento, estaba marcado por un sesgo masculino, dejando las certezas y las dudas en la sombra. No fue simplemente la “invisibilidad de las mujeres” en los estudios arqueológicos lo que causó el problema, sino también conceptos distorsionados por el paradigma actual.

Un ejemplo interesante es la relación entre tumbas y armas. Varios descubrimientos de tumbas habían favorecido una interpretación común: las armas eran evidencia de una práctica bélica exclusiva de los hombres. Pero ¿cómo explicar la existencia de armas en las tumbas de mujeres? ¿Existieron sociedades de mujeres guerreras (existe un mito sobre la existencia de las amazonas y el matriarcado)? ¿O simplemente debería repensarse la relación entre tumbas y armas? De hecho, la evidencia empírica considerada por la Arqueología era la existencia de “entierros con armas”, este era el dato objetivo.

Sin embargo, de ello se pueden inferir varias cosas: las armas serían un objeto de estado social de los muertos (hombres o mujeres); tendría un significado religioso desconocido; o incluso dar testimonio de las huellas de un guerrero adorado por sus pares. Lo que importa en el ejemplo considerado es que es heurístico, es decir su relevancia. Revela que el conocimiento previo era insuficiente y sesgado, pero tras la crítica feminista avanza. O como dicen algunos autores, hay una historia de la ignorancia y del conocimiento, y ésta abarca, entre otros, el mundo de la ciencia. La iluminación es el fruto de la superación.

La idea de lugar de expresión tiene también una dimensión política, éste es, de hecho, el rasgo que destaca en el debate de ideas. Se refiere a la posición que ocupan ciertas “minorías” en la sociedad; a grupos subordinados que buscan afirmarse como tales. En el ámbito público, los discursos silenciados pueden así manifestarse en una situación de paridad con respecto a los demás. En este sentido, no tengo ninguna duda: es un enriquecimiento de la democracia. Ésta es otra virtud. Vale la pena recordar que en el ámbito público desde el siglo XIX se han expresado diferentes voces, por ejemplo, la de los trabajadores y la de la burguesía.

Basta leer los periódicos socialistas, anarquistas y más tarde comunistas (que se encuentran en bibliotecas especializadas) para confirmar la existencia de un conflicto latente entre diferentes “discursos”. La esfera pública siempre ha sido un territorio de disenso. Sin embargo, esta diversidad de actores no necesariamente incluía protagonistas como: mujeres, negros, indígenas, homosexuales.

En cierto modo, es la entrada reciente de estos actores lo que crea tensión en el debate en el que discursos distintos y deslegitimados reclaman reconocimiento. El lugar de la palabra presupone pues la presencia de una injusticia social y la necesidad de posicionarse frente a ella. Pero ¿qué pasa con el papel del “quién”, de aquel que enuncia el discurso, desde esta perspectiva?

Vuelvo a una cita de una intelectual negra en su lucha contra el racismo: “En una sociedad como la brasileña, con una herencia esclavista, los negros vivirán el racismo desde el lugar de quien es objeto de esta opresión, desde el lugar que restringe las oportunidades debido a este sistema de opresión. Los blancos lo experimentarán desde el lugar de aquellos que se benefician de esta opresión. Por lo tanto, ambos grupos pueden y deben discutir estos temas, pero hablarán desde lugares diferentes. “Lo que decimos, principalmente, es que queremos y exigimos que la historia de la esclavitud en Brasil sea contada desde nuestra perspectiva, y no sólo desde la perspectiva de los que ganaron”. (RIBEIRO, 2019, pág. 48).

El pasaje es sugerente y nos remite a dos temas: legitimidad y experiencia. Contar lo que sucedió de otra manera es confrontar la autoridad de otros discursos. Se trata de sentar las bases de un “discurso” que estaba subvalorado en la esfera pública (en Brasil la expresión “¿sabes con quién estás hablando?” es la afirmación del privilegio como derecho, es decir, del silencio del otro). La disputa implica “ser escuchado” a pesar de las jerarquías sociales, la subordinación o el estigma existentes.

Pero la cita también resalta un aspecto crucial del debate: la noción de experiencia. La apropiación que hace el autor del término “experiencia” es expresiva. Poco utilizado en el lenguaje común portugués, adquiere una configuración particular cuando se asocia al discurso político. Experimentar es distinto a intentar; La experimentación suele limitarse al aspecto objetivo de la acción; La experiencia se refiere a lo subjetivo, a los sentimientos y emociones. De ahí que el concepto se utilice en psicología y psicoanálisis, donde los sentimientos y las emociones cuentan como elementos decisivos en el proceso terapéutico.

