Nicolás Maquiavelo

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por RUBENS PINTO LYRA*

Realismo político, dialéctica de los conflictos sociales y participación popular

A virtù, la política y el Príncipe moderno

En la Edad Media, cuyos valores se inspiraron en gran medida en la obra de san Agustín, “el trabajo humano no significaba nada, pues era la expresión pura de nuestra concepción de los seres en decadencia. Las verdaderas acciones loables fueron hechas bajo inspiración divina, por gracia, y no tenían relación con las cualidades individuales de los hombres. Ahora bien, la concepción republicana, propia de los humanistas, colocaba al hombre en el centro del universo, exigiéndole lo que, a los ojos de un pensador medieval, sólo la gracia podía proporcionar” (BIGNOTTO 1999:32).

El Renacimiento operará una conversión de la actitud contemplativa, propia de la Edad Media, a un comportamiento que valore la acción, el protagonismo del individuo, el conocimiento y la libertad. Poco a poco, el ascetismo religioso da paso al hedonismo, el amor, la fuerza y ​​la belleza. La actitud contemplativa deja paso a la audacia y al espíritu de iniciativa, que se refleja en las audaces innovaciones introducidas en la vida económica, social, política, artística y cultural.

Es en este contexto que los análisis de Maquiavelo del virtù. Los individuos que la portan apuestan por el poder transformador de la acción, imponiendo límites a las incertidumbres de la Fortuna (la buena o mala suerte, los imponderables, las incertidumbres de la vida). A virtù combina varios atributos, tales como: audacia, templada por la prudencia (hombre león y zorro); espíritu innovador; saber juzgar y decidir, astuto; capacidad de percibir dónde soplan los vientos, la dirección que tomarán los acontecimientos. El hombre es maleable, inventivo y perspicaz.

En resumen: “el carisma de la virtù es propio de quien se ajusta a la naturaleza de su tiempo, aprehende su sentido y es capaz de realizar, en la práctica, la necesidad latente en las circunstancias” (MARTINS, 1979: XVII). A virtù caracteriza las cualidades de los hombres innovadores, pero también el espíritu de algunos pueblos y sus instituciones. Puede designar tanto un don natural como un ejercicio de disciplina.

Para Maquiavelo (1469-1527), el político virtuoso, que tiene la estatura de un estadista, es aquel que demuestra civismo, liderazgo y discernimiento, traducidos en la percepción de nuevos valores y la capacidad de hacer efectivo el progreso para la beneficio de la nación. El carisma del verdadero príncipe (entendido este término, en este capítulo, como sinónimo de uno (o varios gobernantes) se expresa, por tanto, en su capacidad para conquistar y mantener el poder, llevando la nave (el Estado) a puerto seguro , garantizando al pueblo del que es líder, estabilidad y progreso.

Para ello debe, por un lado, demostrar habilidad “jugando con la distribución de bienes, honores, recompensas” (RUBY, 1997: 69) y evitando que la plebe sea aplastada por los poderosos. La acción mediadora del Príncipe es un atributo esencial del arte de gobernar, en el que debe ser maestro, teniendo, en consecuencia, “un papel activo, e incluso estructurante, dentro de un cuerpo político heterogéneo” (RUBY, 1997: 69).

Actualmente, hay estudiosos que utilizan tales parámetros analíticos, centrados en el concepto según el cual “no es la intención lo que valida el acto, sino su resultado” (MAZZEO, apud Moreira, 1975:32) para evaluar la acción de los estadistas y gobernantes contemporáneos. En esta apreciación, hay que tener siempre presente la profunda diferencia de las prácticas políticas de las democracias actuales en relación con las del primer cuarto del siglo XVI, que aún no habían dicho adiós al régimen feudal. En efecto, en democracia, el acceso al poder se realiza según reglas predefinidas, siendo los gobernantes, elegidos por sufragio universal, responsables de garantizar el estado de derecho y de respetar las libertades democráticas y la participación popular en la gestión pública.

El régimen democrático genera prácticas políticas dotadas de un contenido ético cualitativamente diferente al que prevalecía en la época del secretario florentino. Pero ya existía, junto a la aristocracia, la República, de la que Maquiavelo era partidario. Por cierto, el carácter de virtù capaz de “conducir el barco a puerto seguro”, no se encarnaría sólo en héroes individuales como César Borgia, en quien vio el posible unificador de su patria italiana, desgarrada por conflictos internos.

En una república virtuosa como Roma residiría en el pueblo, como actor colectivo, en su determinación guerrera y en su espíritu cívico-patriótico, la fuerza y ​​la capacidad para afirmar la voluntad del Estado (PRÉLOT, 1977: 210). Para Antonio Gramsci, considerado uno de los teóricos marxistas más influyentes, el príncipe moderno estaría encarnado en el Partido Comunista. Este último, en nombre del proletariado, reconstruiría los cimientos del Estado, poniéndolo al servicio de la redención socialista.

Actualmente, estudiosos de diferentes escuelas de pensamiento, críticos de statu quo, tienden a enfatizar el papel de la sociedad organizada y participativa, en particular la ubicada en el mundo del trabajo, como principal protagonista en la construcción de voluntades colectivas nacionales capaces de crear un proyecto alternativo a la hegemonía “neoliberal”.

Así, la construcción de un proyecto político y social transformador resultaría de una amplia combinación de fuerzas, tanto del Estado como de la sociedad civil, lideradas por quienes reciben en las urnas el visto bueno del pueblo para la efectivización de los cambios. . El “príncipe moderno” –portador de la hegemonía– ya no sería un ente único, sino la encarnación de la síntesis dialéctica de estas múltiples determinaciones.

