Por Vladimir Safatle*
Comentario al libro póstumo de Michael Foucault resultante de un curso de 1978-1979.
Las nuevas configuraciones del homo oeconomicus
Desde que comenzaron a editarse los cursos de Michel Foucault en el “Collège de France”, se ha descubierto un lugar privilegiado para la elaboración y desarrollo de su experiencia intelectual. En estos cursos aparecen de manera estructurada discusiones sobre el conjunto de problemas que articulan el campo de reflexión conocido como “genealogía del poder”. Sin embargo, si los textos publicados dieron visibilidad a cuestiones que aparecen en los primeros cursos (como el problema de la sexualidad, la locura, el aparato punitivo) y en los últimos (como la extensa reflexión sobre las formas de autocuidado en Grecia y Roma Hubo un hiato en el período de 1976 a 1979. Cursos más amplios, que giraron en torno a lo que Foucault llamó “gubernamentalidad”, es decir, la racionalización de las prácticas gubernamentales en el ejercicio de la soberanía política.
El problema de la gubernamentalidad es fundamental para entender su proyecto en los últimos años, pues pone de relieve la naturaleza de su crítica a la modernidad. Para Foucault, la modernidad (que, según él, comienza, de hecho, a partir de mediados del siglo XVIII) es fundamentalmente un período histórico marcado por el advenimiento de una forma de poder y de gobierno cuyos nombres respectivos serán “biopoder” y “biopoder”. biopolítica”. Comprender el destino y los callejones sin salida de la modernidad será cada vez más inseparable de comprender lo que está en juego dentro de la noción de biopolítica. De ahí la importancia de este curso, impartido en el curso escolar 1978-1979, titulado nacimiento de la biopolítica.
Poder soberano y disciplinario
Foucault normalmente define el biopoder y la biopolítica a través de una dicotomía entre dos modelos principales de cómo funciona el poder: poder soberano y poder disciplinario. El primero estaría vinculado a la figura de la encarnación monárquica de la legitimidad, con su fundamento del ejercicio del derecho en la voluntad del soberano. Es el poder de decidir sobre la vida y la muerte de los súbditos. Frente a este poder centralizado, vertical por asimétrico, subjetivado en su polo central en la figura del soberano e impersonal en su base, la modernidad habría desarrollado la hegemonía de otro poder. Un poder descentrado y diseminado porque parece venir de todas partes, para operar en varias instancias y niveles; poder horizontales. Como no tiene centro, aparece tan impersonal como que no se ejerce en nombre de nadie, un poder de estructuras que someten a todos sin distinción, como hospitales, escuelas, prisiones, empresas. Esto es lo que Foucault llama “poder disciplinario” o incluso una “gestión calculadora de la vida” y una “administración de los cuerpos”. Obtendrá un marco fundamental cuando se combine con los controles regulatorios de la población. Por eso constituirán un “biopoder”.
El biopoder interesa a Foucault principalmente por su capacidad individualizadora: “el individuo, me parece, no es más que el efecto del poder, en tanto que el poder es un procedimiento de individualización”. Foucault tiende a pensar que la sumisión a la voluntad del soberano no es constitutiva en el sentido en que lo es la sumisión a los dispositivos disciplinarios y de seguridad. Pues el sometimiento a la voluntad del soberano es un sometimiento que se produce de tiempo en tiempo, mientras que el poder disciplinario y de seguridad es constante y activo en todos los niveles de formación. Por eso el filósofo puede afirmar: “El mayor efecto del poder disciplinario es lo que podríamos llamar el reordenamiento profundo de las relaciones entre la singularidad somática, el sujeto y el individuo”.
Es en este contexto que debemos leer El nacimiento de la biopolítica. Foucault quiere comprender cómo se desarrolla una razón de gobierno que no está directamente ligada a la razón de Estado, sino que, por el contrario, aparece como un peculiar principio de limitación a la soberanía estatal. Esta razón será inseparable del desarrollo del liberalismo y su fobia al estatismo.
Como si liberalismo fuera, en el fondo, el verdadero nombre del poder disciplinario desarrollado por la modernidad (lo que tal vez explica por qué Foucault necesita decir que el socialismo nunca desarrolló una reflexión sobre la racionalidad gubernamental, que sólo tiene una teoría del Estado, y no una teoría del gobierno). De hecho, Foucault utilizará todo su curso para mostrar cómo el desarrollo de la economía política liberal y su defensa irrestricta del mercado será el factor fundamental para asegurar la autolimitación del poder soberano.
Independencia de los gobernados
De hecho, al analizar el liberalismo, especialmente el ordoliberalismo alemán (de Von Mises, Erhard, Röpke, Eucken) y el neoliberalismo norteamericano (de Hayek y Friedman), Foucault percibe el advenimiento de una peculiar noción de libertad. No se trata de una concepción jurídica en la que la libertad sería concebida como el ejercicio de un cierto número de derechos fundamentales. Es un concepto de libertad como la independencia de los gobernados en relación a los gobernantes. Pero esta libertad, paradójicamente, debe ser producida y garantizada por las prácticas gubernamentales, debe ser el resultado de “una formidable extensión de los procedimientos de control” y capacitación.
En este sentido, el neoliberalismo y el ordoliberalismo no pueden ser colocados bajo el signo de laissez-faire sino, por el contrario, bajo el signo de la vigilancia e intervención estatal. Esta intervención no será en los mecanismos de la economía, en forma de nacionalización, de políticas de lucha contra el empobrecimiento, la desigualdad ya favor de la redistribución.
Más bien, se hará a nivel de condiciones de posibilidad de la economía, es decir, en lo que permite la creación de condiciones para que la economía funcione libremente de acuerdo con sus principios de competencia. Por eso la intervención será a nivel de poblaciones, técnicas, aprendizajes y educación. Será masivo en el campo social y discreto en los procesos directamente económicos.
Señalemos que no se trata de intentar corregir los efectos destructivos del mercado sobre la sociedad, sino de conseguir una sociedad sujeta a dinámicas competitivas y mercantiles. Para ello será necesaria una verdadera ingeniería social, capaz de formalizar todos los ámbitos de la vida social a partir del modelo de empresa. Foucault busca deshacer el mito según el cual el liberalismo eleva al individuo a la condición de unidad elemental de la vida social. En realidad, esta unidad elemental es la empresa, o mejor dicho, la “empresa-forma”, ya que “se trata de obtener una sociedad indexada, no en las mercancías y en la uniformidad de las mercancías, sino en la multiplicidad y diferenciación de la empresa”.
En el límite, la propia personalidad subjetiva se reconfigurará como un conjunto de aptitudes y competencias capaces de valorizar las inversiones aplicadas en la formación, en las relaciones, es decir, como un espacio de valorización incesante del “capital humano”. Por eso Foucault termina el curso discutiendo las nuevas configuraciones de homo economicus: este hombre que es su propio empresario, el que es capaz de calcular su tiempo, su educación, el cariño dedicado a sus hijos, como una inversión en la producción de rentabilidad del capital humano. Como si la noción psicológica de personalidad estuviera destinada a ser descrita como una paradójica corporación privada. De esta forma, una nueva forma de control social logra imponerse de la mano de la “libertad” liberal.
*Vladimir Safatle Es profesor titular del Departamento de Filosofía de la USP. Autor, entre otros libros, de Dando cuerpo a lo imposible. El sentido de la dialéctica de Theodor Adorno (Auténtico).
referencia
Michel Foucault. nacimiento de la biopolítica, Traducción: Eduardo Brandão. Martín Fontes, 474 p (https://amzn.to/3YDQ5TO).