por ANTÔNIO VENTAS RIOS NETO*
Cuando una cosmovisión hegemónica se enfrenta a problemas, desafíos y dilemas que afectan a todos los espacios de su alcance, se desencadena una situación de crisis, en la que se cuestiona la vigencia de la cosmovisión vigente.
“Lejos del profeta del terror que anuncia la naranja mecánica / amar y cambiar las cosas me interesa más…” (Belchior)
La historia de la humanidad está atravesada por largas épocas históricas, en las que, en cada época, los actores sociales debían interpretar la realidad en la que estaban insertos para poder comprenderla y transformarla, incidiendo en las diversas dimensiones de la experiencia humana: cultural , científica, ética, política, económica, religiosa, etc. Es así como surge una cosmovisión, dando lugar a nuevos valores, creencias, supuestos, modelos, teorías y concepciones de la naturaleza, que al sedimentarse en la cultura, establecen una nueva forma de vida por mucho tiempo. Cuando una visión hegemónica del mundo se encuentra con problemas, desafíos y dilemas que afectan a todas sus áreas de cobertura, se desencadena una situación de crisis, caracterizada por un sentimiento de incertidumbre, inestabilidad, discontinuidad, desorientación, inseguridad y vulnerabilidad frente al presente. situación. Esto conduce a un largo período de transición en el que comienza a cuestionarse la vigencia de la cosmovisión actual, provocando así la necesidad de nuevas lecturas de la realidad, hasta alcanzar y asentar una nueva cosmovisión que supere el estado de crisis generado por el agotamiento de la la cosmovisión anterior.
El último cambio de época histórica se produjo cuando el agrarismo fue superado por el industrialismo, durante el siglo XVIII. En estas transiciones entre épocas históricas, el hombre utiliza metarrelatos (la Ilustración y el marxismo son algunos ejemplos), a los que llamaré aquí narraciones, que conviven y compiten entre sí con el objetivo de establecer una forma más mejorada de convivencia y desarrollo de las sociedades. Para muchos pensadores, nos encontramos precisamente en una transición de tiempos históricos y la conmoción provocada por la pandemia del coronavirus inevitablemente refuerza y potencia esta percepción, ampliando con más intensidad el debate en torno a las diversas narrativas que proponen una nueva forma de convivencia humana. Como dijo el Papa Francisco, “Esta no es una crisis de cambio, sino una crisis de cambio de época”. ¿Cuáles serían entonces las narrativas que intentan anunciar una nueva época histórica?
A continuación, trato de hacer un esfuerzo de síntesis para describir tres narrativas que me parecen abarcar el universo de alternativas que se ofrecen para superar la situación de crisis global que hemos vivido en las últimas décadas. Son ellas: Homo dominus, Homo deus e homo complejo, cuyos elementos estructurantes centrales, que mejor representan cada narrativa hoy, son, respectivamente, El Capital, El Algoritmo y La Naturaleza. Es importante resaltar que tanto el nombre como los elementos estructurantes que adopto para cada narración no siguen ninguna corriente filosófica ni orientación científica. Solo los uso únicamente con el objetivo de intentar hacerlo más didáctico y facilitar la comprensión de cada narración. En la medida de lo posible, señalaré también las referencias científicas que las avalan.
homo dominus (la capital)
Se trata de apostar por más de lo mismo, por tanto, el discurso que defiende el mantenimiento de la cultura patriarcal instalada hace milenios. El término "dominus" parecía más apropiado para la explicación de la narración. Proviene del latín medieval que significa señor, Dios, dueño de una casa (domus). De ahí la expresión derivada del derecho romano: “in capite alicujus dominari” (el que estipula cómo se debe vivir). Tal es la esencia de cultura patriarcal, que tiene como principal característica la idea de apropiación, entendida como voluntad de poder y dominio del hombre sobre sí mismo, sobre el otro, sobre la verdad y sobre la naturaleza.