La transposición de la dimensión existencial a la esfera de la política es reciente (es decir, de hace algunas décadas). Durante gran parte del siglo XX, el debate político se llevó a cabo en términos de conciencia, por ejemplo, “conciencia de clase”, o desde una perspectiva fenomenológica, “autoconciencia” (de ahí la propuesta de Sartre de una literatura comprometida, que despertara al lector a la acción). Tomar conciencia de las contradicciones sociales sería un acto individual necesario para superar una situación de alienación. Este aspecto no desaparece en el mundo contemporáneo, los partidos políticos y los movimientos identitarios luchan por crear conciencia entre aquellos a quienes se dirigen.

Por ejemplo, las feministas deberían considerar una serie de estrategias para que las mujeres “tomen conciencia” de la dominación masculina (este es precisamente el caso de la violencia doméstica). Sin embargo, se añade una nueva capa, la de los sentimientos y las emociones. La experiencia se convierte así en un aspecto crucial de la propia autoconciencia. En este sentido, la dominación adquiere un aspecto objetivo y subjetivo, y esta subjetividad, inmersa en sentimientos, permeada por contradicciones sociales, debe ser tomada en consideración.

El lugar de habla tiene por tanto un doble sentido: remite a una posición social específica y a una experiencia dentro de este espacio de subordinación. Sin embargo, al considerar la relación entre el lugar del habla y las ciencias sociales hay problemas. Un primer aspecto a destacar es que todos los grupos sociales tienen una concepción de sí mismos. Este es el caso de las élites, ellas tienen un “lugar donde hablar”. Sus miembros ocupan la misma posición de clase y experimentan una vida común.

Tomo un ejemplo de mi propia investigación: el universo del lujo (Ortiz, 2019). Una de las cualidades de los objetos de lujo es su rareza, es decir, algo que no se puede encontrar “en todas partes”. Por ejemplo, Acqua di Cristalo. La botella fue diseñada para reproducir un dibujo de Modigliani y contiene 750 ml de agua de Fiji, Francia y un glaciar de Islandia; Se mezclan 5 mg de polvo de oro de 23 quilates, esencial para el sabor y la salud. O los relojes fabricados con trozos de un meteorito que cayó a la Tierra hace 8.000 años, originario de una constelación entre Saturno y Marte.

La rareza se asocia a la excentricidad de los materiales (el agua de un glaciar o los restos de un meteorito), pero también a las virtudes del arte (el dibujo de Modigliani) y, por supuesto, al precio7. Como dice uno de estos intelectuales originarios de la zona: “Si nos comportamos como Danone o Nestlé, el consumidor nos pone al mismo nivel. “Si el lujo está en cada esquina de las calles, ya no es lujo” (Sicard, 2005, p. 291). Los ejemplos podrían multiplicarse, pero mi intención es destacar un aspecto del argumento: la existencia de un “discurso”. ¿Sería equivalente al conocimiento sociológico?

Ciertamente no, el análisis sociológico se sitúa en otro registro, en otro “lugar”, permite pensar de manera diferente a la concepción del mundo (algunos dirían ideología) de quienes lo experimentan. Puedo afirmar pues: el lujo es al mismo tiempo transnacional e hiperrestringido. En otras palabras, su alcance es global (existe un mercado global de bienes de lujo: automóviles, yates, jets privados, etc.), pero está restringido al mundo de los ricos. En este sentido, el lujo y el mundo de los ricos comparten cualidades homólogas, definen un espacio en el que sólo unos pocos son “ciudadanos con derecho a derechos”.

El mundo globalizado no es un espacio sin fronteras, de hecho, se produce la creación de nuevas fronteras, delimitan un territorio que se define y lo diferencia y separa de otros. Es posible considerar otros casos de discursos hechos desde lugares diferentes (clases trabajadoras, empresarios, grupos religiosos, etc.), sin embargo, es importante retener lo relevante, la diferencia de registro en relación a las Ciencias Sociales. No hay duda de que las religiones contienen una concepción del mundo, son capaces de explicar el destino de los hombres y guiarlos en su conducta, pero no constituyen explicaciones sociológicas o antropológicas.

Las Ciencias Sociales tienen como objeto de estudio “discursos” diferentes, pero su “discurso” es de naturaleza distinta. Otra característica a considerar puede resumirse así: “Las Ciencias Sociales no se basan en la experiencia de quienes las practican”. Pongo la frase entre comillas para demarcarla en el texto y diferenciarla de otro tipo de enunciado: “en las Ciencias Sociales el sujeto es un elemento activo en la elaboración de este tipo de conocimientos”. Subrayo que se trata de afirmaciones distintas. Decir que el sujeto interfiere en la construcción del objeto es revisitar una controversia clásica entre los científicos sociales (véase Max Weber).

