por ANTONIO DAVID*
El reforzamiento social en la función normativa de la ideología nacionalista bajo el bolsonarismo abrió una nueva coyuntura en Brasil. ¿Cuáles son los riesgos?
Cuando Roberto Schwarz escribió “Ideas fuera de lugar” (1973), más que una tesis sobre las ideas liberales en Brasil, propuso una hipótesis amplia y ambiciosa sobre el complicado tema de la recepción y, con ella, un programa de investigación, y es un lástima que el debate posterior haya girado en torno a malentendidos. Él mismo intentó deshacerlas casi cuatro décadas después, y no cabe duda de que “¿Por qué las ideas fuera de lugar?”. (2012) es menos hermético que el ensayo de 1973 y, por lo tanto, más atractivo para el lector sin experiencia en lenguaje filosófico.
La hipótesis no es complicada: 1) las ideas funcionan de manera diferente según el contexto y las circunstancias; 2) en los contextos en los que surgen, las ideas pueden describir la realidad, aunque sea superficialmente; 3) pero, al ser importadas, estas mismas ideas pueden no describir más la nueva realidad a la que se enfrentan; en este caso, se deben buscar otras ideas para este fin; 4) esto no impide, sin embargo, que estas ideas (importadas) cumplan funciones distintas a la descripción creíble (que van desde el ornamento retórico y el cinismo puro hasta la utopía y el objetivo político real) – en ese sentido, las ideas siempre están en su lugar; 5) es la creencia o percepción de que tales ideas (importadas) describen la realidad local cuando no lo hacen, lo que explica la sensación de que están fuera de lugar – en ese sentido, están realmente fuera de lugar o, en términos más estrictos, su trabajo está fuera de lugar; 6) finalmente, las funciones no son equivalentes y no tienen el mismo peso.
Sobre este último aspecto, Schwarz escribe: “[…] no vivimos en un mundo abstracto, y el funcionamiento europeo del liberalismo, con su dimensión realista, se impone, decretando que los otros funcionamientos son irrazonables. Las relaciones de hegemonía existen, e ignorarlas, si no en un movimiento de superación crítica, es a su vez una respuesta fuera de lugar” (Schwarz, 2012, p. 171)[ 1 ].
Como ven, traté de reconstruir el argumento en términos genéricos, en los que veo el eco del olvido. Fundamentos empíricos de la explicación sociológica (1959), de Florestan Fernandes, cuya obra parece desfasada por muchos. Pero esa es otra historia. Si Schwarz habla de ideas europeas, específicamente, es porque el alcance de su investigación es limitado: trató de examinar las ideas liberales originadas en Europa y su recepción decimonónica en Brasil y su posterior destino. Vale la pena recordar que, en el contexto en el que se escribió el ensayo, Europa occidental ya no era, como en el siglo XIX, la única fuente de ideas consideradas por estas partes como nuevas y avanzadas, y probablemente ya no era la fuente favorita. , habiendo sido o en proceso de ser superado por los Estados Unidos. Por eso, insisto: más que la tesis específica, es importante retener de la propuesta la hipótesis general y el programa que la acompaña. Desde este ángulo, la cuestión se nos presenta hoy mucho más rica (y más compleja) que en 1973, dada la multiplicación de fuentes de ideas tanto en el debate académico como en el debate público: India, México, Sudáfrica... (utilizo nombres de países y continentes, es puramente económico, después de todo, cada uno de estos nombres esconde variados contextos internos).
En estos términos, no es difícil ver que la hipótesis va acompañada de un programa de investigación, que consiste en examinar, en contexto, las diversas funciones que cumplen las ideas, contrastando el contexto original con el nuevo. La promesa es que el contraste entre las partes garantiza ganancias en la comprensión de las partes y el todo. Si queremos plantear la cuestión en términos más familiares para los historiadores, podemos seguir la “lógica histórica” de Edward P. Thompson: lo interrogado es la realidad local, el contenido de la interrogación son las ideas, lo que se pretende es el proceso histórico.
En el caso brasileño, se trata de investigar la recepción, aquí, de ideas distintas a las liberales. Este es el caso de las ideas nacionalistas – como llamaré a la familia conceptual “nación”, “nacionalismo”, “patria”, “patriotismo”, “patrimonio” y “pueblo”. En este ensayo, quiero discutir superficialmente el tema. Una investigación académica debe revisar una vasta y rica bibliografía, cosa que no haré. Como se trata de un ensayo, lanzaré hipótesis sin más preocupaciones.
De entrada siempre me ha intrigado una cuestión: si no me equivoco, las ideas nacionalistas, salvo contadas excepciones, no sólo no se percibían entre nosotros como fuera de lugar sino que, por el contrario, no parecían tener nada de extraño. ellos, lo contrario, por lo tanto, del sentimiento que evocaban las ideas liberales. Todo sucede como si las ideas nacionalistas describieran la realidad de una manera tan creíble, aunque a veces no sea una realidad acabada, sino una realidad en proceso de devenir, que el mero hecho de plantear la pregunta sonaría completamente inútil. Es cierto que ha habido controversias y disputas sobre quién es el pueblo y quién es la nación, pero precisamente porque se disputa cuál es la mejor descripción, se presuponer una función descriptiva y, con ello, sólo confirmar que, por aquí, la percepción de que tales ideas no describen de algún modo la realidad.