El elemento estructurante de esta narrativa, al menos en los últimos 300 años, ha sido El Capital, cuya historia y modus operandi fueron magistralmente comprendidas y reveladas por Karl Marx. El significado original de la palabra proviene del latín cápita (cabeza). De ahí el significado del adjetivo capital es: lo que está por encima de los demás, principal, dominante. Así, el Capital se convirtió en el eje estructurador del modo de vida de la humanidad, generando la cosmovisión actual que entiende que el universo es un gran mercado. Entre los pensadores más importantes que inicialmente sistematizaron el conocimiento en torno a este concepto, alrededor de los siglos XVII y XVIII, considerados los precursores de la cosmovisión económica, se encuentran Adam Smith, David Ricardo, John Locke y otros. En ese momento, se creía que la acción de la “mano invisible” (beneficios sociales no intencionales) del mercado, idea introducida por Smith en su libro Theory of Moral Sentiments (1759), aliada al equilibrio entre fuerzas políticas, defendía del abogado y expresidente estadounidense (1809-1817), James Madison, supliría por sí sola la soberanía popular y la igualdad de derechos, pilares de la democracia. En las últimas décadas, los pensadores más influyentes de esta cosmovisión han sido economistas como Milton Friedman, George Stigler, Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises, Gary Becker, entre otros (algunos incluyendo premios Nobel de Economía), quienes ayudan a sostener la filosofía de homo economicus, como dijo recientemente el profesor de filosofía de Unisinos, Castor Bartolomé Ruiz.
La historia nos ha demostrado que las consecuencias de esta cosmovisión económica no han sido tan positivas como se imaginaba. En las últimas cuatro décadas hemos observado al Capital, en su versión inmaterial, transnacional, financiarizada y globalizada, guiando con fuerza esta visión hegemónica del mundo, que está desembocando en la doctrina de la nueva liberalismo totalizador (Estado absorbido por el mercado), como ha advertido la filósofa Marilena Chauí. Este modelo ha estado amenazando a los regímenes democráticos, obstaculizando la economía productiva, devastando el mundo del trabajo, creando una masa de personas excluidas y degradando el medio ambiente en una escala y velocidad nunca antes vistas. Hemos alcanzado un nivel de desigualdad social sin precedentes en la historia de la humanidad. Como dice el economista Ladislau Dowbor, “cuando ocho individuos poseen más riqueza que la mitad de la población mundial, mientras 800 millones de personas mueren de hambre, francamente, pensar que el sistema está funcionando es una prueba de ceguera mental avanzada” (extraído del libro The Age of Unproductive Capital). De persistir esta visión económica del mundo, la racionalidad del Capital reforzará cada vez más la formación de depredadores insensibles a la miseria humana, transformando la sociedad en un gran escenario donde ganan quienes eliminan el mayor número de competidores y el planeta en un lugar hostil que podría ya no se recuperan las condiciones ambientales que aseguran la permanencia del ser humano.
homo deus (el algoritmo)
La narrativa aquí está asociada con la revolución tecnológica que comenzó a mediados de la década de 70, cuando el físico estadounidense y cofundador de Intel Corporation, Robert Noyce, inventó el microchip (1976). A partir de entonces se desencadenaron otras revoluciones tecnológicas en las áreas de la nanotecnología, la inteligencia artificial, la robótica, la biotecnología, los nuevos materiales, etc. Al mismo tiempo, también hubo cambios radicales en las formas y medios de comunicación. Así se creó la visión cibernética del mundo, en cierto modo heredada de la visión mecanicista de la era industrial, iniciada en Inglaterra a fines del siglo XVIII, que también tuvo a la “herramienta” como eje estructurador de la civilización.
Hoy en día, esta visión del mundo parece estar bien articulada y potenciada en el pensamiento del profesor de historia israelí Yuval Noah Harari, autor de una trilogía de ensayos de gran venta: Sapiens – Una breve historia de la humanidad, Homo Deus – Una breve historia del mañana y 21 lecciones para el siglo 21. Después de que sus libros fueran recomendados por personalidades como Bill Gates, Mark Zuckerberg y Barack Obama, Harari ganó notoriedad mundial, llegando incluso a ser invitado a hablar sobre el futuro de la humanidad el pasado mundo. Foro Económico de Davos. De ahí la razón de usar el nombre homo deus por esta narración que tiene al Algoritmo como elemento estructurante, cuyo origen del término se atribuye a los matemáticos de la antigua Grecia (la criba de Eratóstenes y el algoritmo de Euclides). Para la informática, el algoritmo corresponde a los pasos necesarios para realizar una tarea para resolver un determinado tipo de problema.
