Mentiras políticas en la era digital

Imagen: Büşranur Aydin
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por Adélido Oliveira*

El contexto comunicativo e informativo de las sociedades de masas ha creado un ambiente donde los fraudes y las mentiras se sitúan en la misma categoría de información junto a las verdades.

1.

En “La verdad que sale del pozo”, de 1896, el escultor y pintor francés Jean-Léon Gérome retrata la parábola “de la verdad y la mentira”. En resumen, la parábola cuenta cómo la verdad y la mentira se encontraron y decidieron caminar juntas hasta encontrar un pozo, donde la mentira convenció a la verdad a entrar al agua. Aprovechando un momento de descuido, la mentira robó la ropa de la verdad y huyó, vistiéndose como ella.

La verdad, negándose a vestir el ropaje de la mentira, se mantuvo desnuda, pero al caminar así por las calles, fue rechazada y juzgada por el pueblo, que prefirió la mentira disfrazada de verdad. En una versión de la parábola, la verdad, desilusionada, se esconde para siempre; En otro, continúa su viaje desnudo, dándose cuenta de que muchos prefieren la ilusión de las mentiras a la realidad de la verdad desnuda.

Se entiende que en esta obra se puede ver un retrato del conflicto histórico entre la verdad y la política. En la última década no han faltado ejemplos concretos de esta tensión histórica en el escenario político mundial, lo que prueba la validez de una frase atribuida a Oscar Wilde: “el arte imita a la vida más de lo que la vida imita al arte”.

A la toma de posesión de Barack Obama en 2009 asistieron más de 1,8 millones de personas y tuvo un índice de aprobación del 67%. La toma de posesión de Donald Trump en 2017 contó con alrededor de 600 personas y un índice de aprobación del 45%. Aún así, el portavoz Sean Spicer dijo que fue la inauguración más grande de la historia. Las imágenes y cifras oficiales mostraron lo contrario, contradiciendo su declaración. Cuando se le preguntó sobre el asunto, la concejala Kellyanne Conway defendió a Sean Spicer. Ella afirmó que estaba presentando “hechos alternativos”.[i]

Surgió una expresión que se convirtió en símbolo de la negación de los hechos evidentes y que, desde nuestra perspectiva, expone la permanencia del choque histórico entre verdades fácticas y opiniones a inicios del siglo XXI. Se pueden citar otros ejemplos que corroboran esta comprensión.[ii]

Durante la pandemia de COVID-19, ha habido una negación generalizada de las muertes en todo el planeta y un ataque sistemático a la eficacia de las vacunas y su importancia para contener las muertes. En Brasil, los políticos proyectan sus carreras en las redes sociales y monetizan difundiendo mentiras.

Al participar en un evento relacionado con la toma de posesión del presidente Donald Trump, Elon Musk realizó un gesto –inusual, por decir lo menos– que generó gran polémica y cuestionamientos en las redes sociales. El hecho es que el gesto era un notorio saludo nazi (sieg heil ou saludo hitleriano) y cualquier defensor de los derechos fundamentales y de la democracia, con un conocimiento mínimo de todas las cuestiones históricas que el gesto puede plantear, normalmente evitaría hacerlo en contextos de manifestaciones políticas abiertas.

Por otro lado, aquellos que buscan el protagonismo –sedientos de atención– y cuyos objetivos políticos están marcados por la ausencia de valores republicanos y democráticos, pueden disfrazar fácilmente actos de esta naturaleza. En el caso de Elon Musk, una simple frase –“mi corazón está contigo”– entre el gesto y su repetición fue suficiente para que los más simpatizantes del gobierno de Donald Trump y del hombre más rico del mundo ignoraran por completo el simbolismo subyacente.

Lo que debería haber sido algo relegado al pasado y condenado al ostracismo para quienes lo repiten, tomó entonces la forma de un silbido para perros (silbato para perros), todo ello gracias a la polarización emocional que afecta a gran parte del electorado mundial desde hace algunos años.[iii]

No voy a especular sobre las posibles razones que llevaron a Elon Musk a realizar un gesto que él y cualquiera que conozca un poco de la historia del siglo XX sabe lo que significa. Dejo eso al juicio personal de los lectores.