Ética, política y razón de estado en Maquiavelo

Maquiavelo, a través de su concepción de la ética del estadista -que la distingue claramente de la moral individual- deja clara la diferencia entre, por un lado, el espacio público y, por otro, las relaciones privadas. Una visión que contrasta con la de la época medieval, en la que no se distinguía entre el espacio público y el privado, entre el interés privado y el del Estado, como en el caso del poder ejercido por los señores feudales.

En este sentido, el criterio para juzgar la actuación de un personaje público deja de estar guiado por la moral privada y convencional y pasa a ser únicamente objetivo: el éxito de sus iniciativas. El gobernante debe guiarse en sus acciones por la “razón de estado”. Sus opciones estarán dictadas por las consecuencias (buenas o malas) que tendrán para el éxito de sus iniciativas (ética de la responsabilidad) y nunca por convicciones morales (ética de la conciencia). Los medios utilizados son buenos por definición cuando están destinados a preservar el Estado, el valor supremo, más allá del cual nada existe.

Por lo tanto, no se puede considerar inmoral la acción del estadista para virtù, cuando se centra en la realización del valor supremo: el bien del Estado. La cuestión de la relación entre medios y fines sólo se plantea cuando el sujeto identifica un conflicto entre el primero y el segundo debido a alguna convicción moral y ética que choca con los medios adoptados para alcanzar determinados fines.

Para el pensador florentino, quien también fue Segundo Canciller de esa república, no existe ningún dilema al respecto. Por el contrario, la ética en la vida pública se realiza plenamente cuando el estadista actúa en defensa del Estado, y los medios utilizados para esta defensa son siempre buenos, dadas las características de la acción política. Puede verse, entonces, que “la lógica política nada tiene que ver con las virtudes éticas de los individuos en su vida privada. Lo que podría ser inmoral desde el punto de vista de la ética privada puede ser virtù en la política” (CHAUÍ, 2000: 397).

En otras palabras, Maquiavelo inaugura la idea de los valores políticos medidos por la eficacia práctica y la utilidad social, alejados de las normas que regulan la moral privada de los individuos. "Oh carácter distintivo político y el carácter distintivo la moral es otra y no hay mayor debilidad que el moralismo que enmascara la lógica real del poder” (CHAUÍ, 2000: 397). Maquiavelo, contrariamente a lo que se publicita, no hizo una apología gratuita de la fuerza. Su uso debe ser virtuoso, es sólo en caso de necesidad, ya que la astucia del zorro es preferible a la violencia del león.

Su posición no podía ser diferente, considerando la época que le tocó vivir, caracterizada por la presencia de la más brutal violencia en las relaciones sociales, ingrediente omnipresente y principal sostén del poder en las relaciones políticas concretas existentes en ese momento. Baste recordar que el jefe de Gobierno que precedió al que participó Maquiavelo en la República de Florencia -Savonarola- fue quemado en la hoguera, como tantos otros “herejes”. Él mismo no escapó de ser torturado tras la caída del Gobierno del que formaba parte.

Es en este contexto que se sitúa la moral preconizada por Maquiavelo: “que es la del ciudadano, el hombre que construye el Estado, una moral mundana” que “emerge de las relaciones reales que se establecen entre los seres humanos” (GRUPPI, 1978:11). . Un ejemplo siempre recordado de cómo Maquiavelo distingue entre la ética pública y la privada es el comentario sobre el asesinato de Remo por parte de su hermano Rómulo, los dos fundadores de Roma, "uno puede ser culpado por las acciones concretas que ha cometido y justificado por su resultado". . Y cuando el resultado sea bueno, como en el ejemplo de Rómulo, no faltará la justificación, sólo las acciones cuya violencia apunte a destruir, en lugar de reparar” (MAQUIAVEL: 1979: 49).

Es decir, si la perspectiva del análisis fuera la de la moral privada, se podría hablar de un crimen atroz, de un fratricidio. Sin embargo, la muerte de Remo, al eliminar una división que debilita el poder, fortalece al Estado, y así se justifica desde el punto de vista del interés público. Desde esta perspectiva, el pensador florentino “confiere valor supremo a la autoridad del Estado y considera la devoción integral a la Patria como fin último de la vida humana” (MORAES, 1981: 19)

Ética, política y razón de estado después de Maquiavelo

Simón Bolívar, el Libertador, actuó dentro de los parámetros de conducta defendidos por Maquiavelo. Extremó medidas para garantizar la consolidación de la revolución que llevaba su nombre, cuando ordenó fusilar, en 1823, a uno de los héroes de sus luchas libertadoras, el general Manuel Piar, por haber desarrollado, junto a la oficialidad , acciones que comprometieron su autoridad. Le aplicó la pena más dura, para que su decisión fuera ejemplar. Aunque, por verse obligado a proceder así, el día del fusilamiento de Piar fue, según él mismo, “el peor día de su vida”.

Como dice Gabriel Garcial Márquez, Simón Bolívar “repetiría el resto de su vida que fue una reivindicación política la que salvó al país, convenció a los rebeldes y evitó la guerra civil. En todo caso, fue el acto de poder más feroz de su vida, pero también el más oportuno, mediante el cual el general consolidó inmediatamente su autoridad, unificó el mando y abrió el camino a su gloria” (2007:230).

Con la misma ética, en 1945, con Francia todavía en guerra contra el nazismo, un Tribunal integrado por miembros de la Resistencia y parlamentarios condenó, en un juicio considerado “horrible” y “vergonzoso”, por personalidades de diferentes corrientes políticas, a la pena capital, Pierre Laval, por su papel como presidente del Consejo de Ministros durante el gobierno colaboracionista de Vichy. El Jefe de Estado, General De Gaulle, podría haber conmutado la pena, pero no lo hizo, ya que este gesto de complacencia, en un período de reconstrucción nacional, habría suscitado fuertes protestas populares, con grave riesgo para la estabilidad de las instituciones. en un período de reconstrucción nacional (LACOUTURE: 1970, p. 152).

