por JOÃO CARLOS SALLES*
Discurso de clausura del acto “Educación contra la barbarie”.
1.
La universidad debe recordar siempre a la sociedad un valor esencial de la vida democrática, a saber, la primacía de la palabra sobre cualquier otro instrumento de poder. Es nuestro deber valorar la argumentación, no la agresión, no el ataque, simplemente la polémica. Y eso, datos y argumentos, trajo nuestro acto “Educación contra la barbarie”, siendo también ejemplo de nuestra unidad y naturaleza.
La universidad tiene allí sus ambigüedades. Puede que solo sea un espacio para las élites, para la reproducción, la competencia, incluso los prejuicios. Pero sabemos que esta no es tu verdad. Por encima de todo, y hoy más que nunca, es el espacio de ampliación de derechos, el lugar donde se confrontan los prejuicios, el lugar de la colaboración y la creatividad. Es un lugar de ciencia, cultura y arte. Y te molesta mucho.
Siendo el lugar de la palabra, piensa la palabra, ve los límites de la palabra, y no acepta el cercenamiento de sus cargos, ni el irrespeto a los derechos que nos garantiza la Constitución. No es aceptable, por ejemplo, la falta de respeto a su autonomía en la elección de líderes; ni ningún ajuste de conducta. Después de todo, no hay nada que ajustar en nuestra conducta política, científica, artística o cultural.
Así, debemos reaccionar ante cualquier amenaza, haciendo prevalecer lo nuestro, por ejemplo, cuando nos ocupamos de los límites de nuestras propias palabras, que son el instrumento de nuestro trabajo; y por tanto sólo nosotros mismos podemos decir lo que es inaceptable, a la luz de los mejores argumentos.
Como servidores públicos, somos servidores del Estado, no servidores de los gobernantes. Y, hasta donde sabemos, el código de conducta de todo funcionario establece que debemos basar nuestras decisiones en la ciencia y no en la ignorancia. Por lo tanto, es parte de la dignidad del rol y cargo de un servidor público pensar en el interés común, buscar el bien común, y no solo proteger sus opiniones, intereses privados o prejuicios. Y nuestra arma fundamental, garantizada en la constitución, es el ejercicio de la autonomía, con miras a la producción de conocimiento.
2.
Tuvimos varios ataques por el uso de expresiones en la universidad. Los que estamos en el campo de la filosofía no podemos dejar de reflexionar sobre los usos del lenguaje. Sopesamos palabras y argumentos. La atención al lenguaje, el cuidado del lenguaje, es fundamental para nosotros en la vida universitaria. Y eso va más allá del interés del filósofo. El uso del lenguaje no puede, después de todo, servir a la mera agresión, y es nuestro deber inmediato y estratégico restablecer una base común de sociabilidad, capaz de garantizar los intereses colectivos y de largo plazo del Estado, siendo la educación precisamente eso. , una apuesta de larga duración del Estado- no puede pues reducirse, menospreciarse.
Pensemos en casos extremos de uso de palabras. En el uso del lenguaje, sabemos que, en ocasiones, utilizamos algunas contradicciones como fuerte recurso expresivo; la contradicción nos sirve así como una forma de sugerir lo inefable, lo que no se puede expresar. No hay otro recurso que utilice Santa Teresa de Jesús, cuando pretende decir aquello que supera todo límite, el éxtasis místico, el contacto de lo temporal con lo divino: “Vivo sin vivir en mí, / y espero tal alta vida, / Que muero porque no muero”.
La contradicción es un dispositivo literario fuerte, que puede ser tortuoso y, sin embargo, rentable. Como en Euclides da Cunha, quien, desafiado a definir el sertanejo, construye uno de los oxímoron más famosos de nuestra literatura, una combinación de palabras con significados opuestos, que parecen excluirse entre sí, pero ayudan a sugerir matices impredecibles. “El sertanejo es, ante todo, fuerte”, dice Euclides; y, para traducirlo, se vale de un raro oxímoron, “Hércules-Quasímodo” –recurso discutible tal vez como lectura antropológica, pero sensacional en su expresividad, con el que Euclides rescata la fuerza del sertanejo, al que le faltaría, sin embargo, “ la plástica impecable, el desempeño, la estructura muy correcta de las organizaciones atléticas”.