Por lo que pude ver, una de las ideas centrales de Harari, como Entrevista Concedido a Folha de São Paulo, el 12/11/2016, está contenida en la pregunta que cierra su libro Homo Deus: “¿Será que los organismos son algoritmos, y la vida solo procesamiento de datos?”, a lo que responde diciendo que, “según lo que saber sobre el establecimiento científico actual, la respuesta es 'sí'”, y continúa diciendo: “mi opinión es que la idea de los organismos como algoritmos simples ha tenido éxito, especialmente en biotecnología. Pero creo que hay una gran brecha en este punto de vista: la conciencia, las experiencias subjetivas. No tenemos buenos modelos científicos para explicarlos, por lo que soy escéptico de que esta visión de la vida sea realmente cierta. Puede ser que en 20 o 30 años tengamos un modelo de conciencia en términos de procesamiento de datos”.
En opinión de Harari, como se analiza en su libro Homo Deus, “habiendo elevado a la humanidad por encima del nivel bestial de la lucha por la supervivencia, nuestro propósito será convertir a los humanos en dioses y transformar al Homo sapiens en Homo deus” y, para ello, “la elevación de los humanos a la condición de dioses puede seguir cualquier uno de estos tres caminos: ingeniería biológica, ingeniería cibernética e ingeniería de seres no orgánicos”. Así, la biotecnología y la inteligencia artificial estarían en proceso de otorgar poderes “divinos” a la humanidad, una visión audaz e insólita de la transmutación de la especie Homo sapiens. em homo deus.
Es una propuesta cuanto menos desconcertante y perturbadora, como podemos observar en manifestaciones (pobre Homo Deus) como el de la historiadora portuguesa Fátima Bonifácio. Según ella, “ahora es el momento de la subordinación del hombre a la máquina. Para que esta resignación humana se consuma, el activo más importante hoy es la información, los datos y el respectivo procesamiento informático. Aquí no cuenta nuestra conciencia, que ya está disociada de la inteligencia. Nuestra sensibilidad emocional y espiritual no cuenta aquí. Los organismos son algoritmos y estos no tienen ni sentimientos, ni conciencia, ni espíritu. El criterio ya no es el del Bien, el Bello y el Justo, sino el de la eficacia, la utilidad y la funcionalidad. La evacuación de espíritu, conciencia y emoción estética no parece desconcertar a Harari, fascinado por la apasionante visión de un futuro Homo Deus”.
En la misma línea, también está la percepción del escritor, conferencista y consultor Augusto de Franco, quien se ha dedicado a temas relacionados con el desarrollo local, la democracia y las redes sociales. Franco, mientras hacía unas comentarios críticos al libro 21 lecciones para el siglo XXI, se opone al pensamiento de Harari al afirmar que “si los algoritmos son perfectos, no serán mejores que los humanos. Lo humano no es superado por la perfección. La imperfección es parte del ser humano. La inteligencia artificial evita los errores y, con ello, la forma típicamente humana de aprender, que es equivocándose. Harari desconoce el papel del comportamiento aleatorio (y con él lo que llamamos inteligencia colectiva)”.
