por PAULO EDUARDO ARANTES*
Reflexiones sobre los significados de los hechos de 1968.
En Brasil
Seguí los acontecimientos de mayo de 1968 como joven profesor de filosofía en la facultad de la Rua Maria Antônia. Como recién llegada, May colapsó en mi primer semestre de enseñanza. Me tomó, pues, por sorpresa, todavía inseguro en el ejercicio del nuevo cargo, aterrorizado de no estar a la altura de la confianza de mis mayores. Contestación en ese ambiente escolar de conformidad, de ninguna manera, sólo por inercia o mimetismo. Por cierto, ¿concurso de qué? Incluso los “liderazgos”, como se decía, del movimiento por una Universidad crítica, eran un poco heterogéneos.
Salvo las excepciones habituales, todos estaban razonablemente en contra de la dictadura militar y del mediocre conservadurismo ambiental que la había despertado en la somnolencia de los cuarteles. Sin embargo, a favor de los buenos cursos ofrecidos, especialmente si se compara con la vida aburrida de las grandes escuelas. En el caso de mi departamento, por ejemplo, los estudiantes -además de palpitar en la gestión, a la que pronto abandonaron en cuanto la rutina sustituyó a la agitación de las primeras semanas de ocupación y huelga- querían menos Plato y Bergson y un poco más Marx y Lenin, pero estudió según los métodos filológicos habituales.
No quiero decir que el clima fuera templado en medio de la habitual charla ideológica. Al contrario, había mucha aprensión, porque la represión podía amainar en cualquier momento, como de hecho sucedió con el incendio de nuestro edificio y la muerte de un estudiante a balazos.
En esas condiciones, realmente no era posible entender mucho, por no decir casi nada, sin querer desquitarme con el ambiente relativamente pacífico, aunque exasperado por el contraataque todavía mal asimilado del 64, que sin duda se debía a mi ineptitud personal. . Nuestras lumbreras sociológicas también seguían diciendo que todo eso se iba a quedar en nada, ya fuera en París o en Brasil (no sé si era la rima de Lamartine en Joujou y Balagandans), quizás porque así lo querían junto con las CGT de la vida.
Estaba de moda, además, en las más altas esferas del saber mariantoniano -un manual por el que rezaba con sincera piedad- criticar al pobre Marcuse, por falta de rigor, por supuesto. El Gran Rechazo no dependía realmente de nosotros: con suerte nos libraríamos de la dictadura y trataríamos de encontrarle una salida al país, lamentablemente pro-sistémico, ya que el antiuno, quemado por los soviéticos, solo podía conducir a tonterías, por decir lo menos.
Pero hablando de Marcuse, hubo bastantes quid pro quos sobre él. Triunfó en los círculos radicales de preparación para la lucha armada como maniobra de vanguardia proletaria, pero su libro principal demostró cómo el capitalismo tardío fue recuperando (en la jerga gauchesca de la época) y revirtiendo en su contrario todas las tendencias subversivas cualitativamente nuevas del sistema. ; pero, por otra parte, cuando se admitiera la brecha, las clases llamadas fundamentales no pasarían por ella.
Volviendo a mi cero comprensión. Simpatizó, pero no vio nada. Entonces cuando Roberto (Schwarz), en un memorable ensayo, relató lo que todos habíamos vivido, me avergoncé de mi miopía de entonces, agravada por nuestro horizonte filosófico. Tampoco fue por nada. El síndrome mundial conocido como Mayo del 68 parisino había estallado entre nosotros en un escenario que era ardientemente opositor, una cultura de izquierda en gran medida hegemónica pero socialmente confinada, que predicaba para los conversos: la contestación en espacios cerrados (y llenos de gente, como en festivales de canciones o teatros). sólo que podría exasperar los malentendidos homéricos. Solo recuerda la forma subversiva de Tropicália de transformar la contracultura en atractivo comercial. O la nueva izquierda refrescando viejas consignas: del llamado arte social al centralismo democrático.
