por MARCELO PHINTENER*
La lucha por el tiempo de trabajo entre trabajadores y capitalistas
En la historia del capitalismo, la lucha por el tiempo de trabajo ha provocado una feroz disputa entre patrones y trabajadores. Al respecto, en un curso gratuito dictado en la PUC-SP en 1997, el historiador portugués João Bernardo explicó muy claramente el tema: por un lado, los capitalistas están imponiendo a los trabajadores trabajar más, ganando menos; por el otro, trabajadores que quieren ganar más trabajando menos.
Siguiendo con la perspectiva entonces adoptada por este pensador, los explotadores han sido hasta ahora los vencedores de este conflicto, ya sea porque los capitalistas continúan controlando el tiempo de trabajo de los trabajadores, dictándoles ritmos, gestos, condiciones de trabajo, es decir, sometiéndolos a los de la disciplina del capital, porque sin él no funciona el mercado de trabajo; y sea porque la lucha obrera aún no ha superado al capitalismo.
Por cierto, cuando la Confederación Nacional de la Industria (CNI) argumenta que es necesario cambiar la legislación laboral para aumentar la jornada laboral a 80 horas semanales -un promedio de 12 horas diarias- y también sugiere cambios en la Seguridad Social,[i] Ambas medidas, según la entidad, necesarias para aumentar la competitividad de la economía, está indicando la posibilidad de imponer una derrota más a los trabajadores.
Aunque este organismo patronal se ha retractado tras lo dicho en relación a la extensión diaria del trabajo, según informa el Portal da Indústria [ii], las palabras lanzadas querían decir algo. Y con un agravante: tales cambios en la legislación laboral y los derechos sociales proponen profundizar, en términos marxistas, el valor agregado absoluto, es decir, un contexto que combina la expropiación del valor producido por el trabajo realizado en una estructura productiva carente de sofisticación, con infraestructura de explotación basada en “castigos y amenazas”, y largas jornadas laborales, además de abaratar el precio de la mano de obra.
Brasil se encuentra entre las economías más activas del mundo. El parámetro de comparación aquí son los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos – OCDE, aunque el país no sea parte de la organización. Según estimaciones de Our World in Data, una plataforma global de datos, en 2014, los brasileños trabajaron, en promedio, 1.739 horas al año. Eso es 380 horas más que un trabajador alemán (1.359 horas/año), cuyo país es miembro de la OCDE.
En ese contexto, según PNAD/IBGE 2014[iii], la jornada laboral en Brasil, uno de los componentes para medir la explotación, es de hasta 44 horas por semana para el 76% (73,0 millones de personas) de la Población Económicamente Activa Ocupada – PEA. El porcentaje de trabajadores que trabajan más de 45 horas corresponde al 24% (26,0 millones de personas en la PEA ocupada). Al mismo tiempo, como la economía brasileña opera predominantemente en el marco de la plusvalía absoluta, produciendo con baja o baja intensidad tecnológica, lo que tiende a reflejarse en el salario del trabajador, el 59% de esa fuerza de trabajo en su conjunto recibe, en promedio, hasta a dos salarios mínimos, según PNAD/IBGE, 2014.
En la dinámica del capitalismo, como lo muestra João Bernardo en Economía de los conflictos sociales (Cortez), la plusvalía absoluta tiende a “agravar la explotación sin aumentar la productividad”, además de configurarse como un potencial “terreno para el estallido de conflictos”; mientras que en el campo de la plusvalía relativa, también en la concepción marxista, el “empeoramiento de la explotación” se reflejará en ganancias de productividad. Porque los mecanismos de plusvalía relativa son estratégicos tanto en la “contención” como en la “anticipación de conflictos”, por lo que los efectos de este tipo de explotación se traducen en ambientes productivos, donde la alta intensidad tecnológica, sofisticados y sutiles instrumentos de control social, donde se recurre a la explotación de la inteligencia, a medida que los trabajadores son más educados, y donde los capitalistas tienden a ceder en términos de participación, mejores condiciones de trabajo y remuneración. Es, por tanto, un entorno típico de empresas transnacionales, cuyas casas matrices se encuentran en su mayoría en países centrales de plusvalía relativa, como Estados Unidos, Canadá, Alemania y Japón, por citar los principales.
Ahora bien, siempre de acuerdo con el marco de análisis proporcionado por el autor de Economía de los conflictos sociales, estos dos mecanismos de explotación nunca operan de forma aislada, sino “articulados y combinados en un mismo proceso de producción”. De esta forma, ocurre, entonces, que hay sectores de la economía en los que la estructura productiva es más compleja y, por tanto, demanda un mayor número de trabajadores trabajando en el campo de la plusvalía relativa sin dejar de convivir con los que trabajan. en el contexto de la plusvalía absoluta en la misma unidad productiva.