Las contradicciones parecen lograr sugerir algo, pero otras parecen sugerir nada más que absurdo. ¿De qué sirve, entonces, que se prohíba decir “El presidente es un genocida”, y que en todo el país se persiga a docentes, técnicos o estudiantes? ¿Por qué esta combinación ha generado demandas e intimidación? Después de todo, la combinación no parece lastimar la gramática, y toda la sociedad brasileña actualmente está enfocada en esta pregunta: ¿hay responsabilidad en el caso de la pandemia?
Ahora, los términos “presidente” y “genocida” pueden unirse en una sola oración. No hay incompatibilidad lógica ni gramatical. Tampoco tendría ningún sentido jurídico limitar lo que puede ocurrir dentro del ámbito de alguna consideración sociológica, política o epidemiológica. Sin embargo, creo que hay una razón profunda para la prohibición. Y debo admitir que aquellos que quieren prohibir esta combinación tienen razón. Es simplemente repugnante a la cultura, ofende el buen gusto, ultraja el sentido común. No se puede esperar nada que valga la pena de esta combinación. En definitiva, traspasa todos los límites admitir que un presidente puede ser genocida, como nunca podemos aceptar que un genocida sea presidente.
De la misma manera, si tenemos una educación mínima, si no nos embrutecen, esperamos de un estadista acogedor, solidario, que tenga compostura. Ciertamente, un estadista (como cualquiera de nosotros) tiene su opinión privada, su interés de grupo, pero sólo se convierte en un verdadero estadista siendo capaz de anteponer el interés común al suyo propio; por poder someter su opinión, que es particular, al tamiz de la ciencia, cuyas proposiciones son, en efecto, sujetas a demostración, prueba, reconocimiento por la comunidad científica.
Un estadista no necesita ser un académico. De hecho, ya teníamos académicos que no consideraban tan importante extender el beneficio del acceso a la universidad a sectores más amplios de la población. En este sentido, hasta el académico puede ser ignorante. En fin, académico o no, el verdadero estadista debe ser capaz de dialogar y escuchar a la academia, al saber más refinado, así como valora el saber de su pueblo. Debe ser culta, en un sentido más profundo, que honre el oficio y le dé dignidad.
Un estadista valora la vida por encima de cualquier interés. Por lo tanto, la combinación “estadista ignorante” es inadmisible. No se puede creer que alguien que es grosero, sin compostura, que desdeña la vida, amenaza, agrede, irrespeta la libertad de prensa, la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y de expresión, tenga la talla de un estadista. Jamás será un estadista el que, finalmente, sea incapaz de solidarizarse, el que favorezca la brutalidad y la violencia, el que prefiera las armas a los libros.
3.
Nuestro acto llega, por tanto, en un momento límite para nuestra sociedad. En un momento en que las instituciones fundamentales de la cultura están bajo ataque y ahora somos nosotros los que estamos siendo juzgados por nuestras decisiones. Ya no podemos, por todas las razones expuestas aquí, por todos los argumentos, por todas las palabras, dejar de expresar nuestra repugnancia a la barbarie.