No sorprende que haya prevalecido la percepción y el sentimiento de que todos los brasileños somos un solo pueblo y una sola nación. Subrayo: no me refiero a otras funciones que las ideas nacionalistas siempre cumplieron en Brasil, sino a la convicción, bien compartida, de que tales ideas describen efectivamente la realidad brasileña. ¿La casi ausencia del sentimiento de desplazamiento aludido implica entonces que las ideas nacionalistas cumplen aquí una función descriptiva? A menos que concibamos “pueblo” y “nación” como un conjunto de individuos que comparten la misma ciudadanía formal, o, usando la imaginación, como una colección de individuos que tienen tal o cual rasgo de carácter en común, la respuesta debe ser no.
Para establecer la función descriptiva de las ideas nacionalistas, primero es necesario eliminar lo que durante mucho tiempo se consideró (y aquí y allá todavía se considera) un requisito: la ascendencia. Al estudiar la génesis de las ideas nacionalistas en la Europa del siglo XIX, cuando tales ideas tomaron la forma en que las conocemos, el historiador Patrick Geary observa una construcción ideológica mediante la cual buscó establecer líneas directas entre los pueblos del mundo contemporáneo y los pueblos de la antigüedad. , lo cual solo fue posible porque estos fueron vistos como “unidades socioculturales distintas y estables, objetivamente identificables”. Sin embargo, explica Geary, los pueblos de Europa "siempre fueron mucho más fluidos, complejos y dinámicos de lo que imaginan los nacionalistas modernos", por lo que los nombres de los pueblos "pueden sonar familiares después de mil años, pero las realidades sociales, culturales y políticas ocultas por esos Los nombres eran radicalmente diferentes de lo que son hoy. Es un uso político de la historia con repercusiones políticas en el presente. Este es el caso de las reivindicaciones políticas sobre territorios, que se basan en la noción ideológica de “adquisición primaria” (Geary, 2005, p. 22-4). La más significativa de estas repercusiones, la base de todas las demás, es la idea misma de nación. Geray es asertivo al respecto: “el nacionalismo puede fabricar la nación misma” (Geary, 2005, p. 30).
Así, aunque el binomio ascendencia-descendencia atraviesa el imaginario nacionalista –antes del siglo XIX, uniendo las élites estamentales contemporáneas y ancestrales y dejando fuera a los subordinados, y, en el siglo XIX, uniendo todos los estratos sociales en un solo “pueblo” (Geary, 2005, p.31-2)-, el nacionalismo no lo describe, como no hay una realidad que describir. Desde la perspectiva de este par conceptual, el nacionalismo, en la línea de lo que enseña Foucault, cumple sobre todo una función normativa -la de imponer la nación a un grupo de individuos- con un trasfondo biológico. Revelador de la caducidad de este binomio es el hecho de que, en la Europa actual, parte de la extrema derecha -sobre todo la que tiene en sus bases a hijos de inmigrantes- los ha dejado de lado, dando paso a "tradiciones culturales" y "valores autóctonos". ..”
Con la ascendencia eliminada, en un intento de capturar la función descriptiva de las ideas nacionalistas, recurriré a comunidades imaginadas (1983), de Benedict Anderson, un clásico en la erudición contemporánea sobre el nacionalismo. Es conocida la tesis de la nación como “comunidad política imaginada”, aunque su complemento a veces pasa desapercibido: “imaginada intrínsecamente limitada y, al mismo tiempo, soberana” (Anderson, 1991, p. 32). En todo caso, lo más común entre los intérpretes del nacionalismo que recurren a Anderson es tomar las tres nociones (“imaginada”, “intrínsecamente limitada” y “soberana”) como los componentes elementales de la nación, lo que llevó a muchos a enfatizar, quizás demasiado, la nación como representación, dejando de lado su materialidad. Frente a esta tendencia, pienso que, para la conformación de la realidad descrita por el nacionalismo, los tres resultan insuficientes separados de la noción de “comunidad”. Es en esto en lo que quiero detenerme.
Al justificar el uso de “comunidad”, Anderson escribe: “[la nación] se imagina como un comunidad por qué, independientemente de la desigualdad real y la explotación que pueda existir dentro de ella, la nación siempre se concibe como una profunda camaradería horizontal” (Anderson, 1991, p. 34, énfasis mío)[ 2 ]. El pasaje tiene su dificultad. Implica que la llamada camaradería o, como se verá más adelante, “fraternidad” se dará con o sin desigualdad y explotación, y, si ambas existen, bajo alguna configuración concreta: así, incluso en contextos marcados por la extrema desigualdad y la explotación, la “fraternidad” estaría presente. ¿No nos es familiar?