Sin embargo, la preservación del Estado, y de su gobernabilidad, se realiza actualmente en plena vigencia de los regímenes democráticos, sin el uso de la violencia arbitraria y con normas éticas compatibles con los valores republicanos y democráticos.

Examinemos, en la práctica, con algunos ejemplos, esta cuestión en Brasil.

Una entrevista concedida, en septiembre de 2009, a la Red Bandeirantes de Televisão, por el entonces Ministro de Justicia, Tarso Genro, trae a primer plano la reflexión sobre las decisiones tomadas en nombre de la estabilidad política. Justificó la posición del entonces presidente Lula, que incriminó, en nombre de la gobernabilidad, a los senadores del PT a favor de abrir una investigación contra José Sarney, acusado, en el Consejo de Ética del Senado Federal, de nepotismo y varias otras ilegalidades (2009 ).

La primera versión de este artículo, publicada en 2010, dice, al respecto, lo siguiente: “la referida elección, sacrificando la ética a Realpolitik, impuesta por la necesidad de mantener el apoyo político al gobierno del presidente Lula, evitó grietas en la “base aliada”. Sin embargo, en el mediano y largo plazo, esta opción puede, según cierto enfoque crítico, contribuir al debilitamiento de la gobernabilidad, en la medida en que profundizará la brecha entre la “clase política” y las aspiraciones de la práctica totalidad de la sociedad civil. . En efecto, tiende a exigir a los estadistas el respeto a la ley ya los principios republicanos consagrados en la constitución del país” (LYRA: 2011, p. 21-22).

En otras palabras: en democracia no es posible, en nombre de la preservación de la gobernabilidad o la permanencia de un proyecto político, cualquiera que sea, pretender superponer una supuesta “razón de Estado” al respeto a la ética, la legalidad y la transparencia. .

La hipótesis planteada en 2010 fue ampliamente confirmada. El "hundimiento" ético del gobierno del PT, abierto de par en par con los procesos Lava Jato y el llamado "Petrolão", se tradujo en la plena inserción del PT en la realpolitik, que tanto luchó. En opinión del exgobernador de Rio Grande do Sul y expresidente nacional de ese Partido, Olívio Dutra, al aceptar coaliciones partidarias que “deseducan”, “practicando la política de “dar lo que se recibe” el PT se ha convertido en un partido igualitario otros, o incluso peor (SARDINHA, 2016). Y por eso, perdió gran parte de su credibilidad y fuerza política.

Posteriormente también se confirmó la corrección de la opinión del ex ministro y ex gobernador de Ceará, Ciro Gomes, cuando citaba a Gramsci sobre la relación entre la ética y la izquierda, considerando que esta última no puede abdicar de su “hegemonía moral e intelectual”. . Para Gomes, es inherente a un proyecto al que necesariamente se asocia una ética pública basada en los principios republicanos de impersonalidad, moralidad y transparencia (GOMES:2009).

La aversión de muchos a las ideas de Maquiavelo sobre la ética pública, comentada más arriba, fue, sobre todo hasta el pasado reciente, el precio a pagar por quienes desmitificaron un discurso ético, basado en el carácter inseparable de la moral pública y la privada que, a lo largo de la historia, Medio Edades, sirvió como una forma de legitimar los privilegios.

Por tanto, no cabe duda de que la distinción entre moral privada y pública, iniciada por Maquiavelo, constituye un postulado básico de la existencia misma del Estado. Sin embargo, su actuación, en la actualidad, sólo puede ser exitosa, y por tanto realista, si “en la conceptualización de sus objetivos y en la elección de los medios necesarios para alcanzarlos” se guía por “valores éticos y principios jurídicos que favorecer una convivencia solidaria y más armónica con los demás Estados” (MORAES: 1981: 28).

Desde Maquiavelo hasta nuestros días –especialmente desde la creación de la ONU, el 26 de junio de 1945– la comunidad internacional ha construido, aunque de manera incipiente, reglas para la convivencia internacional, como la resolución pacífica de los conflictos entre las naciones, la aceptación anclada de los valores democráticos y el respeto a los derechos humanos y ciudadanos, principios rectores de la acción del poder estatal. Estos son los límites modernos de la “razón de Estado”.

Tales principios y reglas contribuyen a frenar la hegemonía de las grandes potencias, mientras no sea efectiva la utopía de un poder democrático supranacional que garantice, sobre la base de la igualdad de derechos de los Estados, la paz y la justicia entre las naciones. Se trata, como quiere Bobbio -discípulo del realismo maquiavélico-, de elaborar un código moral para la política misma, distinto, evidentemente, de la moral común, en consonancia con el principio de eficacia en la obtención de los fines que persigue el estadista (MELLO, 2003). : 72).

Es imperativo, sin embargo, reconocer que esta relativa democratización de las relaciones internacionales, que tiene como hito el reconocimiento del alcance universal de los derechos humanos, expresa un innegable acercamiento entre la moral pública y la privada. En adelante, la conducta del estadista se guía por normas cuyo contenido ético afecta también, en cierta medida, al ámbito de las relaciones individuales. Mello cita, al respecto, a Bobbio, para quien los derechos humanos, la paz y la democracia estarían por encima de la llamada “razón de Estado”, tendiendo a reducir, poco a poco, el espacio para las decisiones tomadas con base en el uso de esta. razón (MELLO, 2003:162).

La secularización de la política y el método empírico-comparado

Hasta Maquiavelo –e incluso durante mucho tiempo después– el comportamiento del hombre en la sociedad, especialmente en la política, se explicaba por factores trascendentales (Dios, la naturaleza o la razón), anteriores y externos a la política misma. Giordano Bruno, Galileo, Jan Hus y Maquiavelo son pioneros en cuanto rompieron, en filosofía, ciencia, religión y política, con el monopolio del saber y del poder de la Iglesia.

