por VALERIO ARCARIO*
Introducción del autor al libro recién publicado
“Aquellos que no actúan como piensan comienzan a pensar como actúan. Quien dice la verdad no merece castigo” (sabiduría popular portuguesa).
Nadie dijo que sería facíl es un libro que se ha ido escribiendo poco a poco en los últimos cuatro años. Estamos, desde 2016, en una situación defensiva, aunque con una inflexión más favorable a partir de mediados de 2021. Una situación defensiva se abre cuando se acumulan las derrotas de los trabajadores y del pueblo oprimido, que desplazan cualitativamente la relación social de fuerzas.
La elección de Bolsonaro en 2018 dejó claro que la situación había evolucionado tanto que el escenario ya era reaccionario, porque la ofensiva estaba en manos de enemigos de clase. La derrota nos hace más reflexivos. La militancia de izquierda es un compromiso que estimula el entusiasmo pero desafía nuestros límites.
Apenas se publicó la primera nota sobre la relación entre militancia y amistad, me di cuenta de que existía la posibilidad de un proyecto. La recepción de ese texto me sorprendió. Activistas de diferentes corrientes de la izquierda brasileña se interesaron por el artículo. Descubrí que había una demanda de reflexión específica sobre el tema de la militancia socialista.
Aunque tengo opiniones muy definidas, después de casi cincuenta años de camino, los temas fueron abordados con distancia de mis preferencias programáticas, inclinaciones ideológicas y alineamiento político. El objetivo era ser útil, sin importar la afiliación partidaria de cada militante. El nexo del libro fue el cuestionamiento de la experiencia de la militancia desde muchos ángulos diferentes, pero creo que el hilo conductor surge claramente. La militancia socialista no es una empresa indolora, pero trae inmensas recompensas. Así que el resumen es simple.
La pelea vale la pena.
La lucha vale la pena por muchas razones. En primer lugar, porque el mundo no cambiará si no hay nadie que luche por él. Pero también vale la pena, porque en el camino para transformar el mundo en el que nos ha tocado vivir, nos transformamos a nosotros mismos. Me gusta creer que para mejor. El himno del mundo se fue, Internacional, registra una poderosa idea en los versos del estribillo. Bien unidos hagamos esta lucha final, una tierra sin amos, la Internacional. Resulta que no sabemos cuándo será el momento de la pelea final. La participación en la lucha socialista requiere el temperamento de los corredores de maratón. Esta resiliencia favorece la maduración intensa, el sentido de la responsabilidad y, sobre todo, la solidaridad como experiencia.
Apostar por la militancia es una elección compartida en la que hacemos compañeros. ¿Qué son los camaradas? Los camaradas son aquellos que, en la tradición socialista, comparten una cosmovisión común, el igualitarismo y una práctica de entrega voluntaria y desinteresada de su tiempo y energía para la victoria de luchas justas que allanan el camino para una mayor igualdad social. La cosmovisión socialista se basa, en primer lugar, en el reconocimiento de que todos los seres humanos tienen necesidades comunes, aunque sean capacidades, preferencias, temperamentos y vocaciones diferentes.
Ser socialista significa una ruptura ideológica con el orden mundial. Ser socialista es una adhesión al movimiento de trabajadores y oprimidos, un compromiso con el proyecto de transformación anticapitalista y una aspiración internacionalista por un mundo sin dominación imperialista. En las sociedades en las que vivimos, ser socialista requiere, por tanto, una elección de clase. No importa en qué clase social nacimos. Lo que importa es la clase con la que unimos nuestro destino.
Esta opción por el activismo es una opción que afecta todas las dimensiones subjetivas de la vida. Resulta que no todos nuestros amigos son camaradas, y no todos los camaradas son amigos. Porque los amigos pueden tener diferentes visiones del mundo. Las amistades no deben tener la misma cosmovisión como condición. Por otro lado, y quizás más importante, podemos ser camaradas de militantes que no conocemos tan bien.
No es lo mismo la confianza en un proyecto que la lealtad personal a los miembros de una misma organización o movimiento. La confianza personal es diferente de la confianza política. La primera se construye como intimidad personal. La segunda como defensa de un programa común. Cuando somos, además de compañeros, amigos de alguien, se establece un vínculo muy fuerte. Realmente muy fuerte. Pero es peligroso no saber distinguir la diferencia entre los dos lazos. Porque la pérdida de confianza política no necesariamente debe contaminar la relación personal.