Este pasaje por sí solo sugiere que, mientras esté presente la “hermandad”, independientemente de lo que eso signifique y por las razones que sean, todas y cada una de las formaciones históricas serían descritas de manera creíble por el concepto de “nación”. Así, aunque “fraternidad” bajo la extrema desigualdad y “fraternidad” bajo la igualdad absoluta no tienen nada en común excepto el nombre –este no sería más que un cascarón hueco y vacío–, su mera presencia sería suficiente para atestiguar que las ideas nacionalistas describen la realidad, incluso en países profundamente desiguales.
Aunque empobrecedora, esta es sin duda una posible lectura de la tesis de Anderson, pero no es la única. Para otra lectura, es particularmente útil el siguiente pasaje, en el que Anderson discute el “modelo” de Estado nacional que, según él, estaba listo para ser copiado por otros a principios del siglo XIX:
“Pero, precisamente porque era un modelo muy conocido en ese momento, él impuso ciertos 'estándares' que hacían imposibles desviaciones muy pronunciadas. Incluso a la aristocracia atrasada y reaccionaria de Hungría y Polonia le resultaba difícil no montar un gran espectáculo de "invitaciones" a sus oprimidos compatriotas (aunque sólo fuera a la cocina). Digamos que era la lógica de la 'peruvianización' de San Martín la que estaba en juego. Si los 'húngaros' merecían un estado nacional, eso significaba entonces los húngaros, todos ellos; significó un estado en el que el lugar último de la soberanía tenía que ser el colectivo que hablara y leyera húngaro; y significó también, en su momento, el fin de la servidumbre, el fomento de la educación popular, la ampliación del derecho al voto, etc. De este modo, el carácter 'populista' de los primeros nacionalismos europeos, aun cuando dirigidos demagógicamente por los grupos sociales más atrasados, fue más profundo que los americanos: la servidumbre tenía que desaparecer, la esclavitud legal era inimaginable, aunque solo fuera porque el modelo conceptual lo exigía con tanta fuerza(Anderson, 1991, p. 125-6, destaca la mía).
Si tomamos el pasaje en serio, incluido el "así sucesivamente", la imagen cambia. Con base en ello, considero que cuando Anderson establece como requisito de la nación la existencia de una “camaradería horizontal” “independientemente de la desigualdad y explotación efectiva que pueda existir dentro de ella”, establece las condiciones para que tenga sentido hablar de una nación y, por extensión, en el nacionalismo –es decir, que nación y nacionalismo cumplan alguna función, cualquiera que ésta sea–, no las condiciones para que ambos cumplan una función específicamente descriptiva. Para que las ideas nacionalistas describan una realidad, como infiero del pasaje, es necesario observar ciertos “patrones”, que no admiten “desviaciones muy acentuadas”, y que en última instancia implican la universalización de los derechos. En estos términos, la “fraternidad” parece ganar un contenido propio y específico, a la luz de lo cual podemos sospechar por qué precisamente fue olvidada entre las tres ideas revolucionarias hermanas (al mismo tiempo que la igualdad fue reducida a su dimensión formal).
Sabemos que la universalización de los derechos y la conquista de una situación de relativo bienestar para las capas subalternas en los países de Europa Occidental y en algunos casos fuera de esta región fue resultado mucho más de un largo proceso de luchas de los trabajadores y sus aliados que de un beneficio otorgado por los situados en la parte superior de la herencia. Es probable que las ideas nacionalistas ocuparan la función de arma política de los subalternos, hasta que pudieran cumplir una función descriptiva de la realidad, lo que, como sabemos, sucedió históricamente de manera discontinua. Pero es igualmente cierto que ha tenido peso lo que Anderson llama el modelo nacionalista, así como el surgimiento, en el siglo XX, del estado de bienestar, crear un nuevo punto de referencia o estándar de derechos individuales, sociales y humanos, en el que ya no bastaba el fin de la servidumbre y el derecho al voto.
Dicho esto, para que las ideas nacionalistas describan una realidad histórica, es necesario, además de la soberanía y la limitación territorial, la no existencia de ninguna “camaradería horizontal” o “hermandad” (Anderson) o “comunidad de intereses” (Geary), pero el que sólo puede tener lugar donde existen derechos universales - y no menos importante, donde los derechos son efectivos, no sólo previsto por la ley. No gastaré tinta para justificar y explicar que ese no es el caso brasileño. En vista de los derechos y el bienestar relativo que disfrutan los subordinados en algunas partes del mundo hace unas décadas – para bien o para mal, a pesar del neoliberalismo, el estado de bienestar todavía existe en algunos países – ¿no deberían las ideas nacionalistas entre nosotros parecer fuera de lugar cuando se contrastan con esas mismas ideas en esos lugares? La pregunta presupone que estas últimas deben prevalecer sobre las primeras, dando fe de su inexactitud, pero no es así. Y dado que todavía existe el riesgo de la pregunta Aunque suene descabellado, es necesario ver que, en este caso, el despropósito revela la familiaridad que tenemos con una idea de “pueblo”, “nación” y “patria” que convive bien con desigualdades abismales, con niveles alarmantes de pobreza y con la violencia cotidiana. En el límite, se puede “amar la patria”, “estar orgulloso de ser brasileño” y dirigir una “carta a la nación” y, al mismo tiempo, alimentar el desprecio y el odio por parte (mayoría) del “pueblo”[ 3 ]. La inconsistencia, aunque patente, no se siente ni se percibe. ¿Cómo explicarlo?