La estratificación en el período feudal (señores feudales y siervos), expresión supuestamente natural de la voluntad divina, cuestionada por Maquiavelo, ilustra esta afirmación. Así, el secretario florentino “cortaba todos los lazos de subordinación, teológica y moral, en los que, en la Edad Media, el sistema jerárquico del cristianismo tenía limitado el poder temporal y se negaba a reconocer cualquier valor o derecho superior a la voluntad del Estado, erigiéndola en fuente suprema de justicia y moral” (MORAES, 1981:21).

Los escritos de Maquiavelo secularizan la política, es decir, eliminan la explicación religiosa para entender el poder. Su origen y conformación actual se entiende como el resultado del choque entre clases sociales con intereses contradictorios. La ruptura de Maquiavelo consiste, por tanto, en expulsar la religión de la política, separando radicalmente la ciudad de Dios de la ciudad de los hombres, lo sagrado de lo profano, lo público de lo privado.

El estudio de la formación, conservación y pérdida del poder político, con Maquiavelo, incorpora elementos de análisis científico, pues este pensador se centra en la realidad efectiva de las relaciones producidas por práctica del hombre en sociedad, y construye su análisis a partir de esta verdad, concretamente demostrada, y no por supuestas determinaciones externas a la vida social.

Así, el pensador florentino buscó comprender la vida política de su tiempo, desde su posición de observador y actor privilegiado -Segundo Canciller de la República de Florencia-, cómo se desenvolvía efectivamente. Y comparó su propia experiencia con las lecciones del pasado, extraídas de las grandes obras políticas de la antigüedad grecorromana. Este método, respaldado por elementos científicos de análisis, le permitió extraer lecciones para la vida política de su tiempo.

Maquiavelo utiliza el método empírico-comparativo, estructurado sobre la repetición de la historia y sobre la existencia de patrones invariables de comportamiento humano. Así, “después de determinar las causas de la prosperidad y decadencia de los Estados antiguos, se puede componer un modelo analítico para el estudio de las sociedades contemporáneas, ya que a las mismas causas corresponden los mismos efectos” (MARTINS, 1979, p. XXVI), excluidos toda posibilidad de determinación externa, trascendental (GUILHON, 1980:60).

En conclusión, fue el estudioso florentino quien le dio al Estado “su significado central como poder soberano que legisla y es capaz de decidir, sin compartir este poder con nadie, sobre cuestiones tanto externas como internas de una comunidad. Es decir, el poder que realiza la secularización de plenitud potestatis(CHATELET, 1982: 38).

república y principado

Todas las manifestaciones de Maquiavelo muestran su condición de republicano, defensor de la disidencia, la ley y la libertad. Así, “es útil y necesario que las leyes de la república concedan a las masas un medio legítimo de expresión de la ira que un ciudadano pueda inspirarles; cuando no existe este medio regular, se recurre a los medios extraordinarios: y no hay duda de que estos últimos producen males mayores que los que podrían atribuirse a los primeros” (1994: p. 41).

Sin embargo, la estabilidad y la seguridad en las relaciones sociales no son los únicos aspectos valorados por Maquiavelo. Para él, esta característica esencial de un régimen republicano, el interés colectivo “que engrandece a los Estados” […] “sólo se respeta en la República”. Como, dicho sea de paso, “todo lo que puede traer ventaja general se logra en ella sin obstáculos” (1994:198).

Hay, sin embargo, un Maquiavelo -mucho más conocido- que admite la necesidad del poder absoluto, pero sólo en situaciones excepcionales. Esto ocurre principalmente en dos situaciones. Cuando un país se hunde en la decadencia, con sus instituciones corroídas, cuando la estabilidad social y política se ve amenazada, o cuando surge una ocasión histórica para unificar una nación dividida, como lo fue Italia en su tiempo. Así, para Maquiavelo “el hombre providencial nunca es un tirano: su heroísmo se realiza en la conformación de la forma conveniente para la materia, que es el pueblo” (MARTINS: 1979: p. XX).

En tales circunstancias “un legislador sabio, animado por el deseo exclusivo de servir, no a los intereses personales, sino a los del público; para trabajar, no a favor de sus propios herederos, sino por la patria común, no escatimará esfuerzos para retener toda autoridad en sus manos. Y ningún espíritu iluminado reprochará a nadie que haya utilizado una acción extraordinaria para establecer un reino o una república” (MAQUIAVEL: 1994 p. 49).

Según Barros, esta figura nos recuerda al “dictador de transición -el nuevo príncipe- capaz de unificar su patria, dotarla de leyes justas y preparar el futuro republicano; esta figura dictatorial se inspira en la institución de la dictadura romana, que se activaba -en situaciones excepcionales- para, sustrayendo derechos y libertades, mantener la paz y asegurar la salvación pública de esta institución. Se inspiraría en lo que hoy conocemos como Estado de Sitio, Estado de Excepción, Ley Marcial, etc.” (2010:119).

Puede verse que, incluso en el caso de una forma de gobierno no republicana, Maquiavelo descarta la posibilidad de éxito para quien llega al poder, basándose únicamente en la fuerza. Así, “es necesario que el príncipe sea amigo del pueblo, de lo contrario no tendrá remedio en la adversidad”. Incluso “quien se convierte en príncipe contra la opinión popular, por el favor de los Grandes, debe ante todo conquistar al pueblo” (1979: 40).

El príncipe fundador funciona, por tanto, como agente de transición. Esto, en ocasiones, puede durar siglos, como ocurrió durante el período de los monarcas absolutos europeos. ¿Se parecerían estos a los príncipes fundadores, concebidos por el erudito florentino?