¿Qué son los opositores? Los adversarios son aquellos contra los que luchamos en una disputa. No es posible vivir sin tener oponentes. Porque la vida es una secuencia de luchas. Pero los conflictos tienen diferentes naturalezas y grados de importancia. Saber sopesar, calibrar, medir, evaluar la gravedad de las diferencias, controversias, debates y rivalidades es fundamental. Porque no todos los oponentes son enemigos. Depende de cuál sea la naturaleza del conflicto. Los oponentes pueden o no perder el afecto, es decir, la disputa de ideas puede degenerar en antagonismo personal. Pero no todos nuestros adversarios son nuestros enemigos.
¿Qué son los enemigos? Los enemigos son los adversarios a los que nos enfrentamos en luchas ineludibles, porque corresponden a intereses de clase irreconciliables. Las hostilidades con los enemigos son inevitables, ya que son perjudiciales para los intereses de la clase que representamos.
En la historia de la izquierda, las grietas, separaciones y divisiones se dan por diferentes percepciones de la situación política que, a su vez, expresan distintas presiones sociales y políticas. Las serias diferencias en los proyectos justifican las divisiones políticas, pero no necesariamente deben convertir a los antiguos camaradas en enemigos.
En cualquier colectivo humano existen, con mayor o menor ardor, conflictos personales. Algunas personas están especialmente en conflicto. Hemos pensado poco en la importancia estratégica de la paciencia. En el compromiso socialista, valoramos mucho la honestidad de carácter, la personalidad valiente, la inteligencia brillante, la erudición de los eruditos y la pasión de los carismáticos.
Los oradores despiertan entusiasmo porque dicen lo que nos gustaría poder decir, y los agitadores nos representan en público. Los propagandistas son admirados porque explican las ideas del programa que defendemos y nos educan. La paciencia es la primera cualidad de los organizadores, aquellos que tienen la habilidad necesaria para mantenernos unidos. Son los facilitadores de la acción colectiva que nos protegen de nuestros excesos, que nos ayudan a no pelear entre nosotros por cualquier diferencia táctica, que defienden la confianza mutua, indispensable para una fraternidad de luchadores.
Los que siempre piensan que tienen razón no tienen mucha paciencia para tratar de entender los argumentos de los demás. Compañeros así pueden tener cualidades extraordinarias, pero no se adaptan a la militancia en un colectivo. Tener paciencia política es inteligencia emocional.
La paciencia política no es resignación. Es resiliencia, serenidad y equilibrio. La paciencia no es indiferencia, ni frialdad, ni mansedumbre. La paciencia política es autocontrol, disciplina y moderación. Es autocontrol, discreción y desapego. Es aceptar que cada uno de nosotros es diferente el uno del otro, pero imperfecto a su manera. Nadie es omnipotente. Es una reconciliación con nuestras ilusiones juveniles inmaduras e intempestivas, y con organizaciones igualmente imperfectas.
Ser paciente es entender que la dinámica de la lucha de clases está condicionada por factores que van mucho más allá de nuestra voluntad, que la urgencia de los tiempos de la lucha de clases nos puede desgastar y la espera puede no ser corta. Significa aceptar en el corazón la idea de un proyecto revolucionario como una apuesta que se renueva en cada lucha en la que depositamos nuestra esperanza estratégica.
El activismo no es posible sin la experiencia de la frustración personal. No hay forma de no sufrir decepciones. Se trata de articular la función de la individualidad dentro de un colectivo. Hay lugar para todos en la lucha contra el capitalismo. Pero encontrar nuestro lugar no es sencillo. Cuando somos jóvenes, no nos conocemos a nosotros mismos. No sabemos de lo que somos capaces. La militancia misma nos ayuda en este descubrimiento. Pero nadie lo hace solo. Aprendemos unos de otros.
No podemos olvidar nunca que la militancia honesta tiene que ser un acto de donación. Valorar la cooperación y agradecer a quienes luchan a nuestro lado no disminuye a nadie, al contrario, los agranda. El colectivo es siempre una totalidad mayor que la suma de cada uno de sus miembros. La paciencia política es el cemento que mantiene la unidad de un colectivo.
*Valerio Arcary es profesor jubilado de la IFSP. Autor, entre otros libros, de La revolución se encuentra con la historia (Chamán).
referencia
Valerio Arcary. Nadie dijo que sería facíl. São Paulo, Boitempo, 2022, 160 páginas (https://amzn.to/3OWSRAc).