Mi hipótesis es que tal percepción y sentimiento es posible porque, a diferencia de las ideas del liberalismo, que por ellos mismos imponer un programa político –tal es la vocación de todo liberalismo, político o económico–, las ideas nacionalistas sólo han impuesto esos “estándares” de los que habla Anderson por razones que tienen menos que ver con las ideas en si que con el contexto histórico en el que surgieron y se desarrollaron y con la forma en que los individuos y grupos los movilizaron de acuerdo con las tradiciones y condiciones locales. En algunos casos, tales ideas han dado tal contenido a la "fraternidad" que al final se han vuelto descriptivas. Creo que este es el caso de la experiencia del Frente popular en Francia en la década de 1930, por citar sólo un ejemplo. Sin embargo, las ideas nacionalistas no son por ellos mismos dedicado a cualquier programa político. Esto permite hablar de “pueblo”, “nación” y “patria”, y ser “nacionalista” y “patriota” bajo un suelo histórico profundamente desigual y explotador y sin sembrar ninguna semilla de cambio. A la inversa, también hace posible que la izquierda adopte una semántica nacionalista con la esperanza de adjuntarle un programa de cambio. En definitiva, la ausencia de presión. viniendo de estas ideas permitía que circularan por aquí sin causar mayor ruido en cuanto a su función. Algo similar puede haber sucedido en los Estados Unidos.[ 4 ].
Pero eso no es todo. Al tratar con las ideas liberales, Schwarz sostiene, como mostré más arriba, que el funcionamiento europeo del liberalismo, “con su dimensión realista, se impone, decretando que los demás funcionamientos son irrazonables”. Si no ocurre lo mismo con las ideas nacionalistas, si todas las formas que asumen las ideas nacionalistas parecen realistas, entonces, ¿dónde ubicar la hegemonía? En este caso, la hegemonía no es de los europeos, donde, según creo, a pesar de todas las contradicciones y tensiones, las ideas nacionalistas aún describen la realidad; parece estar disperso: diferentes tipos de funcionamiento, fusionando tradiciones locales con ideas de circulación internacional, parecen tener el mismo propósito. En términos menos abstractos, si observamos las ideas nacionalistas en Brasil hoy, de izquierda a derecha, estas ideas y su uso parecen tener un propósito. Si miramos a otros países, posiblemente veremos lo mismo. De ser así, sería superfluo hablar de hegemonía. Habría desaparecido. No creo, sin embargo, que este sea el caso.
Si nos preguntamos qué funciones cumplen las ideas nacionalistas en Brasil, diferentes funciones están en juego, muchas de ellas en un nivel bajo si miramos su curso histórico. Así, creo que las ideas nacionalistas tomadas como proyecto político, en el sentido de llevar a cabo algo así como un “proyecto de nación”, es algo que está en decadencia, como la nación y el nacionalismo como mero ornamento parecen estar en decadencia. Es sintomático que la “ascendencia italiana” ya se haya convertido en una broma. Pueden tener lugar otras funciones. Sin embargo, con Marilena Chaui, creo que hay una función por excelencia que cumplen las ideas nacionalistas entre nosotros, una función que es a la vez ideológica y normativa:
“Aunque no tuviéramos encuestas, cada uno de nosotros experimenta en su cotidiano la fuerte presencia de una representación homogénea que los brasileños tienen del país y de sí mismos. Esta representación permite, en ciertos momentos, creer en la unidad, identidad e indivisibilidad de la nación y el pueblo brasileños, y, en otros, concebir la división social y la división política bajo la forma de amigos y enemigos de la nación a combatir. ., una lucha que engendrará o preservará la unidad nacional, la identidad y la indivisibilidad” (Chaui, 2013b, p. 149).
La imagen de un pueblo cohesionado, indiviso y en peligro no hace más que confirmar lo que esa misma imagen intenta a toda costa distanciar: como todos y cada uno de los “pueblos”, también estamos divididos, es decir, estamos atravesados por tensiones sociales y conflictos políticos. Y como Brasil es uno de los países más desiguales del mundo, aquí el cruce es agudo. Para lidiar con lo que somos, la ideología nacionalista se sirve de una imagen de lo que parecemos ser, cómo nos vemos y cómo nos representamos. La imagen en cuestión, de la que son emblemáticas frases como “gente pacífica y ordenada” y “buen ciudadano”, asegura que las divisiones se representan casi como una patología. Especialmente emblemático es el eslogan “mi partido es Brasil”: en un solo movimiento se niega lo que se afirma (indivisión) y se afirma lo que se niega (división), porque la división es simplemente presunto. Reconozco que tal imagen parece excesiva, como alguna vez señaló Paulo Arantes, y de hecho es excesiva y vulgar, lo que no impide que exista como tal y que, como ella, los individuos y grupos que se alimentan de ella y se alimentan recíprocamente. atrás son igualmente excesivos en sus pensamientos, discursos y acciones. El exceso es, además, apropiado en un contexto en el que la violencia es el aire que se respira.