En efecto, este es un conflicto que nunca será superado por el capitalismo —el de “uniformizar los modelos de explotación”—, ya que los utiliza principalmente para dividir a los trabajadores, jugando sobre todo con el factor desigualdad tanto en los salarios como en la productividad. En este plan, los trabajadores que trabajan en ciclos de plusvalía relativa solo confirman las pésimas condiciones de la clase obrera en su conjunto. Al final, ella es doblemente derrotada.
El argumento de la prolongación de la jornada semanal implica no sólo un aumento diario del trabajo, sino también una “disminución de los días de descanso”, y puede comprometer directamente la “reproducción de la fuerza de trabajo”. Esta presión se ha impuesto a los trabajadores en su conjunto, como muestra el ejemplo de Finlandia. En Finlandia sucedió algo muy esclarecedor sobre la ofensiva del capital, según informa el diario Valor Económico, donde, una vez más, los trabajadores fueron doblemente derrotados, al aceptar un aumento de jornada sin aumento de salario.
En definitiva, la extensión de la jornada laboral y la intensificación del trabajo incide directamente en las condiciones de vida de los trabajadores, teniendo en cuenta que este tipo de sobreexplotación puede conducir al desgaste físico y emocional, cuyo desgaste puede no ser compensado. Además, tiende a exponer a los trabajadores a diversos riesgos laborales, haciéndolos más susceptibles a enfermedades y accidentes laborales. Esto sin olvidar aspectos inherentes a los costos sociales y económicos causados por los resultados indeseables en la salud de los trabajadores, destacando que actualmente Brasil ocupa el cuarto lugar en el mundo en accidentes de trabajo, "detrás de China, India e Indonesia", según informó la Empresa Brasileira. de Comunicação – EBC, con base en datos de la Organización Internacional del Trabajo – OIT.[iv] Y según el mismo informe, en 2014 la economía brasileña contabilizó más de 700 accidentes de trabajo. No es casualidad que entre los países con mayor número de casos se encuentren aquellos donde predomina la plusvalía absoluta.
Siguiendo el ejemplo del investigador Sadi Dal Rosso, en “Intensity and Immateriality of Work and Health" (Trab. educ. Saúde [online], 2006, vol.4, n.1), dependiendo de la inserción económica del trabajador, en este caso, si trabaja en una rama de “actividad capitalista más tradicional”, que opera con bajos niveles de capital y tecnología y poca innovación, en cuyo entorno existe un riesgo significativo para su vida y salud, el lugar de trabajo puede convertirse en una fuente de “accidentes con lesiones físicas”; si en una rama de la “actividad capitalista moderna”, compuesta por empresas cuya dinámica productiva combina alta intensidad tecnológica, innovación, mano de obra calificada y gran concentración de capital, puede aumentar la incidencia específica de enfermedades relacionadas con esta área, provocando enfermedades por “ RSI y TME, estrés, depresión, hipertensión y gastritis”, casos típicos de accidentes/enfermedades laborales ocultas.
Entonces, ¿por qué el CNI propone recurrir a esta estrategia si es absolutamente ineficaz? ¿Está asumiendo su obsolescencia, estancamiento, especialmente tecnológico, así como su incapacidad para expandir y modernizar el capitalismo en Brasil? ¿O está poniendo a prueba la capacidad de respuesta de los trabajadores presionándolos para que aumenten la productividad extendiendo la semana laboral, precisamente en un momento de dificultades económicas y tras un golpe parlamentario? O aún, ¿estás considerando que los trabajadores solo toleran la explotación, sin considerar que pueden combatirla?
*Marcelo Phintener, sociólogo, es candidato a doctorado en filosofía en la PUC-SP.
Notas
[i] Acerca de, ver http://economia.uol.com.br/noticias/redacao/2016/07/08/industria-defende-novas-leis-trabalhistas-e- cita-jornada-de-80h-por-semana.htm
[ii] Acerca de, ver http://www.portaldaindustria.com.br/cni/imprensa/2016/07/1,91848/presidente-da-cni-robson-braga- de-andrade-nunca-defendió-aumento-jornadas-laborales.html
[iii] Los datos se refieren a 2014, ya que estaban disponibles y consolidados en el momento de escribir el artículo.
[iv] Acerca de, ver http://agenciabrasil.ebc.com.br/geral/noticia/2016-04/brasil-e-quarto-do-mundo-em-acidentes-de- trabajo-alerta-jueces