De 1789 a 1968
Si 1789 es el resultado de una larga lucha entre acumuladores de capital por la acumulación de capital (el absurdo fin habitual en sí mismo) y no una lucha “progresista” entre “modernidad” y “atraso” (feudal, en este caso) y si, además, tomándose ciertas libertades con el llamado período de acumulación primitiva, consideramos que en 1789 hacía por lo menos tres siglos que ya estaban en marcha las principales instituciones de acumulación sin fin, propias del capitalismo como sistema histórico (desde la desigualdad y polarizando la división mundial del trabajo hasta la competencia interestatal por los beneficios de la acumulación), la visión del capitalismo emergente de la transición del Antiguo Régimen al nuevo orden burgués, etc., es al menos demasiado estrecha: todo esto para decir que, en este línea de razonamiento (que la adopto provisionalmente, sólo para poner a prueba la imaginación “oposicional” de la gente, porque al fin y al cabo, si no fuera por eso, no tendría ningún significado relevante, más esta rutinaria efemérides, los treinta años de 68) 1789 fue un arreglo “sistémico” entre los mismos estratos dominantes que tres siglos antes había revertido con éxito la tendencia hacia el igualitarismo económico relativo que se anunció con el colapso de la Europa medieval.
En otras palabras, una gran convulsión antisistémica como la de 1968 no puede ser parte de la misma serie inaugurada en 1789. Contraprueba: no es casualidad, dando la vuelta al mundo, lo que empezó en 1968 (y no terminó en 1968, un flash in la cacerola que no trabajaba nada), además de ser antiimperialista, también se oponía a la vieja izquierda, que desde un principio había alineado la “revolución proletaria” con la perspectiva histórica de la “revolución burguesa”. Ahora bien, quien así se oponga a la idea heredada de “progreso” como matriz cultural que legitima el capitalismo histórico está, sin duda, le guste o no, señalando que la forma política heredada ha llegado a su límite histórico.
Como no puedo extenderme sobre otro lugar común, los “nuevos movimientos sociales”, etc., recuerdo otro punto, dentro del mismo modelo explicativo que dio lugar a la pregunta: la serie que culminó en 1968 y terminó allí comenzó con los primeros anti- rebelión sistémica de los tiempos modernos (pax británico), 1848: la actual desintegración de la política como esfera autónoma, ahora engullida por la mercantilización total, hace que la vieja coreografía progresista, la pas de deux o pas de trois, reação conservadora, liberalismo (hegemônico) e sua derivação radical, o socialismo, também deixou de balizar a guerra social entre acumuladores de dinheiro e poder e as várias classes que vão resvalando (ou se alternando) para o leito comum da alienação e da exploração sin límites.
Dicho esto, creo que sería bueno recordar que 1968 abrió casi una década de luchas sociales, y que en realidad sólo fue sepultada por la contrarrevolución liberal conservadora. ¡Reagan-Thatcher no se esforzaría tanto por romper la espalda de un movimiento sindical supuestamente muerto! La semilla de la globalización (o como se llame a la dictadura fraudulenta de los mercados financieros sostenida por la reanudación (…) de la hegemonía estadounidense) se plantó como respuesta a la crisis de gobernabilidad (en el sentido conservador de la fórmula) desencadenada en 1968 (la crisis fiscal del Estado no tiene sólo raíces económicas endógenas, el fordismo no estalló sólo por su éxito).
Incluso nuestro “milagro” periférico tiene que ver con la liquidez internacional buscando rentabilidad bloqueada en los países centrales; e incluso nuestro ABC de 1978 en huelga se puede ver en la línea de la turbulencia de los años 70 (sindicalismo de combate, etc.), quizás más crucial que la década de 1960. Si estas impresiones tienen sentido, la famosa adhesión sistémica de la obra, cooptada por los beneficios de la Estado de bienestar, hay que contarlo. Además de la impresión (...) de que volveríamos a vivir (como pensó Marcuse en 1964, al abrir el hombre unidimensional) en una sociedad sin oposición. Esto no quiere decir que el momento de la llegada de una ola no siga siendo una sorpresa.
La ideología francesa
Como inmortaliza un célebre artículo de Viansson-Porté en Le Monde en marzo de 1968 (las cosas empezaban a desbordarse en Nanterre), Francia se moría de aburrimiento. En el lado intelectual, este hastío se expresaba en la falsa glosa del estructuralismo, una venganza profesional, no por casualidad epistemológica (¡ay!), contra las formas libres, la falta de decoro amateur de la transformación “existencial-marxizante” del post- inteligencia de guerra francesa.