Es cierto que esta función coexiste con otras, y es comprensible si en la experiencia individual no parece predominar. Sin embargo, es esta función la que, formando una serie de mecanismos de control social, garantiza la relativa estabilidad y continuidad de lo que en sí mismo es inestable por violento. En pocas palabras, en Brasil, las ideas nacionalistas cumplen la función central de clasificar, regular, encuadrar, someter, criminalizar e incriminar. Tal es la base de nuestra identidad nacional, aunque, en la superficie, se presenta de una manera mucho más amable, sin tal base –lo que se ve favorecido por los discursos estandarizados, las experiencias prosaicas y, sobre todo, por la ingenua creencia de que la identidad, resumida en lo prosaico, sería fruto sólo y sólo de elecciones inofensivas[ 5 ]. Por el contrario, e incluso para dar la génesis de este sentido común, Chaui ve en las ideas nacionalistas una “forma de pensar autoritaria” con profundas raíces sociales (Chaui, 2013a, p. 35), y, en la misma dirección, muestra que “fraternidad” a la que alude Anderson opera, aquí, a través del trípode carencia, favor y privilegio[ 6 ].
Como “forma de pensar autoritaria”, las ideas nacionalistas son compartidas, pero no por igual por todos los partidos, y aquí creo que reside su hegemonía: primero porque fusionan lo local con ideas de circulación internacional, y el circuito internacional tiene asimetrías, incluso materiales. , que dichas ideas son una expresión – tal es la “doble inscripción” de las ideas nacionalistas entre nosotros (Schwarz, 2012, p. 168-9)[ 7 ]; segundo, y refiriéndonos específicamente a Brasil, porque la izquierda no puede compartir la idea de que la división social es una patología, bajo pena de dejar de ser de izquierda. (Esta especificidad quizás explique por qué nos suena extraño que las luchas emancipatorias en otros países estén atravesadas por el nacionalismo, como en el caso catalán). Es cierto que el uso de nociones como “pueblo” y “nación” no conduce necesariamente a la negación de la división y el conflicto, pero tampoco favorece su afirmación entre nosotros (a diferencia de lo que sucede en otros lugares, como Cuba[ 8 ]); el uso sistemático y ostensible del discurso nacionalista o del “amarillismo verde” (Chaui) por parte de la derecha alimenta la negación, y, más que las ideas mismas, es el uso que se hace de las ideas en contextos específicos y los resultados de esto lo uso lo que importa. El punto es que, aunque históricamente la izquierda las ha disputado, las ideas nacionalistas tienden, en Brasil, como en muchos otros países, a ser hegemonizadas por la derecha.
El tema del nacionalismo en la izquierda dio y da de qué hablar, aunque mucho menos que en el pasado[ 9 ]. Hoy, incluso las agrupaciones trotskistas, que en el pasado rechazaron las ideas nacionalistas más por decoro dogmático que por una lectura de la realidad, parecen haberlas adoptado. El esfuerzo de todos, por supuesto, es convertir las ideas nacionalistas en un arma política: resignificar la “nación” y el “pueblo” para hacer realidad la fraternidad mal prometida, es decir, universalizar los derechos y el bienestar. Independientemente de si se trata de una buena o mala estrategia, lo que considero incierto, lo que merece ser mejor examinado es el hecho de que la izquierda está dominada en gran medida por la percepción de que las ideas nacionalistas describen la realidad brasileña: hay un pueblo, hay una nacion.
Esta percepción entre la izquierda no es nueva, pero parece haberse fortalecido en los últimos años. Una hipótesis (no excluyente) que creo que merece consideración, y que podría sustentar nuevas investigaciones, es que el surgimiento de la identidad como categoría central de reflexión desencadenada por el postestructuralismo en la década de 1970, y que cobró un refuerzo extraordinario en los dos últimos décadas –y la fuerte adhesión de la izquierda–, implicó un cambio fundamental en la manera de sentir, percibir y pensar la realidad, del cual un “argumento esencialista” es un índice:
“El problema es que 'nación', 'raza' e 'identidad' se usan analíticamente, durante mucho tiempo, más o menos como se usan en la práctica, de manera implícita o explícitamente cosificada, de manera que implica o afirma que 'naciones', 'razas' e 'identidades' 'existen' y que las personas 'tienen' una 'nacionalidad', una 'raza', una 'identidad'” (Brubaker y Cooper, 2000, p. 274)[ 10 ].