Construyeron estados nacionales, centralizando el poder político, lo que les permitió arbitrar disputas entre la nobleza en declive y la burguesía en ascenso. Actuando inicialmente como mera expresión de los intereses de la nobleza, fueron capaces, sin embargo, con el creciente protagonismo de la burguesía, de ir incorporando paulatinamente sus intereses. Además, impidieron, en varios casos, que la transición a un nuevo régimen terminara en una ruptura violenta.

Redefinida la correlación de fuerzas, la vida social retoma su curso y normalidad “la inteligencia del problema político no surge de la apreciación de los tipos de gobierno -monárquico o tiránico, aristocrático u oligárquico- sino del juego de fuerzas sociales que actuar en ella” acción de las fuerzas, la vida social recobra su equilibrio y la Nación redescubre la normalidad, adoptando instituciones basadas en la existencia de leyes y la garantía de la libertad, adoptando instituciones basadas en la existencia de leyes y la garantía de las libertades.

De los análisis anteriores se desprende que “la inteligencia del problema no surge de la apreciación de las formas de gobierno -monárquico o tiránico, aristocrático u oligárquico- sino del juego de fuerzas sociales que actúan en él” ( LEFORT: 1986: 473-474).

En el siglo XX, una de las figuras que mejor encarnó al “príncipe moderno” fue el general De Gaulle. A virtud, traducido en su habilidad política, carisma excepcional, coraje, raro sentido de la oportunidad y apasionado patriotismo, siempre acompañado por la fortuna, le permitieron, en momentos recientes de la historia francesa, prever la dirección en la que soplaban los vientos y así “dirigir el barco a puerto seguro”.

De esta forma, galvanizó todas las energías de la nación, como auténtico salvador de la patria, en dos momentos cruciales: en el liderazgo indiscutido de la lucha armada contra el nazifascismo, al frente de la Resistencia francesa, en el período de 1940 a 1945. cuando, en 1958, evitó una guerra civil entre sus compatriotas, asegurando pacíficamente el reconocimiento de Argelia como nación soberana. “El más ilustre de los franceses”, como lo reconocen incluso sus opositores políticos, fue también el artífice y constructor de la Quinta República, que devolvió la estabilidad y confiabilidad a las instituciones políticas de su país (COOK: 2008, p. 353).

Disenso, libertad y derecho: los vectores dialécticos de estabilidad y progreso

La percepción de la vida social tal como es -atravesada por conflictos y disensiones- es la primera condición para la formulación de análisis capaces de comprender el papel real del Estado en la sociedad, requisito previo necesario para cualquier concepción democrática de la vida social.

Maquiavelo, también en este tema, es pionero. En el Capítulo IX de El Príncipe encontró, en todas las sociedades, la existencia de dos fuerzas opuestas “y esto surge de que el pueblo no quiere ser gobernado ni oprimido por los grandes y estos quieren gobernar y oprimir al pueblo” (MAQUIAVEL: 1979, p. 39).

Considerando que la sociedad está dividida en clases antagónicas con intereses opuestos y que este antagonismo es el resultado de la opresión, representa un análisis vanguardista, de lucidez cegadora, más aún si se compara con la visión teológica del poder, dominante en su época. Para él, la lucha de contrarios expresa conflictos sociales que son legítimos y, más que eso: constituyen el motor de la vida social.

Hubo que esperar al siglo XIX para que volviera a surgir tal interpretación, ahora inserta en la dialéctica marxista de la lucha de clases. Análisis demoledor y revolucionario de la ilusión ideológica abrigada por la Iglesia, para quien la estratificación social existente en la época medieval era natural, expresión de la voluntad divina, de la que derivaría el “bien común”, supuestamente construido por la complementariedad de los intereses de las clases altas y bajas (aristocracia hereditaria y siervos).

El título del capítulo IV, del Libro I, La desunión entre el pueblo y el Senado de Roma fue la causa de la grandeza y libertad de la República, de la obra del notable pensador florentino. Comentarios sobre la primera década de Tito Livio, representa una síntesis lapidaria de este capítulo. Maquiavelo vio en el libre juego de los intereses sociales, en el choque de los opuestos, el ejercicio consciente de la ciudadanía, la fuente generadora del progreso social. En consecuencia, la mejor manera de garantizar la libertad y la estabilidad en las relaciones sociales.

Interpretando a Maquiavelo, Bignotto afirma que “Más radicalmente aún, podemos decir que es de la propensión al conflicto de donde nace la posibilidad de la libertad. La libertad es, por tanto, el resultado de los conflictos, una solución posible a una lucha que no puede ser extinguida por ninguna creación humana (1991:87).

Se puede ver que Maquiavelo enfatiza la importancia del disenso, el ingrediente que mejor califica la democracia. Esta, para existir plenamente, necesita no sólo tener como base “reglas de juego”, previamente establecidas, aceptadas por todos, sino también incorporar, en sus leyes y en sus práctica, el reconocimiento efectivo de lo contradictorio, de lo diferente, de aquellas fuerzas sociales que no necesariamente están dispuestas a aceptar los valores dominantes de la sociedad de la que forman parte.

Para evaluar el espíritu pionero de Maquiavelo, es importante destacar que la ideología dominante, hasta nuestros días, permanece apegada a la concepción según la cual se naturalizan las relaciones sociales y se considera al Estado como promotor del “bien común”.

En el capítulo bajo análisis, el autor del Comentários también demuestra que el régimen republicano, basado en la garantía de las libertades y la existencia de leyes, es la forma más eficiente de mantener el orden, con el menor costo social y político.

Así, para Maquiavelo, “todas las leyes para proteger la libertad nacen de su desunión, como prueba lo ocurrido en Roma, donde, durante los trescientos años y más que transcurrieron entre los Tarquinos y los Gracos, los desórdenes que hubo produjeron pocos exilios, y aún más raramente sacaron sangre. Al contrario, dieron origen a leyes y reglamentos favorables a la libertad de todos”.