Como dos siglos antes con la Ilustración, 1968 pisoteó las cavilaciones mordaces del estructuralismo contra la historia y otras diacronías similares. La propia Ideología Francesa llegó a administrar el botín de la brecha en 1968, por supuesto renegando de la fase anterior. De la noche a la mañana, todos se volvieron gauchistas... y antimarxistas, porque después de todo, la famosa clase obrera rechazó el fuego en el momento del gran punto de inflexión: entonces habían "deseado" la "servidumbre voluntaria".
Esta inverosímil fabricación fue la luz verde para todo tipo de fantasías teóricas sobre el Poder (una entidad metafísica sustitutiva), del “capitalismo energético”, que, sin embargo, invitaba a la alienación afirmativa de las pulsiones y otras clivajes sublimes. Y esto mientras el mundo cambiaba de eje (el polo dinámico de acumulación amenazaba con trasladarse a Asia y, mientras tanto, los maoístas parisinos deliraban en el zoológico de Vincennes).
Luego vino la zancada Reagan-Thatcher y el apoteótico ascenso del dinero a los cielos: se negó el tercermundismo imaginario del período anterior (diferencia, margen, etc.), se reformó milagrosamente la sociedad disciplinaria, se descubrió la condición posmoderna. .-moderno como solución campesina, Foucault redescubrió la ética, el sujeto y la estilización de la existencia, etc. Sin por ello dar razón a sus adversarios –quienes, por cierto, acuñaron la fórmula peyorativa “pensamiento medio ocho”– que redescubrieron la Europa de Husserl y Habermas como la cuna de la Teoría, el último refugio de la humanidad (europea) frente a la patologías (remediables) del nuevo orden a nivel mundial, etc. etc. Pensando en retrospectiva, hubo incluso un pequeño ímpetu radical en esa década de 1970, incluso, examinándolo bien, por supuesto, para sentir nostalgia cuando uno observa el aburrimiento que siguió en el ajuste de la era Mitterrand.
Desde donde se ve que el divorcio, o desconocimiento mutuo, no puede ser mayor, entre la clandestinidad del fordismo en descomposición y las piruetas del posestructuralismo, o bien todo por hacer, tomando la cosa del otro lado: quién garantiza me dijo que la microfísica del poder ¿No era una teoría involuntaria del vacío dejado por el colapso de la modernización keynesiana antes del retorno al orden en forma de un comentario interminable sobre el final de las grandes narrativas, etc.?
En resumen: para evitar la amalgama, nada en común entre la crítica premonitoria del sistema entonces en plena expansión como se lee en la obra de los situacionistas, en particular en la sociedad del espectaculo, de Guy Debord, no hay nada en común entre este autor irrecuperable que de hecho anticipó la ruptura de 1968, y la estilización de su posterior decadencia, por ejemplo en las cavilaciones de Braudrillard sobre el “simulacro”, concepto bastardo que no por casualidad es fruto del despojo de la noción situacionista de “espectáculo”, derivada a su vez de la crítica materialista a la economía política en sus inicios.
Los significados de mayo de 1968
Se ha escrito una biblioteca sobre Mayo del 68, pero aún sabemos poco, y cada vez menos hasta descifrar la crisis actual, la clave de la periodización que nos permitirá sustraer esa conmoción mundial del imperio de los clichés, no importa si a favor o en contra (llego a preferir la opinión de los conservadores a la celebración habitual). Incluso en la década de 1970, comenzó a extenderse la idea de que la explosión de mayo simplemente había abierto la puerta a la americanización de Francia, hasta entonces arraigada en su excepcionalidad.
No diré que no. Fíjate si abuso, si es demasiado dialéctica para que el buey se duerma: una revuelta antiautoritaria, una reivindicación explosiva del derecho a la diferencia como fin de todas las alienaciones que al mismo tiempo esparce las relaciones mercantiles por toda la extensión. del campo social, como si el aparato productivo estuviera colonizando la energía social que se liberaba en la lucha contra él. Por otro lado, nueve millones de huelguistas durante tres semanas en un país central no es una broma menor. ¿Cómo nos quedamos? Al mismo tiempo la mayor rebelión de masas antifordista y la consumación del fordismo en los Acuerdos Grenelle de junio de 1968 – al menos ese es el escenario de los “regulacionistas” franceses.
