En las minas, en las fábricas

Carlos Zilio, PRATO, 1971, pintura industrial sobre porcelana, ø 24cm
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por WALNICE NOGUEIRA GALVÃO*

Comentarios sobre películas que abordan el tema del desempleo

el critico de Neoyorquino, en un comentario jocoso y frívolo acorde con el tono de la revista -no por ello menos excelente- observa que, después de o todo o nada (1997) y Un toque de esperanza (1996), quien mira Billy Elliot pensaréis que en el norte de Inglaterra los trabajadores se dedican a las musas, y sólo los más reacios se oponen a la vocación artística, reivindicando el derecho a descender al pozo de la mina. Y pregunta: ¿cuándo van a hacer una película sobre los que de verdad trabajan?

Resulta que ya lo hicieron, pero el crítico no cumplió con su obligación, ni vio ni se informó. En el mismo año, salió un insólito documental francés sobre la única mina de carbón inglesa comprada por los trabajadores, que la mantienen en funcionamiento, mientras las demás cierran. Se llama carbones encendidos (1999), Película francesa dirigida por Jean-Michel Carré, quien más tarde escribió un libro con el mismo título. Premiado en Cannes en 2000, incluso se ha visto en Brasil, en el festival internacional de documentales.

La mina Tower Colliery, en Gales, fue comprada en 1994 por trabajadores socialistas, utilizando sus indemnizaciones por despido, valoradas en 8 libras esterlinas cada una, como inversión. Esta mina tiene una leyenda épica, ya que en 1834 sus trabajadores marcharon con la bandera roja, que aún hoy usan y dicen haber inventado.

Se ve que es una profesión “macho”, en la que hay mucho bigote y poco pendiente. El trabajo en la mina, por muy avanzada que sea la tecnología, todavía se hace principalmente a mano, como el de un dentista o el de un constructor de barcos. Los percances de la democracia se sienten en el ausentismo, siendo a veces más numerosos los votos por poder que los presentes. Los mineros de Tower Colliery tuvieron que lidiar con desperdicios, provenientes de donaciones y 'robos', por valor de XNUMX libras esterlinas en daños hasta que se estableció un control.

Cancelaron los bonos por productividad, porque aumenta los riesgos en materia de seguridad, ya que el trabajador se esfuerza más y se cansa más. A cambio, se dio un aumento, calculado sobre la base de los salarios de British Coal, según el índice general del país.

A juicio de los mineros, las minas fueron cerradas no por razones económicas, sino por razones políticas, ante la fuerza temible de la clase. En 1928 el más grande de los ingleses, Winston Churchill, ordenó a la policía disparar contra una de sus frecuentes manifestaciones, matando a varios. Los trabajadores dicen que Margaret Thatcher quería emular la hazaña, pero que ahora “eles son más civilizados.

Otras películas

Contrariamente a lo que se podría suponer, el cine está quizás más atento a los movimientos del tejido social de lo que imaginamos. La gran crisis de 1929 hizo famoso al cine de Hollywood, como sabemos, pues fue un caso célebre por la ejemplaridad con que iluminó el poder de la evasión. Mientras la gente se suicidaba tras el crack bursátil y el desempleo alcanzaba niveles sin precedentes en Estados Unidos, las colas para la taquilla daban la vuelta a la manzana durante la década de 1930. Reinaba el lujo y la ostentación. Cuanto mayor sea la negación de los tiempos aterradores y de privaciones que todos vivieron, mejor.

Lo que está pasando ahora merece ser registrado. De repente, las películas sobre el desempleo, ya sean centrales o secundarias a la trama, constituyen un bloque temático de la mayor visibilidad. Y, para no pretender una coincidencia o una moda nacional determinada por la magnitud del problema, las películas provienen de Inglaterra, Francia, Estados Unidos y nuestro país.

