Música comprometida en el siglo XXI

George Grosz, God with Us (Gott mit uns) del portafolio God with Us (Gott mit uns), 1919, publicado en 1920.
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por DANIEL BRASIL*

Todo canto es político, contribuye a la organización concreta de la vida.

Hay varios conceptos en la historia que cambian de significado con el tiempo. En el campo de las artes, es un ejercicio interesante comparar los dictados del naturalismo literario del siglo XIX con gran parte de la literatura que se practica en el siglo XXI. ¿Qué diferencia a un joven escritor contemporáneo que describe a un mendigo que busca comida en la basura de las aceras de una metrópolis, y una escena de Aluísio Azevedo, por ejemplo? Filtrando el lenguaje de la época, la diferencia es mínima.

La historia del siglo XX, que es el que más nos influye (escribo esta ensoñación en enero de 2021), con dos guerras mundiales, el auge y caída del sueño comunista, el surgimiento de nuevos poderes construidos sobre los cimientos del comunismo (China) y, principalmente, el surgimiento político de luchas identitarias que marcan un nuevo nivel de percepción política. Y, ¿por qué no?, la estética.

La construcción y afirmación del feminismo, el movimiento negro (en occidente), los grupos ecologistas, los pueblos indígenas (en las Américas), LGBT+, provocaron una buena cantidad de grietas en el statu quo. Y generó una serie de olas creativas, que han ido influyendo en generaciones.

Cuando el rap se convirtió en un género dominante en la radio y las ondas virtuales a principios del siglo XXI, desplazando al rock and roll que imperaba hace 50 años, no parecía tener un gran impacto en el ámbito académico, periodístico, literario, teatral, etc. La razón es simple: los detentadores del discurso dominante crecieron escuchando rock (o samba, bossa-nova y MPB, en el caso brasileño) y eso era “cosas de adolescentes”.

Como siempre ha ocurrido desde la prehistoria, los adolescentes han crecido y están ahí, queriendo tomar las riendas del poder. Viven en un mundo nuevo, donde lo virtual es tan o más importante que lo real, y donde la conexión audiovisual entre grupos antes aislados puede configurarse en un movimiento, una ola, un rolê o una rebelión.

En un pequeño libro escrito en 1976*, el filósofo portugués José Barata-Moura, de formación marxista, quien además de rector de la Universidad de Lisboa es también compositor y cantante, afirma que “toda canción es política”. Para él, cualquier producción artística denominada alienada o escapista, sea buena o mala (la calidad es otro tema discutible, por cierto), “contribuye a la organización concreta del vivir”, transmitiendo o perpetuando valores que interesan a el sistema. Para él, el imperialismo exporta música (y cine, añado) que “juega un papel político poderoso en los ideales que difunde, en las formas de convivencia que auspicia y difunde”. Este razonamiento aplicado hoy a la avalancha de música gospel que invadió los medios de comunicación, por ejemplo, corrobora el papel político de estas canciones y de las iglesias que las promueven.

Rap, aunque no sea música estricto sensu**, puede clasificarse en gran medida como arte comprometido. Critica a los poderosos, confronta la violencia policial, denuncia las desigualdades, llama a la unidad entre pares. En Brasil, muchas veces apunta al reconocimiento de raza, color negro, origen afro, aunque no se limita a eso.

Hoy es posible escuchar en las redes sociales rap hecho por jóvenes indígenas, cantado en el idioma nativo. De jóvenes nacidos en la periferia, reivindicando el derecho al cuerpo. O canciones pop de artistas que defienden la causa LGBTIQ+. O libelos musicales en defensa de la naturaleza, punks atacando al capitalismo depredador, cantantes folclóricos advirtiendo sobre los efectos del calentamiento global o bandas de garaje insultando a gobiernos autoritarios.

Este crisol efervescente de elementos sociales decanta en nuevas formas de canciones de protesta, arte comprometido, consignas de guerra. Pueden ser denuncia social, propaganda política, himno identitario o gritos de alerta, síntomas de un mundo en desequilibrio. Pueden organizar marchas, reunir a hermanos y hermanas, promover valores establecidos, defender minorías o atacar a quienes están en el poder.

Ante este escenario, sólo quien no ve su propio tiempo puede catalogar la música comprometida como un fenómeno fechado, con reminiscencias del siglo XX, que en Brasil suele identificarse con la era de los festivales y nombres como Vandré, Taiguara, Chico Buarque , Sérgio Ricardo, Gilberto Gil, Violeta Parra, Victor Jara, Inti-Illimani, Pete Seeger, Bob Dylan, Joan Baez, John Lennon, Lluís Llach, Zeca Afonso y muchos otros.

La gran diferencia es que la música comprometida y, por extensión, el arte comprometido, siempre existieron y siempre existirán mientras seamos humanos. Censurar esto va contra la corriente de la historia. ¡Viva Chico César!

* Daniel Brasil es escritor, autor de la novela traje de reyes (Penalux), guionista y realizador de televisión, crítico musical y literario.

Notas


* Estética de la canción política – algunos problemas. Libros del horizonte, 1977.

**Rap, del inglés Ritmo y poesia, ritmo y poesía. La música, además de estos dos elementos, incorpora la melodía como elemento esencial. Es interesante cómo estrellas del rap brasileño, como Criolo o Emicida, buscan acercamientos y mezclas con la música popular, especialmente la samba, ampliando las limitaciones del género.

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