No está de más seguir el guión de los “regulacionistas”: Gran rechazo masivo a la regulación fordista en todas sus formas (entre paréntesis: la sociedad totalmente administrada que los frankfurtianos consideraban un monolito congelado); paulatino alineamiento de los nuevos movimientos sociales del post-68 con la izquierda del compromiso fordista, cuya noción de progreso social implica precisamente un aumento del poder adquisitivo de las masas y, en consecuencia, una extensión del reino de las mercancías al mismo tiempo que el estado de bienestar desmercantiliza una parte fundamental de la fuerza de trabajo, pero por vía administrativa y por tanto una nueva ronda de marcos alienantes; en 1981 todos juntos en la canasta de un nuevo programa común llegan al poder; Menos de dos años después, el famoso compromiso fordista entraba en coma y, retrospectivamente, mayo del 68 era la señal de que su base material había comenzado a hundirse.
La contracultura del medio ocho fue cogida con mal pie: la crisis de los 1980 –el ajuste conservador a una nueva hegemonía global que había enterrado el “desarrollo” en favor de la norma no negociable de una economía “soluble”–, vista de nuevo en retrospectiva, revela un movimiento de contestación de ideas y comportamientos acumulando argumentos libertarios a favor del liberal-productivismo antes de su triunfo. En el momento de esta última, la adaptación vendrá de forma natural ya que no necesita desheredarse de la antigua puesta en escena de rebelión
Véase entonces el caso Cohn-Bendit. Si alguien quiere desmoralizar al movimiento de Mayo del 68, que siga los gestos de este alto personaje. Que entra en juego en Nanterre y luego en las sucesivas noches de barricadas y anfiteatros abarrotados con un sorprendente sexto sentido para sincronización de los medios de comunicación; hoy héroe europeo de la sociedad de mercado y calumnia analfabeta del único “filósofo” que entendió lo que estaba en juego en 1968 (Marcuse).
Pues bien: todo sucede como si una especie de ironía objetiva (al fin y al cabo, eso es el capitalismo, o mejor dicho, acaba de pasar de la ironía a la etapa del cinismo objetivo) convirtiera permanentemente la crítica situacionista de la sociedad del espectáculo en su contrario. : Después de todo, ¿qué fue 1968 sino, o también, un Gran Espectáculo? Ahora bien, el nominado Dani Vermelho-Verde, ambiguo desde el principio hasta la raíz, ¿qué hizo sino ponerse al día -y manipular, en consecuencia- con la espectacularidad de todo acto político tras el fin de la política clásica? esfera que, precisamente si se presenta como tal, se integró al orden mercantil, en 1968?
Contraprueba, pasando del núcleo orgánico a la periferia: nada más parecido a la provocación comercial, aunque inconformista de Dany Furta-cor, a veces roja, a veces verde según la marea, que el alpinismo cultural de nuestro ideólogo de Verdade Tropical, que maniobra (…) como un “estadista” nato desde el estilo rebajado del pop hasta la elevación a la condición de héroe cultural nacional, diez mil metros por encima de la izquierda y la derecha, visto desde esa altura como indistinto y superado.
Ídem ibidem FHC, pero en sentido contrario, de las alturas del marxismo de la USP a la fosa común tropicalista en la que se pasea cantando la fuerza del destino en las caballerizas de la categoría más baja (…). (…) (de la antigua Francia Varguista) por la expansión de mercancías.
*Paulo Eduardo Arantes es profesor jubilado del Departamento de Filosofía de la USP. Autor, entre otros libros, de Formación y deconstrucción: Una visita al Museo de la Ideología Francesa (editorial 34).
Artículo basado en una entrevista concedida a Ricardo Musse. Una selección de extractos de esta entrevista fue publicada en el cuaderno ¡la mayoría! del diario Folha de S. Pablo, el 10 de mayo de 1998.