La cuestión sobre la cual se propone la reflexión es que los hechos relatados generaron una ola de acusaciones virtuales recíprocas de mentira, manipulación y distorsión de la realidad y de los hechos que subyacen al infame hecho. Negaciones de hechos y gestos notorios. Negaciones de información que pueden ser fácilmente verificadas con una simple búsqueda virtual comprometida con la verdad. En resumen: un cuadro general de negación o distorsión de hechos e imágenes.

2.

Este cuadro de miopía política –acentuado por una crisis de la autoridad informativa de la prensa– se ve agravado por la influencia del modelo de negocio de gran tecnología y sus nuevas tecnologías de la información en el debate público, como internet, las plataformas y las redes sociales.[iv]

Estas tecnologías de la información han democratizado el debate, dando voz a cualquiera que tenga acceso a la World Wide Web. Estas personas, muchas veces sin verificación alguna, comparten información que difiere de la realidad como si fueran verdades incuestionables. Peor aún, ven gestos flagrantes y evidentes y, sin embargo, niegan sus significados históricamente probados. Las razones para esto son variadas, desde el sesgo de confirmación hasta intereses políticos y económicos.[V]

A continuación se propone una reflexión sobre dicho marco. Nosotros como ciudadanos debemos centrarnos en los hechos, las ideas y los mensajes, no en el mensajero. Sé que para muchos es difícil afrontar los hechos y la realidad cuando chocan con nuestros deseos, pasiones e ideologías, como bien señaló Freud.[VI] –, pero es algo necesario.

Aquí no importa “quién”, sino “qué se dice y qué se hace”. Lo que importa no son las supuestas intenciones sino las acciones reales. La preocupación, por tanto, debe centrarse en la realidad fáctica. Esto se debe a que los políticos han estado mintiendo desde que existe la política, como bien señaló Hannah Arendt cuando afirmó que “la veracidad nunca ha estado entre las virtudes políticas, y las mentiras siempre han sido vistas como instrumentos justificables en estos asuntos”.[Vii]

La verdad fáctica también entra en el juego político, pero normalmente sólo se pone en el centro de atención cuando sirve a intereses políticos. George Orwell ya había denunciado estas prácticas a mediados del siglo pasado, al criticar el relativismo ideológico en el Reino Unido. Para Orwell, “nadie busca la verdad, todo el mundo defiende una ‘causa’, con total desprecio por la imparcialidad o la veracidad, y los hechos más evidentes acaban siendo ignorados por quienes no quieren saber de ellos”.[Viii]

Eugênio Bucci describe esta negación de la realidad fáctica como un fenómeno sostenido por dos estrategias: el apagón de la realidad y el suicidio de la conciencia. En los apagones de la realidad, la tecnología es utilizada por los que tienen el poder para virtualizar los hechos, transformándolos en datos y creando una separación entre el hombre y la realidad. Este proceso reemplaza la experiencia concreta de la vida con una versión virtual, borrando lo real. En el caso del suicidio de conciencia, las personas niegan hechos concretos y verificables cuando éstos chocan con sus convicciones personales, sean políticas, religiosas o ideológicas. De esta manera se bloquea el juicio crítico y se rechaza la realidad en favor de las creencias.[Ex]

La filosofía política viene debatiendo este problema desde hace mucho tiempo. En la alegoría de la caverna, Platón contrasta el mundo ilusorio de la caverna con la realidad, a la que sólo se puede acceder a través de la educación (paideia). Maquiavelo, a su vez, enfatizó la relevancia de la realidad fáctica para los asuntos políticos. En su análisis del comportamiento de los gobernantes, particularmente de los príncipes, argumentó que le parecía “más apropiado buscar la verdad en los hechos y no en la imaginación”.[X]

Max Weber, al hablar de las cualidades de un político, destacó la pasión, la responsabilidad y el sentido de la proporción. Esta última, en concreto, se considera una cualidad psicológica esencial para el aspirante a político. Para Weber, “esto significa que debe tener la capacidad de permitir que los hechos actúen sobre él en el aislamiento y la calma interior del espíritu […]”.[Xi]

3.