Sospecho que la mayor adhesión de la izquierda a las ideas nacionalistas, no sólo aquí, es un efecto de este cambio, aunque no exclusivamente de él. Esta es una tendencia global con repercusiones inmediatas en Brasil, pero especialmente favorecida aquí por en el contexto de los gobiernos de Lula y Dilma.
Por lo tanto, la reflexión sobre el surgimiento del bolsonarismo como reacción al momento abierto en 2002 no puede dejar de captar y explorar los cortocircuitos conceptuales involucrados en él: por un lado, el bolsonarismo acusa a la izquierda de ser no nacionalista, cuando en de hecho lo son. ; en otro, acusa a la izquierda de identidad, cuando él mismo, el bolsonarismo, no es menos identitario que la izquierda. En este sentido, el bolsonarismo no innova en relación a sus pares de la extrema derecha internacional, solo atestigua más claramente, dado el terreno social en el que opera, el contenido no superficial de las ideas que transmite.
Septiembre 7
Como cada año, el 07 de septiembre es ocasión para un uso político de la historia que la pervierte y tergiversa, una pseudohistoria que, sin embargo, tendemos a mirar con desdén e incluso algo de humor, como si fuera una comedia. No es casualidad que este sea el momento oportuno para que los militares se presenten públicamente, con gestos discursivos ritualizados que aún ahora parecen inofensivos. En este año 2021, sin embargo, se anunció que sucedería algo más allá de la vieja y ridícula ostentación retórica de la identidad nacional. Incluso se habló de insubordinación en los cuarteles y adhesión masiva de los militares a los actos convocados por Bolsonaro en su “ultimátum”. Lo que realmente sucedió, lo dejo para que otros lo analicen. Solo registro que Bolsonaro no dividió a la sociedad aquel 07 de septiembre; La sociedad brasileña está dividida y lo que sucedió ese día fue una expresión de la división, que el bolsonarismo, como la expresión más nueva de la vieja ideología nacionalista de la indivisión, lucha por camuflar.
Sigo considerando improbable que haya un golpe a corto plazo, aunque no tengo ninguna duda de que ese es el deseo de algunos; improbable o no, es innegable que se están inflando los ánimos y que el sentimiento golpista tiende a crecer en el contexto electoral de 2022 y, dependiendo de los resultados, tenderá a crecer aún más a partir de 2023. En los próximos meses, la actual circulación de discursos golpistas y afectos dejará huellas en el mediano y largo plazo. Nada impide que los peores efectos del golpe en curso se manifiesten sólo en un futuro lejano, con otros actores, lo que no es menos preocupante. En resumen, no hace falta ser historiador para saber que lo que hoy parece improbable puede volverse probable mañana. Y no es necesario ser analista político para saber que, cualquiera que sea el momento y la forma del golpe, el discurso golpista se volverá contra los “enemigos de la nación”.
El punto es que hay fuertes signos de un refuerzo en la función normativa de la ideología nacionalista, un refuerzo que parece apuntar no a la norma, sino a la excepción. Por eso, estamos tentados a leer este refuerzo como teniendo su origen en la aspiración de Bolsonaro a ser dictador, cuando en realidad todo indica que se trata de un refuerzo. sociales, que trasciende en gran medida a un solo individuo, por relevante que pueda ser el papel de ese individuo en la situación actual y por real que pueda ser esa aspiración[ 11 ]. ¿Cuáles serán las consecuencias de este refuerzo? Precisamente porque no hay fatalismo en la historia, ver las instituciones como una garantía de que no habrá un golpe de Estado o un resurgimiento del autoritarismo es una actitud cuanto menos imprudente. no hay garantía. Los sistemas políticos y jurídicos, a los que uno los medios, tienen sólo relativa autonomía en relación con la sociedad, y la sociedad brasileña, por estar formada por desigualdades sobre desigualdades, es especialmente dinámica[ 12 ].
¿Hay mayor prueba de dinamismo que el ascenso de Bolsonaro? Hace apenas diez años como parlamentario aislado y folclórico -lugar en el que permaneció por más de dos décadas- vio una brecha política con lastre social y tuvo la oportunidad de ocuparlo y convertirse en lo que es hoy: una expresión -vale la pena reiterar, no insustituible- de una porción considerable de la sociedad brasileña, de la que parte no despreciable es fascista o tiene inclinaciones fascistas. En este nuevo contexto, se vuelve aún más arriesgado transitar por el campo minado de las imágenes esencializadas de “un solo pueblo” y “una sola nación”, en nombre de las cuales todo está permitido y toda acción se convierte en un deber.
*Antonio David es historiador y profesor de la Facultad de Comunicación y Artes de la USP.
Versión modificada del texto publicado en Boletín GMARX, Año 2, núm. 30
Referencias
Anderson, n. Comunidades imaginadas: reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Traducción Denise Bottman. São Paulo: Companhia das Letras, 2008.
