Ministerio Público: ¿Guardián de la democracia brasileña?

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En Brasil, las acciones de los fiscales y procuradoras se guían más por convicciones individuales que por las demandas y necesidades de la población

Por Fábio Kerche y Rafael Viegas*

Las instituciones dan forma al comportamiento, tienen cierta estabilidad en el tiempo y estructuran reglas formales e informales conocidas y compartidas por sus miembros. Las instituciones cuentan con instrumentos para incentivar ciertos comportamientos y desalentar otros, reduciendo la posibilidad de azar, asegurando cierta previsibilidad, independientemente de quién ocupe los cargos en la institución. En el tipo ideal de instituciones, la opinión de sus miembros sería secundaria, ya que se someterían a procedimientos y prioridades decididas por la dirigencia o por los políticos.

En el mundo real, sin embargo, la relación de las instituciones con sus miembros no es tan predecible y armoniosa. Inevitablemente hay tensión entre los intereses individuales y de gestión, así como desacuerdos con actores externos. Para que haya alineamiento son necesarios incentivos a la carrera, sanciones por desvíos y mecanismos de seguimiento de las actividades.

El Ministerio Público en Brasil, después de la Constitución de 1988, estaría tan libre de estos incentivos institucionales que casi se llega a pensar en una “no institución”. Las prioridades y estrategias de los MP, aparentemente, las dan los propios fiscales, conformadas por factores externos a la organización, como los orígenes de clase, las facultades de derecho y otros mecanismos no formales.

Desde esta perspectiva, el libro de Julita Lemgruber, Ludmila Ribeiro, Leonarda Musumeci y Thais Duarte, Ministerio Público: ¿Guardián de la democracia brasileña? (Fortaleza, CESec) que presenta una encuesta cuantitativa y cualitativa entre los miembros del MP, gana importancia porque la opinión de los fiscales es relativamente más relevante que en otras organizaciones estatales estructuradas jerárquicamente.

Con la nueva Constitución, los fiscales y procuradores “pasaron a tener como referentes únicamente “la ley y la conciencia”, y su actuación tendió a guiarse más por las convicciones individuales, por la experiencia adquirida en determinadas áreas de trabajo y por las elecciones realizadas durante la vida profesional que principalmente por las demandas y necesidades de la población atendida o por una normalización institucional asegurada por normas específicas” (p. 27).

La institución de baja jerarquía presenta alta fragmentación como resultado de sus prácticas, al punto de cuestionar la noción de unidad institucional. La etapa en la que se encuentra el miembro del MP en su carrera profesional y las diferencias de perfiles, inclinaciones ideológicas, posiciones políticas y expectativas individuales, fueron factores identificados como, aparentemente, determinantes para comprender las diferencias en las prioridades y estilos de actuación de los miembros del MP. La autonomía de los agentes habría resultado en un “cheque en blanco” a “llenar según las inclinaciones y posiciones ideológicas o idiosincrásicas de los miembros de la institución” (p. 14).

De los 12.326 fiscales, la encuesta recibió 899 cuestionarios debidamente cumplimentados. De los que respondieron, prevaleció el origen social con un perfil de “élite”. “Si bien esto no es necesariamente un obstáculo para actuar en favor de los menos favorecidos, puede influir en la definición de intereses prioritarios y en la percepción de la mayoría de los fiscales sobre su rol en la sociedad” (p. 16). Las prioridades no las elegiría la institución, sus dirigentes o los políticos electos, por cierto, sino que las seleccionaría individualmente el propio promotor.

La lucha contra la corrupción, por ejemplo, es señalada por un 62% como prioritaria y la defensa de los derechos sociales de las personas mayores, las personas con discapacidad y las relacionadas con el género no superan el 10%. La mayoría quiere ser como Deltan Dallagnol, el fiscal de la Operación Lava-Jato, aunque la Constitución no priorice la lucha contra la corrupción en detrimento de otros ámbitos o no haya una decisión de la sociedad al respecto. Como el número de promotores y abogados es escaso, así como el tiempo, elegir un tema como prioritario significa renunciar a otros.

Los autores podrían haber explorado más a fondo cómo la estructura de carrera podría crear algún tipo de política institucional decidida por las instancias superiores del MP. Después de todo, buena parte de los fiscales, principalmente asignados a cargos sensibles, como en los órganos del MP encargados del control externo de la actividad policial y la lucha contra la corrupción, no son titulares, sino designados.

¿Funcionaría esta designación como un estímulo para seguir una política institucional? Otro punto que sería objeto de reflexión es si la constante migración de fiscales para ocupar cargos en el Ejecutivo incentivaría un alineamiento con el gobierno. La autopercepción de los agentes, típica en las investigaciones sobre encuesta, puede haber ocultado el potencial de estos instrumentos.

El libro, manteniendo una tradición de escuchar la opinión de fiscales y fiscales iniciada en la década de 1990 en el IDESP, actualiza la mirada de los miembros del MP, contribuyendo a mapear similitudes y diferencias en la opinión de estos actores. En una institución tan laxa en cuanto a reglas y jerarquías y, sobre todo, poco transparente, la opinión se convierte en una importante herramienta de análisis. El libro es una pieza importante para los estudiosos del Sistema de Justicia en Brasil.

*Fabio Kerche Es investigador de la Fundación Casa de Rui Barbosa.

*rafael viegas Es investigador del Núcleo de Investigaciones en Sociología Brasileña de la UFPR.

Artículo publicado originalmente en el sitio web Revista de reseñas.

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