Sin embargo, esto no significa que el conocimiento se base en la experiencia, sino que la intervención del sujeto debe ser considerada y hecha explícita en el acto mismo de constituir el conocimiento. Incluso debe considerarse bajo la atenta mirada de la “vigilancia epistemológica” (Bourdieu; Chamboredon; Passeron, 2015). No es difícil entender por qué las disciplinas de las humanidades tienen poco en común con la idea de experiencia o experiencialización. Sólo hay que recordar que los historiadores escriben sobre el mundo helénico sin tener ningún tipo de participación en él; o en Arqueología, cuyo contacto existencial con un pasado lejano sería una fantasía.

Pero incluso en relación con el presente, la cuestión de la experiencia no se plantea como necesaria. Vuelvo al ejemplo del lujo. Como investigador puedo trabajar sobre el tema del lujo, sin embargo, no participo en este universo; No tengo un jet privado, no viajo en yate por el Mediterráneo, no voy a buques insignia En la Avenida Montaigne de París o en el Cuadrilátero Mágico de Milán, no disfruto de mis vacaciones en hoteles palaciegos. En otras palabras, no “experimento” este universo.

Otro ejemplo, la investigación sociológica sobre el hambre no implica necesariamente la experiencia del hambre, su objetivo es comprender las contradicciones que engendran este drama social. Incluso en antropología, con el método de observación participante, la pregunta se plantea en otros términos. La noción de participación es un dispositivo para aproximarse a algo distante y comprender ciertos aspectos de la realidad; La proximidad funcionaría así como una ventaja metodológica para el pensamiento. Esto es lo que hacen los antropólogos cuando estudian a grupos indígenas, una comunidad en las afueras de grandes ciudades, una corporación empresarial.

Sin embargo, la distancia entre investigador/investigado permanece a pesar del esfuerzo metodológico realizado; la aproximación no elimina la diferencia. El antropólogo puede experimentar algunas situaciones específicas en las que su objeto se encuentra inmerso, pero no se encuentra en la misma posición social que los miembros de esa comunidad, en este sentido, no experimentan las mismas emociones y sentimientos. De hecho, la experiencia personal en las Ciencias Sociales implica una ambigüedad, puede ser un obstáculo o una virtud.

Un obstáculo cuando alguien está tan cerca del objeto que no puede separarse de él: el activista político que escribe su tesis sobre el partido de su elección; el sacerdote que escribe sobre la sociología de la religión; el antropólogo indígena que trabaja sobre las relaciones de parentesco de su grupo de origen. En este caso el dilema es cómo desarrollar un dispositivo metodológico de distanciamiento, la proximidad obstaculiza. La virtud se da cuando aporta dividendos a la reflexión.

Lo familiar puede traducirse al lenguaje conceptual como una ganancia metodológica. Recuerdo a Frantz Fanon y su hermoso libro. Mascarillas blancas de guisante negro (1952). Su texto se basa en un doble enfoque: objetivo, las razones sociales del racismo, en particular la situación colonial; y subjetivo, tal como lo internaliza la persona negra. La experiencia del autor como hombre negro, las adversidades raciales que experimentó en primera persona, actúan como estímulo para el pensamiento y la reflexión. Sin embargo, incluso tomando en consideración este aspecto, mi afirmación anterior permanece: en las Ciencias Sociales, el lugar del discurso no está definido por la experiencia de quien lo practica.

El sujeto sociológico puede, entonces, “hablar” de los temas más diversos: raza, clase, etnia, género, literatura, confucianismo, liberalismo, violencia, relaciones de parentesco, relaciones internacionales, globalización, etc. El registro en el que se inserta su discurso le permite tal amplitud. Sin olvidar, sin embargo, que no tiene el monopolio de la interpretación de lo social. Los límites de las Ciencias Sociales son porosos, están siempre en tensión debido a la política, el sentido común, la religión, el mercado, los medios de comunicación, los movimientos identitarios. Pero ésta es una dimensión constitutiva de su identidad.

* Renato Ortíz Es profesor del Departamento de Sociología de la Unicamp. Autor, entre otros libros, de El universo del lujo (Alameda). Elhttps://amzn.to/3XopStv]

Referencias


BOURDIEU, Pedro; CHAMBOREDON, Jean Claude; PASSERON, Jean Claude. La profesión de sociólogo: metodología de la investigación en sociología🇧🇷 Petrópolis: Voces, 2015.

FANÓN, Frantz. Mascarillas blancas de guisante negro. París: Seuil, 1952.

MANNHEIM, Karl. El concepto sociológico del pensamiento. En: FORACCHI, Maria Alice (org.). Mannheim. Colección Grandes Científicos Sociales. Nueva York: Routledge, 1982. pág. 96-100.

ORTIZ, Renato. EL Universo de lujo. São Paulo: Alameda, 2019.

RIBEIRO, Djamila. lugar de habla. Nueva York: Oxford University Press, 2019.

SICARD, Marie-Claude. El escondite del deseo de los resorts. París: Village Mondial, 2005.


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