La conclusión (paradójica e inaceptable para quienes no razonan dialécticamente) es que existe una relación de causalidad y una interacción recíproca entre el orden y el desorden, la contestación y el derecho, la disciplina y el libre ejercicio de la ciudadanía, la buena educación y “esos desórdenes que casi todos padecen”. condena irreflexivamente.” (1994: 31).

Uno de los mejores ejemplos de los avances obtenidos en el choque entre fuerzas antagónicas, en Roma, se refiere a la mejora de la ley, en el sentido de más igualdad, y al reconocimiento de los derechos ciudadanos de los “oprimidos”, los plebeyos, originados en la Huelga del Monte Sagrado, que tuvo lugar en el año 495 aC Consistió en la negativa de los plebeyos a ir a la guerra para defender Roma, escaldados por el incumplimiento de anteriores promesas por parte de las autoridades de la República. En lugar de esto, se retiraron a una colina cerca de esa ciudad y lanzaron el embrión de una ciudad, habitada solo por plebeyos. Estos querían más seguridad; cambio en la ley sobre endeudamiento (que resultó en prisión para el deudor); la posesión de la tierra y, sobre todo, la creación de un poder judicial que los protegiera de la voluntad de los poderosos.

Fue a raíz de este acto de rebelión que las clases subalternas lograron, más tarde, derogar la ley que permitía la prisión por deudas; el reconocimiento del derecho de sus miembros a contraer matrimonio con miembros de familias patricias y, sobre todo, la creación de tribunos de la plebe, magistrados reclutados de esa clase social, dotados de inmunidad, e incluso del derecho de vetar cualesquiera leyes o decisiones emanadas del aristocrático Senado romano.

Como señala Maquiavelo: “Prestemos atención a que todo lo que mejor se produjo en esta república (la romana) proviene de una buena causa. Si los tribunos (de la plebe) deben su origen al desorden, este desorden merece elogios, pues el pueblo se aseguró así una parte en el gobierno. Y los tribunos eran los guardianes de las libertades romanas” (1994:32). Se ve, pues, que del choque de los opuestos surge lo nuevo, y aparece el desorden, en última instancia, como fuente generadora de libertad, orden y progreso.

De lo expuesto hasta aquí se desprende que el desorden, para generar progreso, necesita de la mediación del Estado y de leyes que lo sancionen, es decir, que incorporen nuevamente lo que los conflictos han producido. Así, si Maquiavelo concibe la justicia, no como la aplicación de principios éticos inmutables, sino como una expresión posible del conflicto de clases, estos deben siempre “expresarse a través de mecanismos legales, so pena de destruir el tejido social”.

Es, por tanto, en un régimen de leyes que Maquiavelo piensa cuando habla de repúblicas. “La sociedad justa es, por tanto, una sociedad de conflictos, pero es, sobre todo, aquella que en sus excesos es capaz de encontrar una solución pública al conflicto de sus ciudadanos” (BIGNOTTO, 1991: 95).

Este autor cita el ejemplo de condotieri de Florencia, Savonarola y Soderini, para demostrar que fracasaron porque no supieron captar la dinámica de la sociedad en la que vivían, “buscaban con ansia la estabilidad, sin darse cuenta de que para ello era necesario afrontar la profunda laceración de su cuerpo social. El papel del Estado no es, por tanto, el de un mediador neutral, o un juez impersonal, sino el de oponerse, por la fuerza de la ley, a la acción destructiva de los deseos particularistas (1991: 99).

Y agrega: “Los hombres pueden incluso buscar el bien común, como era el caso de Soderini, pero siempre serán prisioneros de la ilusión jurídica si son incapaces de ver que el cuerpo social contiene una fractura que ninguna constitución puede ignorar” ( 1991:100).

Participación popular en la gestión pública: Roma y Brasil

Reflexionar sobre el legado de Maquiavelo es de gran importancia para quienes actualmente están interesados ​​en la democracia. La mayor lección del secretario florentino es la que apunta a la inseparable relación entre el ejercicio efectivo de la libertad y el libre juego de fuerzas que portan intereses antagónicos. Y lo que resulta ser la lucha de contrarios, factor de estabilidad y de progreso, cuando tal lucha logra incorporar la producción de una nueva legalidad.

Este pasaje de los Comentarios a la Primera Década de Tito Livio, entre muchos otros, justifica el epíteto de “precursor de la democracia” atribuido a Maquiavelo: “El deseo que las personas sienten de ser libres, rara vez daña la libertad porque nace de la opresión o del miedo a serlo”. oprimido Y si el pueblo se equivoca, los discursos en la plaza pública existen precisamente para rectificar sus ideas: basta que un buen hombre alce la voz para demostrar con un discurso su error. Porque el pueblo, como decía Cicerón, aun cuando vive sumergido en la ignorancia, puede comprender la verdad, y admitirla con facilidad cuando alguien en quien confía sabe señalarla” (1994:32).

En otras palabras: la participación ciudadana prescinde de la tutela de los Grandes (y la de los vanguardias encendido, como lo ha demostrado la historia reciente). Eso práctica está en la base de la dialéctica de la transformación social, que se mueve en el choque de intereses contrapuestos. De él nace lo nuevo, en forma de más progreso, más libertad y leyes acordes con tales avances.

Maquiavelo valora el ejercicio de la ciudadanía, habiendo exaltado la institución del Tribunado, destinado a proteger a la plebe de la arrogancia de los Grandes. Es él, en la brillante previsión del maestro florentino, quien asegura la “participación en el gobierno” – lo que permite establecer un parentesco, o incluso una línea de continuidad, con los modernos instrumentos de la democracia participativa, como el Ombudsman y especialmente el Defensores del Pueblo).