Esta narrativa de Homo deus me recordó al pensador y erudito austriaco Ivan Illich (1926-2002), crítico implacable de la sociedad industrial, considerado, junto con Herbert Marcuse, Erich Fromm y otros exponentes de la Escuela de Frankfurt, un precursor de la anti- movimiento de globalización que denunció el régimen económico capitalista neoliberal y el libre tránsito del capital financiero internacional. Illich era partidario de “sociedad de convivencia”, una sociedad en la que la herramienta debe ponerse al servicio de la persona integrada en la comunidad y no al revés, esclavizando a la sociedad como siempre lo ha hecho. Para Illich, “a medida que domino la herramienta, lleno el mundo de sentido; Como la herramienta me domina, va modelando en mí su estructura, y me impone una idea de mí mismo”. También me acordé del neurobiólogo chileno Humberto Maturana, que no necesita presentación. Para Maturana, “comúnmente hablamos de ciencia y tecnología como dominios de explicaciones y acciones que hacen referencia a una realidad útil, que nos permite predecir y controlar la naturaleza. (...) En nuestra cultura occidental, estamos inmersos en la idea de que tenemos que controlar la naturaleza, porque creemos que el conocimiento permite controlar. Pero esto, de hecho, no sucede: el conocimiento no conduce al control. Si el conocimiento lleva a algo, es a la comprensión, a la comprensión, y esto conduce a una acción armoniosa y ajustada con los demás y el medio ambiente”.
Si bien Harari viene haciendo, en estos tiempos de pandemia, un aporte relevante al mundo al advertir sobre los peligros de la elección que deben hacer los actores políticos entre el “aislamiento nacionalista” y la “solidaridad global”, hasta donde alcanza mi percepción, es Me parece que la disonancia de la narrativa del Homo deus reside en el pensamiento de Illich, Maturana y otros exponentes de las nuevas ciencias de la complejidad. También vale la pena mencionar aquí la advertencia del antropólogo, sociólogo y filósofo francés Edgar Morin, para quien “la locura eufórica del transhumanismo lleva a paroxismo el mito de la necesidad histórica del progreso y del dominio del hombre no sólo sobre la naturaleza, sino también sobre su destino, al predecir que el hombre tendrá acceso a la inmortalidad y controlará todo por medio de la inteligencia artificial”. Si prevalecen los referentes asociados a esta visión cibernética del mundo, la racionalidad instrumental volverá a guiar el actual cambio civilizatorio, generando una cultura indiferente a la historia, a la ciencia y a la subjetividad humana, comprometida sólo con la coherencia por la eficiencia, indicando así una narrativa más cercana a una versión de alta tecnología de eso Deus Ex Machina de la era industrial.
homo complejo (la naturaleza)
Esta es la propuesta de las nuevas ciencias de la complejidad. El término homo complejo fue tomado de las concepciones de Edgar Morin, defensor de la “reforma del pensamiento” desde un “paradigma de la complejidad”. Para Morin, “el ser humano es complejo y lleva en sí, de forma bipolarizada, caracteres antagónicos”, instándonos así a abandonar la mirada unilateral que lo define exclusivamente por la racionalidad del Homo sapiens. El hombre es, al mismo tiempo, sapiens y demens (sabio y loco), faber y ludens (trabajador y juguetón), empiricus e imaginarius (empírico e imaginario), economicus y consumans (económico y consumista), prosaicus y poeticus (prosaico y poético).
La naturaleza se inserta aquí como un elemento estructurante de esta narrativa debido a su inherente complejidad. A lo largo de la historia de la ciencia, la comprensión de la Naturaleza y, por tanto, de la realidad del mundo físico ha pasado por unas etapas, siempre en el sentido de ir mejorando cada vez más la comprensión de nuestro entorno. Un ejemplo clásico de esta evolución fue el paso de la cosmovisión de Ptolomeo (100 dC) a Copérnico (1500), que alteró radicalmente los referentes de la astronomía. Otro fue el paso de la visión newtoniana (siglo XVII), que utilizaba la metáfora del mecanismo del reloj para explicar un universo inmutable, lineal, monocausal y determinista, a la visión compleja de la realidad, surgida de los descubrimientos de Einstein (movimiento browniano, efecto fotoeléctrico, relatividad) Heisenberg (principio de incertidumbre), Prigogine (estructuras disipativas), Lorenz (atractores caóticos), Mandelbrot (fractales), Maturana y Varela (autopoiesis) y muchos otros, en los que nos damos cuenta de que la Naturaleza se caracteriza por la aleatoriedad, la inestabilidad y la incertidumbre, en definitiva, por complejidad y, por tanto, sólo puede ser mejor comprendida y experimentada por el pensamiento complejo. Como dijo el físico y astrónomo James H. Jeans (1877–1946): “El curso del conocimiento se está moviendo hacia una realidad no mecánica. El universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina”..