Por lo tanto, existe preocupación sobre la importancia de los hechos para el pensamiento político. También se infiere que la mentira siempre ha estado en el arsenal político y su uso como herramienta de acción política no es característico de esta “era de la posverdad”. Resulta que, a pesar de que la mentira ha sido y sigue siendo utilizada como herramienta de acción política, en el contexto histórico de los últimos cien años ha habido un aumento de las mentiras y una amenaza aún mayor a los hechos que antes. Esta amenaza es la manipulación masiva de hechos y opiniones que, más que engañar, ha borrado la línea divisoria entre lo que se cree que son hechos y opiniones.

Al analizar este fenómeno, Hannah Arendt sostiene que existen distinciones entre las mentiras políticas del pasado y las de nuestro tiempo. Esta reflexión destaca las distinciones entre las mentiras tradicionales y las mentiras modernas. Afirma que la mentira política tradicional implicaba ocultar secretos, datos e intenciones al oponente. Por tanto, estaba dirigido únicamente al oponente político.

En otras palabras, no se pretendía engañar a todo el mundo. Eran comunes en la política y la diplomacia, estando restringidos a los círculos de estadistas y diplomáticos. Así pues, la mentira política tradicional no tenía la capacidad de destruir la verdad misma. A lo sumo, fue capaz de ocultarlo y sólo engañó a sus oponentes políticos provocando una fisura en el tejido de los acontecimientos. [Xii]

Por otra parte –y siempre según Hannah Arendt– la mentira moderna se refiere a hechos conocidos por todos o casi todos. Es más dañino para la verdad fáctica porque, más que engañar al adversario político, busca reescribir el tejido mismo de los hechos, construyendo imágenes y destruyendo la verdad misma, convirtiéndola en mentira. Arendt sostiene que el mentiroso político moderno se engaña a sí mismo y a los demás al recrear la realidad de modo que encaje perfectamente en ella. Para realizar esta tarea satisfactoriamente, el mentiroso también se convence a sí mismo de su historia.[Xiii]

Aquí, a diferencia del ficticio “doblepensar” orwelliano, en el que el sujeto tendría la capacidad de “[…] defender simultáneamente dos opiniones que se anulan entre sí, sabiendo que son contradictorias y creyendo en ambas […]”[Xiv]El mentiroso político moderno no cree en la realidad, la niega completamente y, al convencerse completamente de su propia mentira, destruye la verdad.

En estos términos, la distinción entre la mentira política tradicional y la moderna representa, en la mayoría de los casos, “la diferencia entre ocultar y destruir”.[Xv] El proceso político moderno, por tanto, ya no se contenta con ocultar la realidad, sino que pretende, de hecho, aniquilarla por completo.

Por lo tanto, el efecto más dañino – para la formación del pensamiento político – de la manipulación masiva de hechos y opiniones por parte del mentiroso político moderno es, pues, la destrucción mental de la línea divisoria entre lo verdadero y lo falso. Así, privados de esta facultad mental, los hombres ya no serían capaces de identificar la verdad y la realidad y distinguirlas de lo que es falso. Para Hannah Arendt no hay solución a este problema.

En el escenario actual, de hiperconectividad, los medios digitales terminan convirtiéndose –como se desprende de las reflexiones de Arendt– en sustitutos de la realidad, ya que construirían una nueva realidad, reemplazando a la original.[Xvi]

Giovani Sartori, por su parte, afirma que, en el universo televisivo, información es todo lo que circula en los medios de comunicación. En este contexto comunicativo, Sartori afirma que “[…] información, desinformación, verdad, mentira, todo es la misma cosa”.[Xvii]

4.

En resumen: el contexto comunicativo e informativo de las sociedades de masas ha creado un ambiente donde los fraudes y las mentiras se sitúan en la misma categoría de información junto a las verdades, favoreciendo la ruptura de la línea divisoria entre la verdad sobre los hechos y las opiniones, pues el mentiroso adquiere un poder de difusión y persuasión nunca antes visto.

Los diagnósticos de Hannah Arendt y Giovani Sartori se hicieron en la segunda mitad del siglo pasado, pero son claramente relevantes hoy en día. y da miedo.