En palabras de Constela: (…) Como el agua que busca el nivel más bajo para hablar con naturalidad desde su fuente, la función tribunícia reapareció con el tiempo y se hizo presente bajo la figura del defensor del pueblo y con mayor propiedad lingüística en la institución del Defensor del Pueblo (2010, p. 315).

Pero no “reencarnaron” en Brasil. Los defensores de los derechos de los ciudadanos de Tupiniquim (el Ministerio Público (MP), en el ámbito judicial y las defensorías del pueblo, en el ámbito administrativo) pretenden mostrar una proximidad identitaria con el Defensores del Pueblo de Iberoamérica y con la defensor del pueblo europea, que serían manifestaciones modernas del Tribunado.

Sin embargo, no lo tienen. Primero, porque ambos carecen de cualquier legitimación democrática. Además, también tienen una autonomía limitada: los miembros de la parquet por tener sus ombudsman designados por sus propios pares, estando sujetos a medidas cautelares societarias, que han demostrado ser fuertes, mientras que los del Ejecutivo y Legislativo, por regla general, son designados por el gerente y pueden ser destituidos ad nutum (LYRA , 2011: pág. 75).

Por lo tanto, estamos, en relación con este tema específico, atrasados ​​en relación con la antigua Roma, donde los Tribunos eran, elegidos por los ciudadanos plebeyos, dotados de inmunidad y derecho de veto a las decisiones de los gobernantes. En efecto, el Tribunado se generó en las luchas de la plebe romana contra la nobleza. Incluso hay estudiosos que consideran que: “la institución del Tribunado fue la primera gran conquista del proletariado romano, que fue el instrumento jurídico para conquistar también las demás por el camino de la justicia social”. Razón por la cual "el año 494 ac es muy importante en la historia de la ciudad y de la democracia” (CONSTELA, 2008, p.38).

A diferencia del Defensores del Pueblo (que corresponden a Ombudsman europeos) que son, en su mayoría, independientes y elegidos democráticamente, lo que tenemos en Brasil, como ya se vio, son “Ouvidores do Rei”, que establece los límites de su autonomía (LYRA: 2012, p, 185).

Así, la construcción de una auténtica esfera pública de ciudadanía sólo podía forjarse mediante instrumentos, dialécticamente complementarios, de democracia directa (plebiscito, referéndum, revocatorio y consultas populares) y de democracia participativa (defensorías autónomas, consejos de políticas públicas y presupuestos participativos independientes). del gerente).

Se trata de deconstruir pacíficamente la institucionalidad jurídico-política vigente para que dé paso a una nueva espacialidad pública, híbrida, en la que la “ciudadanía activa” se convierte en el epicentro de la práctica política” (LYRA:1997, p.25-28).

Maquiavelo: precursor de la democracia

En el pensamiento dialéctico de Maquiavelo, minuciosamente diseccionado por Toni Negri, “el orden de las cosas encuentra en su base la acción, la disensión, motor y sentido del proceso histórico a constituir por la praxis humana que se organiza en la desunión universal, y es a través de la desunión”. que descubre y organiza el poder constituyente” (2002:127).

Otro aspecto indicativo del carácter democrático del pensamiento de Maquiavelo es su propuesta de crear una milicia armada, reclutada entre el pueblo para defender la Ciudad-Estado, y no compuesta por mercenarios a sueldo. Por tanto, “si el Estado se arma y se organiza como Roma, si los ciudadanos experimentan a diario su valía y su suerte, conservarán el valor y la dignidad, sea cual sea la situación a la que se enfrenten” (1994, p. 395). En la interpretación de Negri, con la construcción de la milicia popular “la multitud se vuelve una y la democracia nace armada” (NEGRI, 2002, p. 121).

La reiterada valoración del protagonismo popular, la elevación a la categoría de “príncipe colectivo” de un pueblo dotado de virtù, como el romano, están en sintonía con el “me fui pris” de Maquiavelo con la plebe. Siempre mejor evaluado que los grandes, que quieren, sin cesar, explorarlo cada vez más. En sus palabras: “el pueblo es más prudente, menos voluble y, en cierto sentido, más juicioso que el Príncipe. No sin razón se dice que la voz del pueblo es la voz de Dios. De hecho, se ve que la opinión universal produce efectos tan maravillosos en sus predicciones que parece haber un poder oculto en ella, prediciendo el bien y el mal [...] Si las personas a veces se dejan seducir [...] esto sucede incluso más frecuentemente con los gobernantes, que se dejan llevar por sus pasiones, más numerosas y difíciles de resistir que las del pueblo”.

Y añade: “si las monarquías han durado muchos siglos, también las repúblicas. Pero ambos deben regirse por leyes. El príncipe que puede complacer todos los caprichos suele ser un tonto; y las personas que pueden hacer cualquier cosa que quieran, a menudo cometen errores imprudentes. En el caso de un Príncipe o de un pueblo sujeto a leyes, el pueblo tendrá virtudes superiores a las del Príncipe. Y si consideramos a ambos igualmente libres de cualquier restricción, veremos que los errores de las personas son menos frecuentes, menos graves y más fáciles de corregir” (1994, p. 181-182).

Estas concepciones insertan a Maquiavelo en la cadena histórica de los grandes pensadores que, desde la Antigüedad, contribuyeron con sus reflexiones a la construcción de los ideales de libertad y democracia. Por cierto, por hacer del pueblo el soporte de la única honestidad posible en la sociedad y por el hecho de “devaluar radicalmente las pretensiones de los grandes a la virtud”, importantes estudiosos lo consideran el “primer pensador democrático” (MANENT, 1990: 31) o el “profeta de la democracia” (NEGRI, 2002): 103).