Brubaker, R. y Cooper, F. (2019). “Más allá de la 'identidad'”. antropopolítica, N° 45, 2018, pág. 266-324. Disponiblehttps://periodicos.uff.br/antropolitica/article/view/42005>.
Chaui, M. (2013a). contra la servidumbre voluntaria. Homero Santiago (org). Belo Horizonte: Auténtica Editora | Editorial Fundación Perseu Abramo, 2013.
______ (2013b). Manifestaciones ideológicas del autoritarismo brasileño. André Rocha (org). Belo Horizonte: Auténtica Editora | Editorial Fundación Perseu Abramo, 2013.
Geary, P. El mito de las naciones. La invención del nacionalismo. Traducido por Fábio Pinto. San Pablo: Conrad, 2005.
Gonçalves, JF (2017), “Revolución, giros y vueltas. Temporalidad y poder en Cuba”. Revista Brasileña de Ciencias Sociales, vol. 32, nº 93, 2017. Disponible enhttps://www.scielo.br/j/rbcsoc/a/jmvmQNJZd4zDFFBhQLCfpYQ/?lang=pt>.
Gonçalves, JRS “El malestar en el patrimonio: identidad, tiempo y destrucción”. Estudios Históricos, vol. 28, nº 55, ene.-jun. 2015, pág. 211-28. Disponiblehttps://bibliotecadigital.fgv.br/ojs/index.php/reh/article/view/55761>.
Guimarães, ASA “La democracia racial también fue bandera de lucha de los negros, dice profesor de la USP”. Folha de S. Pablo, 24 de julio 2021. Disponible enhttps://www1.folha.uol.com.br/ilustrissima/2021/07/democracia-racial-tambien-fue-bandera-de-los-negros-pelea-dice-profesor-da-usp.shtml>.
______. “Después de la democracia racial”. tiempo social, vol. 18, n° 2, nov. 2006, 269-87. Disponiblehttps://www.revistas.usp.br/ts/article/view/12525>.
Schwarz, R. (2012). “¿Por qué 'ideas fuera de lugar'?”. En: Martinha versus Lucrécia: ensayos y entrevistas. São Paulo: Companhia das Letras, 2012, pág. 165-72.
Thompson, EP “Algunas observaciones sobre la clase y la 'falsa conciencia'”. En: Las peculiaridades del inglés y otros artículos.. Antônio Luigi Negro y Sérgio Silva (Org.). 2ª edición. Campinas: Editora da UNICAMP, 2012, p. 269-81.
Vesentini, Carlos Alberto; de Decca, Edgar Salvadori. "La revolución del ganador". Contrapunto, año 1, nº 1, nov. 1976, pág. 60-71.
Notas
[ 1 ]Vale la pena señalar: puede suceder tanto que, en los contextos en los que surgen, las ideas no describan la realidad, lo que no impide que cumplan otras funciones, o que las ideas importadas describan la realidad en el nuevo contexto: esto es lo que sucede. lo que se espera de la investigación en humanidades–, lo que tampoco impide que cumplan funciones distintas a la función descriptiva, como es común que ocurra cuando se transita del debate académico al debate público. Por lo tanto, hay que verlo caso por caso. Un ejemplo de la primera situación es el concepto de “democracia racial”: que surgió en Brasil en el contexto del Estado Novo, hoy existe un amplio consenso entre académicos, en el movimiento negro y en otras áreas de que el concepto nunca describió la Realidad brasileña, función ideológica de enmascarar la realidad. Sin embargo, el sociólogo Antônio Sérgio Guimarães sostiene que, hasta el golpe de 1964, el concepto cumplía otras funciones además de la reconocida función de “mito” o “ilusión”. Destaca el establecimiento de un “compromiso político” o “compromiso democrático” (aunque limitado), con efectos prácticos en términos de “integración de los negros a la sociedad de clases” –la expresión que utiliza es de Florestan Fernandes–, y cuyos supuestos habrían parcialmente rota por el régimen militar. Finalmente, según Guimarães, el concepto habría sido apropiado como bandera de lucha de los movimientos antirracistas en Brasil, aspecto menos enfatizado en el artículo referido aquí y más en una entrevista con Folha de S. Paulo. Cf. Guimaraes, 2016; Guimarães, 2021.
[ 2 ]Al tratar con la identidad nacional antes del siglo XIX, Geary ofrece indirectamente los contornos del nacionalismo del siglo XIX: “Ni siquiera una identidad nacional común unió a los ricos y los necesitados, al señor y al campesino, en una fuerte comunión de intereses” (Geary, 2005). , pág. 31). La "fuerte comunidad de intereses" que atraviesa la sociedad, de arriba abajo, parece similar a la noción de "camaradería horizontal".
[ 3 ]No es exagerado mencionar que el problema discutido aquí no es reduce a los antagonismos de clase, aunque este es un componente central.