De entrada destacan dos producciones inglesas, una de ellas titulada o todo o nada (1997), con Robert Carlyle y Tom Wilkinson, que muestra de forma divertida cómo seis personas desempleadas, de diferentes estatus, desde nivel no cualificado hasta nivel directivo, acaban mostrándose solidarios y encontrando una salida creativa para su sustento. El principal hallazgo reside precisamente en esto, en la constitución de una troupe de striptease masculino, sus problemas y quid pro quos. Lo que no tiene mucha gracia es que el énfasis recae en la libre empresa, dando a entender que sólo los que quieren están desempleados. Y la película da a entender que en el fondo no quieren trabajar en serio. Hablando de eso, ¿cuántas de estas compañías serían lo suficientemente grandes como para absorber el mercado inglés?

Otra cinta en inglés, Un toque de esperanza (1996), con Pete Postlethwaite y Ewan McGregor, pone en pantalla un punto muerto desgarrador, centrándose en una banda de mineros en un momento en que todas las minas de carbón del país están en proceso de ser clausuradas. La enajenación es inevitable: están en huelga de protesta, y de su voto depende el cierre o no de la mina, mientras ellos, orgullosos de su profesión y de su banda, siguen tocando con miras al campeonato nacional. Así, el espectador entiende que no tiene sentido sacrificar y perfeccionar la actuación, porque de la misma manera se extinguirá la mina y, con ella, la banda.

Hay detalles que ilustran el refinamiento de los capos, como la contratación de un sociólogo desprevenido para hacer una investigación sobre la conveniencia o no de cerrar, solo para engañar a la opinión pública, pues ya estaba decretado de antemano que la mina no sobreviviría. .

Quizás lo peor es encontrar en la película la confirmación de lo que ya sucedió, como todos saben, respecto a la misión que asumió y llevó a cabo el gobierno de Thatcher, de sacar de la calle a 250 mineros, acabar con la minas de carbón del país. Como muestra la película, ¿cuál de esos pobres diablos no estaría tentado a votar a favor de la liquidación -todo el proceso fue impecablemente democrático- que les daría a cada uno una compensación suficiente para comprar una pequeña casa en las afueras? La película cuenta cómo se desarrolló todo el viaje.

Viniendo de Francia, Esa vieja canción, también traducido como amores parisinos (1997), de Alain Resnais, el incomparable maestro de Hiroshima mi amor apuesta por una ingeniosa solución cinematográfica: los actores doblan canciones francesas de éxitos populares antiguos y modernos en las grabaciones originales, que coinciden con la trama al mismo tiempo que funcionan como un comentario mordaz. Da risa ver al general alemán Von Choltitz, comandante de la ocupación nazi de París -famoso por negarse a dinamitar la ciudad en el momento de la derrota, a pesar de las órdenes de Hitler-, abrir la boca y cantar con la voz de Josephine Baker. J'ai deux amours, mon pays et Paris, clásico de 1930.

En un grupo de gente corriente, pero bien alimentada y bien vestida, con sus apuros sentimentales y económicos, es asombroso ver cómo el paro y el subempleo, no tematizados, cruzan, sin embargo, estas vidas. Incluso incluida en el contexto de una comedia ligera, y en el fondo optimista, en la que las personas, más débiles o más sanas, no son realmente malas. Es un error que comete la protagonista, obligada por sus funciones en la empresa donde trabaja a rechazar a un candidato cualificado, sin trabajo desde hace dos años, y todo lo que resulta de ello proporciona buena parte de la trama.

Es impresionante en el panorama general ver cómo incluso un grupo muy violento y más convencional novela de suspense Los norteamericanos, aquellos con secuestro de rehenes de niños y demanda de rescate, introducen el tema. el cuarto poder (1997), de las competentes manos de Costa-Gavras, está protagonizada por dos estrellas, Dustin Hoffman, un reportero sin escrúpulos despedido de un periódico, de un medio comprometido con el sensacionalismo, y John Travolta, como el secuestrador. Cuando el espectador ya prevé un rescate del orden de millones de dólares, se encuentra ante una sorpresa. Porque el secuestrador, exguardia de un museo de historia natural del interior que casi no tiene clientes, no quiere nada más que recuperar su humilde trabajo. Un trabajo que perdió porque el museo decidió reducir costos, dejándolo, como dicen, obsoleto; o flexibilizarlo, externalizarlo, etc.