Y también debemos expresar nuestra repugnancia a la barbarie que se disfraza de medios aparentemente racionales. Es la barbarie que hemos llamado "cortesía destructiva". Repito aquí la cita (que hice antes en la apertura del segundo congreso virtual de la UFBA) de un texto de Theodor Adorno, quien, en una conferencia en 1967, más de dos décadas después de la Segunda Guerra Mundial, reflexionaba sobre el regreso de movimientos fascistas en Alemania, en una peligrosa constelación de medios racionales y fines irracionales, cuando la irracionalidad de los fines contamina y distorsiona la supuesta racionalidad de los medios: “No hay que subestimar estos movimientos –insistió Adorno– por su bajo nivel intelectual y por su falta de teoría. Creo que sería una completa falta de sentido político si creyéramos, por eso, que no tienen éxito. Lo que es característico de estos movimientos es más bien una extraordinaria perfección de los medios, es decir, una perfección en primer lugar de los medios propagandísticos en el sentido más amplio, combinada con una ceguera, con una obscuridad de los fines que se persiguen allí” (Theodor W. Adorno. Aspectos del nuevo radicalismo de derecha. Editorial Unesp, pág. 54.).
Y uno de esos fines que se persiguen es el desmantelamiento, la destrucción, la deconstrucción de la universidad pública, gratuita, inclusiva y de calidad. Así, ahora usando medios más silenciosos, vemos líderes reemplazando la agresión antes hecha en el Twitter recurriendo a una reducción presupuestaria atroz, con la que hacen, con el pretexto de la crisis, una elección demoledora, desmantelando y destrozando la apuesta que la sociedad ha hecho y debe seguir haciendo en la educación, apuesta que, como han enseñado los países civilizados nosotros, es aún más cierto y necesario en momentos de grave crisis.
4.
Nuestro acto denuncia. Con inmensa voracidad y velocidad, con consecuencias aún más terribles, debido a la pandemia, el desierto crece. Las amenazas aumentan, el caos se profundiza. Pero si el desierto crece, dice también nuestro acto, no crecerá en nosotros.
Confiamos así en que nuestro acto no terminará en sí mismo. Un solo acto no teje la mañana, como nos enseña João Cabral de Melo Neto, en uno de sus poemas más conocidos, “Tecendo amanhã” [Publicado en educación de piedra, 1965] – en la que, por cierto, con gran arte, utiliza la incompletud de los versos, la materialidad de los versos ligeramente interrumpidos, para evocar la bella imagen de la construcción colectiva de una mañana.
En el poema, oraciones incompletas (como “De uno que coge ese grito que él”) se sostienen, sin embargo, en oraciones siguientes (como “y tíralo a otro; de otro gallo”), de modo que el verso/llanto , en lugar de caer, queda suspendida y se eleva a través de otro verso/grito que la continúa y, en la trama entrelazada, la completa.
Un gallo solo no teje una mañana:
siempre necesitará otras pollas.
De quien atrapa ese grito que él
y tíralo a otro; de otro gallo
atrapar el llanto de un gallo antes
y tíralo a otro; y otras pollas
que con muchas otras pollas se cruzan
las hebras de sol de tus gritos de gallo,
para que la mañana, de una fina telaraña,
ir tejiendo, entre todos los gallos.
Y encarnando en lienzo, entre todos,
tienda levantada, donde todos entran,
entretenido para todos, en el toldo
(la mañana) que se eleva sin marco.
La mañana, toldo de una tela tan aérea.
que, tela, se eleva por sí sola: globo de luz.
Un acto se rompe si no es aceptado por otro. Un grito se convierte en silencio si no repercute en otro. Que se construya entonces una parcela; y, en cada nuevo acto, en cada discurso, en cada gesto, cuando nos movilizamos y cumplimos nuestro deber cotidiano de docencia, investigación y extensión, todos podemos decir. No seremos rehenes del absurdo. Nunca seremos cómplices de la destrucción. Nunca seremos siervos de la barbarie.
Precisamente porque somos servidores públicos, servidores del Estado, y no servidores del gobierno, somos los que no podemos aceptar ciertas combinaciones de palabras; somos nosotros los que nunca podemos ser cómplices, rehenes o servidores del absurdo. Y cerramos este acto, diciendo una vez más no a la barbarie y diciendo sí a la educación.
¡Y viva la universidad pública!
Joao Carlos Salles es rector de la Universidad Federal de Bahía (UFBA) y ex presidente de la Asociación Nacional de Directores de Instituciones Federales de Educación Superior (Andifes).