Sin embargo, el hecho de que Maquiavelo presente tesis con ingredientes fuertemente democráticos, muy adelantados a su tiempo, no le convierte precisamente en un demócrata, dado que no había ni podía haber democracia en las condiciones materiales de la época en que vivía. . Así, el secretario florentino nunca contempló la posibilidad de eliminar las clases existentes –ni incitó a los pobres a la rebelión– tales cuestiones no surgieron en su horizonte histórico. Por lo tanto, se detiene en la percepción del antagonismo de clase. No logró prever, como resultado de esta lucha de contrarios, una síntesis dialéctica liberadora, es decir, el advenimiento de una sociedad sin explotados y explotadores.

Pero supo identificar el “contrapeso de la plebe”, atribuyéndole la condición de sujeto capaz de forjar los espacios de libertad y las instituciones –como el Tribunado– que el pueblo necesitaba para frenar la codicia desmedida de los opresores. Así, el análisis maquiavélico apunta, dialécticamente, “a la destrucción de la continuidad y del fundamento de la libertad. Al modelo biológico opondrá siempre el modelo de desunión y ruptura; a la dialéctica naturalista de las formas del Estado, opone las determinaciones muy concretas de las luchas de clases” (NEGRI, 2002: 166).

La afirmación de Maquiavelo (escandalosa, en la dicción de Lefort) a los “sabios” de Florencia y otros componentes de aquella República medieval de que las leyes que se hacen a favor de la libertad, nacen de la división entre los Grandes y el pueblo, “impide la lector limite su interpretación a la historia de Roma. Lo obliga a verificar su aplicación en el Estado moderno ya interrogarse sobre el discurso político de su tiempo” (LEFORT: 1986, p. 475).

La lucidez y el carácter pionero de la obra de Maquiavelo se puede apreciar mejor al contrastar su contribución a la secularización de la vida política con la oscuridad en la que actualmente se encuentran sumidas las incipientes democracias en Brasil, donde se pretende establecer la protección de la religión sobre la política.

Consideraciones finales

En pleno siglo XXI, asistimos con toda fuerza al retorno de las concepciones oscurantistas, en Brasil y en varios otros países, que han dejado huella en sus programas de gobierno y políticas públicas, cuando conquistan el poder. Una de sus principales características ideológicas en Brasil es “el fundamentalismo, especialmente el evangelicalismo, que siempre avanza, provocando una mezcla tóxica entre lo sagrado y lo profano” (PACHECO: 2020).

Este retroceso puede entenderse mejor comparando el pensamiento de Maquiavelo con el oscurantismo religioso actualmente en auge. Hace quinientos años secularizó el Estado, expulsando la religión de la esfera política, al explicar su surgimiento y el de la religión misma, como producto, exclusivamente, del poder.raxis humano.

El secretario florentino confirió un papel relevante a la religión, pero sólo como un medio sumamente eficaz de cohesión social, con poco interés en si sus preceptos eran verdaderos o falsos. La religión es tanto más importante cuanto que “para asegurar la cohesión y la duración de la comunidad política, el fundamento de la obediencia debe buscarse en algo más que en la fuerza” (AMES: 2006).

El undécimo capítulo del libro. Comentarios sobre la primera década de Tito Livio, su obra más destacada, aclara este entendimiento al afirmar que Rómulo, el primer monarca de Roma, “dirigió su mirada a la religión como el agente más poderoso para el mantenimiento de la sociedad” (Maquiavelo: 1994, p. 57).

En el mismo sentido, el capítulo trece de esta obra muestra “cómo los romanos se servían de la religión para organizar el gobierno de la República en sus empresas y reprimir los desórdenes” (1994: p. 63). Pero resulta nocivo, produciendo un efecto desestabilizador cuando un partido o grupo político se apodera de él para utilizarlo en su beneficio. Así, Maquiavelo subraya, en el capítulo doce de los Comentarios, que “cuando los oráculos comienzan a ponerse del lado de los poderosos y se percibe el fraude, los hombres se vuelven menos crédulos, dispuestos a desafiar el orden establecido” (1994: p. 61).

Lo que denuncia Maquiavelo está sucediendo hoy en Brasil. El voto evangélico, en su mayor parte, sirvió de trampolín para el ascenso de un supuesto “mito” (el Mesías Bolsonaro) a la Presidencia de la República (O VOTO: 2018). Los “oráculos” – en este caso, los líderes evangélicos (Malafaia, Edir Macedo, RR Soares y caterva) “que se puso del lado de los poderosos”, destinado a ungir al Mesías de una supuesta elección divina. Algunos de ellos fueron más allá, revelando su intención de crear un “Estado Evangélico”. (BARROS Y ZACARIAS: 2019).

Pero el “Mito” no está solo. Hungría, por ejemplo, abandonó su tradición laica, uniéndose a Brasil en la inserción de la religión como política pública. Su Constitución, ahora reformada, deja claro que el país es cristiano, y que los niños deben ser educados con estos valores (CHAD: 2020).

Con su potencial destructivo, Bolsonaro encarna una verdadera antítesis del “príncipe moderno” (O VOTO: 2018), haciéndonos apoyar “una forma de poder en la que la anti-idea, la obturación de los canales de percepción, la disfunción de la experiencia y la negación del conocimiento” (FRITA: 2020).

El enfoque pionero de Maquiavelo lo convirtió en un pensador revolucionario, ya que nos ayudó a percibir, con una claridad translúcida, la sociedad y la política de su época, tal como eran en realidad. Contribuyó, por tanto, a delinear los contornos del Estado Moderno, su ética, sus funciones como árbitro de los conflictos sociales cuyas dinámicas, elogiadas por él, constituyen el motor de la práctica democracia contemporánea.

* Rubens Pinto Lyra Es profesor emérito de la UFPB. Autor, entre otros libros, de Le Parti communiste français et l'intégration européenne (Centro Europeo Universitario).

 

Referencias


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