Entre los brasileños, tierra extranjera (1995), de Walter Salles Jr., hizo del desempleo el motor de toda la acción, provocando la expatriación del protagonista y el cuestionamiento de su identidad como excluido. Y Brasil central (1998), del mismo director, pone en escena un Río de Janeiro sin fachada de postal, un país infernal donde una población de lumpens vive en un círculo vicioso sin fronteras definidas entre el desempleo, la informalidad y la delincuencia. Ni siquiera un trabajador bien portado parece servir de contrapunto y modelo, nada mal, porque ¿sería honesto ignorar que el trabajo industrial se está desgastando?

En estas dos últimas películas, el regreso a las pantallas del rostro del pueblo está marcado, quizás no de la misma manera, pero con resonancias de hora estrella (1985), por Suzana Amaral, al negarse a glamourizar a los personajes. Es un buen susto para los espectadores acostumbrados a pensar que están viendo Brasil en la telenovela de Globo.

 

fuera de hollywood

El público ha visto surgir en los últimos años varias películas de un nuevo tipo, el musical obrero. aparte Un toque de esperanza e o todo o nada, tres más merecen mención, un inglés, un australiano y un danés, ampliando las implicaciones y ángulos inéditos que arrojan luz.

Billy Elliot (2000), dirigida por Stephen Daldry, está ambientada en medio de una vasta y, como la historia ha demostrado, trágica, huelga de mineros en 1984 en un pequeño pueblo del condado de Durham. Se muestra la brutal represión policial contra ellos, desatada varias veces por Margaret Thatcher, en una guerra sin cuartel durante una década, hasta ganar en toda la línea.

Un niño, hijo y hermano de mineros, descubre su vocación por el ballet. Billy no tiene madre y su padre, un trabajador manual, está horrorizado. La suya es una cultura machista, bebedora de cerveza, fanfarronada de fútbol, ​​donde el esfuerzo físico es una salida para la frustración. Hasta que un día su padre lo ve bailar claqué y decide darle una oportunidad: una escena preciosa, en la que Billy baila en la calle, en los tejados y hasta dentro del lavabo, rebotando en las paredes.

El chico solicita una beca para el Royal Ballet, dispuesto a afrontar los duros años de formación que requiere. La huelga se perdió y vemos al padre en el ascensor bajando al fondo de la mina, inclinado por la derrota. Cuando Billy aprueba el examen, la narración se interrumpe para dar paso a la gran escena final de su debut; en la audiencia, padre y hermano embelesados. La película finaliza con el espectacular salto al escenario de un Billy adulto, disfrazado de cisne, desplazamiento que viene a alegorizar la metamorfosis del patito feo.

Esta última proeza se la debemos a Matthew Bourne, un atrevido coreógrafo inglés, que montó en 1995 una Lago de los cisnes solo con hombres, dando pie a una buena discusión sobre género y cosas por el estilo. El montaje todavía circula hoy por todo el mundo. Con cisnes con el torso desnudo y pantalones inflados de plumas, es una pequeña pieza de este montaje que se puede ver al final de Billy Elliot.

En una línea similar se encuentra pasión y fama (2000), australiana, dirigida por Dein Perry, protagonizada por un joven trabajador metalúrgico de Newcastle, Australia, una ciudad industrial donde los trabajos pasan de padre a hijo. Es colega de su padre y tiene un hermano mitad lumpen, mitad delincuente leve. Al igual que Billy, es un huérfano con vocación por el baile, al que se oponen todos, incluidos su padre y su hermano, quienes, para variar, consideran que el ballet no es algo para un hombre de verdad.

La intriga es escasa, pero el interés de la película radica en otros factores. Primero, el uso de las instalaciones de una planta siderúrgica para fomentar el baile. En segundo lugar, la invención australiana de la coreografía masculina de botas negras, que ha dado la vuelta al planeta con un éxito sin igual en los últimos años. El director de la película, Dein Perry, también es el coreógrafo de Tap Dogs., la compañía que deslumbró al mundo.