En la era de las redes sociales, esta situación se ha amplificado hasta el extremo y ha adquirido consecuencias dramáticas para la política democrática. En este mundo de tecnologías digitales post-masivas (internet, plataformas, aplicaciones, redes sociales, etc.), lo real está siendo cada vez más reemplazado por lo digital, desde las relaciones humanas hasta el pensamiento político sobre la realidad que lo rodea.

En este marco contextual, la fórmula que afirma que “elegimos nuestro amor” se disfraza de “elegimos qué creer”. Y, tal como lo sugiere la parábola de “la verdad y la mentira”, estamos eligiendo la ilusión limitante de las mentiras por sobre la realidad de la verdad desnuda, pero liberadora.

Tal vez sea este estímulo conductual el que hace que los políticos sean cada vez más propensos a utilizar la mentira como instrumento de acción política, lo que demuestra el éxito de Alan Moore y David Lloyd en el cómic convertido en película.V de venganza”, donde se afirma que “los artistas usan mentiras para revelar la verdad, mientras que los políticos usan mentiras para ocultarla”. He aquí el estado del arte en la era digital de la democracia.

*Adeildo Oliveira Tiene maestría en derecho constitucional por la Universidad Federal de Ceará (UFC).

Notas


[i] MELLO, Patricia Campos. La máquina del odio: apuntes de un reportero sobre fake news y violencia digital. São Paulo: Companhia das Letras, 2020, pág. 126-130.

[ii] OLIVEIRA, José Adeildo Bezerra de. Economía de datos, capitalismo de vigilancia y erosión de los hechos en la política democrática. Tesis (maestría) – Universidad Federal de Ceará, Facultad de Derecho, Programa de Posgrado en Derecho, Fortaleza, 2023, p. 28.

[iii] Iyengar, Shanto; Señor, Gaurav; LELKES, Yphtach. Afecto, no ideología: una perspectiva de identidad social sobre la polarización, 76 Pub. Opinión Pregunta 405 (2012).

[iv] OLIVEIRA, José Adeildo Bezerra de. Economía de datos, capitalismo de vigilancia y erosión de los hechos en la política democrática. Tesis (maestría) – Universidad Federal de Ceará, Facultad de Derecho, Programa de Posgrado en Derecho, Fortaleza, 2023.

[V] OLIVEIRA, José Adeildo Bezerra de. Economía de datos, capitalismo de vigilancia y erosión de los hechos en la política democrática. Tesis (maestría) – Universidad Federal de Ceará, Facultad de Derecho, Programa de Posgrado en Derecho, Fortaleza, 2023, p. 28.

[VI] FREUD, Sigmundo. Descontentos de la civilización. Nueva York: Penguin Classics, 2011.

[Vii] ARENDT, Hannah. crisis de la republica. Trans. José Volkmann. Nueva York: Routledge, 2010. p. 15.

[Viii] ORWELL, Jorge. sobre la verdad. Trans. Claudio Alves Marcondes. Nueva York: Routledge, 2020. p. 115.

[Ex] BUCCI, Eugenio. ¿Hay democracia sin verdad fáctica? Barueri: Estación de Letras y Colores, 2019. p. 81.

[X] MAQUIAVELO, Nicolás. El principe. Barueri: Nuevo Siglo Editorial, 2018. p. 85-6.

[Xi] WEBER, Máx. Ciencia y política: dos vocaciones. Nueva York: Oxford University Press, 2010. p. 108.

[Xii] ARENDT, Hannah. Entre el pasado y el futuro. Trans. Mauro W. Barbosa. Nueva York: Routledge, 2009. p. 312.

[Xiii] ARENDT, Hannah. Entre el pasado y el futuro. Trans. Mauro W. Barbosa. Nueva York: Routledge, 2009.

[Xiv] ORWELL, Jorge. 1984. Trans. Alexandre Hubner. Nueva York: Routledge, 2019. p. 77.

[Xv] ARENDT, Hannah. Entre el pasado y el futuro. Trans. Mauro W. Barbosa. Nueva York: Routledge, 2009. p. 312.

[Xvi] ARENDT, Hannah. Entre el pasado y el futuro. Trans. Mauro W. Barbosa. Nueva York: Routledge, 2009.

[Xvii] SARTORI, Giovanni. Homo videns: televisión y pospensamiento. Bauru: EDUSC, 2001. pág. 84.


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