[ 4 ]El hecho de que se hayan conquistado derechos durante décadas a partir de la enmienda decimocuarta -cuyo contenido es comúnmente evocado para justificar la existencia de un “pueblo” y una “nación”- sólo confirma que la ciudadanía formal es insuficiente y que su contenido realmente cambia cuando se ganan los derechos. Con él, también cambia la percepción de “pueblo” y “nación”. Aun así, creo que las ideas nacionalistas tampoco describen la realidad de Estados Unidos, dada la forma natural en que allí se enfrenta la pobreza, la desigualdad y las formas de violencia cotidiana.
[ 5 ]Al tratar de la identidad, Foucault declara: “la identidad es una de las primeras producciones de poder, del tipo de poder que conocemos en nuestra sociedad. Creo firmemente, en efecto, en la importancia constitutiva de las formas jurídico-políticas-policiales de nuestra sociedad. ¿Será que el sujeto, idéntico a sí mismo, con su propia historicidad, su génesis, sus continuidades, los efectos de su infancia prolongados hasta el último día de su vida, etc., no sería producto de cierto tipo de poder? que se ejerce sobre nosotros en las formas legales y en las recientes formas policiales? Es necesario recordar que el poder no es un conjunto de mecanismos de negación, rechazo, exclusión. Pero, efectivamente, produce. Posiblemente incluso produce individuos” (Foucault apud Gonçalves, 2015, p. 213). Si bien considero fértil el sentido foucaultiano, prefiero pensar, con Sartre, que el individuo es producto de una síntesis entre el poder que lo subyuga (en un contexto dado y en unas circunstancias dadas) y las elecciones que hace, siempre atravesadas por este poder y para tu historia de vida.
[ 6 ]Chaui abordó el tema de manera sistemática y exhaustiva en varios textos, reunidos en las colecciones aquí referidas. En estos trabajos, al haberse basado en investigaciones de científicos sociales e historiadores en el campo de los estudios subalternos y de la Historia Social del Trabajo, en particular en el trabajo resumido en el artículo de Vesentini y Decca, el autor destaca la producción sociales de la ideología de la indivisión, enfatizando el autoritarismo dentro de la propia sociedad. Cf. Chaui, 2013a; Ídem, 2013b; Vesentini y Decca, 1976.
[ 7 ]Con los antecedentes que ofrecen Anderson y Chaui, resulta irónico el uso que hacemos de las ideas nacionalistas frente al uso que se hace de estas mismas ideas en países donde ser parte del “pueblo” y de la “nación” garantiza a los individuos una estatus, en términos de dignidad social, que no se verifica aquí. Al mismo tiempo, lejos de ser un uso pintoresco, pero expresión de una tendencia mundial, el nacionalismo entre nosotros se burla de estos usos propositivos, revelando su superficialidad y precariedad, tal precariedad que en Europa occidental la extrema derecha nacionalista sigue creciendo y acumulando victorias. Sobre las dos ironías, cf. Schwarz, 2016, pág. 169.
[ 8 ]Una de las razones por las que tengo mis reservas sobre la lectura sofisticada y competente que realiza João Felipe Gonçalves sobre el nacionalismo en Cuba es el hecho de que la ideología del régimen cubano reconoce y explora la división de clases y, por tanto, hace uso (paradójico) de la nociones de “pueblo” y “nación” que explícitamente implica división – en la ideología del régimen, esto no es presuntoPero correo. Véase Gonçalves, 2017.
[ 9 ]Un momento destacado en el debate sobre la izquierda en la historia reciente de Brasil, y que en su momento generó una feroz polémica, fue el establecimiento de la “estrategia popular-democrática” en el ámbito del Partido de los Trabajadores (PT) a principios de la década de 1990, a partir del cual el sujeto privilegiado transita paulatinamente de la “clase” al “pueblo”, hasta completarse en el contexto de la campaña presidencial de 2002. La “Carta ao Povo Brasileiro” (2002) simbolizó emblemáticamente este punto de llegada.
[ 10 ]Como Brubaker y Cooper no hablan de “clase”, cabe señalar que incluso en la década de 1970, yendo a contracorriente del momento, Thompson criticó la esencialización del concepto de “clase”, muchas veces tomado en clave ahistórica. Cf. Thompson, 2012.
[ 11 ]Creo que las investigaciones etnográficas que se hayan realizado o se estén realizando en el universo del bolsonarismo serán particularmente reveladoras cuando se publiquen.
[ 12 ]Además, debido a que su autonomía es sólo relativa en relación con la sociedad (en la que la democracia no es mayoritariamente vista como un valor absoluto y universal) y debido a que hay intereses específicos dentro de ellos (ídem), los sistemas políticos y legales y los medios de comunicación no son inmunes. a actuar como vectores del golpe de Estado y del autoritarismo –el caso más reciente fue el juicio político de 2016, de casuística escandalosa. En otras palabras, si hoy prevalece la oposición a Bolsonaro en estas entidades, nada garantiza que mañana no predomine en ellos el golpe de Estado. Esta es una razón más para que tengamos una actitud escéptica ante el argumento, recurrentemente expresado, de la “solidez de las instituciones”.