El hecho es que los cambios globales en curso forjan una nueva época histórica y están dando lugar, desde los años 60 del siglo pasado, a una silenciosa revolución sociocultural en contrapunto a la cosmovisión económica hegemónica. El surgimiento de una sociedad civil global preocupada por promover el desarrollo sostenible ya es una realidad. Entidades como Amnistía Internacional, mecanismos supranacionales como la Convención de Biodiversidad y el Protocolo de Kioto, centros de monitoreo global como el World Watch Institute (WWI) y las miles de organizaciones que operan hoy en el tercer sector de la economía (ONG), desde de arreglos societarios más creativos, cooperativos y flexibles, tratando de compensar la indiscutible incapacidad del mercado y del Estado (este último en un proceso creciente de captura por el mercado) para promover el bienestar social, son quizás los mejores ejemplos de estos cambios. La sociedad de poder jerárquica, estratificada y autoritaria, poco a poco, se transmuta en la formación de una nueva sociedad red, una “era del informacionalismo”, como la llama el sociólogo español Manuel Castells, basada en una cosmovisión compleja del mundo. Para estos nuevos actores sociales, la realidad es percibida como una red de relaciones entre diferentes formas de vida, que abraza la incertidumbre y las contradicciones de la condición humana, que entiende que estamos inmersos en sistemas complejos con múltiples dimensiones, en los que la economía es sólo una de estas dimensiones y que, por tanto, es necesario incluir y cuidar las otras dimensiones: histórica, ecológica, social, política, institucional, ética, estética, espiritual, entre otras, para que podamos continuar el proceso civilizatorio.
Es interesante observar que tanto la visión económica del mundo (homo dominus), traducido al neoliberalismo, así como la visión cibernética (homo deus), que deposita sus esperanzas en el algoritmo, tuvieron su génesis, como aquí se describe, en la misma época, allá por los años 70 del siglo pasado, y establecieron una simbiosis en la que se refuerzan y potencian mutuamente. En la actualidad, con la conmoción provocada por la pandemia del coronavirus y con la eficiente respuesta de vigilancia digital puesta en marcha por parte de los países asiáticos, en particular China y Corea del Sur, es muy probable que el resultado de esta simbiosis para las próximas décadas o el condicionamiento de nuestra forma de vida en base a una nueva biopolítica digital, especialmente después de que Occidente se apropie de este nuevo estado de vigilancia. Como podemos ver en las ideas difundidas por filósofos como Byung-Chul Han (sociedad disciplinaria), Peter Sloterdijk (coinmunidad), Giorgio Agamben (bioseguridad) y otros, reforzados ante la crisis generada por el Covid-19, existe una clara tendencia a inaugurar, luego de la pandemia, un capitalismo de hipervigilancia. Según el historiador Jacques Attali, esta hipervigilancia tenderá a representar la “objeto sustituto del Estado” en un futuro no muy lejano, que, una vez confirmado, conducirá con certeza a la humanidad a un orden político mundial cada vez más inestable, excluyente, depredador, conflictivo y, por tanto, aún más beligerante y autodestructivo.
Ante el vigor que aún manifiestan las visiones económicas y cibernéticas del mundo, parece que la actual transición de época histórica aún no está próxima a su fin. Seguirá su curso durante quizás al menos otros cuarenta años, con estas tres narrativas coexistiendo en un trance permanente. Hasta entonces, depende de cada uno de nosotros elegir entre Capital, Algoritmo y Naturaleza. Si queremos vivir en arenas, que podrían arrastrarnos al derrumbe de la civilización, o si queremos asumir el papel de la historia, fomentando la proliferación de Ágoras para hacer posible un futuro posible. Como dice Morin, “lo que debe desarrollarse es la neoartesanía científica, es el pilotaje de máquinas, no la maquinación del piloto, es una interreacción cada vez más estrecha entre el pensamiento y la computadora, no es programación”.
*Antonio Sales Ríos Neto es ingeniero civil y consultor organizacional.