por ÉRICO ANDRADE*
Sobre la prioridad de la política sobre la historia y la filosofía
La relación entre historia y filosofía adquirió un perfil definitivo con la obra de Hegel, quien dotó de racionalidad a lo que aparentemente sería el ámbito privilegiado de la contingencia: el tiempo. Lejos de reflejar un límite a la razón, la historia es su máxima expresión porque sólo en el tiempo podemos reconocer los propósitos racionales que astutamente rigen nuestras acciones. Por eso, para Hegel, la filosofía actúa como un búho porque incluso en la oscuridad logra percibir las huellas de lo que ya no es: el día. El búho, a diferencia de otros animales, es capaz de percibir el hilo de continuidad entre el día y la noche.
La filosofía viene, pues, tras los desenlaces de la historia a recuperar conceptualmente lo que siempre le fue inmanente como condición misma de su desarrollo. Después de Hegel, la historia ya no es una colección de hechos inconexos, sino el escenario donde estos hechos comparten una raíz cuya percepción requiere lentes filosóficos.
Con este entendimiento, la filosofía se encarga de determinar el sentido de la historia. Me parece que esta comprensión sigue el argumento de un texto reciente de mi colega Filipe Campello en el que intenta retomar la centralidad de la filosofía para la comprensión misma de la historia. Es decir, sería ineludible partir de la filosofía para hacer un juicio de valor sobre los sistemas políticos en la historia. Los hechos históricos estarían enredados, en cuanto a lo que pueden enseñarnos, sólo cuando están sustentados en una decisión filosófica previa y sin la cual no tendrían sentido para nosotros.
Por otro lado, mi colega Jones Manoel, en respuesta al texto de Campello, muestra que la filosofía muchas veces huye de la historia. Este peligro está presente cuando las reflexiones filosóficas borran, como señaló Marx, que ellas mismas están en juego en los intereses de interpretar la historia. No es casualidad que Jones abra su respuesta a Campello refiriéndose a la Ideología Alemana, en la que Marx denuncia que el Idealismo Alemán es una más de las diversas construcciones ideológicas de la burguesía para mantener en la sombra la raíz material de las contradicciones; responsable, de hecho, del cambio y la racionalidad de la historia. Así, frente a Hegel, es importante mostrar que los ojos del búho tienen su atención dirigida según los intereses de la clase y no por una especie de racionalidad desarraigada de los hechos históricos.
Y cuando Jones Manoel acusa a Campello de huir de la historia y toma como ejemplo la obra de Hannah Arendt, no sin razón, ya que fue citada por Campello, demuestra que la historia de la revolución francesa no autorizaría las conclusiones de Arendt sobre la revolución misma. Y aquí vale subrayar que Arendt se equivocaría no sólo por la grave omisión de la importancia de la revolución haitiana para la comprensión de los procesos revolucionarios en la modernidad, sino sobre todo porque habría leído la historia de la revolución francesa desde un punto de vista ideológico. inclinación. Campello insiste en que esto no refuta las ideas de Arendt porque la filosofía, o más bien lo que ella propone como ámbito normativo, no sería golpeada por la muerte por no tener un sustento histórico correcto y certero. Parece que las ideas filosóficas no se verían afectadas por la historia, ya que la historia misma sólo puede ser entendida como tal por la filosofía. La historia sin filosofía sería ciega, insiste Campello. Pero aquí está la pregunta, que en cierto modo es de Jones Manoel, ¿la filosofía sin historia no estaría a su vez vacía?
A diferencia de mis dos colegas, no se trata de tratar de averiguar qué fue primero: la filosofía o la historia. Esta distinción no existe porque no se puede entender la historia sin tener primero un lente filosófico que le dé sentido, pero tampoco la filosofía está exenta de todos los juegos de intereses –ideología– que rigen el lugar mismo del discurso de la filosofía. Así que mi punto es que la filosofía es tanto la forma en que leemos la historia como el resultado de la interacción de intereses que prevalecen en nuestra comprensión de la historia. La frontera borrosa entre filosofía e historia no autoriza, como argumento, que una anule a la otra (hechos históricos que refutan la filosofía) o que una pueda sobrevivir sin la otra (en este caso, las ideas filosóficas son válidas sin una base histórica).
De hecho, no hay camino que pueda justificar la prioridad de la historia o la filosofía sobre la disputa por el mejor modelo político, porque la política es el punto de partida tanto de la historia como de la filosofía. En estos términos, lo que debe estar en juego es, por un lado, la comprensión de que la historia siempre puede cuestionar las teorías filosóficas, que parten de recortes que siempre se interesan por la historia misma. Por otro lado, la comprensión de que la filosofía puede sostener que ciertas ideas pueden prevalecer cuando uno sale del horizonte inmediato de la historia y se da cuenta de que ciertas nociones de bien pueden crear las condiciones para la posibilidad de una nueva política.
*Erico Andrade es profesor de filosofía en la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE).