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por VLADIMIR SAFATLE*

Lo que tuvimos, en 1973, fue el primer intento consistente de lo que merecería el nombre de “revolución desarmada”.

Hoy, 11 de septiembre de 2023, se cumplen 50 años del golpe militar chileno y la muerte de Salvador Allende. Hoy en Chile se llevan a cabo varias celebraciones oficiales. A las festividades fueron invitados políticos y autoridades de gobiernos de izquierda de América Latina. Incluso el presidente de Francia, el neoliberal Emmanuel Macron, envió un mensaje a su colega profesional Gabriel Boric.

Personas que, como yo, nacieron en Chile en el año del golpe o brasileños que estaban allí para, de alguna manera, participar de la experiencia del gobierno de Allende, decidieron cruzar una vez más los Andes y seguir las celebraciones. Decidí quedarme.

El año pasado, junto con el equipo de Ubu Editora, decidimos publicar por primera vez una traducción de los discursos de Salvador Allende al portugués (La revolución desarmada), quisimos contribuir a una reflexión sobre los posibles caminos de la izquierda latinoamericana en el presente. Se trataba de cuestionar la lectura dominante de que la tercera vía chilena era un sector del reformismo o del populismo de izquierda entre nosotros. Nada más falso. Lo que tuvimos fue el primer intento consistente de lo que merecería el nombre de “revolución desarmada”.

Hoy en día, entre los funcionarios se habla mucho de Salvador Allende como un demócrata golpeado por un violento golpe militar orquestado directamente desde la Casa Blanca. Porque Henry Kissinger y Richard Nixon sabían muy bien el peligro que representaba el éxito de la ruta chilena. Salvador Allende, en dos años, había alcanzado el verdadero marxismo por etapas. En el país han proliferado más de sesenta cordones industriales, es decir, fábricas y complejos productivos autogestionados por la clase trabajadora. El sistema bancario fue simplemente nacionalizado, al igual que el principal sector de la economía nacional, es decir, las minas de cobre. No hay noticias de algún gobierno “reformista” que haya tomado acciones de esta naturaleza.

Pero la innovación no se limitaba a la noción de un proceso continuo y rápido. También consistió en la negativa a militarizar la dinámica política del país. Hija directa de las reflexiones de los años sesenta, la tercera vía chilena fue el primer intento consistente de la izquierda global por tomar el poder para llevar a cabo una transformación estructural del modelo productivo y no buscar imponer una dinámica de partido único o la atrofia del poder. El pluralismo partidario y sus órganos parlamentarios. Este carácter desarmado fue resultado de una importante conciencia de que la militarización de los procesos revolucionarios lleva la lógica militar al Estado revolucionario, sofocando la revolución misma.

Esta experiencia no se vio afectada sólo por un golpe de Estado. Fue bombardeado por quienes hicieron de Chile el primer laboratorio global del neoliberalismo. Este mismo neoliberalismo autoritario que es como un fantasma que nos persigue y que pretende imponernos hasta el día de hoy, por los medios más violentos o incluso mediante elecciones redentoras.

Luego de la destrucción de la experiencia chilena, la izquierda latinoamericana aceptó el argumento de que el problema era no haber podido ampliar el abanico de alianzas, integrando al “centro democrático”, en este caso, la Democracia Cristiana.

Entre quienes buscan la alianza perdida está el actual gobierno chileno de Gabriel Boric, quien logró transformar el 11 de septiembre en una celebración demócrata contra el autoritarismo y el irrespeto a los derechos humanos. El resultado, aun así, fue que ni siquiera el texto de “consenso” propuesto por el gobierno, una especie de carta genérica de compromiso con la democracia que debían firmar todas las corrientes políticas del país, fue aceptado por la derecha.

Sin embargo, si se me permite decirlo, la derecha es la derecha. La izquierda chilena en el poder tal vez ya no lo sepa, pero la derecha sabe muy bien quién fue Salvador Allende y qué representa. Un marxista honesto y consecuente que no se hacía ilusiones sobre la brutalidad de la lucha de clases que marca a nuestros países. Sabía que intentar llegar a acuerdos con los “centros democráticos” significaba convertir a la izquierda en la administradora de las continuas traiciones de sus propios votantes.

Algo a lo que nos hemos acostumbrado a ver en los últimos años. En ningún momento Salvador Allende se retiró de su programa. Su muerte no fue un acto desesperado, fue una apuesta consciente por preservar un futuro. Como nos recuerda Freud, no morimos de la misma manera. Hay muertes que son formas de preservar las posibilidades abiertas del futuro.

Esto realmente sucedió. Cuando ardieron las calles de Santiago en 2019, volvieron las fotos de Salvador Allende, volvieron sus canciones. En otras palabras, había regresado la lucha por una revolución desarmada. Y la única celebración digna de ese nombre sería mostrar lealtad a este proyecto, recordar el carácter más radical del camino chileno, luchar por la autogestión de la clase trabajadora y el derrocamiento del neoliberalismo como modo de gestión social. . Si se pudieran nacionalizar algunos bancos, la población también lo agradecería.

Por supuesto que habrá quien dirá: pero miren lo que pasó con el rechazado proyecto constitucional “progresista”. Si es verdad. Esta fue una derrota dolorosa y brutal. Plantea verdaderos interrogantes sobre nuestros discursos, la falta de garantías que hemos podido dar sobre la eficacia de nuestro igualitarismo, la falta de garantías para quienes creen que la izquierda hoy sólo busca gestionar el final de la línea del capitalismo mediante proponiendo un poco más de diversidad para las grandes empresas.

Pero todos estos son momentos de un viaje difícil y lleno de desafíos. Muy diferente a esto es la capitulación de quienes hablan en abstracto de “derechos humanos”, de “democracia” y olvidan la necesidad de preservar horizontes de transformación estructural y fuerza redentora para el futuro, olvidan cómo fueron los primeros cien días del gobierno de Allende. .

Digo todo esto para explicar que entendí que lo más coherente con mi lugar de origen era rechazar este tipo de celebraciones. La mejor celebración es la fidelidad a la radicalidad de las luchas reales. Lo mejor que pudo hacer el gobierno chileno para homenajear a Salvador Allende fue aprovechar este día y volver a crear 60 cordones industriales, en lugar de gestionar escombros.

*Vladimir Safatle Es profesor de filosofía en la USP. Autor, entre otros libros, de Modos de transformar mundos: Lacan, política y emancipación (Auténtico).
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