Practican claqué (Zapateado), salvo que la suya nada tiene que ver con la elegancia y ligereza propias de la especialidad, siendo su epítome el divino Fred Astaire, cuya personalidad es la de un esbelto aristócrata. hastiado, con frac, sombrero de copa, bastón, ironía y malicia. Nada de eso. Los australianos son hombres que sudan mientras brincan en jeans y camisetas ceñidas, muestran sus músculos con toda virilidad, golpean con los pies en el suelo de verdad, truenan el aire con sus botas, en un baile. sexy de la masculinidad mas grande… y son maravillosos. Naturalmente, bailan al son del rock pesado.

La película aprovecha el hallazgo y lo sitúa en una acería, escenario y escenario de la coreografía, con estupendos resultados. El escenario es de metal, al igual que las barandillas laterales, de las que las botas planchadas incluso sacan chispas, como si fueran sopletes. Las máquinas e implementos proporcionan instigaciones para diferentes arabescos; las escaleras y pasarelas metálicas amplifican la repercusión de los ritmos. Incluso hay una escena en una piscina poco profunda y refrescante que produce buenas piruetas. En este particular, fue Cantando bajo la lluvia que Gene Kelly elevó el líquido a un accesorio activo y compañero de ballet, así como a un escenario, mientras chapoteaba rítmicamente en la escorrentía de la canaleta, incorporando el agua que tamborilea sobre la sombrilla y brota de la canaleta. pasión y fama termina con el anuncio de que todos están despedidos, la fábrica debe ser desactivada dentro de tres meses.

Otro es el alcance de Bailando en la oscuridad (1999), la primera de una trilogía que luego se vería, dirigida por Lars von Trier, del grupo Dogma, y ​​protagonizada por la cantante Björk. Ganó los premios a mejor película y mejor actriz en el Festival de Cine de Cannes en 2000.

La extraordinaria presencia de Björk eclipsa casi todo lo demás que se presenta. Otra historia más de desempleo, en este caso individual, alcanza niveles inimaginables tanto de conmoción como de potencial para el tratamiento de un musical. Y lo que sucede entre las herramientas en la línea de montaje; diferenciándose de los anteriores porque se desarrolla en una fábrica en funcionamiento, donde los compinches cantan y bailan mientras trabajan.

Una obrera checa emigra a los Estados Unidos con su hijo pequeño en busca de trabajo. Presa de una ceguera progresiva y hereditaria, quiere ahorrar su salario mínimo para garantizarle al niño una operación preventiva. Aficionado a los musicales, insiste en ensayar un espectáculo amateur en el que baila y canta, pero pierde el protagonismo porque ya no domina los marcos escénicos. A pesar de ser querida y protegida por sus compañeros de fábrica, que conocen su drama, llega un día en que su ceguera ya no puede disimularse, cuando empieza a estropear las piezas y es despedida.

A partir de entonces, de lo que había sido una vida de carencias, pero con un trabajo y un proyecto de futuro -la cirugía para salvar a su hijo de la ceguera- se desató el horror, tan inexorable como el destino. Porque es en la pujante sede del capitalismo donde todo tiene su cita: pleno empleo y buenos salarios mínimos junto al fundamentalismo de mercado. La gente gasta más de lo que puede pagar, roba para consumir, los que no pueden pagar un abogado son culpables y hay una pena de muerte preferencial para los pobres. La severa acusación de idolatría del consumo muestra a un policía rico robándole a una mujer ciega el dinero que -y sabía- rescataría a un niño con la misma suerte. Björk no debería volver a actuar nunca más en el cine, para dejar esta actuación grabada en la retina, y en el corazón, del espectador.

No deja de ser original que el tema de la ruptura del trabajo industrial involucre la cinematografía y transforme la fábrica en un escenario filmable. El musical migra al otro extremo del espectro social que fue su cuna, planteado en su momento por el uso del sonido en el cine antes mudo: cuando, en su mejor momento, era privilegio de un ambiente de lujo y ostentación. Las nuevas películas, juntas, dan que pensar.

*Walnice Nogueira Galvão es profesor emérito de la FFLCH de la USP. Autor, entre otros libros, de Las musas bajo asedio (Senac).

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